Así que con estos mimbres era
normal que surgiese un plan paranoico pero no excesivamente resuelto. Tenía
pensado mostrar o mantener una actitud pacífica y normal en cuanto viese a
Diego Alfaya la mañana siguiente y después… seguirlo. Lo ideal sería
interceptarlo en un lugar apartado y mantener una conversación a solas con él.
Quizá de este desaguisado de idea pudiera salir a la luz alguna explicación.
Abandonado a una angustia irreal, Ángel entró en una especie de duermevela.
Cansado y seguramente ojeroso,
Ángel estaba intentando digerir su desayuno. A la hora esperada, con una
precisión ajustada a la milésima de segundo, apareció Diego Alfaya. Ese día
apenas intercambiaron algunas frases educadas y rutinarias, con menciones al
tiempo atmosférico y otras clásicas banalidades. Con deliberada parsimonia,
Ángel se mantuvo aparentemente abstraído mientras fingía ojear largamente un periódico.
Tanto es así, que Diego Alfaya acabó antes su desayuno y salió con una ligera
sensación de prisa.
Ángel, casi como un resorte,
deslizó un billete para abonar el desayuno y salió con cierta premura de la
cafetería para intentar localizar visualmente a Diego Alfaya. Fue totalmente en
vano, no había rastro de él en las frías calles de Villafranca que estaban a su
vista. O su caminar era muy rápido o se había desvanecido.
Vencido momentáneamente por la
desazón alumbró un plan que, de puro evidente, parecía mentira no haberlo
pensado antes. Bastaba con visitar su negocio, la tienda de fotos. Según le
habían dicho el negocio no estaba en una situación muy boyante, y además era
una hora temprana. Lo más probable es que ahora mismo no hubiera nadie en su negocio.
Allí podría hablar con él. Ángel no quiso preguntar al dueño de la cafetería
del hotel, a estas alturas se habría dado perfecta cuenta del interés que
mostraba en Diego Alfaya y quizá pensase mal de él o recelase. Salió a caminar
por Villafranca con la intención de encontrar algún vecino del pueblo y
preguntar por el negocio de fotografía
de Diego Alfaya. Algo relativamente sencillo que al final acabó resultando más
dificultoso de lo que parecía. A esas horas no encontraba a nadie por las
calles, dando la sensación de que caminaba por un pueblo fantasma.
Cuando Ángel comenzaba a sentirse
extraño dio finalmente con su posible informante. Un anciano de unos setenta
años que caminaba con despreocupación por su misma acera. Ángel se acercó a él
con prisas.
-¿La tienda de fotos? Está en la
parte alta del pueblo, cerca de los senderos que conducen al monte.
Ya casi en
las afueras.
El anciano señalaba en la
dirección requerida e indicó escuetamente el itinerario preciso para que Ángel
llegara a su destino. Desde luego una parte de la mala situación del negocio
fotográfico sería su pésima ubicación; tal pensaba el cansado escritor cuando
iba subiendo la empinadísima calle que llevaba a “la parte alta” de
Villafranca.
Apunto de perder el resuello
Ángel Calpena llegó finalmente a la tienda fotográfica con el ánimo todavía
resuelto a desentrañar qué demonios estaba pasando tras aquella asombrosa
coincidencia. Tragó saliva y entró al encuentro de Diego Alfaya. Su personaje.
-Vaya, esto sí que es una
sorpresa. Nos hemos visto no hace ni veinte minutos y aparece por mi tienda.
¿En qué puedo ayudarle?
A pesar de todo Diego Alfaya no
parecía sorprendido en absoluto, había algo indefiniblemente irónico en su tono
de voz.
-La verdad es que pretendía
hablar con usted a solas sobre un tema… insólito. Y pensé que un buen lugar
podría ser su negocio.
-Ajá, ya intuyó que aquí
estaríamos seguramente a solas. En un negocio con clientes testimoniales, casi contados.
-No pretendía ofenderle.
-Ya sé que no; no sufra. Trato de
tomarme mi fracaso mercantil de la mejor forma. Sin embargo, me ha picado la
curiosidad. Mucho. ¿De qué quería hablarme?
Ángel tragó saliva. Era muy
curioso como el fotógrafo estaba cada vez más sereno y el escritor cada más
nervioso.
-No es fácil de decir, señor
Alfaya. No sé si usted sabrá que soy escritor y…
-Ahora soy yo quien le ruega que
no se ofenda. No he oído hablar de usted.
-No tiene mucha importancia. Pero
sí es importante que conozca a qué me dedico. Parte del misterio
es ése.
En este punto Ángel se quedó
momentáneamente sin saber muy bien como continuar.
-Vaya, de modo que hay un
misterio. Me tiene usted en ascuas.
-Escribo libros de terror y en
uno de ellos, “Sangre al Filo de la Luna” (todavía terminándolo), aparece…
Joder, aparece usted.
Diego casi se mostraba divertido.
-¿Cómo que aparezco yo? ¿Se ha
basado en mí para escribir un libro? No sé si estar halagado o intrigado.
-Aparece un Diego Alfaya, que
tiene su misma profesión, y cuya descripción coincide con la suya.
Un silencio marmóreo, densísimo,
se hizo dueño de la escena. La reacción de Diego seguía siendo excesivamente
calmosa.
-No me diga. Escuche, mejor
pasamos a la trastienda. Creo que esta conversación merece un lugar más privado
y de todos modos nadie va a entrar a
requerir mis servicios. Sígame.
Diego Alfaya señaló el fondo de
la tienda y traspuso por una puerta que casi parecía haber surgido de la nada.
-Entre, por favor.
Mecánicamente Ángel se dirigió
hacia la trastienda. Lo primero que vio fue oscuridad, no había ninguna iluminación.
Poco importaba. Un golpe seco en la cabeza acabó completamente con su
conciencia.
El despertar fue doloroso e
insólito. La situación cabría perfectamente en uno de los libros que escribía
Ángel Calpena. El escritor se vio a sí mismo atado en un silla y a su alrededor
se veía lo que parecía ser un especie de almacén. Al principio no vio que
estaba acompañado por tres hombres.
Quizá demasiada información para un hombre
confuso y herido.
-Creo que no tendrá un buen
despertar, señor Calpena. Presumo que su dolor debe ser grande. Tómese su
tiempo.
Apenas si podía, el escritor,
permitirse el lujo de articular palabras. Como pudo consiguió enhebrar una
frase coherente.
-¿Qué…? ¿Qué está pasando?
Ante él ya pudo distinguir
claramente la imagen de Diego Alfaya.
-Bueno, supongo que en realidad
es una ocasión muy especial para mí. El día en que me encuentro con mi creador.
¿No es algo casi religioso?
Un paroxismo de estupor hizo
furiosa mella en Ángel Calpena.
-¡De dónde sales! ¡Yo te creé!
¡Maldita sea!
-Y no solo a mí. Por favor, vea a
mis amigos.
Como de las sombras, surgieron de
forma aterradora tres figuras. Tres siniestros personajes también conocidos por
Ángel.
-Ya ve. Más personajes de su
novela inacabada. Nos vemos todos frente a frente con el autor de nuestros
días. No se ofenda, pero verle maniatado y magullad nos otorga una sensación de
poder muy reconfortante-
En Diego Alfaya había una sonrisa
sádica y pueril a un tiempo. Era tan aterrador como ver a un niño travieso con
un hacha. Los otros tres personajes, eran los sicarios más sanguinarios de los
ya de por sí sanguinarios “Oráculo Lunar”. Una tarada congregación o secta
artífice de macabros rituales. Se colocaron, inexpresivos, a la altura de
Diego.
-¡Es una locura! ¡Es una locura!
¡Todos vosotros no sois más que papel y tinta!
Al acabar esta frase Ángel
distinguió otra figura, ésta bastante confusa, al fondo.
-Oh, señor Calpena. Veo que ha
reparado en nuestro jefe. Creo que ha llegado el momento de que todos pongamos
nuestras cartas boca arriba. Señor, puede acercarse. Ya está listo nuestro
huésped.
Jefe. Había dicho jefe. Ángel
trato de encontrar método en toda esta locura y comenzó a cavilar qué personaje
de su novela podría ser ese “jefe”. Sea quien fuere ya estaba muy cerca.
-Es para mí un placer tenerle con
nosotros. Ahora bien, conteste sinceramente. ¿Sabe quién soy?
Comenzó a vislumbrar a aquella
silueta inquietante aunque instintivamente familiar. Acto seguido la
identificación era completa.
-Su cara de asombro me contesta
bastante taxativamente a la pregunta. Quizá le extrañe que sea su propia cara
la que le mira.
No cabe duda de que la cara de
Ángel era puro asombro y que tal asombro era producido por ver ante sí a un
sosias. A una réplica suya. El escritor perdió incluso la capacidad de habla.
-No, soy exactamente un personaje
suyo. Aunque podría serlo. Soy un arquetipo muy conocido, en realidad. Soy tu
parte macabra, oscura, dionisíaca. Soy un vividor y un sádico. Y, dicho con
modestia, el que guía tu pluma cuando escribes esos libros tan edificantes.
Quizá se vio interpelado en algún
punto de su interior, y de forma súbita recuperó la facultad del habla.
-¿Insinúas que disfruto con la
casquería? Es solamente una marca de estilo, pura forma. Soy tan pacífico como
cualquiera.
-Ya, ya. Todo muy estilístico,
sí. Venga; alguien que dibuja tan bien la violencia y de forma tan continuada
tiene que estar impregnado de ella. Quizá tengas en realidad una vocación
frustrada, quizá seas en realidad…
-¿Un asesino? Te equivocas. Yo sé
quién soy.
-Estoy seguro de haber escuchado
eso en otro libro. No de los tuyos, claro.
Un sonrisita inequívocamente
sádica acudió a la carta de Ángel siniestro.
-Ya está bien. ¿Qué estoy
haciendo aquí?
-Por fin te muestras receptivo.
Voy a hacer que vivas la violencia como nunca antes la habías vivido.
Mejor
dicho, te voy a enseñar a jugar con la vida ajena. A fin de cuentas es lo que
hacer desde la barrera. Ibas a matar a Diego ¿no?
-¡Diego no existe! ¡Todo esto no
existe!
-Vale, prueba a no respirar.
Verás si esto es real o no. O mejor dicho prueba esto.
Ángel Calpena, el original,
recibió un fenomenal puñetazo en la cara. Inmediatamente aulló de dolor.
Fue la
encarnación de su vertiente siniestra la que le golpeó.
-Espero que esto haya sido un
golpe de realidad. Bien; ahora pasemos a lo que hemos venido en realidad.
Tranquilo no va a haber demasiada sangre o truculencia, pero vas a participar
activamente en nuestro juego.
-¿Nuestro juego?
Había rencor y aturdimiento en la
cara del aporreado Ángel Calpena. Una furia domada por el dolor físico y la
confusión mental.
-Sí; verás. Ahora soy yo el que
tiene plenos poderes. Pero vamos a olvidarnos de la escritura. Te voy a obligar
a ser sádico mediante un sencillo sorteo. Diego, por favor.
El Ángel oscuro se volvió hacia
Diego Alfaya y con un movimiento le ordenó que se trajese algo. Al momento el
personaje se acercó con una especie de bolsa negra.
-Ya te dije que esto era un
sorteo. Y lo es en su versión más tradicional. En esta bolsa hay multitud de
papeles. Lo único que quiero es que introduzcas las manos y saques un papel.
Nada más que eso. Te prometo que no sufrirás ningún daño.
Ángel, desde su silla, se sentía
cada vez más furioso.
-¿Qué hay en cada papel?
-Nada que te ataña. Tú, saques lo
que saques, seguirás tan tranquilo; ahí sentado.
-¿Y si no lo hago?
-Habrás notado hace un momento
que puedes sentir, que esto no es una pesadilla inane. Y ya conoce los métodos
del “Oráculo Lunar”.
Vaya si las conocía; hasta él
mismo se había sentido incómodo escribiendo la parte en la que llevan a cabo
sus inenarrables rituales.
-Acabemos de una vez.
Fue su propio doble el que finalmente le acercó la
bolsa y Ángel introdujo su mano en ella como si la introdujese en las fauces de
una bestia pestífera. Al tacto los papeles parecían fríos como unas pequeñas
láminas de hierro. Finalmente sacó uno. El doble se lo quitó al momento-
-Veamos lo que pone… Bueno; es un
nombre común. Pone “Enrique”. Perfecto; ahora hay una segunda bolsa. Tienes que
hacer lo mismo con ésta. Será tu última extracción. Ya acabamos.
En la mente de Ángel se comenzaba
a figurar una idea insoportablemente siniestra. Sus reticencias aumentaron.
-No te recomiendo que te rebeles,
todo esto te depararía mucho. Tú no eres tan valiente; quizá solamente cuando
escribes.
Para su propia decepción Ángel se
vio cogiendo un nuevo papel de la otra bolsa. De nuevo el Ángel siniestro
volvió a quedarse con el papel.
-Jaja, bonito apellido. Estos
pequeños detalles me gustan. “Ventoso”. Con lo cual ya tenemos a nuestro
elegido. El afortunado es Andrés Ventoso.
-¿Afortunado para qué?
La pregunta tenía una respuesta
que Ángel suponía creer. Nuevos acontecimientos ocurrían delante de sus ojos.
Los sádicos esbirros trajeron una
pantalla, una especie de televisor apagado. En la mano de su réplica oscura
había un mando a distancia.
-Bueno, quiero que veas en qué
has participado. Quiero que veas lo que va a pasar de un momento a otro y de lo
que tú eres responsable. Como siempre lo eres. Ahora, como dijo aquel “Videa
bien hermanito, videa”.
Tembloroso y agobiado Ángel miró
con angustia a las imágenes que se iban formando en la pantalla.
Un hombre de
mediana edad, correctamente trajeado, caminaba por la calle.
-Esto está pasando ahora mismo,
hermano mío. Ése es Andrés Ventoso y ahora vas a ver lo que le va a pasar.
Al momento los sicarios del “Oráculo
Lunar” desparecieron de donde estaban y aparecieron en la pantalla del
televisor. Durante varios minutos se pudo ver el secuestro, tortura y horrendo
asesinato del pobre Andrés Ventoso. Todo a usanza de los libros de Ángel
Calpena.
-Esto lo has decidido tú
escritor. Tú lo has escrito. Pero verlo es otra cosa ¿eh? Mira como vemos
nosotros tu sadismo.
-¡Vosotros no existís! ¡No sois
nada!
-¿En serio, creador? Es un poco
decepcionante. Ojalá no fuéramos nada. Toda creación es jerarquía; nuestra
existencia es distinta a la tuya y las consecuencias no te tocan. Pero
pregúntate esto. ¿De veras nos niegas todo vestigio de vida? ¿De sufrimiento?
-Sois fantasía.
En ese momento el doble de ángel
parecía sinceramente melancólico.
-Sí; fantasía. Tendré que
creerte. Pero es una fantasía con la que has de tener cuidado. Y ahora si me
disculpas…
Y diciendo esto propinó un
tremendo puñetazo a Ángel Calpena, al escritor. Inmediatamente la silla se
venció al suelo y cayó a plomo. Perdió el conocimiento.
Ángel Calpena volvió a abrir los
ojos tras lo que le pareció una enormidad de tiempo. A su alrededor el entorno,
al menos, era conocido y algo protector. Era la habitación de su hotel en
Villafranca.
Lentamente se recompuso y dirigió hacia el espejo. Tenía aspecto
de agotado e inevitablemente se le vino a la memoria todo el trajín de los
últimos meses. La presión de su editorial para publicar su nueva novela en
plazo, las polémicas que a veces le acompañan, su boqueo creativo… y como
consecuencia su feroz insomnio y debilidad mental. Ahora tenía la sensación de
haber dormido años.
-¿Yo un sádico? Qué ridículo. Tengo
mi estilo y sé diferencia entre la realidad y la ficción. Y ahora quizá tenga
una nueva idea. ¿Así que un doble y juego demente, no? Bueno, probemos. No soy
un monstruo. Soy un escritor de terror, cojones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario