martes, 28 de noviembre de 2017

Tulpa





La cafetería “La Plata” tenía todas las trazas de ser un tipo de local llamado a considerarse, penosamente, especie protegida por riesgo de extinción. Era una cafería de toda la vida, amplia pero sin fastos, elegante pero sin ornamentación, animada pero pacífica. No estaba en absoluto avejentada y el trascurrir de los años había dibujado un rastro de solera más digna que vetusta. Un sitio educado y accesible; como dijo alguien, un lugar donde tomarse un café te hace sentirte parte de la civilización. Incluso los camareros llegan a ser el ejemplo máximo de la sobriedad y la discreción; solícitos y amables sin atisbos de servidumbre. En aquel ambiente Miguel Suárez, tras el trabajo y después de llegar a casa, pasaba las tardes embebido en una parsimonia indefinida y adormecedora, sin mirar, oír ni pensar en algo concreto. El tiempo que allí estaba se consumía al ritmo de su cigarro; lento, Miguel apenas daba caladas ni desprendía la ceniza.

jueves, 23 de noviembre de 2017

El Oficio de Recordar

 “Algo bueno ha de tener la rutina”, sopesó el inspector de homicidios José Arnalte,  observando con un domesticado estoicismo lo que se tendía ante él. Un aire parcialmente brumoso se alojaba en sus ojos, lo que un lego en los avatares truculentos de la investigación policial podría confundir con algún tipo de irrespetuosa pereza. De entre todas las escenas criminales que pudo haber presenciado hasta entonces (18 años de carrera) no era de lejos la más brutal u ominosa, pero era indispensable evitar a toda costa las trazas de un funcionario ante un aletargante legajo. El inspector Arnalte, aparte de usar la rutina para cercar la repulsión, se encargaba de accionar su proactividad mediante un apreciable surtido de salutaciones soeces:

miércoles, 22 de noviembre de 2017

Sueños Son

Y de repente, entre jirones de una tiniebla premonitoria del anochecer, nos vimos corriendo en pos de nuestras vidas, jadeantes, desesperados, articulando incoherentes balbuceos, gimiendo de miedo. Incluso en esos instantes la cara de Lucía ocultaba, no del todo bien, un reproche, una censura que atribuía nuestro macabro apuro a mi negligencia; a mi falta de fe en ella.  “He tenido una pesadilla”, me dijo, y también me dijo que este fin de semana no viniésemos al pueblo; algo nos iba a pasar. Y aquí estamos.