miércoles, 26 de diciembre de 2018

Todos


Hay algo raro esta noche; no hay ni sueño, ni posada. Me gusta bordear el río que fluye espejeando, como si fuera una manufactura plateada o un oasis para forasteros. Tengo que sentarme y voy a hacerlo en su orilla; aunque es diciembre hace calor. Solo hay que ver las palmeras para sentir calor. 


Es curioso, una vez sentado, el mundo parece ponerse en marcha; veo personas que parecen haberse conjurado de la nada. ¿Quién es ese agricultor que trajina cuando ya no hay sol? ¿Quiénes pastorean con nocturnidad, tan cerca de un pueblo y con cara de haberse deslumbrado por cientos de luces potentísimas? ¿Por qué algunos acarrean animales en la espalda, de la forma exacta de las primicias y de los homenajes? Y, apostado entre los matorrales, como disfrazándose de sombras hay un hombre en cuclillas. Tiene cara de alivio.

Se ve más claro de lo que parece, es una oscuridad centelleante y que refulge en el cielo. Ese edificio pretende ser una posada, pero ya decía que no hay. El dueño, un centinela somnoliento y confuso, no sabe lo que hace. Yo no encuentro sitio donde dormir, pero todos los que pisamos esta tierra miramos al último refugio. Es un pesebre, y sobre él hay una luz pura y dentada como una espuela estelar y benéfica. Tres cabalgaduras se acercan…
-¡Ángel! Deja de mirar el belén, hijo. Ya está la cena de Nochebuena ¿Se puede saber qué estás haciendo? Llevas más de media hora absorto mirando el nacimiento. Siéntate al lado de tu padre, es hora de que cenemos. Todos estamos aquí.



Hace mucho que no miro un álbum de fotos. ¡Un álbum! ¿Quién quiere álbumes cuándo hay tarjetas de memoria? Pero este es especial, debí haberlo rescatado antes. Sin duda aquellas cenas eran maravillosas, estábamos todos. En el centro de la mesa las carnes, pollo, pavo y paletilla; en un círculo concéntrico de mayor amplitud, aperitivos, langostinos, pequeñas fruslerías; al borde de la mesa la bebidas, sidra las más de las veces, cava los años más rumbosos. Y alrededor de la mesa todos nosotros. Una mezcolanza, inquieta aun en papel fotografía, de edades y condición. Yo siempre salgo mirando al belén, mi rincón favorito de la casa. Solía pasar mucho tiempo contemplándolo absorto.

-Como tú contemplas este álbum, Ángel. En fin, cariño; vamos a ir poniendo la mesa. Mis padres estarán aquí en cinco minutos, y los tuyos no creo que se tarden mucho más. Nochebuena es siempre un jaleo.

-Cierto, se puede decir que estaremos todos.

-¿Cómo dices?

-Todos… aunque no seamos los mismos.




-Tu abuelo Ángel se pone un poco tonto en estas fechas ¿verdad, cariño? Llevo cuarenta años casada con él y todavía se pone nervioso cuando oye zambombas. ¿Me oyes, Ángel?

-Sí Rosa, te oigo. Pensaba en los viejos tiempos, en las reuniones que organizábamos. Sabíamos lo divertidas que eran, pero no el poso que dejarían. Eduardo, ¿no te gusta a ti la navidad?

-Sí, abuelo. ¿Y qué te gustaba de tu época? ¿Te daban regalos?

-Como a todos los niños supongo, la verdad es que de eso me acuerdo poco. Recuerdo, eso sí, que uno de los momentos más felices del año era poner el belén. Y luego pasarme las horas muertas mirándolo, como si fuera un mundo aparte; una realidad en miniatura… Yo me imaginaba que era una figurita más del belén y jugaba a meterme en la escena. En nochebuena nos reuníamos mucha gente. Y… allí estaban todos.

-¿Todos? ¿Quiénes, abuelo?

-Pues…

-¿Quiénes, abuelo?

-No me acuerdo muy bien, pero no faltaba nadie. Pienso mucho en aquellos días. Y, sin embargo, recuerdo la esencia aunque nada en concreto. Como si cada vez fuera menos real. ¿Fue real, Rosa? 
Tuvo que serlo.

-¿Cómo quieres que lo sepa, Ángel? Pero siempre será tan real como tú quieras que sea.

-Sí, supongo… que sí.

-En fin, Eduardo; tus padres están a punto de llegar. Otra nochebuena todos juntos, ¿verdad Ángel?

-Sí, todos. Estaremos todos. Aunque…

-¿Qué abuelo?

-Nada, Eduardo. Venga, vamos a ponernos todos con las manos en la masa. La mesa no se pone sola. Andando.

Y andando estuve a lo largo de la orilla del río, mi último refugio, mi campo de sueños. A veces temo que la noche sea total y la posada, los campesinos, y todos los habitantes de este lugar (cada vez más numerosos , siempre crecen en número cada año) se oscurezcan densamente, como bañados por un mar de petróleo pestífero y denso. Paseando miro la espuela benéfica, la estrella dentada, esperando que su iluminación tarde en quedarse extinta.



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