jueves, 16 de agosto de 2018

Punto Fijo (Parte 2)


Viene de la Parte 1

-Clara, tengo que comentarte algo.

-Tú dirás.

-No va a ser un tema cómodo, pero es mejor que lo suelte ya. Tenemos que llegar a un acuerdo sobre unas acciones a realizar cuando alguno muera.
Clara apenas si pudo retener sus ojos dentro de las  órbitas. Esa frase, dicha de esa forma, parecía totalmente funesta.


-¿Te… refieres a que hagamos testamento?

-No; bueno, no solamente.

-No te entiendo.

-Nuestra habitación, nuestro dormitorio. Es necesario que se preserve con las mínimas variaciones cuando alguno de los dos muera. Yo estoy dispuesto a hacerlo, pero te rogaría que tú procedas igual.

-¿Te refieres a hacer lo mismo que tus padres con tu habitación? Es siniestro.
Llegados aquí, Clara parecía ida e Ignacio ofendido.

-No debes decir eso. Maldita sea. Todo esto tiene su por qué.

-Siempre lo he visto como una excentricidad que a ti no te importaba demasiado.

-Ahí te equivocas, no es un excentricidad; es una creencia.

El nivel de exasperación crecía por momentos.

-¿Una creencia en qué?

-Es una dimensión vital de las cosas; que, por cierto, no son formas muertas e inermes. Llámalo animismo si quieres, no importa el nombre. Y en parte de los objetos que nos rodean durante mucho tiempo puede depositarse nuestra esencia tras morir.
Clara se alarmaba y, por supuesto, no daba crédito a lo oído.

-¿Pero qué estás diciendo?

-Debemos honrar a nuestro entorno, de otro modo nuestra muerte llegado el momento será más oscura.

-¿Hablas de vivir en los objetos?

-Hablo de permanecer en lugares que nos han sido queridos.

-Pues tus padres ya están haciendo la tarea en tu antigua habitación. ¿En cuántos sitios quieres depositar tu esencia?

-Eso es irrelevante. La esencia no se puede cuantificar y puede impregnar varios ambientes.

La pregunta, quizá oportuna o quizá desastrosa, iba a ser formulada por fin.

-¿Y si no lo hago? Aunque solo sea porque me parece algo muy extraño. Sabes de sobra que nunca comulgue con esas ideas.

-Yo solamente te advierto. Mi parte está hecha; cada día me paso en nuestro dormitorio al menos diez minutos pidiendo a lo que allí hay que me acoja en caso de que muera.

Esto, sin duda, era el colmo.

-Deja ya de alimentar locuras, joder. ¿Cómo rezas a un cuarto? ¿Cómo es esa oración?

Inopinadamente Ignacio sonrió.

-Es receta de familia, no te preocupes por eso. No voy a amargarte la existencia con constantes divagaciones metafísicas. Pero también hay algo de advertencia; si no mantienes la habitación tal con quede, puede que lo que ocurra a continuación no te guste.

-¿Detecto una amenaza?

-Ni mucho menos. Pero es una precaución que habría que tomar. Yo, ya no puedo hacer más.

El matrimonio entre Ignacio y Clara se convirtió en un funámbulo tratando equilibrarse sobre una ínfima cuerda. Uno de los problemas a los que hubo de enfrentarse fue el elemento desestabilizador de aquel extraño ritual, alojado ya desde hace mucho tiempo. No obstante, Ignacio era lo suficientemente astuto como para compensar esos compases anómalos con toda una sinfonía de afabilidad y desprendimiento, no exenta de sinceridad. No obstante uno de los funestos escenarios que preveía Ignacio llegó a cumplirse, siendo el mismo el implicado.

Un accidente laboral acabó segando la vida de Ignacio en un mal paso en una construcción en la que trabajaba. El duelo consiguiente fu arduo pero Clara era una persona fuerte y a los pocos meses consiguió que los posos del dolor se quedasen cada vez más en el fondo, cercanos a la invisibilidad. 

Un antiguo problema, no obstante,  acudió a su mente.

-Ayer pasé enfrente del dormitorio y había en él algo raro; me saltó muy rápido a la  vista.

-¿Raro es qué sentido?

Quien estaba recibiendo esta confesión era Carmen, antigua amiga de Clara y fiel confidente en materia de problemas y tribulaciones.

-Su aspecto. Algo había cambiado, había algunas cosas desparramadas; tiradas por el suelo. Otras se habían dado la vuelta. Por ejemplo nuestra foto de boda, estaba mirando a la pared. Parece que como un niño traviese hubiese estado jugando con toda la habitación. Y yo había estado en ella cinco minutos antes.

-¿No oíste ningún ruido? Tuvo que haber un buen jaleo.

-No; no noté nada en absoluto.

-¿Y fue mucho lío?

-No es el lío solamente Carmen, es la sensación que transmite. Eso no se pudo mover solo. Y además, no fue la última vez que pasó. Por la tarde ocurrió lo mismo, el desastre era espantoso. Yo había dejado todo en orden otra vez. Y ahora el cambio era evidente: unos libros que tenía en la mesita de noche, para leer antes de dormir, se apilaron todos en el suelo; un cuadro que hay encima de la cama se puso del revés; varios trajes se salieron del armario y se amontonaron en el suelo; prácticamente todos los cajones estaban abiertos.

Carmen se mordió los labios y parecía querer coger ánimos para enunciar una frase necesariamente incómoda pero pertinente.

-No sé si es el momento, pero supongo que te habrás acordado de la manía de Ignacio. La de la manía  de conservar la habitación absolutamente intacta.

Clara asintió lentamente; cargada de resignación.

-Pero no puedo dejar que eso me convenza. Bastante duro ha sido superar la pérdida como para que ahora me encuentre de cara con un asunto de ultratumba. No puedo. Sé que lo preguntarás, y la respuesta es no; no he dejado la habitación intacta. Es casi la misma pero hay pequeños cambios.

-No tengo ni idea de qué decirte, pero para futuras ocasiones prueba a hacer algo similar a esto.

La noche para Clara comenzó siendo un calvario. Al meterse en la cama algo miró no menos de una docena de veces alrededor tratando de calibrar si había algo que se hubiera movido ligeramente. Al mismo quería localizar la fuente, la fuerza que descolocaba a aquella inverosímil habitación. Afortunadamente no hubo ningún problema. Al bajar los párpados el sueño fue  aplastantemente superior y provocó un descanso continuado y sin interrupción durante toda la noche.

Al abrir los ojos, ya por la mañana, Clara escudriñó detenidamente la habitación y ligeramente aliviada comenzó su jornada. No había, aparentemente, ningún cambio. Ese día y algunos más los pasaría en casa; las vacaciones de verano así se lo permitían. Y quizá habría de poner en práctica la sugerencia de Carmen.

Clara, en un acto lleno de intrigantes resonancias, fotografió concienzudamente la habitación y la escrutó hasta tener una imagen mental razonable de la estancia. A una hora similar a la de los extraños fenómenos del día anterior volvió a echar un vistazo adicional y casi acto seguido salió de la habitación. La idea era volver al rato y comprobar el estado de la cosas.

Y el estado de las cosas se le antojó previsible pero desolador; en efecto, numerosos objetos se habían cambiado de sitio. Algunos de ellos de forma inverosímil; todas las fotos (incluida otra vez la de boda) se habían volcado hacia abajo, el espejo se había quebrado y toda suerte de objetos estaban esparcidos por el suelo. Clara trató de aquietar su pánico y lo logró a base de su pertinacia en llevar a cabo su plan.  Se limitó a tratar de memorizar nuevamente y a grandes rasgos (sin ni siquiera fotografiar nada) la disposición del cuarto y volvió a salir.

Esperó cinco minutos y volvió a entrar. Está vez el desorden era mucho mayor y tenía ante sí un auténtico campo de Agramante; a las cosas rotas habría que añadirle el enorme desaguisado y enorme caos reinante; bastante amplificado desde su anterior confrontación.

El estado de ansiedad era ya muy duro de llevar y apoyándose en unas resistentes gotas de coraje consiguió llevar a cabo una parte importante de su plan. Clara se quedó en el borde de la cama  y   se dedicó a esperar si ocurría algo extraño estando ella presente. Pasados unos minutos comenzó a notar signos de cansancio, como si se estuviese librando una lucha mental entre la habitación y ella. Parecía como si los objetos pugnaran por moverse, pero Clara conseguía mantenerlos quietos. 

Finalmente un joyero, afortunadamente no demasiado voluminoso, saló disparado hacia Clara y le golpeó en la frente haciendo brotar un hilillo de sangre. Un poco aturdida creyó darse cuenta (no sabía si era real) que varios objetos se alineaban hasta ella con la intención de arrojarse y golpearla. Aterrorizada y dolorida salió de la habitación y cerró la puerta.

Se hacía imperativo pedir ayuda y Clara creía poder encontrarla en lo que clara consideraba que era una de las fuentes de los siniestros sucesos que ella estaba sufriendo. Creyó que se hacía necesario ir a visitar a los padres de Ignacio, también adeptos a las extrañas creencias sobre objetos inanimados.

-En realidad esperábamos tu visita desde hace algún tiempo, Clara.

Fue la madre quien habló, si bien la entrevista era con ambos progenitores.

-Siento que no nos hayamos visto mucho desde lo de Ignacio. No he sido muy considerada.

-Ya habrá tiempo para hablar de eso. Ahora tenemos que tratar otros temas, que aunque dolorosos tienen que ser puesto bocarriba. Supongo que Ignacio haría sus… oraciones periódicamente en vuestro dormitorio.

-Así es.

-Y ahora, tras no cumplir la parte que te correspondía, la habitación se ha vuelto loca; por así decirlo. 

¿Esa herida en la frente es a causa de todo esto?

-Me… temo que sí.

En este punto el padre de Ignacio intervino casi por primera vez.

-Es el precio que tienes que pagar; esa habitación no está en paz. Y cada vez irá a peor.

-¿A peor? ¿Cómo?

-Lo que mi marido quiere decir es que todos los movimientos de la habitación serán cada vez más virulentos y violentos. Y si es contra ti, mucho más. Una parte esencial de lo que fue Ignacio está penando en todo lo visible de tu habitación. Y esa esencia se rebela contra ello y se congratulará incluso de hacerte daño.

-No acabo de entenderlo.

-Si hubieras cumplido de la petición de Ignacio la parte esencial de él que habita en vuestra habitación estaría en armonía. Pero no lo está y hay mucha furia. Es algo irracional, de una naturaleza muy peculiar. Es puro instinto.

Hubo silencio que, para un observador externo, podría significar mil cosas. Probablemente todas ellas erróneas. Clara rompió el silencio.

-¿Por qué hacen esto? Asumiendo que todo este disparate sea cierto, me da la impresión de que están aprisionando el alma, la esencia o comoquiera que lo llamen, de su hijo, en unos objetos. Y si la observancia no es estricta, parece ser que las consecuencias pueden resultar desastrosas.

Fue el agorero padre de Ignacio quien taxativamente aclaró esta cuestión.

-Nosotros creemos en el pasado. Solo lo que hemos vivido nos justifica y nos hace inmortales. 

Vivimos en aquello que nos ha rodeado y ese debe ser nuestro destino final. La gente ya no respeta sus tiempos pasados. Su propia vida. Por eso quedamos tan pocos.

-Mi marido quiere decir que… nuestro credo está casi obsoleto. Somos muy pocos los que lo practicamos.

El asombro de Clara era intensamente hondo.

-¿De dónde salen ustedes?

-Hay pocos nombres precisos para lo que hacemos. Animismo podría ser algo relativamente cercano. 

Cuando surgió la parapsicología en el s. XIX fue nuestro cénit. Pero esa no es la cuestión, creo que deberemos ayudarte. Porque ayudándote a ti, ayudamos a nuestro hijo. ¿No es así Domingo?
Domingo asintió hoscamente.

-¿Y cómo pueden hacerlo?

-Espera un momento, voy a traerte una cosa.

Al instante la madre de Ignacio salió del cuarto de estar para regresar un minuto después con un librito. Apenas unas hojas dobladas y grapados.

-Ten esto. Aquí están apuntadas nuestras… oraciones, o salmos o como lo quieras llamar. En la última página hay una específica para aplacar la ira de la esencia intermedia.

-¿Esencia intermedia?

-Todos los objetos que están rociados por la esencia de Ignacio se han enfureciendo progresivamente. 

La esencia está en un estado intermedio entre el reposo y la nada. Al principio ni notarías nada. Salmodiando la oración que te he indicado quizá puedas tranquilizar ese furor. Y en ese lapso recolocar la habitación según te indicó Ignacio. No te aseguro que funcione.

Clara leyó superficialmente la oración.

-¿Vendrán conmigo? Creo que necesitaré su ayuda.

Esta vez fue Domingo quien tomó la palabra.

-No podríamos hacer nada. Nuestra custodia está aquí, esto es tarea tuya.

-¿Y si la oración falla?

-Acaba con todo. Una esencia noble se puede convertir en un pozo de amargura y destrucción. Puede destruir el lugar donde esté y mucho más. Nosotros ya tenemos nuestra porción de esencia de Ignacio.

Había de ser entorno a las siete de la tarde cuando  Clara entró en su casa. Despaciosamente  se sentó en un sillón de la sala de estar con el extraño librito en sus manos. Lo leyó levemente tratando de aprehender algún significado. No hubo lugar a ningún esclarecimiento. Desde su dormitorio llegó un ruido de entrechocar de objetos. Como Clara era pundonorosa, supo sobreponerse a la melancolía y a la pesadumbre; para ella aquel estruendo era de tambores de guerra.

La visión del cuarto le resultó una orgía de añicos y destrozos, como si la habitación se estuviera infringiendo heridas a sí misma. No había ningún objeto en las paredes, todo estaba desplomado y efectuando una siniestra y peligrosa danza. Y el peligro se manifestó, al instante, cerca de Clara, una vez que entró en la habitación. Un pedazo cortante de un jarrón se proyectó hacia su cuello originando un leve, y doloroso, arañazo. Regurgitando toda su valentía comenzó a recitar con desesperada vehemencia la oración que se correspondía con aquella aterradora tesitura.

Apenas eran algunos versos imperativos que conminaban a las fuerzas desatadas en la habitación a cesar y a llegar a un estado de reposo. Clara hubo de esquivar una considerable cantidad de objetos, hasta que finalmente un pequeño joyero impacto fuertemente en su frente, dejándola magullada, ensangrentada y casi desvanecida. Una oleada de pequeños golpes y estallidos se manifestaban junto a sus oídos mientras un rugido inexplicable se apoderaba de la atmósfera. Clara apenas si pudo salir por su propio pie y cerrar la puerta.

“Acaba con todo”; eso fue lo que le dijo la madre de Ignacio. Con una resolución desesperada y un ánimo de batalla Clara cogió una cerilla que apenas miró un instante. Prendió con ella un papel y la arrojó, abriendo un instante la puerta,  dentro del cuarto. Repitió la operación unas cuantas veces más.

Antes de que el incendio se propagase Clara se arrojó corriendo por las escaleras gritando la presencia del fuego a sus vecinos. Ella misma llamó a los bomberos una vez en la calle; y de ahí no se movió. A pesar de las innumerables explicaciones que tendría que dar, ver arder todo tu pasado era algo que no se veía todos los días.

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