jueves, 5 de julio de 2018

Carne de Papel (parte II)

-Viene de "Carne de Papel". La anterior entrada.


Así que con estos mimbres era normal que surgiese un plan paranoico pero no excesivamente resuelto. Tenía pensado mostrar o mantener una actitud pacífica y normal en cuanto viese a Diego Alfaya la mañana siguiente y después… seguirlo. Lo ideal sería interceptarlo en un lugar apartado y mantener una conversación a solas con él. Quizá de este desaguisado de idea pudiera salir a la luz alguna explicación. Abandonado a una angustia irreal, Ángel entró en una especie de duermevela.


Cansado y seguramente ojeroso, Ángel estaba intentando digerir su desayuno. A la hora esperada, con una precisión ajustada a la milésima de segundo, apareció Diego Alfaya. Ese día apenas intercambiaron algunas frases educadas y rutinarias, con menciones al tiempo atmosférico y otras clásicas banalidades. Con deliberada parsimonia, Ángel se mantuvo aparentemente abstraído mientras fingía ojear largamente un periódico. Tanto es así, que Diego Alfaya acabó antes su desayuno y salió con una ligera sensación de prisa.

Ángel, casi como un resorte, deslizó un billete para abonar el desayuno y salió con cierta premura de la cafetería para intentar localizar visualmente a Diego Alfaya. Fue totalmente en vano, no había rastro de él en las frías calles de Villafranca que estaban a su vista. O su caminar era muy rápido o se había desvanecido.

Vencido momentáneamente por la desazón alumbró un plan que, de puro evidente, parecía mentira no haberlo pensado antes. Bastaba con visitar su negocio, la tienda de fotos. Según le habían dicho el negocio no estaba en una situación muy boyante, y además era una hora temprana. Lo más probable es que ahora mismo no hubiera nadie en su negocio. Allí podría hablar con él. Ángel no quiso preguntar al dueño de la cafetería del hotel, a estas alturas se habría dado perfecta cuenta del interés que mostraba en Diego Alfaya y quizá pensase mal de él o recelase. Salió a caminar por Villafranca con la intención de encontrar algún vecino del pueblo y preguntar  por el negocio de fotografía de Diego Alfaya. Algo relativamente sencillo que al final acabó resultando más dificultoso de lo que parecía. A esas horas no encontraba a nadie por las calles, dando la sensación de que caminaba por un pueblo fantasma.

Cuando Ángel comenzaba a sentirse extraño dio finalmente con su posible informante. Un anciano de unos setenta años que caminaba con despreocupación por su misma acera. Ángel se acercó a él con prisas.

-¿La tienda de fotos? Está en la parte alta del pueblo, cerca de los senderos que conducen al monte. 

Ya casi en las afueras.

El anciano señalaba en la dirección requerida e indicó escuetamente el itinerario preciso para que Ángel llegara a su destino. Desde luego una parte de la mala situación del negocio fotográfico sería su pésima ubicación; tal pensaba el cansado escritor cuando iba subiendo la empinadísima calle que llevaba a “la parte alta” de Villafranca.

Apunto de perder el resuello Ángel Calpena llegó finalmente a la tienda fotográfica con el ánimo todavía resuelto a desentrañar qué demonios estaba pasando tras aquella asombrosa coincidencia. Tragó saliva y entró al encuentro de Diego Alfaya. Su personaje.

-Vaya, esto sí que es una sorpresa. Nos hemos visto no hace ni veinte minutos y aparece por mi tienda. ¿En qué puedo ayudarle?

A pesar de todo Diego Alfaya no parecía sorprendido en absoluto, había algo indefiniblemente irónico en su tono de voz.

-La verdad es que pretendía hablar con usted a solas sobre un tema… insólito. Y pensé que un buen lugar podría ser su negocio.

-Ajá, ya intuyó que aquí estaríamos seguramente a solas. En un negocio con clientes testimoniales, casi contados.

-No pretendía ofenderle.

-Ya sé que no; no sufra. Trato de tomarme mi fracaso mercantil de la mejor forma. Sin embargo, me ha picado la curiosidad. Mucho. ¿De qué quería hablarme?

Ángel tragó saliva. Era muy curioso como el fotógrafo estaba cada vez más sereno y el escritor cada más nervioso.

-No es fácil de decir, señor Alfaya. No sé si usted sabrá que soy escritor y…

-Ahora soy yo quien le ruega que no se ofenda. No he oído hablar de usted.

-No tiene mucha importancia. Pero sí es importante que conozca a qué me dedico. Parte del misterio 
es ése.

En este punto Ángel se quedó momentáneamente sin saber muy bien como continuar.

-Vaya, de modo que hay un misterio. Me tiene usted en ascuas.

-Escribo libros de terror y en uno de ellos, “Sangre al Filo de la Luna” (todavía terminándolo), aparece… Joder, aparece usted.

Diego casi se mostraba divertido.

-¿Cómo que aparezco yo? ¿Se ha basado en mí para escribir un libro? No sé si estar halagado o intrigado.

-Aparece un Diego Alfaya, que tiene su misma profesión, y cuya descripción coincide con la suya.

Un silencio marmóreo, densísimo, se hizo dueño de la escena. La reacción de Diego seguía siendo excesivamente calmosa.

-No me diga. Escuche, mejor pasamos a la trastienda. Creo que esta conversación merece un lugar más privado y de todos modos nadie va a entrar  a requerir mis servicios. Sígame.
Diego Alfaya señaló el fondo de la tienda y traspuso por una puerta que casi parecía haber surgido de la nada.

-Entre, por favor.

Mecánicamente Ángel se dirigió hacia la trastienda. Lo primero que vio fue oscuridad, no había ninguna iluminación. Poco importaba. Un golpe seco en la cabeza acabó completamente con su conciencia.

El despertar fue doloroso e insólito. La situación cabría perfectamente en uno de los libros que escribía Ángel Calpena. El escritor se vio a sí mismo atado en un silla y a su alrededor se veía lo que parecía ser un especie de almacén. Al principio no vio que estaba acompañado por tres hombres. 

Quizá demasiada información para un hombre confuso y herido.

-Creo que no tendrá un buen despertar, señor Calpena. Presumo que su dolor debe ser grande. Tómese su tiempo.

Apenas si podía, el escritor, permitirse el lujo de articular palabras. Como pudo consiguió enhebrar una frase coherente.

-¿Qué…? ¿Qué está pasando?

Ante él ya pudo distinguir claramente la imagen de Diego Alfaya.

-Bueno, supongo que en realidad es una ocasión muy especial para mí. El día en que me encuentro con mi creador. ¿No es algo casi religioso?

Un paroxismo de estupor hizo furiosa mella en Ángel Calpena.

-¡De dónde sales! ¡Yo te creé! ¡Maldita sea!

-Y no solo a mí. Por favor, vea a mis amigos.

Como de las sombras, surgieron de forma aterradora tres figuras. Tres siniestros personajes también conocidos por Ángel.

-Ya ve. Más personajes de su novela inacabada. Nos vemos todos frente a frente con el autor de nuestros días. No se ofenda, pero verle maniatado y magullad nos otorga una sensación de poder muy reconfortante-

En Diego Alfaya había una sonrisa sádica y pueril a un tiempo. Era tan aterrador como ver a un niño travieso con un hacha. Los otros tres personajes, eran los sicarios más sanguinarios de los ya de por sí sanguinarios “Oráculo Lunar”. Una tarada congregación o secta artífice de macabros rituales. Se colocaron, inexpresivos, a la altura de Diego.

-¡Es una locura! ¡Es una locura! ¡Todos vosotros no sois más que papel y tinta!

Al acabar esta frase Ángel distinguió otra figura, ésta bastante confusa, al fondo.

-Oh, señor Calpena. Veo que ha reparado en nuestro jefe. Creo que ha llegado el momento de que todos pongamos nuestras cartas boca arriba. Señor, puede acercarse. Ya está listo nuestro huésped.
Jefe. Había dicho jefe. Ángel trato de encontrar método en toda esta locura y comenzó a cavilar qué personaje de su novela podría ser ese “jefe”. Sea quien fuere ya estaba muy cerca.

-Es para mí un placer tenerle con nosotros. Ahora bien, conteste sinceramente. ¿Sabe quién soy?

Comenzó a vislumbrar a aquella silueta inquietante aunque instintivamente familiar. Acto seguido la identificación era completa.

-Su cara de asombro me contesta bastante taxativamente a la pregunta. Quizá le extrañe que sea su propia cara la que le mira.

No cabe duda de que la cara de Ángel era puro asombro y que tal asombro era producido por ver ante sí a un sosias. A una réplica suya. El escritor perdió incluso la capacidad de habla.

-No, soy exactamente un personaje suyo. Aunque podría serlo. Soy un arquetipo muy conocido, en realidad. Soy tu parte macabra, oscura, dionisíaca. Soy un vividor y un sádico. Y, dicho con modestia, el que guía tu pluma cuando escribes esos libros tan edificantes.

Quizá se vio interpelado en algún punto de su interior, y de forma súbita recuperó la facultad del habla.

-¿Insinúas que disfruto con la casquería? Es solamente una marca de estilo, pura forma. Soy tan pacífico como cualquiera.

-Ya, ya. Todo muy estilístico, sí. Venga; alguien que dibuja tan bien la violencia y de forma tan continuada tiene que estar impregnado de ella. Quizá tengas en realidad una vocación frustrada, quizá seas en realidad…

-¿Un asesino? Te equivocas. Yo sé quién soy.

-Estoy seguro de haber escuchado eso en otro libro. No de los tuyos, claro.

Un sonrisita inequívocamente sádica acudió a la carta de Ángel siniestro.

-Ya está bien. ¿Qué estoy haciendo aquí?

-Por fin te muestras receptivo. Voy a hacer que vivas la violencia como nunca antes la habías vivido. 
Mejor dicho, te voy a enseñar a jugar con la vida ajena. A fin de cuentas es lo que hacer desde la barrera. Ibas a matar a Diego ¿no?

-¡Diego no existe! ¡Todo esto no existe!

-Vale, prueba a no respirar. Verás si esto es real o no. O mejor dicho prueba esto.

Ángel Calpena, el original, recibió un fenomenal puñetazo en la cara. Inmediatamente aulló de dolor. 

Fue la encarnación de su vertiente siniestra la que le golpeó.

-Espero que esto haya sido un golpe de realidad. Bien; ahora pasemos a lo que hemos venido en realidad. Tranquilo no va a haber demasiada sangre o truculencia, pero vas a participar activamente en nuestro juego.

-¿Nuestro juego?

Había rencor y aturdimiento en la cara del aporreado Ángel Calpena. Una furia domada por el dolor físico y la confusión mental.

-Sí; verás. Ahora soy yo el que tiene plenos poderes. Pero vamos a olvidarnos de la escritura. Te voy a obligar a ser sádico mediante un sencillo sorteo. Diego, por favor.

El Ángel oscuro se volvió hacia Diego Alfaya y con un movimiento le ordenó que se trajese algo. Al momento el personaje se acercó con una especie de bolsa negra.

-Ya te dije que esto era un sorteo. Y lo es en su versión más tradicional. En esta bolsa hay multitud de papeles. Lo único que quiero es que introduzcas las manos y saques un papel. Nada más que eso. Te prometo que no sufrirás ningún daño.

Ángel, desde su silla, se sentía cada vez más furioso.

-¿Qué hay en cada papel?

-Nada que te ataña. Tú, saques lo que saques, seguirás tan tranquilo; ahí sentado.

-¿Y si no lo hago?

-Habrás notado hace un momento que puedes sentir, que esto no es una pesadilla inane. Y ya conoce los métodos del “Oráculo Lunar”.
Vaya si las conocía; hasta él mismo se había sentido incómodo escribiendo la parte en la que llevan a cabo sus inenarrables rituales.

-Acabemos de una vez.

Fue su  propio doble el que finalmente le acercó la bolsa y Ángel introdujo su mano en ella como si la introdujese en las fauces de una bestia pestífera. Al tacto los papeles parecían fríos como unas pequeñas láminas de hierro. Finalmente sacó uno. El doble se lo quitó al momento-

-Veamos lo que pone… Bueno; es un nombre común. Pone “Enrique”. Perfecto; ahora hay una segunda bolsa. Tienes que hacer lo mismo con ésta. Será tu última extracción. Ya acabamos.

En la mente de Ángel se comenzaba a figurar una idea insoportablemente siniestra. Sus reticencias aumentaron.

-No te recomiendo que te rebeles, todo esto te depararía mucho. Tú no eres tan valiente; quizá solamente cuando escribes.

Para su propia decepción Ángel se vio cogiendo un nuevo papel de la otra bolsa. De nuevo el Ángel siniestro volvió a quedarse con el papel.

-Jaja, bonito apellido. Estos pequeños detalles me gustan. “Ventoso”. Con lo cual ya tenemos a nuestro elegido. El afortunado es Andrés Ventoso.

-¿Afortunado para qué?

La pregunta tenía una respuesta que Ángel suponía creer. Nuevos acontecimientos ocurrían delante de sus ojos. Los sádicos  esbirros trajeron una pantalla, una especie de televisor apagado. En la mano de su réplica oscura había un mando a distancia.

-Bueno, quiero que veas en qué has participado. Quiero que veas lo que va a pasar de un momento a otro y de lo que tú eres responsable. Como siempre lo eres. Ahora, como dijo aquel “Videa bien hermanito, videa”.

Tembloroso y agobiado Ángel miró con angustia a las imágenes que se iban formando en la pantalla. 
Un hombre de mediana edad, correctamente trajeado, caminaba por la calle.

-Esto está pasando ahora mismo, hermano mío. Ése es Andrés Ventoso y ahora vas a ver lo que le va a pasar.

Al momento los sicarios del “Oráculo Lunar” desparecieron de donde estaban y aparecieron en la pantalla del televisor. Durante varios minutos se pudo ver el secuestro, tortura y horrendo asesinato del pobre Andrés Ventoso. Todo a usanza de los libros de Ángel Calpena.

-Esto lo has decidido tú escritor. Tú lo has escrito. Pero verlo es otra cosa ¿eh? Mira como vemos nosotros tu sadismo.

-¡Vosotros no existís! ¡No sois nada!

-¿En serio, creador? Es un poco decepcionante. Ojalá no fuéramos nada. Toda creación es jerarquía; nuestra existencia es distinta a la tuya y las consecuencias no te tocan. Pero pregúntate esto. ¿De veras nos niegas todo vestigio de vida? ¿De sufrimiento?

-Sois fantasía.

En ese momento el doble de ángel parecía sinceramente melancólico.
-Sí; fantasía. Tendré que creerte. Pero es una fantasía con la que has de tener cuidado. Y ahora si me disculpas…

Y diciendo esto propinó un tremendo puñetazo a Ángel Calpena, al escritor. Inmediatamente la silla se venció al suelo y cayó a plomo. Perdió el conocimiento.
Ángel Calpena volvió a abrir los ojos tras lo que le pareció una enormidad de tiempo. A su alrededor el entorno, al menos, era conocido y algo protector. Era la habitación de su hotel en Villafranca. 

Lentamente se recompuso y dirigió hacia el espejo. Tenía aspecto de agotado e inevitablemente se le vino a la memoria todo el trajín de los últimos meses. La presión de su editorial para publicar su nueva novela en plazo, las polémicas que a veces le acompañan, su boqueo creativo… y como consecuencia su feroz insomnio y debilidad mental. Ahora tenía la sensación de haber dormido años.
-¿Yo un sádico? Qué ridículo. Tengo mi estilo y sé diferencia entre la realidad y la ficción. Y ahora quizá tenga una nueva idea. ¿Así que un doble y juego demente, no? Bueno, probemos. No soy un monstruo. Soy un escritor de terror, cojones.






No hay comentarios:

Publicar un comentario