jueves, 30 de agosto de 2018

El color ausente


Sería una audacia decir que Miguel Mulero fue un niño peculiar, ni tan siquiera excéntrico, cuando su perspectiva del mundo se manifestó ligera pero significativamente distinta a las de la mayoría de las personas. Pero su rareza fue considerada como una anomalía merecedora del detenimiento de las pesquisas y las cavilaciones de los pedagogos.

El comienzo solo pudo ser del modo que fue, con un dibujo. Miguel contaría entonces con unos cinco años y en su nimia trayectoria escolar se había mostrado como un muchacho estándar, lo suficientemente inteligente como para sentir que (usando la jerga usual) progresaba adecuadamente. 


Fue, recién iniciada la primavera, cuando algo en el mirar de Miguel cambió irremediablemente. Y lo hizo en una tarea escolar rutinaria y prosaica, poca propicia a las veleidades sensoriales.
Miguel recibió la tarea, como todos sus compañeros de clase, de dibujar una casa de campo; un inofensivo paisaje con cielos azules, casas de tejado rojo y árboles de redondeadas manzanas. Miguel miró con orgullo su dibujo, y quizá se sentía henchido, por encima de todo, al observar un inusual sol verde. Por lo demás, tal incongruencia astronómica no resultaba ni grotesca, ni risible. El sol estaba representado a la usanza pueril, con una circunferencia casi ovoide, rodeado de un unas rayas en irregular formación a guisa de rayos.

La primera reacción de la maestra fue reconvenir a su alumno, indicando el error cromático y haciendo notar que el sol se suele representar de color amarillo. Miguel miró confuso a su maestra, como si su observación fuese muy obvia y muy inapropiada.

-Señorita Ágata, yo dibujé el sol amarillo. Como usted dice. Lo siento si me salí del dibujo, pero creo que no está mal.

-No, Miguel. Mira otra vez el dibujo. ¿Crees que el sol está amarillo? Mira también las copa de los árboles que has dibujado. ¿No ves que son del mismo color del sol?
Miguel realmente parecía sufrir al comparar ambos elementos del dibujo, acaso estaba aplicando toda su lucidez en resolver una cuestión bien simple.

-Son colores distintos, señorita. El árbol es verde y el sol amarillo.
La señorita Ágata pareció calibrar la seriedad de la respuesta de Miguel, tratando de decirse así misma que todo aquello no era una broma del niño. Cosa que hubiera sido sorprendente, Miguel había sido un muchacho de comportamiento modoso y obediente. Tras unos minutos de conversación repetitiva en que ambos siguieron usando los mismos argumentos inevitablemente simples, la maestra decidió dar una vuelta de tuerca demostrativa una vez se hubieron marchado los confusos compañeros de Miguel. Con temerosa diligencia fue a buscar a su mesa unas cartulinas con colores planos, como si fueran un muestrario cromático. Tal elemento le sirvió para realizar un test más directo, totalmente esclarecedor. Se sirvió de una cartulina amarilla y de otra azul.

Con cierto temor preguntó al alumno que le señalase cuál de ellas era de color amarillo.

-Ninguna señorita, una es azul y la otra…

Una vacilación mantenida en suspenso dilató el tiempo hasta la exasperación. En el aula, ahora en solitario, se densificó el ambiente y hasta el mismo aire. Incluso el encerado hubiérase dicho que parecía expectante ante la respuesta de Miguel.

-Es verde, creo.

La señorita Ágata creyó firmemente intolerable una respuesta tan evasiva de la realidad. Enjugando su instintiva reacción de enfado, trató de llegar a una entente con el niño y su inexplicable confusión.

-¿No ves qué es amarillo? Miguel, no sé si hablas en serio. Si es una broma, ya la has alargado bastante. Señálame cualquier cosa que veas amarilla; o dime cualquier cosa que se te ocurra que sea de color amarillo.

Una angustia paciente y en aumento iba modelando el rostro de Miguel. Acaso el color fugitivo que estaba buscando anidaba en su cabeza, pero el niño apenas prorrumpía en balbuceos. Lo que quiera que pugnase por salir de la boca de Miguel está firmemente aprisionado. Finalmente llegó la claudicación.

-No… no sé. No me sale, seño.

La maestra no tuvo duda en que el malestar de Miguel era genuino y por muy absurdo que pudiera parecer, la confusión total sobre el amarillo era (cada vez más) cada vez más verosímil.
Miguel recordaría mucho tiempo las visitas a todo de especialistas en neurobiología de la visión, tratando de hallar una explicación a tan elusiva enfermedad. En un laborioso y apesadumbrado peregrinar le acabaron dando como respuesta más probable, quien sabe si la cierta, la tritanomalía. Vagamente le inculcaron la noción de la dificultad de distinguir tonos amarillos.

Y así tuvo que medrar el joven Miguel en la vida, habiendo proscrito y casi olvidado un color. Era como haber perdido una molécula de existencia, un elemento constitutivo de la vida. Lo que científicamente era más difícil explicar eran los grandes ataques de pánico y angustia en cuanto alguien siguiera hacía mención al amarillo. Miguel se comportaba en esos momentos como si estuviera a merced de una voluntad indecible que desde muy cerca, pero a la par desde muy lejos, ponía amenaza a su vida.

Así con todo, un cada vez más adulto Miguel fue ascendiendo y ocupando un lugar en la vida. Hubiera querido adentrarse en el arcano de su dolencia dirigiéndose hacia cualquier disciplina relacionada con la neurobiología pero obedeciendo quién sabe qué designio se convirtió en un respetable físico teórico. Siempre lo asoció a un comentario de su antigua maestra, la que descubrió su anomalía visual. En efecto la señorita Ágata siempre presumía de tener también un padre maestro, pero (en su caso) de física.

Sea como fuere Miguel llegó a ser un hombre de cierto reconocimiento en su campo, con algunos estudios interesantes sobre la medición de algunas magnitudes. En otros órdenes de la vida, se defendió razonablemente bien pero quizá fueron desatendidos. Tuvo amores, pero siempre profesó un amor a la soledad que le hizo sentirse a gusto viviendo solo.

Aquella noche Miguel se despertó cuando afuera aún estaba oscuro, pero desde el interior se observaba una iluminación peculiar. También acusó una subida de temperatura y gran dificultad para respirar. A su frente, inexorablemente y a la entrada de su habitación, se extendían unas llamaradas inmensas que obraban como centinelas y verdugos. Difícil no acordarse del color amarillo fuerte. En pleno incendio, cuando ya perdía el conocimiento de absorber tanto humo vio una imagen que nunca habría de saber si era realidad o ensoñación. Pudo ver detenidamente a la señorita Ágata, su paradigmática maestra de la infancia. La señorita le invitó a guardar silencio llevándose un dedo a la boca, para comenzar después a dibujar con el dedo una circunferencia en el suelo.
Miguel, antes del final, no pudo evitar sonreír como un niño que ha aprendido correctamente la lección. Pensó en colores, formas, magnitudes y casas de campo.





1 comentario:

  1. Hola MariusGlez🙂

    Encantados de saludarte como estas?
    Escribirte desde la comunidad de FANS de la serie EL MINISTERIO DEL TIEMPO

    En referencia a tu interés a la serie al ser seguidor por twitter de la cuenta oficial y como eres ESCRITOR no queriamos perder la ocasión de rapidamente contarte sobre el proyecto FAN que preparamos pues decidimos preguntarte, con tu permiso 🙂 . 🙂

    Solo era pedirte ayuda y proponerte participar con un RELATO dentro de la campaña que tenemos actualmente,
    será una futura campaña pedir una 4a temporada del Ministerio del Tiempo desde la comunidad de fans ministéricos para lanzarlo mas adelante y lanzaremos relatos / piezas diseño grafico e ilustraciones ampliando la trama,
    expandiendo el universo de la serie

    Es un proyecto FAN sin animo de lucro https://www.facebook.com/tiemporelatos Si tuvieras hueco , por si 🙂 nos dieras ayuda para DIFUNDIR o por si TE INTERESARA 😃 Estariamos encantados de explicar rapidamente en que consistiría 🤗
    Mucha suerte en tus proyectos y gracias por la atención y buena semana!! 😃

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