Me acuerdo de Ángel, me acuerdo
muy bien. A veces con pena, a veces con
orgullo y a veces todavía con curiosidad. Yo fui uno de los pocos, diría que el
único, que le escucho cuando su visión del mundo se fue a pique, cuando no era
posible adivinar que pasaba a su alrededor. El problema es que Ángel no se
reconocía así mismo tal como era, ni adivinaba lo especial de su existencia.
El día en que pude hablar con él
fue un día extraño, absolutamente insólito. Pero puedo recordar muy bien lo que
me dijo; eran las siete de la tarde de un día de Junio y yo estaba sentado en
la mesa de un bar leyendo distraidamente un periódico. Se sentó conmigo. Me
contó, con todo detalle, la atípica jornada que había tenido. Fue más o menos
así:
Primer día
-Todo empezó a ir mal cuando salí
de casa. ¿Ha sentido alguna vez que el mundo entero le odia, que hay una
general animadversión contra usted? ¿No? Pues eso es lo que me está pasando
hoy.
¿Que en qué lo noto? Dios mío,
por dónde empezar. Esta mañana al salir hacia el trabajo me encuentro con el
vecino que vive justo encima de mí; alguien cabal, amable. Sin venir a cuento
me empieza a arrojar una sarta salvaje de insulto. ¡Incluso cerró su puño a la
altura de la cara, amenazándome!
No, claro que no le había hecho
nada. Según él hice un ruido terrible hasta bien entrada la madrugada y apenas
le dejé dormir. Y créame que es mentira. ¡Si me fui a la cama a las 23:30!
Exactamente igual que todos los días. Bueno, pues no paraba de insultarme. Sin
duda quería pelea, así que me disculpé a toda velocidad y salí poco menos que
corriendo.
Y aún hay más. Todavía seguía
dándole vueltas al desencuentro con mi vecino, cuando de puro despiste, crucé
un paso para peatones cuando un coche estaba prácticamente encima. ¡Menudo
frenazo tuvo que dar! Pues acto seguido el conductor salió del coche y me dio
un empujón que casi me tira al suelo ¡Cómo lo oye! Ni siquiera me preguntó cómo
me encontraba o se interesó por mí. A ver, pasé a destiempo por el paso de
cebra. Pero aparte de cabrearse ¿no podía hacerse cargo del susto que llevaba?
Y lo más desagradable fue el corro que se formó a nuestro alrededor. ¡Cómo me miraban todos! Eran unas miradas de
profundo desprecio ¿y sabe qué? ¡Todas las expresiones eran iguales, uniformes!
Es como si todos reaccionaran como uno solo.
No, oiga, no me estoy inventando
nada. Es tal como se lo digo. Y queda más. Yo al trabajo voy andando ¿sabe? No
me pilla muy lejos. Pues el resto de trayecto seguí pasándolo fatal, la gente
me miraba con infinito desprecio al pasar. Algunos incluso parece que se
chocaban contra mí aposta, aunque miraran para otro lado.
¿Qué si no me encaré con nadie?
Pues no, supongo que no está en mis genes eso de pelear. Mejor ser manso que no
acabar mal en una refriega. O eso pienso yo. El caso es que al llegar a mi
trabajo mi jefe me echa un broncazo bestial, a grito pelado, con una expresión
de extravío que había que verla.
¡Qué miedo! Y tampoco tenía razón ¿eh?
Solamente llegué tres minutos tarde y encima había tenido que pararme por el
incidente del coche y todo eso. Pues nada, no atendía a explicaciones.
Lo de mis compañero de trabajo
también fue bueno. De primeras, nadie
respondió a mis saludos. Para ellos era invisible, ni me miraban a la cara.
Pero ojalá hubieran seguido así todo el día, a la hora de comer todo cambió.
Pues verá, nosotros comemos en
una pequeña cocina dentro del edificio en el que trabajo. Te calientas tu
tupperware en un microondas y ya está. Bueno, pues coincidí con algunos
compañeros en la cocina y todo desembocó en burlas. Se burlaban de mi
impuntualidad, del incidente con el coche (que habían oído al contárselo a mi
jefe). Me tachaban de torpe, cegato, retrasado, caradura. Algunos incluso me
daban manotazos en la cara, mientras me babeaban encima y se reían como hienas.
Apenas pude probar bocado.
No señor, ¿cómo iba a revolverme?
Eran varios, ya le dije que parece que hay una confabulación contra mí. Me
hubieran dado una paliza. Casi agradecí que después de comer volviera a ser
invisible. El desprecio, cuando es tranquilo es mucho mejor.
Al acabar la jornada de trabajo
salí de la oficina teniendo la sensación de salir de una prisión para
desembocar en un territorio comanche. Todo el mundo me observaba con enemistad
manifiesta; vi amagos de escupitajos, incluso. Me agobié, y viendo que había un
banco aproveché para pararme y descansar. Yo me estaba convirtiendo en un
proscrito, en un réprobo.
Al cabo de unos momentos, un
hombre se sentó a mi lado fumando un puro. Era un hombre ya entrado en la
cuarentena, grueso, un poco zafio. El humo del puro comenzó a molestarme,
molestia que se vio aumentada por la sensación, cada vez más evidente, y menos
disimulada, de que aquel hombre exhalaba el humo sobre mí directamente, adrede.
No, bueno esta vez no me aguanté
del todo. Le recriminé un poco, ¿entiende? Le dije que si por favor podía
apagar el cigarro o por lo menos echar el humo hacia otro lado. En buena hora.
Su cara pasó de furor y de furor a enojo. Me dijo algo así como: “¿Es que no
puede fumar tranquilo en la calle?
¿Quieres que te meta el puro en un ojo?” Y
haciendo ademanes furiosos amagaba con pegarme, o eso creía yo.
Agitado y alerta por todo lo que
había pasado ya durante todo el día, me levanté del banco y fui casi caminando
semiinconsciente hasta que llegué, más por azar que por orientación, cerca de
este bar, “Maese Pérez”. Y aquí estoy.
-Ya veo, señor. Menudo día.
¿Puedo preguntarle por qué yo no le doy miedo?
-¿Perdón?
En ese momento Ángel me miró con
infinita aprensión, como si el oasis que podía ser su conversación conmigo se
estuviera desvaneciendo. Yo le tranquilicé.
-No, no se asuste. No me molesta
en absoluto su conversación. Solo me extraña en que en un día en donde todo el
mundo es agresivo con usted sin motivo, haya tenido el digamos… valor de
sentarse a mi lado tan instintivamente.
-No, no lo sé. No lo pensé mucho.
-Ni lo piensa más. Me interesa su
caso. Pero dígame ¿no ha sentido hoy el impulso de responder a la agresión? ¿De
gritar, pelear, responder…? ¿Es en serio?
-Y tan en serio. Debo tener un
bloqueo con mi agresividad, o yo que sé.
-¿Y no ha visto ningún patrón en
la actitud de los demás?
-No entiendo.
-Un montón de personas distintas
le han hecho el día imposible, es muy raro. ¿No tenían nada en común? Señor…
-Villalobos, Ángel Villalobos.
No, no veo que hubieran de tener alguna relación.
-Supongo que ha sido un día
extraño. Oiga, tengo que irme. Si no vive muy lejos podría acompañarle a casa.
-No, no es preciso. Vivo a unos
cinco minutos, pero trataré de ir solo.
-Como quiera. Ah, por cierto
suerte que el azar, como usted dijo, le ha traído al “Maese Pérez”. Justo a este bar cerca de su casa.
-¿Eh? Ya, no sé. Hoy estoy
diciendo muchas tonterías, supongo.
Nos despedimos y le vi trasponer
calle arriba. Su andar era una definición de lo que era; aquel hombre era la
resignación.
Segundo día
El día posterior fue, al menos
para mí, una réplica del anterior. Y supongo que para Ángel, desgraciadamente,
también. Vino a mí de nuevo, con el rostro demudado en algo absolutamente
doliente, y con un aspecto exhausto y desmoralizador.
-Señor Villalobos, no me diga que
hoy le pasado lo mismo. Parece que está frenético.
-¿Por qué me odia todo el mundo?
Y como pudo, comenzó el relato
del día:
¿Frenético? ¿Cómo quiere que
esté? Otro vecino ha venido hoy acusándome de lo mismo que ayer. ¿Pero por qué?
¡Yo no armo escándalos! Le chisté un poco e insinué que si se había confabulado
con el otro vecino. ¡Por Dios! ¡Me cogió de las solapas y me zarandeó! Me
desasí como pude y salí a la calle. ¡y qué espectáculo!
¿Que qué ocurrió? ¡En las
terrazas! ¡Todo el mundo estaba en las terrazas observándome e insultándome!
También me arrojaban objetos y alguno me decía que, o me iba del edificio
o quemarían mi casa.
¿Sabe lo que hice después? No, no
fui a trabajar. Tenía que acabar con aquello. No, ¿cómo voy a usar la
violencia? Me habrían aplastado entre todos y además… yo no tengo instintos
violentos.
Pues intenté solucionarlo yendo a
la policía. A denunciar a mis vecinos. Ya, ya sé que el problema es con todo el
mundo, pero necesitaba que alguien me auxiliara… y menudo error. En comisaria
me dijeron que mi denuncia era una estupidez y que les dejase en paz. Traté de
razonar, pero me echaron a patadas: “si volvemos a verle por aquí, le metemos
al calabozo, ¿está claro?
No podía más, me senté en un
banco y me eché a llorar. La agresión se multiplica cuando sabes que estás
solo, que no tienes a nadie que dé la cara por ti. Es un horror. He andado todo
el día por ahí, ya no he ido a trabajar; he estado vagando sin rumbo y la
sensación de estar en un territorio comanche ha vuelto. En un momento dado ha
caído una maceta a mi lado. ¡Joder, quién sabe si sería para mí! ¿Es qué
quieren matarme? Oh, Dios.
Pues no he hecho nada más que dar
vueltas y vuelto a parar aquí igual que ayer, casi sin pretenderlo.
En este punto decidí refrenar a
Ángel y tomar el control de la conversación.
-Siento curiosidad señor
Villalobos. Sé que es una pregunta que ya le hecho unas cuantas veces entre
ayer y hoy. ¿Por qué no se defiende? Maldiga, pelee, responda. Todos tenemos un
límite por Dios.
Me cuesta entender su…
pacifismo.
- Ya se lo he dicho, no estoy
hecho para eso. En mi cabeza no cabe la violencia.
-Ya veo, ya. Pues acaba de decir
algo muy importante.
-¿El qué?
-Que usted “no está hecho para
eso”. Es totalmente correcto
-Y.. ¿y usted qué sabe?
-Lo sé, señor Villalobos. Es como
algo que no encuentra en su cabeza. La agresividad. Ni siquiera es un bloqueo.
Sencillamente es algo que no existe. ¿Siempre ha sido así?
-¿Siempre? Siempre… siempre…
Ángel se quedó sin capacidad de
reacción y balbuciente como estaba hice un esfuerzo por traerle de vuelta con
una pregunta.
-Dígame algo muy sencillo. ¿Qué
día es hoy?
-¿Disculpe?
-Le pregunto qué día es hoy; qué
día del mes.
-Pues… 15 de Junio de 2023.
-Tenga esto, señor Villalobos.
Y con un gesto rápido le entregué
el periódico que estaba leyendo.
-Es el periódico de hoy; lea la
fecha.
-18 de Junio de… 2025. No puede
ser, oiga. Solo me faltaba esto. Sé en qué día vivo.
-Está en lo cierto. Lo sabe. Y
además no se le puede achacar ningún error.
-No…no sé qué pasa.
-¡Asterión!
En aquel momento se quedó mi
atribulado amigo se quedó estático e inerme; una peculiar catatonia de había
apoderado de él. Y todo el mundo en el bar se acercó y nos rodeó; me dirigí a
ellos.
-Bien chicos, esa era la palabra
clave. El armatoste ya está desconectado. Todo el experimento ha salido
razonablemente bien, creo. Dejad de actuar.
La gente de alrededor se movía
entre el alivio y la alegría; incluso algunos aplaudían. Los empleados de
logística se llevaron el cuerpo cibernético de mi creación. Yo salí a la calle
a fumar tranquilamente mientras recapacitaba. Toda la gente se dispersaba como
si fueran trabajadores que ya hubieran fichado para salir. Mi jefe, el
Coordinador de Desarrollo y control de nuevos Modelos se acercó a mí, un poco
zumbón.
-Vaya ingeniero egocéntrico,
ponerlo tu nombre a tu mejor obra. “Ángel Villalobos”.
-¿Cómo querías que le pusiese,
“Terminator”? Necesitaba un nombre asumible, y el mío era el que estaba más a
mano. ¿No me felicitas? Todo ha ido de perlas.
-Claro que sí. ¿Pero no
tendríamos otro modo de testar si los ciborgs serían capaces de agredir a
alguien, incluso en situación de extrema tensión?
-Una simulación es el testeo más
fiable. Además la Corporación nos paga muy gustosa esta réplica de un barrio,
construida casi en medio de nada. No escatima ni actores, su pasión por la
inteligencia artificial indiferenciada les debe encantar.
-Lo de “indiferenciada” les
gustó, por culpa de gente como tú. Cíborgs que no saben que lo son, con sus
recuerdos y tal.
-Esa es la mejor manera de evitar
que cualquier inteligencia autónoma se rebele ante su humano creador. Hacerle
creer que es humana. Y que no tenga conciencia del día real en que vive tampoco
viene mal. Ya mejoraremos. Y ahora ya sabemos que su nivel de sumisión y
mansedumbre es total. Ya podemos pegarles, son unos corderitos.
-Y esclavos, Ángel.
-Ja, tus escrúpulos no son los
que te han llevado hasta aquí. Bueno, te invito a una cerveza en el “Maese
Pérez” éste. Dicen que, además de real, es muy buena.
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