Sobre un inesperado lienzo se
empezaron a generar extraños trazos, al principio sencillos, que formaban
dibujos tan extraños como un alfabeto desconocido. Al menos así los apreciaba
Eduardo Monzón; contable, cuarentón y habitante de un piso tan antiguo (al
menos) como sus hábitos.
Ocurrió en la pared del cuarto de
estar; la izquierda según se entra. Tras una frugal cena, sin mucho alimento o
aderezo, se quedó mirando el papel pintado de esa pared.