lunes, 7 de mayo de 2018

Las Tres Profecías (Parte I)


El origen de que todos la llamasen “Ojo Negro” supongo que está en ese indefinido cajón desastre esotérico que suelese dar en llamarse “mal de ojo”. No sé muy cómo empezó a asociarse a Marina Ramos, tal era su nombre, con esas pequeñas hechicerías; tengo mis dudas sobre si se inició en ellas al verse excluida del pueblo o se excluyó del pueblo por iniciarse en ellas. Los que podían resolver nuestras dudas, o bien no existían o bien preferirían hablar de cualquier otra cosa. Pero que  Marina Ramos era perita en artes poco comunes, acaso maléficas, era dado como cierto por todos.

En Peñascal de la Molina solamente los niños o los considerados tarambanas incurables tenían relación directa con Marina. Unos por su connatural bisoñez y otros por sabe Dios qué extraños, inconscientes o burlescos motivos. Mis amigos y yo estábamos en el primer grupo; a nuestros trece años y con todo tipo de facilidades para aburrirse en aquel pequeño pueblo, buscábamos ocio en las travesuras y evasión en lo prohibido. Y acercarse a la casa de “Ojo Negro” lo era.

Vivía en una casa en lo que podríamos llamar las afueras del pueblo, pero en realidad no formaba parte de él. Su residencia estaba en una ermita desacralizada, según dicen, desde tiempos de la guerra. Antes vivía en el mismo pueblo, pero su casa se incendió por motivos no del todo esclarecidos. O eso cuentan. Tras llegar a un acuerdo con las autoridades de Peñascal se le cedió aquel terreno, pues el culto debido a ella se oficiaba ya desde hace mucho en otra ermita al otro extremo del pueblo.

Éramos una pandilla de tres amigos de unos trece años. Mis amigos eran Felipe y Lorenzo; mi nombre es Diego. No estábamos a disgusto en Peñascal, pero poco a poco el pueblo se nos iba haciendo pequeño y todos teníamos la certeza de que nuestro futuro estaba lejos de allí. Pero no teníamos impaciencia, sencillamente ya habría su oportunidad. Lo que cuento ocurrió un verano en que tratábamos de distraer el aburrimiento con cualquier ocurrencia. Recuerdo con aprensión que fui yo quien propuso la de aquel día.

-¿Ir a ver a “Ojo Negro”? ¿Para qué?

-¿No habéis oído lo que dicen que puede hacer? ¿Tú si te animas Lorenzo?

-No sé yo… ¿qué puede hacer esa tía?

-Me han dicho que puede leer el futuro.

Felipe parecía más o menos convencido pero Lorenzo, se le veía a la legua, se mostraba muy renuente. Quizá asustado.

-Siempre nos han dicho que no rondemos por allí. Es muy rara y no hace cosas normales. ¿Qué vais a decirle?

-Pues que nos diga el futuro, si saldremos de Peñascal, qué seremos de mayor..

Mientras enumeraba estas razones, se me ocurrió acudir a la razón más persuasiva para el sexo masculino de cualquier edad: la acusación de cobardía.

-No soy cobarde, pero es que no me gusta el sitio.

-Bueno, pues quédate solo. Felipe y yo nos vamos ¿no?

-Sí; cuenta conmigo.

-Lorenzo, cobardón, luego te vemos. Hasta luego.

-Parad, parad, ya voy.
Era las seis de la tarde más o menos y nos dirigíamos a un lugar que nos estaba vetado por nuestros padres desde la más tierna infancia. El impulso del descubrimiento agitaba nuestros corazones, pero en el de Lorenzo había también un temor particular.

La casa/ermita estaba unos metros afuera del pueblo, al borde la carretera. Su aspecto se mantenía descascarillado desde que alcanzábamos a recordar; la fachada blanca, necesitada de un buen repaso, y una gran puerta viejísima de hierro.  Por dentro no debía de haber apenas iluminación natural a tenor de la pequeñez de las ventanas. De entre todas las moradas capaces de inspirar confianza, ésta no estaba ni por asomo en la parte alta de la clasificación. Ni siquiera yo estaba muy seguro de cómo obrar.

-¿Bueno y qué hacemos?

Lorenzo y Felipe me observaban con una perezosa cara que daba a entender que la iniciativa debía ser mía. De todos modos Felipe parecía decidido a hablar.

-Bueno, podemos probar a llamar a la puerta y decir lo que queremos. Lo del futuro.

-¿Así de fácil? Bueno, supongo que la gente que viene a eso lo hace así.

Acabando de decir esto me acerqué a la puerta metálica y tímidamente la golpeé con mis nudillos. 

Tras ello, silencio. Ningún signo de agitación o movimiento dentro de la casa. Nos llamamos a consulta mutuamente mirándonos desorientados a los ojos.

-Bueno, ya he golpeado una vez. Parece que no hay nadie. ¿Qué hacemos?

-Ya que la idea ha sido tuya dale otra vez. No hay que tener miedo ¿verdad?

Lorenzo parecía deseoso de devolverme los comentarios insidiosos sobre miedos y valentía.

-Cállate ya. Ya le doy otra vez.

Me atreví a llamar un poco más fuerte con los nudillos y de una forma intangible supe que esta vez sí que habíamos sido oídos; si bien en principio nada sucedió. Lorenzo y Felipe ya estaban dando media vuelta, cuando les detuve.

-Esperad, creo que oigo alguien a acercarse.

Al punto, se oyó un cerrojo descorrerse y la puerta se fue abriendo lentamente, como si por pura edad el metal estuviera ya convaleciente. Cuando se hubo abierto en su totalidad, nos encontramos de frente con Marina “Ojo Negro”. Sé que a las mujeres que en los pueblos se dedican a prácticas de ocultismo, o al menos a las que eso atribuyen, las suelen pintar viejas y afeadas; sus rostros deben inducir al terror o a la desconfianza. Sin embargo este no era el caso. Para empezar no era anciana, si bien tampoco era joven. Creo que recuerdo que debía tener una cuarentena corta, rostro no del todo desagradable y una expresión, como mucho, neutra. En realidad tenía un aspecto bastante usual.

-¿Puedo ayudaros, niños?

No había motivo para el mutismo ni para la congoja, no obstante ninguno de nosotros tres dijo nada. No había ningún motivo, digo, porque la voz era fina, tirando a dulce; no parecía haber nada maléfico en ella.

-¿Y bien?
Como oficiosamente yo lideraba la expedición y además era el que había ejecutado la llamada, reuní el arrojo suficiente para si quiera enunciar lo que queríamos.

-Pues… verá. Nos han dicho que..

-¿Qué os han dicho? ¿Que maldigo? ¿Que malogro las cosechas? No necesito más tonterías, largo.

-El futuro, queremos ver el futuro. Nos han dicho que usted puede leerlo.
Nos quedamos de piedra Felipe y yo, el apoquinado y timorato Lorenzo, fue quien expreso más claramente el motivo de nuestra visita.

-¿El futuro? No sabéis lo que decís, criaturas. Creéis que es un juego y yo no estoy para esas cosas; volveos.

-Tenemos dinero, ya sabemos que no es un juego. Y yo no creo las cosas malas que dicen de usted.

Mediante el alago y el peculio parece que conseguí horadar su resistencia. Nos miró con una luz levemente distinta.

-Pues hacéis muy mal, los desconfiados suelen ser más juiciosos. De todos modos entrad, e iré viendo qué es lo que pretendéis.

Y así nos introdujimos en el interior de su casa.

Si ya de desde fuera me daba la impresión de que la morada debía de ser oscura, la primera imagen que tuve de ella desde el interior fue incluso mayor. Aparte de razones arquitectónicas (tamaño de las ventanas) Marina parecía empeñarse en querer velar la luz aún más mediante sus propios medios. 

Unas cortinas negras y unas ventanas a medio cerrar aumentaban la penumbra en derredor. Cuando nuestras pupilas pudieron enfocar correctamente la estancia donde estábamos, nuestro ánimo se ensombreció casi mimetizándose con el aspecto de aquella casa. Yo, que pretendía ser el cabecilla de la incursión tome la palabra. Nobleza obliga.

-Como le hemos dicho fuera queremos que vea nuestro futuro. La gente dice que puede hacerlo.

-¿Qué gente? ¿Conocéis de alguien que haya comprobado una profecía exitosa por mi parte?

-Son rumores, la gente habla; pero como le decía afuera, tenemos dinero.

- Eso está muy bien, pero creo que es preciso que os explique que lo de “ver el futuro” no es lo que creéis.

Yo seguía llevando el peso de la conversación.

-¿Entonces no puede ver lo que va a pasar?

-Sí que puedo, pero el futuro el un concepto demasiado amplio y poderoso. Es como una fuerza viva que muere en el presente. Y continuamente está muriendo. Yo solo puedo ver fechas decisivas, un punto concreto que será destacado en vuestra vida. Para lo bueno o para lo malo.

Felipe, que había ido aumentando su curiosidad, elevó su propia pregunta.

-¿Y qué momento es ese?

-Depende de cada cual. A veces a priori incluso no parece importante hasta que llega y se interpreta correctamente.  ¿Aún queréis gastar vuestro dinero?

Yo miré a mis dos amigos, pero levantaron los hombros y no recibí respuesta alguna. Marina daba sensación de neutralidad, no se asemejaba a ninguna bruja o hechicera que se comiese a niños, pero tampoco había nada de angelical en ella. “Haced lo que queráis, no me responsabilizo”, es lo que parecían expresar sus ojos. Ya que estábamos allí, al menos que fuese para algo.

-Por mi parte sí.

Me volví a mirar a mis dos compinches y ambos asintieron despaciosamente.

-Muy bien, os cuento cómo lo haremos.

-¿No nos pregunta cuánto llevamos?

-Lo que llevéis me vale.

Acto seguido comenzó su explicación.

-Es muy fácil, solamente tenéis que colocaros con la espalda pegada a aquella pared del fondo y poner los brazos en cruz. Permaneceréis así quietos hasta que tenga una visión. Será una visión breve: como os he dicho, un momento de vuestra vida futura. Lo que vea lo iré escribiendo y os lo daré. Yo, probablemente, cuanto acabe de escribir recordaré muy poco sobre ello. No me digáis nada, ni leáis lo que haya escrito hasta que esteis fuera de aquí.

-¿Si no se acuerdo de lo que ha escrito, cómo sabe que es importante?

Mi pregunta sonó casi arrogante, sin embargo Marina permaneció inmutable.

-El futuro no se comporta banalmente, si se presenta será para mostrarnos hechos trascendentes. 

¿Empezamos?

Ni que decir tiene que yo fui el primero en someterse al adivinamiento. La pared en la que tuve que apoyar mi espalda estaba al fondo del todo, en el extremo opuesto al de la entrada. Al poner los brazos en cruz sentí una especie de indefensión, como si estuviera a merced de unos ojos escrutadores y ominosos.  Marina se alcanzó  una botella de vino y un vaso, y los puso junto así en la mesa. Enseguida vertió algo de licor y se lo bebió de forma relampagueante. Sus ojos ahora eran espídicos.

-Quédate en esa posición hasta que yo te diga. Parece que me quedo medio traspuesta mientras te observo pero en realidad estaré profundamente concentrada. Esto empieza ya.

La “Ojo Negro” no movió ni un ápice el rictus de su cara, presentando un aspecto estatuario levemente inquietante. Todo ello apenas duró unos tres o cuatro minutos.

-Ya está.

Con esta lacónica fórmula dio por terminada mi adivinación. Acto seguido se aprestó a escribir en un papel apenas unos cuantos renglones, más bien garabateados y confusos. Finalmente dobló la cuartilla y la puso a su lado.

-Luego te daré el papel con mi visión escrita. ¿Quién será el siguiente?

Felipe era segundo en cuanto a decisión y arrojo, así que apenas hubo discusión por ver quién vendría detrás de mí. Tanto su adivinación, como la de Lorenzo, fueron exactamente igual que la mía; el vino, los brazos en cruz, la cuartilla escrita. Me aproximé inopinadamente a la mesa de la vidente y olor que desprendía el vino era peculiar; era un vino que debía tener algún extraño aditivo. Cuando hubo acabado la ceremonia Marina se dirigió a nosotros tres.

-Ahora llevaos todos vuestra cuartilla con la predicción. Encontraréis una fecha exacta con un momento trascendental de muestra vida y un pequeño texto que he escrito, que es una explicación. Sin embargo no pone literalmente lo que va a pasar, son palabras simbológicas. El principio fundamental que me revela vuestro porvenir se expresa así, quizá razonadamente; cuanto más se sepa a ciencia cierta sobre el futuro más inestable es.

Aquí ya no pude refrenarme.

-¿Y qué pasa si no lo entendemos?

-Pues tendréis que hacerlo, yo a empiezo a olvidar lo escrito. Y aunque no fuera así, tampoco os lo diría. Sin embargo tenéis una fecha. En cuanto se acerque no creo que sea difícil intuir a qué se refiere.

Marina y nosotros tres nos quedamos mirándonos fijamente, como si ya no tuviéramos nada que decirnos y estuviéramos esperando una situación que nos permitiese irnos.

-Podéis pagarme.

-Cla… claro.

Saqué de mi bolsillo unas doscientas pesetas y se las di a Marina “Ojo Negro”. Se sonrió levemente, empecé a intuir entonces (y con más claridad después) que nuestro pago no satisfacía una tarifa muy rumbosa. Sin embargo aquella mujer no nos dijo nada.
-Podéis iros. Creo que es mejor que no contéis a nadie que habéis estado aquí, no tengo una reputación muy fortalecida en este lugar. Que los hijos de tres familias hayan venido a visitarme ocasionaría, seguramente, problemas.

Salimos con cierta premura, deseando notar la atmósfera del exterior. Una tenue despedida por mi parte fue toda nuestra expresión de adiós. Todo esto ocurrió en 1988, y efectivamente ninguno comprendimos bien nuestras predicciones. El momento llegaría con los años.

-Continuará...

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