Eduardo, como anfitrión y
principal sufridor, respondió un tanto herido en su pundonor.
-Pues solamente se me ocurren dos
cosas, doctor. O bien estamos chiflados ambos o bien hemos mentido como
auténticos bellacos. Dígame qué insinuación es la suya y ya le responderé.
-No creo que sea necesario agotar
las hipótesis en esas dos variables. Una de las cosas que me sorprenden, la
verdad sea dicha, es que a pesar de haber visto dos cosas muy distintas, ambas
tienen algo en común. Los sentimientos que provocan. En el caso de Eduardo
sabemos que los sentimientos son de miedo y culpa, ¿no es cierto?
-Sí doctor, pero…
-Déjenme seguir, por favor. En el
caso de Pedro sabemos que pasó miedo, ¿pero sintió culpabilidad?
A fin de
cuentas solo vio la pared una vez.
Pedro vaciló antes de su
respuesta, como sintiéndose fuera de lugar y de tiempo.
-Lo que sentí fue pesadumbre, un
desánimo extremo. Como si la pared se hubiera tragado toda mi vitalidad.
-¿Estaría dispuesto a mirar una
segunda vez dentro de la pared? Sería conveniente que Eduardo y usted
estuvieran en igualdad de condiciones.
Pedro aceptó remiso y apoquinado,
pero de algún modo convencido de la utilidad del trago que estaba punto de
pasar. Eduardo le contó las precauciones que había ideado y, que dentro de su
simpleza, parecían sensatas y adecuadas. En previsión de un trance agitado y
perturbador, bastaba un sonido de alarma para salirse del magnetismo
inexplicable que ejercía la pared. El móvil cumpliría sobradamente esta
función.
-Si en cinco minutos no has
salido, a pesar de la alarma, nosotros entraremos a por ti. Intenta retener lo
que veas, pero te será difícil si te pasa lo que a mí.
Eduardo abrió la puerta y Pedro
se introdujo con el aplomo de un papel de fumar atrapado en una ventolera. La
cuestión no era el sufrimiento o el desafío de la experiencia a punto de
comenzar, sino su significación; su dureza. Pedro avanzó hacia una silla en
medio de la habitación, único mobiliario ahora de la funesta sala, y mientras
él clavaba la vista en la negrura, Eduardo y el psicólogo cerraron la puerta de
un fuerte impulso.
La espera, ya que por lo menos no
fue tranquila, al menos sí que fue silenciosa. Eduardo miraba su reloj casi con
la misma fijeza implacable con que había mirado la negra pared, de tal modo que
aunque hubiera estallado un grito de ayuda, probablemente no hubiera sido capaz
de escucharlo. El sonido de la alarma de su móvil fue audible desde la
habitación contigua donde se encontraban. El sopor había llegado a su fin.
Pedro se encontró confuso un buen
rato, perdida ligeramente la cabeza entre emanaciones y vapores que solo él
podía ver. Pronto, los amigos y el psicólogo, hubieron de unirse en una común
indagación sobre aquel acontecimiento aterrador. La explicación de Pedro fue
semejante a la que esperaban; en realidad a la que Eduardo esperaba.
-Sé que he visto algo, pero no
puedo explicarlo; y aunque no puedo ponerle nombre, sé que era dolorosísimo. Era
un infierno incomprensible.
-¿Y ahora qué tal se encuentra
señor Jarilla? ¿Aparte de su desgaste físico hay algo que le incomode?
-Soy un culpable.
-¿De qué?
-De todo.
-De todo cuanto he visto he
entendido que ambos, mirando fijamente a la pared negra, entran en un estado de
trance del cual les es dificultoso salir. En un primer momento, cuando la pared
no era completamente negra, ambos tuvieron visiones divergente pero igualmente
ominosas. En su última experiencia, sus respectivas visiones eran abstractas e
inefables pero de una intensidad dañina y negativa. Por su puesto, el origen de
la tintura de la pared nos es desconocido. ¿Es eso?
Eduardo y Pedro ni siquiera
encontraron voz para responder. Asintieron con desidia y aturdimiento.
-No creo que mientan, eso me
salta a la vista. Y, siguiendo mi instinto, me atrevo a aventurar que no
padecen de ningún trastorno mental. He visto muchas personas caer en la locura
y yo diría que esto no es el caso.
Eduardo se atrevió a lanzar la
pregunta obvia.
-¿Entonces lo que hemos visto es
real?
-Usted sabe que sí, pero desde
luego el hecho de que yo no haya visto nada le confunde. Durante un instante
incluso habrá creído que ambos tenían una especie de sugestión, de locura
compartida.
-¿Pero cómo explicamos lo que
Pedro y yo hemos visto?
-Lo analizaremos. Un sueño
también es resbaladizo y yo me dedico a analizarlos. Debemos intentar llegar a
una conclusión.
En esta ocasión fue Pedro el que,
súbitamente repuesto, saltó para responder.
-¡Esto es absurdo!
-Cálmese, que le conviene. Quizá
podamos descubrir la significación de esto, pues de eso se trata, de hallar un
significado. Les pido calma y paciencia.
-¿Qué propone?
-Por de pronto cojamos el ligazón
común entre ambos. La culpabilidad. Esa pared y el lugar que representa les
induce a la culpa, sin embargo ustedes no recuerdan nada en concreto. ¿Qué
lugar podría estar asociado tan intrínsecamente a la culpabilidad?
Eduardo calló, meditando, pero a
la fracción de segundo siguiente sabía que iba ser el primero en contestar. Su
mente casi funcionó como una presurosa asociación de ideas.
-Una prisión. Un sitio lleno de
culpables. Al menos en teoría.
Eduardo y el doctor Ademuz
miraron detenidamente la expresión de Pedro, esperando un gesto que revelase
que la idea de Eduardo era atinada. Sin embargo durante unos instantes, la cara
de Pedro fue una auténtica alegoría de la dubitación. Al cabo de unos segundos, comenzó un gesto
afirmativo con la cabeza; consiguió hablar a duras penas.
-Una prisión es… buena idea. Sí…
podría ser.
Casi parecía que Pedro estaba
viendo enfrente de sí a una prisión figurada. Extrañamente tranquilo, el doctor
Ademuz retomó sus reflexiones.
-Caballeros, ¿qué pecados han
cometido?
Una pregunta así es imposible que
no aumente la tensión de una situación ya de por sí tensa. La pregunta, más que
de un psicólogo, parecía provenir de un predicador severo e imperturbable.
Eduardo y Pedro la acogieron con pavor;
casi dijeron al unísono:
¿Pecados?
-Reflexionen, amigos. ¿Les da
miedo que use la palabra pecado? ¿Por qué? Está emparentada con la culpa. Y
ambos asocian pecado (o culpa) a prisión. Verán, aunque ustedes no lo hayan
dicho, también han dejado caer el concepto de castigo. No solo por la prisión,
sino por sus primeras visiones. Cada uno ha visto algo distinto en esas
visiones, de modo que son sensaciones personales. Y eso me indica que de algún
hay verdad en todo esto. Se asustan porque tienen pecados y se sienten
culpables por ello.
-Creo que está hablando con
demasiada ligereza. Para empezar no sé qué le faculta a usted para hablar de
pecados. Ha venido a ver el fenómeno de mi pared y ver si podía haber algún
tipo de desorden en nuestras cabezas. Ahora parece usted un sacerdote
ofreciendo confesión.
El doctor Ademuz levanto las
manos como quitándose responsabilidad.
-Yo no tengo capacidad para
absolver, eso queda fuera de mi jurisdicción. Mi figura, mi arquetipo, es la de
ayudar a desbloquear la mente. Sacar a flote todo lo que están queriendo
olvidar o lo han olvidado ya. Si quieren que les ayude, por favor atiéndanme.
-Parece que haya visto esto en
muchas ocasiones.
-No es infrecuente. Es más común
de lo que cree.
Cómo tomar en serio semejante
afirmación, tamaña condescendencia. Eduardo, sin duda ahora más clarividente y
perspicaz, estuvo a pique de echar de su casa a aquel presunto doctor junto con
sus crípticas generalidades.
-Bien; en base a mi experiencia,
déjenme adivinar. Iremos por el sendero familiar. La visión sucede al
introducirnos en una morada, es decir, un sitio íntimo. ¿Eduardo, hay algo que
haya comprado recientemente, o que haya introducido recientemente en su casa? Tiene
que ser algo que le haya impresionado vivamente. Aparte de la pared, claro.
La vocalización de la respuesta
se hizo esperar demasiado teniendo en cuenta que dentro de sí, Pablo, estaba
muy seguro. El problema de encajar unas pocas piezas, es que el encajador sea
un extraño digno de desconfianza. Sus reparos cedieron al influjo del
psicólogo.
-No se trata de una compra, ni
siquiera es algo que esté en la casa desde hace poco. En un estante de un
armario hay, desde que llegue al piso desde hace unos meses, unos cuantos
libros apiñados. Hasta hace no mucho, antes del incidente de la pared, no les
había hecho caso. Cuando finalmente lo hice me di cuenta de que eran novelas;
todas estaban muy ajadas y me eran desconocidas. Hubo una, sin embargo, que me
llamó la atención. Una novela encuadernada en azul llamada, “El Sendero”. De aspecto
muy simple, en los lomos solo estaba escrito el título; ni siquiera el autor.
-¿Por qué le llamó entonces la
atención el libro? Supongo que leería algún fragmento.
-En efecto; abrí las páginas al
azar y leí algo alrededor de una página.
-¿Qué ponía ese libro?
-Un hombre de negocios
relacionado con una farmacéutica es acusado por la justicia de dar órdenes para
elaborar productos negligentemente, ahorrando así costes. Sin embargo, esto
hacia los fármacos malos para la salud. Se produjeron muertes y este hombre fue
investigado y condenado, sin embargo…
-Sin embargo ¿qué?
-Un defecto de forma, apenas
recuerdo cuál, le permitió no cumplir condena. Salió indemne y no recibió su castigo.
-¿Qué le sugiere la historia?
¿Recuerda algo más?
-No; apenas recuerdo nada más. No
fui capaz de volver a abrir el libro y lo que recuerdo es muy poco. No volví a
abrirlo porque la historia me impactó más de lo que debería; me pareció muy
desagradable.
-¿Algo más? ¿Recuerda el nombre
del hombre de negocios o cuándo sucedió el incidente?
-No; ni siquiera recuerdo si se
mencionaba algo de eso. Era muy parco.
-Pero hasta cierto punto, normal.
Bien; llegados a este punto tengo que hacer una petición, Eduardo.
No había inflexiones en la voz
del doctor, que parecía conducir aquella situación como si él mismo fuese el
creador de todo aquello. Era una situación en la que el titiritero parecía
mover unas marionetas al ritmo de un confuso son.
-Usted dirá.
-Me gustaría que trajese el
libro; el libro azul en que venía la historia del empresario farmacéutico. ¿Lo
conserva, no?
Dos impulsos crecían en el
interior de Eduardo; uno decía “desconfía”, el otro “obedece”. Sin embargo era
batalla desigual en la que el segundo impulso sobrepasaba con creces al
primero.
-Claro, ¿pero para qué? Ahora
tengo algunos de esos libros… en la habitación.
-Me será mucho más fácil
explicárselo a ambos teniendo el libro delante. Le propongo, si le parece bien,
el ir yo a recogerlo. Parece que yo soy más resistente al influjo de la
habitación. No me cuesta nada ir.
Eduardo y Pedro se miraron
aquiescentes, dirigidos ya casi completamente por la voluntad del doctor
Ademuz. Eduardo asintió silenciosamente.
-Muy bien; no tardaré.
No pasó ni un minuto cuando llegó
el doctor Ademuz con más carga de la que creían, produciendo un leve asombro.
-Como verán he traído dos
ejemplares en lugar de uno. Aparte del libro azul he traído otro.
Blandiendo su mano izquierda
mostró un libro de color verde, totalmente ajeno a cuanto se había hablado.
-Creo que puede ser de utilidad,
a fin de cuentas ustedes son dos y esto un… diagnóstico comparado.
En el rostro de los dos amigos
solamente podía verse ya obediencia.
Con ademán autoritario el doctor
Ademuz señaló el libro verde y lo tendió a Pedro indicándole además que obrase
como Eduardo y abriese el texto al azar y leyese un pasaje, lo primero que
viese. Si bien Pedro interrogó nerviosamente con la mirada al doctor, obedeció
cavilosamente, como queriendo dilatar el tiempo de ejecución. Lo que en el
libro se contaba era una oscura narración sobre alguien que, al bordear un
lago, contempla como un hombre se ahoga en la zona más alejada de la orilla sin
ni siquiera dar un paso. Según se dejaba entender al hombre fuera del agua le
acometió la desidia que nace del miedo y la inacción que surge de la preservación propia. El hombre en apuros murió.
-Ya es suficiente; deje de leer.
Ahora hablemos de lo leído. Tanto en el libro verde como en el azul han podido
leer dos historias terribles ¿se han puesto en el lugar de los protagonistas?
¿Saben cómo se debieron sentir? Sin duda son dos grandes pecados, a resultas de
los cuales hubo gente que murió. Seguramente el primero pensó que los
medicamentos como mucho no matarían, que como mucho no curarían. Y el segundo,
no es que quisiera dejar a un pobre hombre a merced de aguas profundas.
Sencillamente sintió miedo y se abismó ante una situación compleja. Pero sus
culpas son graves ¿cómo creen que se sintieron?
Eduardo vio colmado su aguante.
-Disculpe, pero no sé a santo de
qué viene todo esto; ¿cómo quiere qué sepamos lo que unos malnacidos sintieron
al hacer eso? ¿Cómo quiere que tengamos idea de ese infierno?
-Infierno…
-¿Perdón?
-Ha dicho infierno; ya sabe que
los de mi profesión jugamos con las asociaciones de palabras. El infierno es
una prisión; acaso la más temible de ellas. Por no hablar de su relación con la
culpa.
Un resorte saltó en el ánimo de
Eduardo y expandió en su interior la determinación de cortar aquello de raíz.
Se levantó con la dignidad y el aplomo de un aristócrata ante la fatigosa
presencia de un grupo de plebeyos. No había ira, pero sí determinación en
abundancia.
-Muy bien doctor, creo que seguir
debatiendo este tema es ocioso. No creo que pueda solucionarnos nada con sus
generalidades metafísicas; bastante extraña es nuestra vida en este momento
como para que una especie de… alienista añada su porción de extravagancia. Por
favor, permítame acompañarle a la puerta.
-De acuerdo. Supongo que he
fallado, pero ello no debe hundirles. Les aseguro que si algo les sobra es
tiempo.
De forma asombrosamente automática,
casi funcionarial, los tres alcanzaron la puerta de salida. Los dos extremos,
en ánimo, eran el doctor y Eduardo; Pedro permanecía exánime, como si no
hubiera vuelto del todo de “viaje” en la pared.
-¿Algún último consejo, eminente
doctor?
-Purguen sus culpas, sus faltas,
sus pecados. Llámelo como quiera. Entonces se sentirán mejor. Por cierto,
respóndase a esta pregunta. ¿Qué recuerda de su juventud, de su familia, de la
casa de cuando era niño y de sus traumas? Buenas noches, caballeros.
Al doctor Ademuz solamente le
faltó un sombre de hongo para que su despedida fuese ceremoniosamente
decimonónica. Al salir tenía la certeza de que responder a esa última pregunta
suspensa no podía tener respuesta. No con lógica, esa ya murió hace tiempo. Su
aspecto era triste cuando alcanzó la calle; es la expresión del que ha visitado
a mucha gente entre el cielo y el infierno.
Encantado de saludarte Marius
ResponderEliminar¿Qué tal estas?
😄 Escribirte desde la comunidad de fans de Tiempo de Relatos sobre la serie fantastica de TV, El Ministerio del Tiempo 🤗 …………… https://tiemporelatos.blogspot.com/
En referencia a tu labor de escritor
y
como tambien eres FAN seguidor del MINISTERIO DEL TIEMPO
como fans ministericos, necesitábamos preguntarte
si te gustaría escribier un relato de FICCION
y
nos harias el honor de colaborar
en nuestro proximo proyecto FANFICTION sobre la serie de
. Nos haría mucha ilusión. 😍😉
Nuestra premisa está diseñada COMO UN JUEGO DE ROL entrecruzando los relatos entre ellos, como hicimos en la anterior tanda de fanfictons
Nos haria ilusion le dieras un vistazo https://www.facebook.com/pg/tiemporelatos/photos/?ref=page_internal … …
Nuestra premisa de relatos trata del ORIGEN del Ministerio del tiempo visto a través de los ojos de los personajes de siempre
y
la venida del arquitecto de las puertas del tiempo que construyó el Ministerio y viaja al presente a recuperarlo, mientras las patrullas resuelven para impedírselo
🤗 El tono puede ser género misterio, terror fantástico,histórico, aventuras, thriller etc..
En caso que tus tareas en Historias Pálidas Películas y Reflexiones
te dejaran un hueco,
indicar que el proyecto vamos a sacarlo en diciembre para "petar las redes"
, para asi, lograr mayor visibilidad 🤗a presionar para PEDIR UNA 4º TEMPORADA
Sería un honor que contemos con tu pluma, tenemos toda la libertad para contar lo que queramos De todas formas, pudieras o no, muchísimas gracias por tu atención que vaya todo estupendamente y si le das un vistazo, que te guste tanto como a nosotros .
Encantado de saludarte.y muchos éxitos 🙂
¡Hola Jorge!
EliminarMe honra muchísimo que me ofrezcas participar en este proyecto, que hojeándolo me ha parecido estupendo. He estado echando un vistazo al Facebook y al link de blogspot y de verdad que es alucinante la dedicación y el esfuerzo. En concreto he visto alguno relatos de la trama uno (Darrow irrumpiendo en el ministerio con un gas)
La verdad es que me parece que no estoy seguro de dar la talla. Los relatos que tenéis son magníficos, muy ajustados a los personajes ficticios y a detalles históricos diversos. Comparándolo con lo que escribo, creo que lo mío no vale mucho. Hombre, ya sé que lo importante es la iniciativa para que hay una cuarta temporada, pero vuestros trabajos son imponentes. Además no tengo idea de fanart ni nada, y en ese apartado he visto cosas preciosas también. Mis post son más bien cutrillos, je.
De todos modos te pregunto, por si me animo; sabiendo que el tiempo ya escasea. ¿Qué extensión debería tener el relato? Los míos son más bien cortitos.
Cuando hablas de un juego de rol ¿a qué te refieres? Soy un pardi en ese tema. Y sobre que deben entrecruzarse los relatos, ¿significa que debo partir de lo que escribe otro?
Y por último (ya acabo jeje) ¿la intención del Arquitecto sería acabar con el Ministerio, clausurarlo?).
Todo esto es un poco por si acaso. Ya te digo que la empresa creo que me viene un poco grande y no sé si podría aportar gran cosa.
En cualquier caso vuestra iniciativa me parece digna de elogio y muy bien ejecutada. Os deseo éxito de todo corazón, porque ello significará que los ministéricos tendremos motivos para estar de enhorabuena.
Un abrazo y gracias por la confianza, en cualquier caso seguiré vuestro trabajo.