Sería una audacia decir que
Miguel Mulero fue un niño peculiar, ni tan siquiera excéntrico, cuando su
perspectiva del mundo se manifestó ligera pero significativamente distinta a
las de la mayoría de las personas. Pero su rareza fue considerada como una anomalía
merecedora del detenimiento de las pesquisas y las cavilaciones de los
pedagogos.
El comienzo solo pudo ser del
modo que fue, con un dibujo. Miguel contaría entonces con unos cinco años y en
su nimia trayectoria escolar se había mostrado como un muchacho estándar, lo
suficientemente inteligente como para sentir que (usando la jerga usual)
progresaba adecuadamente.