Sería una audacia decir que
Miguel Mulero fue un niño peculiar, ni tan siquiera excéntrico, cuando su
perspectiva del mundo se manifestó ligera pero significativamente distinta a
las de la mayoría de las personas. Pero su rareza fue considerada como una anomalía
merecedora del detenimiento de las pesquisas y las cavilaciones de los
pedagogos.
El comienzo solo pudo ser del
modo que fue, con un dibujo. Miguel contaría entonces con unos cinco años y en
su nimia trayectoria escolar se había mostrado como un muchacho estándar, lo
suficientemente inteligente como para sentir que (usando la jerga usual)
progresaba adecuadamente.
Fue, recién iniciada la primavera, cuando algo en el
mirar de Miguel cambió irremediablemente. Y lo hizo en una tarea escolar
rutinaria y prosaica, poca propicia a las veleidades sensoriales.
Miguel recibió la tarea, como
todos sus compañeros de clase, de dibujar una casa de campo; un inofensivo
paisaje con cielos azules, casas de tejado rojo y árboles de redondeadas
manzanas. Miguel miró con orgullo su dibujo, y quizá se sentía henchido, por
encima de todo, al observar un inusual sol verde. Por lo demás, tal
incongruencia astronómica no resultaba ni grotesca, ni risible. El sol estaba
representado a la usanza pueril, con una circunferencia casi ovoide, rodeado de
un unas rayas en irregular formación a guisa de rayos.
La primera reacción de la maestra
fue reconvenir a su alumno, indicando el error cromático y haciendo notar que
el sol se suele representar de color amarillo. Miguel miró confuso a su
maestra, como si su observación fuese muy obvia y muy inapropiada.
-Señorita Ágata, yo dibujé el sol
amarillo. Como usted dice. Lo siento si me salí del dibujo, pero creo que no
está mal.
-No, Miguel. Mira otra vez el
dibujo. ¿Crees que el sol está amarillo? Mira también las copa de los árboles
que has dibujado. ¿No ves que son del mismo color del sol?
Miguel realmente parecía sufrir
al comparar ambos elementos del dibujo, acaso estaba aplicando toda su lucidez
en resolver una cuestión bien simple.
-Son colores distintos, señorita.
El árbol es verde y el sol amarillo.
La señorita Ágata pareció
calibrar la seriedad de la respuesta de Miguel, tratando de decirse así misma
que todo aquello no era una broma del niño. Cosa que hubiera sido sorprendente,
Miguel había sido un muchacho de comportamiento modoso y obediente. Tras unos
minutos de conversación repetitiva en que ambos siguieron usando los mismos
argumentos inevitablemente simples, la maestra decidió dar una vuelta de tuerca
demostrativa una vez se hubieron marchado los confusos compañeros de Miguel.
Con temerosa diligencia fue a buscar a su mesa unas cartulinas con colores
planos, como si fueran un muestrario cromático. Tal elemento le sirvió para
realizar un test más directo, totalmente esclarecedor. Se sirvió de una
cartulina amarilla y de otra azul.
Con cierto temor preguntó al
alumno que le señalase cuál de ellas era de color amarillo.
-Ninguna señorita, una es azul y
la otra…
Una vacilación mantenida en
suspenso dilató el tiempo hasta la exasperación. En el aula, ahora en
solitario, se densificó el ambiente y hasta el mismo aire. Incluso el encerado
hubiérase dicho que parecía expectante ante la respuesta de Miguel.
-Es verde, creo.
La señorita Ágata creyó
firmemente intolerable una respuesta tan evasiva de la realidad. Enjugando su
instintiva reacción de enfado, trató de llegar a una entente con el niño y su
inexplicable confusión.
-¿No ves qué es amarillo? Miguel,
no sé si hablas en serio. Si es una broma, ya la has alargado bastante.
Señálame cualquier cosa que veas amarilla; o dime cualquier cosa que se te
ocurra que sea de color amarillo.
Una angustia paciente y en
aumento iba modelando el rostro de Miguel. Acaso el color fugitivo que estaba
buscando anidaba en su cabeza, pero el niño apenas prorrumpía en balbuceos. Lo
que quiera que pugnase por salir de la boca de Miguel está firmemente
aprisionado. Finalmente llegó la claudicación.
-No… no sé. No me sale, seño.
La maestra no tuvo duda en que el
malestar de Miguel era genuino y por muy absurdo que pudiera parecer, la
confusión total sobre el amarillo era (cada vez más) cada vez más verosímil.
Miguel recordaría mucho tiempo
las visitas a todo de especialistas en neurobiología de la visión, tratando de
hallar una explicación a tan elusiva enfermedad. En un laborioso y
apesadumbrado peregrinar le acabaron dando como respuesta más probable, quien
sabe si la cierta, la tritanomalía. Vagamente le inculcaron la noción de la
dificultad de distinguir tonos amarillos.
Y así tuvo que medrar el joven
Miguel en la vida, habiendo proscrito y casi olvidado un color. Era como haber
perdido una molécula de existencia, un elemento constitutivo de la vida. Lo que
científicamente era más difícil explicar eran los grandes ataques de pánico y
angustia en cuanto alguien siguiera hacía mención al amarillo. Miguel se
comportaba en esos momentos como si estuviera a merced de una voluntad
indecible que desde muy cerca, pero a la par desde muy lejos, ponía amenaza a
su vida.
Así con todo, un cada vez más
adulto Miguel fue ascendiendo y ocupando un lugar en la vida. Hubiera querido
adentrarse en el arcano de su dolencia dirigiéndose hacia cualquier disciplina
relacionada con la neurobiología pero obedeciendo quién sabe qué designio se
convirtió en un respetable físico teórico. Siempre lo asoció a un comentario de
su antigua maestra, la que descubrió su anomalía visual. En efecto la señorita
Ágata siempre presumía de tener también un padre maestro, pero (en su caso) de
física.
Sea como fuere Miguel llegó a ser
un hombre de cierto reconocimiento en su campo, con algunos estudios
interesantes sobre la medición de algunas magnitudes. En otros órdenes de la
vida, se defendió razonablemente bien pero quizá fueron desatendidos. Tuvo
amores, pero siempre profesó un amor a la soledad que le hizo sentirse a gusto
viviendo solo.
Aquella noche Miguel se despertó
cuando afuera aún estaba oscuro, pero desde el interior se observaba una
iluminación peculiar. También acusó una subida de temperatura y gran dificultad
para respirar. A su frente, inexorablemente y a la entrada de su habitación, se
extendían unas llamaradas inmensas que obraban como centinelas y verdugos.
Difícil no acordarse del color amarillo fuerte. En pleno incendio, cuando ya
perdía el conocimiento de absorber tanto humo vio una imagen que nunca habría
de saber si era realidad o ensoñación. Pudo ver detenidamente a la señorita
Ágata, su paradigmática maestra de la infancia. La señorita le invitó a guardar
silencio llevándose un dedo a la boca, para comenzar después a dibujar con el
dedo una circunferencia en el suelo.
Miguel, antes del final, no pudo
evitar sonreír como un niño que ha aprendido correctamente la lección. Pensó en
colores, formas, magnitudes y casas de campo.
Hola MariusGlez🙂
ResponderEliminarEncantados de saludarte como estas?
Escribirte desde la comunidad de FANS de la serie EL MINISTERIO DEL TIEMPO
En referencia a tu interés a la serie al ser seguidor por twitter de la cuenta oficial y como eres ESCRITOR no queriamos perder la ocasión de rapidamente contarte sobre el proyecto FAN que preparamos pues decidimos preguntarte, con tu permiso 🙂 . 🙂
Solo era pedirte ayuda y proponerte participar con un RELATO dentro de la campaña que tenemos actualmente,
será una futura campaña pedir una 4a temporada del Ministerio del Tiempo desde la comunidad de fans ministéricos para lanzarlo mas adelante y lanzaremos relatos / piezas diseño grafico e ilustraciones ampliando la trama,
expandiendo el universo de la serie
Es un proyecto FAN sin animo de lucro https://www.facebook.com/tiemporelatos Si tuvieras hueco , por si 🙂 nos dieras ayuda para DIFUNDIR o por si TE INTERESARA 😃 Estariamos encantados de explicar rapidamente en que consistiría 🤗
Mucha suerte en tus proyectos y gracias por la atención y buena semana!! 😃