Las mañanas aunque promisorias de
luz, calor y novedad se me representaban terribles; una calamidad me laceraba
diariamente a unas horas casi simultáneas. Al amanecer. Yo, que a mis catorce
años representaba aún menos y que de la vida sabía más bien poco, me tuve que
enfrentar a un pesar extraño, a un sufrimiento cíclico.