Viene de la Parte 1
-Clara, tengo que comentarte
algo.
-Tú dirás.
-No va a ser un tema cómodo, pero
es mejor que lo suelte ya. Tenemos que llegar a un acuerdo sobre unas acciones
a realizar cuando alguno muera.
Clara apenas si pudo retener sus
ojos dentro de las órbitas. Esa frase,
dicha de esa forma, parecía totalmente funesta.
-¿Te… refieres a que hagamos
testamento?
-No; bueno, no solamente.
-No te entiendo.
-Nuestra habitación, nuestro
dormitorio. Es necesario que se preserve con las mínimas variaciones cuando
alguno de los dos muera. Yo estoy dispuesto a hacerlo, pero te rogaría que tú
procedas igual.
-¿Te refieres a hacer lo mismo
que tus padres con tu habitación? Es siniestro.
Llegados aquí, Clara parecía ida
e Ignacio ofendido.
-No debes decir eso. Maldita sea.
Todo esto tiene su por qué.
-Siempre lo he visto como una
excentricidad que a ti no te importaba demasiado.
-Ahí te equivocas, no es un
excentricidad; es una creencia.
El nivel de exasperación crecía
por momentos.
-¿Una creencia en qué?
-Es una dimensión vital de las
cosas; que, por cierto, no son formas muertas e inermes. Llámalo animismo si quieres,
no importa el nombre. Y en parte de los objetos que nos rodean durante mucho
tiempo puede depositarse nuestra esencia tras morir.
Clara se alarmaba y, por
supuesto, no daba crédito a lo oído.
-¿Pero qué estás diciendo?
-Debemos honrar a nuestro entorno,
de otro modo nuestra muerte llegado el momento será más oscura.
-¿Hablas de vivir en los objetos?
-Hablo de permanecer en lugares
que nos han sido queridos.
-Pues tus padres ya están
haciendo la tarea en tu antigua habitación. ¿En cuántos sitios quieres
depositar tu esencia?
-Eso es irrelevante. La esencia
no se puede cuantificar y puede impregnar varios ambientes.
La pregunta, quizá oportuna o
quizá desastrosa, iba a ser formulada por fin.
-¿Y si no lo hago? Aunque solo
sea porque me parece algo muy extraño. Sabes de sobra que nunca comulgue con
esas ideas.
-Yo solamente te advierto. Mi
parte está hecha; cada día me paso en nuestro dormitorio al menos diez minutos
pidiendo a lo que allí hay que me acoja en caso de que muera.
Esto, sin duda, era el colmo.
-Deja ya de alimentar locuras,
joder. ¿Cómo rezas a un cuarto? ¿Cómo es esa oración?
Inopinadamente Ignacio sonrió.
-Es receta de familia, no te
preocupes por eso. No voy a amargarte la existencia con constantes divagaciones
metafísicas. Pero también hay algo de advertencia; si no mantienes la
habitación tal con quede, puede que lo que ocurra a continuación no te guste.
-¿Detecto una amenaza?
-Ni mucho menos. Pero es una
precaución que habría que tomar. Yo, ya no puedo hacer más.
El matrimonio entre Ignacio y
Clara se convirtió en un funámbulo tratando equilibrarse sobre una ínfima
cuerda. Uno de los problemas a los que hubo de enfrentarse fue el elemento
desestabilizador de aquel extraño ritual, alojado ya desde hace mucho tiempo.
No obstante, Ignacio era lo suficientemente astuto como para compensar esos
compases anómalos con toda una sinfonía de afabilidad y desprendimiento, no
exenta de sinceridad. No obstante uno de los funestos escenarios que preveía
Ignacio llegó a cumplirse, siendo el mismo el implicado.
Un accidente laboral acabó
segando la vida de Ignacio en un mal paso en una construcción en la que
trabajaba. El duelo consiguiente fu arduo pero Clara era una persona fuerte y a
los pocos meses consiguió que los posos del dolor se quedasen cada vez más en
el fondo, cercanos a la invisibilidad.
Un antiguo problema, no obstante, acudió a su mente.
-Ayer pasé enfrente del
dormitorio y había en él algo raro; me saltó muy rápido a la vista.
-¿Raro es qué sentido?
Quien estaba recibiendo esta
confesión era Carmen, antigua amiga de Clara y fiel confidente en materia de
problemas y tribulaciones.
-Su aspecto. Algo había cambiado,
había algunas cosas desparramadas; tiradas por el suelo. Otras se habían dado
la vuelta. Por ejemplo nuestra foto de boda, estaba mirando a la pared. Parece
que como un niño traviese hubiese estado jugando con toda la habitación. Y yo
había estado en ella cinco minutos antes.
-¿No oíste ningún ruido? Tuvo que
haber un buen jaleo.
-No; no noté nada en absoluto.
-¿Y fue mucho lío?
-No es el lío solamente Carmen,
es la sensación que transmite. Eso no se pudo mover solo. Y además, no fue la
última vez que pasó. Por la tarde ocurrió lo mismo, el desastre era espantoso.
Yo había dejado todo en orden otra vez. Y ahora el cambio era evidente: unos
libros que tenía en la mesita de noche, para leer antes de dormir, se apilaron
todos en el suelo; un cuadro que hay encima de la cama se puso del revés;
varios trajes se salieron del armario y se amontonaron en el suelo;
prácticamente todos los cajones estaban abiertos.
Carmen se mordió los labios y
parecía querer coger ánimos para enunciar una frase necesariamente incómoda
pero pertinente.
-No sé si es el momento, pero
supongo que te habrás acordado de la manía de Ignacio. La de la manía de conservar la habitación absolutamente
intacta.
Clara asintió lentamente; cargada
de resignación.
-Pero no puedo dejar que eso me
convenza. Bastante duro ha sido superar la pérdida como para que ahora me
encuentre de cara con un asunto de ultratumba. No puedo. Sé que lo preguntarás,
y la respuesta es no; no he dejado la habitación intacta. Es casi la misma pero
hay pequeños cambios.
-No tengo ni idea de qué decirte,
pero para futuras ocasiones prueba a hacer algo similar a esto.
La noche para Clara comenzó siendo
un calvario. Al meterse en la cama algo miró no menos de una docena de veces
alrededor tratando de calibrar si había algo que se hubiera movido ligeramente.
Al mismo quería localizar la fuente, la fuerza que descolocaba a aquella
inverosímil habitación. Afortunadamente no hubo ningún problema. Al bajar los
párpados el sueño fue aplastantemente
superior y provocó un descanso continuado y sin interrupción durante toda la
noche.
Al abrir los ojos, ya por la
mañana, Clara escudriñó detenidamente la habitación y ligeramente aliviada
comenzó su jornada. No había, aparentemente, ningún cambio. Ese día y algunos
más los pasaría en casa; las vacaciones de verano así se lo permitían. Y quizá
habría de poner en práctica la sugerencia de Carmen.
Clara, en un acto lleno de
intrigantes resonancias, fotografió concienzudamente la habitación y la escrutó
hasta tener una imagen mental razonable de la estancia. A una hora similar a la
de los extraños fenómenos del día anterior volvió a echar un vistazo adicional
y casi acto seguido salió de la habitación. La idea era volver al rato y
comprobar el estado de la cosas.
Y el estado de las cosas se le
antojó previsible pero desolador; en efecto, numerosos objetos se habían
cambiado de sitio. Algunos de ellos de forma inverosímil; todas las fotos
(incluida otra vez la de boda) se habían volcado hacia abajo, el espejo se
había quebrado y toda suerte de objetos estaban esparcidos por el suelo. Clara
trató de aquietar su pánico y lo logró a base de su pertinacia en llevar a cabo
su plan. Se limitó a tratar de memorizar
nuevamente y a grandes rasgos (sin ni siquiera fotografiar nada) la disposición
del cuarto y volvió a salir.
Esperó cinco minutos y volvió a
entrar. Está vez el desorden era mucho mayor y tenía ante sí un auténtico campo
de Agramante; a las cosas rotas habría que añadirle el enorme desaguisado y
enorme caos reinante; bastante amplificado desde su anterior confrontación.
El estado de ansiedad era ya muy
duro de llevar y apoyándose en unas resistentes gotas de coraje consiguió
llevar a cabo una parte importante de su plan. Clara se quedó en el borde de la
cama y
se dedicó a esperar si ocurría algo extraño estando ella presente.
Pasados unos minutos comenzó a notar signos de cansancio, como si se estuviese
librando una lucha mental entre la habitación y ella. Parecía como si los
objetos pugnaran por moverse, pero Clara conseguía mantenerlos quietos.
Finalmente un joyero, afortunadamente no demasiado voluminoso, saló disparado
hacia Clara y le golpeó en la frente haciendo brotar un hilillo de sangre. Un
poco aturdida creyó darse cuenta (no sabía si era real) que varios objetos se
alineaban hasta ella con la intención de arrojarse y golpearla. Aterrorizada y
dolorida salió de la habitación y cerró la puerta.
Se hacía imperativo pedir ayuda y
Clara creía poder encontrarla en lo que clara consideraba que era una de las
fuentes de los siniestros sucesos que ella estaba sufriendo. Creyó que se hacía
necesario ir a visitar a los padres de Ignacio, también adeptos a las extrañas
creencias sobre objetos inanimados.
-En realidad esperábamos tu
visita desde hace algún tiempo, Clara.
Fue la madre quien habló, si bien
la entrevista era con ambos progenitores.
-Siento que no nos hayamos visto
mucho desde lo de Ignacio. No he sido muy considerada.
-Ya habrá tiempo para hablar de
eso. Ahora tenemos que tratar otros temas, que aunque dolorosos tienen que ser
puesto bocarriba. Supongo que Ignacio haría sus… oraciones periódicamente en
vuestro dormitorio.
-Así es.
-Y ahora, tras no cumplir la
parte que te correspondía, la habitación se ha vuelto loca; por así decirlo.
¿Esa herida en la frente es a causa de todo esto?
-Me… temo que sí.
En este punto el padre de Ignacio
intervino casi por primera vez.
-Es el precio que tienes que
pagar; esa habitación no está en paz. Y cada vez irá a peor.
-¿A peor? ¿Cómo?
-Lo que mi marido quiere decir es
que todos los movimientos de la habitación serán cada vez más virulentos y
violentos. Y si es contra ti, mucho más. Una parte esencial de lo que fue
Ignacio está penando en todo lo visible de tu habitación. Y esa esencia se
rebela contra ello y se congratulará incluso de hacerte daño.
-No acabo de entenderlo.
-Si hubieras cumplido de la
petición de Ignacio la parte esencial de él que habita en vuestra habitación
estaría en armonía. Pero no lo está y hay mucha furia. Es algo irracional, de
una naturaleza muy peculiar. Es puro instinto.
Hubo silencio que, para un
observador externo, podría significar mil cosas. Probablemente todas ellas
erróneas. Clara rompió el silencio.
-¿Por qué hacen esto? Asumiendo
que todo este disparate sea cierto, me da la impresión de que están
aprisionando el alma, la esencia o comoquiera que lo llamen, de su hijo, en
unos objetos. Y si la observancia no es estricta, parece ser que las consecuencias
pueden resultar desastrosas.
Fue el agorero padre de Ignacio
quien taxativamente aclaró esta cuestión.
-Nosotros creemos en el pasado.
Solo lo que hemos vivido nos justifica y nos hace inmortales.
Vivimos en
aquello que nos ha rodeado y ese debe ser nuestro destino final. La gente ya no
respeta sus tiempos pasados. Su propia vida. Por eso quedamos tan pocos.
-Mi marido quiere decir que…
nuestro credo está casi obsoleto. Somos muy pocos los que lo practicamos.
El asombro de Clara era
intensamente hondo.
-¿De dónde salen ustedes?
-Hay pocos nombres precisos para
lo que hacemos. Animismo podría ser algo relativamente cercano.
Cuando surgió
la parapsicología en el s. XIX fue nuestro cénit. Pero esa no es la cuestión,
creo que deberemos ayudarte. Porque ayudándote a ti, ayudamos a nuestro hijo.
¿No es así Domingo?
Domingo asintió hoscamente.
-¿Y cómo pueden hacerlo?
-Espera un momento, voy a traerte
una cosa.
Al instante la madre de Ignacio
salió del cuarto de estar para regresar un minuto después con un librito.
Apenas unas hojas dobladas y grapados.
-Ten esto. Aquí están apuntadas
nuestras… oraciones, o salmos o como lo quieras llamar. En la última página hay
una específica para aplacar la ira de la esencia intermedia.
-¿Esencia intermedia?
-Todos los objetos que están
rociados por la esencia de Ignacio se han enfureciendo progresivamente.
La
esencia está en un estado intermedio entre el reposo y la nada. Al principio ni
notarías nada. Salmodiando la oración que te he indicado quizá puedas
tranquilizar ese furor. Y en ese lapso recolocar la habitación según te indicó
Ignacio. No te aseguro que funcione.
Clara leyó superficialmente la
oración.
-¿Vendrán conmigo? Creo que
necesitaré su ayuda.
Esta vez fue Domingo quien tomó
la palabra.
-No podríamos hacer nada. Nuestra
custodia está aquí, esto es tarea tuya.
-¿Y si la oración falla?
-Acaba con todo. Una esencia
noble se puede convertir en un pozo de amargura y destrucción. Puede destruir
el lugar donde esté y mucho más. Nosotros ya tenemos nuestra porción de esencia
de Ignacio.
Había de ser entorno a las siete
de la tarde cuando Clara entró en su
casa. Despaciosamente se sentó en un
sillón de la sala de estar con el extraño librito en sus manos. Lo leyó
levemente tratando de aprehender algún significado. No hubo lugar a ningún
esclarecimiento. Desde su dormitorio llegó un ruido de entrechocar de objetos.
Como Clara era pundonorosa, supo sobreponerse a la melancolía y a la
pesadumbre; para ella aquel estruendo era de tambores de guerra.
La visión del cuarto le resultó
una orgía de añicos y destrozos, como si la habitación se estuviera
infringiendo heridas a sí misma. No había ningún objeto en las paredes, todo
estaba desplomado y efectuando una siniestra y peligrosa danza. Y el peligro se
manifestó, al instante, cerca de Clara, una vez que entró en la habitación. Un
pedazo cortante de un jarrón se proyectó hacia su cuello originando un leve, y
doloroso, arañazo. Regurgitando toda su valentía comenzó a recitar con
desesperada vehemencia la oración que se correspondía con aquella aterradora
tesitura.
Apenas eran algunos versos
imperativos que conminaban a las fuerzas desatadas en la habitación a cesar y a
llegar a un estado de reposo. Clara hubo de esquivar una considerable cantidad
de objetos, hasta que finalmente un pequeño joyero impacto fuertemente en su
frente, dejándola magullada, ensangrentada y casi desvanecida. Una oleada de
pequeños golpes y estallidos se manifestaban junto a sus oídos mientras un
rugido inexplicable se apoderaba de la atmósfera. Clara apenas si pudo salir
por su propio pie y cerrar la puerta.
“Acaba con todo”; eso fue lo que
le dijo la madre de Ignacio. Con una resolución desesperada y un ánimo de
batalla Clara cogió una cerilla que apenas miró un instante. Prendió con ella
un papel y la arrojó, abriendo un instante la puerta, dentro del cuarto. Repitió la operación unas
cuantas veces más.
Antes de que el incendio se
propagase Clara se arrojó corriendo por las escaleras gritando la presencia del
fuego a sus vecinos. Ella misma llamó a los bomberos una vez en la calle; y de
ahí no se movió. A pesar de las innumerables explicaciones que tendría que dar,
ver arder todo tu pasado era algo que no se veía todos los días.
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