domingo, 10 de junio de 2018

Lejos de Casa


En la revista que publica la Asociación Psicoanalítica mensualmente he encontrado un caso lo suficientemente excéntrico como para despertar mi interés. Digo excéntrico porque, aunque quizá se hayan visto casos más extremados e impactantes, supone una auténtica anomalía estadística.


Aparte de dedicarme a ser terapeuta, tengo la peculiar desviación profesional de anotar todos los casos que instintivamente me llamen la atención. En el ámbito de mi profesión es un detalle un tanto siniestro y las pocas personas que lo conocen, hablan con sorna (o preocupación) de “mi bestiario”. 

Acaso debiera ser yo el psicoanalizado, pero no lo hago con ningún afán lucrativo como piensan algunos. No voy a mostrar en ningún libro las taras mentales de ningún pobre desdichado, ni voy a usar estos “casos” para ningún fin monetario. Simplemente soy un amante de las rarezas, de las mentes impares, de (como diría aquel libro) “Los Renglones Torcidos de Dios”. Son mi fetiche. Pero también tengo mis razones.

Normalmente suelo tratar de contactar con el terapeuta responsable de “mi mente objetivo” y trato de sonsacarle información de un modo un tanto corporativista. Aduzco que estoy escribiendo algo sobre un caso similar y que necesito más detalles; subterfugios de ese estilo.

El caso que he descubierto sin duda ha calado en mí y ha inflamado mi curiosidad notablemente. A vuela pluma los datos son estos:

-El paciente es un varón de 38 años, sin más peculiaridades de interés que su problema de índole psicológica. Sano físicamente, no ha sufrido nunca lesiones de gravedad salvo una apendicectomía solventada sin mayores incidencias.

-Su afección mental es poliédrica  y abigarrada, aunque quizá tenga una única causa. Se ha descrito así:

Emilio Padrón Izquierdo a sus 38 años padece una unión afectiva y fusional con sus padres que le impide iniciar una vida alejada de sus progenitores. Todas las tentativas de independizarse y vivir lejos del hogar de nacimiento han acabado en fuertes episodios de alucinaciones y delirios que han finalizado con el retorno a casa del paciente bajo una elevadísima sensación de terror.

Interesa añadir algunos rasgos del carácter del paciente: Absolutamente retraído y tímido, inhábil en cualquier relación interpersonal. Apenas si cuenta con amigos y sus referencias a relaciones amorosas o sexuales son vagas y dilatorias.

No pasaba, quizá, de ser un caso levemente extravagante pero era justo lo que yo estaba buscando en ese momento. En la revista venían los datos de su terapeuta actual. Y me dispuse a hacer una visita. 
Ni que decir tiene.

El doctor Julio Arregui Martín participaba de la salud pública pero también disponía de su propia consulta privada. En cuanto entré, de una manera casi refleja, solté un bufido de admiración y algo de envidia. La consulta estaba sita en una casa verdaderamente opulenta. Una consulta tan diáfana y luminosa da ganas de que te aposentes en ella más que de venir a una visita clínica.

Tenía el temor de que el doctor Arregui se mostrase remiso a referirme una cantidad excesiva de información y llevara el secreto profesional hasta las últimas consecuencias. Cosa en cierto modo admirable, pero no siempre acatada. Esta vez, para suerte mía, mi interlocutor mostraba cierta laxitud en el cumplimiento de esta norma.

-Como le iba diciendo, señor Arregui, una revista universitaria se ha interesado en mi línea de investigación sobre problemas de afecto fusionales. Dificultad de separación y fobia al abandono del hogar familiar.

-Bueno, doctor… perdone he olvidado su nombre. Vaya manera de empezar.

-No se disculpe; no hace al caso. Doctor Peralta Ríos.

-Bien, doctor Peralta. Como bien sabrá, estos trastornos no son del todo comunes pero no tan infrecuentes como podría pensarse. Sin embargo, en el caso de Emilio Padrón hay particularidades muy peculiares.

-Sí; en el artículo de la revista se hace mención muy someramente. Se habla de grandes terrores, alucinaciones y ataques de pánico agudos. ¿Podría ampliarme un poco estos episodios?

-No sé si debería; si fuese en el contexto de un simposio o hablando de una monografía…

-Bueno, algo así estoy haciendo yo. Y para eso necesito su ayuda. Considérelo una conversación con fines investigadores.

Me cuesta mucho lucir la mejor de mis sonrisas; tal hábito lo ejercito muy poco. Aun así, creo que en este momento era imprescindible; mi sonrisa era totalmente adorable.

-Bueno le iré ampliando algunas cosas. El señor Padrón tuvo una intentona de emancipación hace aproximadamente siete años. Según parece no estaba complacido con la idea, pero todo fue instigación de sus padres. El caso es que se trasladó  a un piso en alquiler, cerca de su casa y por una cantidad mensual razonable. Ya los días previos el señor Padrón mostraba signos inequívocos de nerviosismo.

-¿Había mala relación con sus padres?

-Todo lo contrario, Emilio Padrón suele mostrar una mansedumbre en grado sumo; y sus padres le adoran. Sencillamente pensaban que irse a vivir fuera de casa le vendría bien para espabilar. Su apego paterno y materno era significativamente mayor de lo que debería. Creyeron que aprendería a defenderse por sí mismo.

-¿Es, por lo tanto, una muestra de infantilismo?

-Parcialmente. Intelectualmente es una persona con un desarrollo normal; podríamos decir que es inteligente incluso. Sin embargo donde se muestra realmente pueril es en la vertiente afectiva. En ese caso es como un niño, sin duda. 

-¿Qué ocurrió en su primera intentona de emancipación?

-Lo resumiré todo lo bien que pueda. La primera noche en que durmió solo en su nueva vivienda fue una auténtica pesadilla.

-¿En qué sentido?

-Comenzó por tener insomnio. Un gran nerviosismo le impedía dormir. A causa de ello se iba a levantar a beber a la cocina, pero se dio cuenta de que la luz de su dormitorio no se encendía. Parece ser que temblando de miedo se decidió a ir a la cocina a oscuras. Cuando llegó al salón, las luces tampoco se encendían. Y aquí empezó a  dispararse la alarma mental de Emilio.

-Bueno, cualquiera pensaría en un apagón.

-Eso pensé yo, pero el radio despertador de su habitación, (ya sabe de esos que dan la hora) si funcionaba. O eso decía. La luz de ese aparato es lo único que ofrecía alguna claridad.

-Comprendo.

-Bien, pues  cuando Emilio volvía a su dormitorio vio a una forma sentada en el sillón de la sala de estar.

-¿Una forma?

-Así lo dijo. Se refería a un bulto, pero no descartaba que fuese la fisonomía de una persona. El caso es que en ese momento también fue capaz de distinguir a alguien al lado del sillón. Alguien que permanecía de pie y que parece que estaba agarrando al bulto del sofá. Según me refirió el propio Emilio en ese momento se sintió absolutamente petrificado, sin opción de movimiento.

-¿Un ataque de pánico?

-Lo que sigue es tan atípico que es difícil de precisar lo que fue.

-Usted dirá.

-Por de pronto se encendieron súbitamente las luces; el “apagón” cedió. Ello nos lleva a que pudo ver perfectamente lo que había sentado en el sillón y lo que estaba de pie alrededor.

-¿Y qué era una y otra cosa?

-Escuche, doctor Peralta, lo que sigue es peculiarísimo y preocupante en extremo. Creo que debo omitir cualquier descripción y limitarme a decirle que lo que vio fue una crisis alucinatoria de niveles agudísimos. Otra cosa sería vulnerar demasiado la confidencialidad.

-No, al contrario; debe contármelo. Una descripción demasiado genérica me resultaría ineficaz. Hay que aislar este comportamiento patológico mediante las características de su peculiaridad.

-Esto es muy irregular. De todos modos me parece lo suficientemente inquietante como para que no se estudie.

-Razón de más, Doctor Arregui.

-Lo que vio al lado del sillón era una especie de hombre; el señor Padrón utilizó la palabra “bestia”. 
La descripción más concreta era la de una deformidad; una altura desproporcionada, color de piel verdoso, facciones arrugadas, el cuerpo cubierto totalmente de pelos por todas partes. Y lo más amenazante: unas uñas largas y afiladas como cuchillas que acariciaban amenazadoramente la yugular de la persona sentada.

Sin duda cumplía los requisitos de una fuerte alucinación. El caso me iba interesando cada vez más.

-Luego era una persona la “forma” del sofá.

-Era su padre. Y la bestia (llamémosla así) lo sujetaba por el cuello y le acercaba hacía allí su uña. La visión de su padre le gritaba pidiendo auxilio. Finalmente la bestia hendió su uña en el cuello de su víctima y se lo rebanó. Al instante este monstruo se petrificó, se convirtió según palabras textuales de Emilio Padrón en una aterradora estatua.

-Asombroso sin duda. Debió ser pavoroso.

-Lo fue. Pero ahí no quedó todo. Mientras Emilio gritaba de una forma sorda, un ruido se iba a aproximando desde el cuarto de baño. Algo se aproximaba.

-Eso es ya un delirio.

-Quizá, pero lo que se aproximaba acabó por llegar. Y en esta ocasión era su madre. Su madre arrastrándose por el suelo, luchando denodadamente por levantarse contra una especie de peso que parecía aplastarla. Según tengo referido, parecía más un reptante que una persona. Esta visión, se debatía furiosamente en el suelo sin poder incorporarse. Igualmente que su padre inmediatamente antes, pidió auxilio.

-¿Y el resultado fue similar?

-Juzgue usted. Esta “madre reptante” acabo tronchada por el peso invisible que antes le indiqué. Según Emilio se oyó un enorme crujido, su madre soltó un esputo de sangre y murió.

-¿Cómo reaccionó Emilio Padrón ante este espectáculo?

-Sumamente mal, como es de esperar. Guardó algo de consciencia para llamar inmediatamente a la casa de sus padres para comprobar cómo se encontraban. Esta visión no solo es que le pareciera un mal presagio o algo funesto. Creía que a sus padres les había pasado algo similar.

-¿Y bien?

-Sus padres estaban perfectamente. ¿Qué se esperaba? ¿Que la barbaridad que había visto fuese real? 
Era claramente una alucinación. Lo que consiguió fue alarmar poderosamente a sus padres. No es de extrañar conociendo el estado de Emilio cuando se produjo la llamada.

-Supongo que esto abortó la intentona de emancipación.

-Tal cual; volvió a casa de inmediato. Dócilmente, como un niño en busca de su habitual protección.

-Creo que hubo otro episodio…

-En la segunda intentona. ¿Es necesario que sigamos hablando de esto?

-Para mí sí, ya le digo.

-Escuche, se lo esbozaré como mucho. De ahí no pasaré. Ya me siento incómodo contándole lo dicho hasta ahora.

A veces es importante soltar un poco las riendas; hice una pequeña concesión que trataría de manejar, si me era posible.

-Muy bien, dígamelo a su manera.

-Unos años después Emilio Padrón trató, de nuevo impelido por sus padres, de marcharse casa. Esta vez aguantó un par de días sin que ocurriese una da reseñable; las incomodidades propias de la adaptación a una nueva situación.

No juzgué conveniente interpelar al doctor Arregui con ninguna demanda de aclaración. Su talante era obstinado; parecía querer acabar cuanto antes.

-Emilio Padrón es una pobre persona, un asustadizo débil. Al tercer día se encontró a sí mismo aterrorizado escuchando un llanto; un llanto incesante al parecer. Alguien parecía estar llorando siempre en la habitación contigua; si Emilio se encontraba en el dormitorio, el llanto parecía venir del salón de estar; si estaba en el salón de estar lo escuchaba en la cocina. No tardó mucho en desquiciarse. Mentalmente es un hombre desarmado.

-¿Y así volvió de nuevo a su casa?

-Sí; pero no sin antes armar un buen revuelo en su bloque. Fue llamando prácticamente a todas las puertas preguntando si alguien había oído el llanto, o si era alguno de los propios vecinos el que lloraba. La cosa subió de tono; Emilio Padrón estaba fuera de sí.

-Y su familia acudió a usted.

-En efecto. Después de su primera experiencia negativa, también fue a un terapeuta, pero como una vez en su casa pareció volver en sí… la terapia no tuvo mucho recorrido. Yo me he encargado de él más profundamente.

-¿Y su juicio es…?

-Lo que expongo en el artículo. Ese muchacho está atado a sus padres por un vínculo emocional indestructible; si se aleja de su casa, su mente empieza a perder el control. Ya había visto alguna vez estos trastornos fusionales… pero no a este nivel. Mientras vivan sus padres no veo probable que puede vivir por sí mismo.

-¿No le ve cura?

-En realidad, sería muy difícil. He seguido de cerca su vida y ya le cuesta incluso irse de viaje solo por una noche. Según lo veo, el pronóstico es poco halagüeño.

Poco a poco iba meditando lentamente las respuestas del doctor Arregui y acomodándolas en mi cabeza de la forma más razonada posible. Estuve un rato más hablando con él, lamentándome por la desgracia del pobre Emilio Padrón.Le pedí un último favor.

-¿Me dejaría echar un ojo a su expediente? Un resumen a vuela pluma de los que haya recogido.
-Doctor Peralta…

-Se lo ruego.

Poco más iba a poder sacar de ese hombre; me dejó echar un vistazo fugaz. En realidad no me hizo ninguna falta. Solamente necesitaba un dato, que el doctor Arregui no podía sospechar, y que venía en la primera hoja de la ficha. Furtivamente eché un vistazo, en apariencia desinteresado.

-Me ha sido de mucha ayuda, señor Arregui. Quizá esté en contacto con usted para comunicarle la evolución de mi estudio.

Y diciendo esto, me marché  con buen sabor de boca. Había obtenido lo esencial a última hora: Lo que furtivamente miré en el expediente fue la dirección de Emilio Padrón y su teléfono. Me satisface el provecho que en ocasiones puedo sacar de una de las virtudes que honran mi persona. La bendita memoria fotográfica. ¿De qué otro modo podría haber procedido? Arregui nunca me hubiera dado de buen grado la dirección de Emilio Padrón; bastante información me facilitó con el celo mostrado por mantener la privacidad de su paciente.

Traté de sacar utilidad a la recién conseguida dirección, en aras de obtener mi propósito último. Hube de fingir que era un asistente del doctor Arregui y que me habían encomendado una visita domiciliaria para seguir definiendo el tratamiento. Insistí mucho hasta que se convenció la familia. Los planes, por muy estudiados que estén, requieren de una porción extraordinario de suerte, y de momento me iba favoreciendo.  Una tarde tras acabar de pasar consulta me acerque al hogar de los Padrón Izquierdo. Mi principal objetivo, claro está, era Emilio, sin embargo como disimulo se me ocurrió hacer una entrevista previa a sus padres.

-No acabamos de entender su visita doctor Peralta, Julio Arregui ya suele verle un par de veces por semana. Y en su consulta.

Quien así habló era Joaquín Padrón, padre de Emilio. Justo a su lado se encontraba su madre, Ángeles Izquierdo.

-Le estoy asistiendo en este caso, tengo experiencia en el tratamiento de estos trastornos fusionales. Y además me interesa mucho el caso de su hijo.

-Como ya le ha dicho mi marido ya está en terapia ¿supone esto un nuevo tratamiento?

-Supone una nueva perspectiva. Por favor, tengo que hacerle un par de preguntas. Apenas nos llevará nada.

Tuve la impresión de haber sorteado, por los pelos, un obstáculo.

-Empecemos.

Hice un par de preguntas obvias, de las cuales yo ya tenía indicios o respuestas, sobre el inicio y la evolución de su trastorno, y me centré en el principal objetivo. El temeroso Emilio.  Tras no poca diplomacia, bien condimentada de vaguedades y embustes, se me concedió la petición de tener una entrevista a solas con Emilio en su habitación. Un par de toques en la puerta obtuvieron una débil respuesta de “adelante”. Para mí fue toda una aquiescencia.

-Hola Emilio. Soy el doctor Peralta. Supongo que tus padres te habrán dicho que venía; esperaba verte con ellos afuera, mientras me presentaba.

-No sé en qué podría haber ayudado. Ya estoy en terapia con otro doctor. Lo que usted deba saber de mí, ya lo sabrá mediante el señor Arregui.

-Necesito que me ayudes y yo, quizá, pueda ayudarte. Probablemente nos beneficiemos los dos.

Mientras hablaba, me iba fijando en cómo era su habitación. Tres cuartas parte de la misma, puede que más, estaban ocupados por discos y libros.

-Creo que la conclusión está clara ¿no? Soy un niño. Un niño encerrado en un cuerpo de treinta y ocho años. Un cachorro que no acepta que haya que separarse de sus padres.

-¿Bromeas? No conozco un niño que tenga en su habitación las “Lecciones de Física” de Feynman. 
Tu desorden es puramente emocional; ahí sí que te aproximas a un niño.

-Todos dicen eso. Sin embargo uno se mueve más por emociones que por intelecto. Los sentimientos nos determinan.

-Discutible. Mira, no voy a preguntarte mucho; solamente voy a decirte alguna suposición y tú me dirás si estoy en lo cierto o no. No te preguntaré nada como tal; si acaso te pediré que expliques el sí o el no.

-Viene con ideas establecidas ya. O no es tan grande su curiosidad como dice o realmente está aquí más por sí mismo que por mí. De acuerdo, no veo grandes impedimentos.

Chico listo este Emilio. Infantil o no, pensaba con sutileza.

-Entonces allá vamos. Emilio, tus episodios de terror han pasado más veces ¿no? No con tanta intensidad como en tus intentos de emancipación, pero sí de forma más moderada; pero muy molesta. 

Te ha pasado también estando de vacaciones, de excursión, quizá en viajes de trabajo. No puedes ni pasar una noche fuera de casa.
Me quedé mirando a Emilio, aguardando su respuesta.

-Es más común de lo que dicen mis informes supongo, sí. El doctor Arregui lo intuye hasta cierto punto, pero no he sido nada explícito al respecto. Y con usted tampoco. No voy a darle ejemplos.

-No los quiero.

Lo dije secamente, tratando de aparentar neutralidad y objetividad. Usar la frialdad como máscara fue mi estrategia para disimilar mi peculiar implicación en el asunto. Y mi tónica siguió por ahí.

-Nos engañas ¿verdad?

-¿Perdón? ¿Piensa que me lo estoy inventando todo?

-No; claro que no. Pero no crees que la psicología te vaya a ayudar. Nos das unas respuestas simples para entretenernos, pero tú ya tienes la tuya propia. Tus visitas con el doctor Peralta son… un paripé. Seguro que lo haces para que tus padres se sientan más cómodos; para que no se alarmen. Así, que dejemos de perder el tiempo y dime que solución, qué respuesta te has dado a ti mismo. Y nos ahorraremos tiempo.

Había asombro en sus ojos, incluso puede que pasmo, pero era un gran disimulador; alguien con una capacidad sobrehumana de reprimir, disfrazar y disimular emociones.

-Vaya, en efecto sí que traía ideas muy claras sobre mí. ¿Quiere una respuesta larga o corta?

-Tengo tiempo.

-De acuerdo, pues. De aquí, de mi casa, solo me sacará la muerte; o la mía o la de mis padres. ¿Sabe de maldiciones? Mientras estén vivos estoy ligado indefectiblemente a ellos. En realidad no sufro; los quiero. Pero cuando solo quede yo ¿qué pasara con mi maldición? ¿Seguiré viendo horribles visiones, y espectros; seres trágicos e imágenes de muerte? Soy la maldición del que no está hecho para durar.

-¿A qué te refieres?

-No duraré mucho tras la muerte de mis padres. La vida será insoportable, me acuciarán visiones, se abrirá un infierno tras de mí. Veré muertos y demonios, una premonición del fuego. Pero digamos que quien conoce su destino no teme tanto a lo peor.

-Tu solución es la resignación. La terapia te sale por un oído y te sale por otro.

-Claro. Puedo contarte mucho más si quieres. Lo necesitas.

-Vuelvo a no entenderte.

-Claro que sí. Tus ojos son los que veo cada mañana en el espejo. Son los de un parias que ha visto muchas apariciones noctámbulas. A vivos muertos. Son como los míos. No pensará que le he contado todo esto así sin más. Me reconozco en usted ¿Cuántas veces has intentado irte de casa?

-¿Y no temes que cuente nada?

-No; solo piensas en ti. Has venido aquí para ver si puedo ofrecerte una vacuna. No la hay. Tú tampoco crees en la psicología. Pero dada tu profesión tu situación es peor ¿no crees? Puedo ayudarte a sobrellevarlo, si quieres.

-Bueno Emilio, esto toca a su fin. Gracias por recibirme.

-¿No desea que nos volvamos a ver?

-Si no es necesario, no. Yo me doy otra respuesta. Quiero encontrar la vacuna, como dices. No asumir mi suerte como inevitable.

-¿Y te ayudará la psicología? ¿Crees que es freudiano lo que ves cuando te alejas de casa?

-No lo sé. Suerte Emilio.

Salí de la habitación y de la casa de Emilio con una legítima pesadumbre. La del que aguzando su oído es capaz de escuchar su mal. Yo también tengo problemas fusionales, claro. Y hasta ahora toda mi ciencia ha sido incapaz de ayudarme. Emilio Padrón ha sido una parada más, otro paso en falso. Tendré que volver a investigar, a husmear. Pero a partir de mañana; ahora es tiempo para volver a casa de mis padres. Su visión me hará plantearme, de nuevo, cuánto durará todo.


No hay comentarios:

Publicar un comentario