El origen de que todos la
llamasen “Ojo Negro” supongo que está en ese indefinido cajón desastre
esotérico que suelese dar en llamarse “mal de ojo”. No sé muy cómo empezó a
asociarse a Marina Ramos, tal era su nombre, con esas pequeñas hechicerías;
tengo mis dudas sobre si se inició en ellas al verse excluida del pueblo o se
excluyó del pueblo por iniciarse en ellas. Los que podían resolver nuestras
dudas, o bien no existían o bien preferirían hablar de cualquier otra cosa.
Pero que Marina Ramos era perita en
artes poco comunes, acaso maléficas, era dado como cierto por todos.
En Peñascal de la Molina
solamente los niños o los considerados tarambanas incurables tenían relación
directa con Marina. Unos por su connatural bisoñez y otros por sabe Dios qué extraños,
inconscientes o burlescos motivos. Mis amigos y yo estábamos en el primer
grupo; a nuestros trece años y con todo tipo de facilidades para aburrirse en
aquel pequeño pueblo, buscábamos ocio en las travesuras y evasión en lo prohibido.
Y acercarse a la casa de “Ojo Negro” lo era.
Vivía en una casa en lo que
podríamos llamar las afueras del pueblo, pero en realidad no formaba parte de
él. Su residencia estaba en una ermita desacralizada, según dicen, desde
tiempos de la guerra. Antes vivía en el mismo pueblo, pero su casa se incendió
por motivos no del todo esclarecidos. O eso cuentan. Tras llegar a un acuerdo
con las autoridades de Peñascal se le cedió aquel terreno, pues el culto debido
a ella se oficiaba ya desde hace mucho en otra ermita al otro extremo del
pueblo.
Éramos una pandilla de tres
amigos de unos trece años. Mis amigos eran Felipe y Lorenzo; mi nombre es
Diego. No estábamos a disgusto en Peñascal, pero poco a poco el pueblo se nos
iba haciendo pequeño y todos teníamos la certeza de que nuestro futuro estaba
lejos de allí. Pero no teníamos impaciencia, sencillamente ya habría su
oportunidad. Lo que cuento ocurrió un verano en que tratábamos de distraer el
aburrimiento con cualquier ocurrencia. Recuerdo con aprensión que fui yo quien
propuso la de aquel día.
-¿Ir a ver a “Ojo Negro”? ¿Para
qué?
-¿No habéis oído lo que dicen que
puede hacer? ¿Tú si te animas Lorenzo?
-No sé yo… ¿qué puede hacer esa
tía?
-Me han dicho que puede leer el
futuro.
Felipe parecía más o menos
convencido pero Lorenzo, se le veía a la legua, se mostraba muy renuente. Quizá
asustado.
-Siempre nos han dicho que no
rondemos por allí. Es muy rara y no hace cosas normales. ¿Qué vais a decirle?
-Pues que nos diga el futuro, si
saldremos de Peñascal, qué seremos de mayor..
Mientras enumeraba estas razones,
se me ocurrió acudir a la razón más persuasiva para el sexo masculino de
cualquier edad: la acusación de cobardía.
-No soy cobarde, pero es que no
me gusta el sitio.
-Bueno, pues quédate solo. Felipe
y yo nos vamos ¿no?
-Sí; cuenta conmigo.
-Lorenzo, cobardón, luego te
vemos. Hasta luego.
-Parad, parad, ya voy.
Era las seis de la tarde más o
menos y nos dirigíamos a un lugar que nos estaba vetado por nuestros padres
desde la más tierna infancia. El impulso del descubrimiento agitaba nuestros
corazones, pero en el de Lorenzo había también un temor particular.
La casa/ermita estaba unos metros
afuera del pueblo, al borde la carretera. Su aspecto se mantenía
descascarillado desde que alcanzábamos a recordar; la fachada blanca,
necesitada de un buen repaso, y una gran puerta viejísima de hierro. Por dentro no debía de haber apenas
iluminación natural a tenor de la pequeñez de las ventanas. De entre todas las
moradas capaces de inspirar confianza, ésta no estaba ni por asomo en la parte
alta de la clasificación. Ni siquiera yo estaba muy seguro de cómo obrar.
-¿Bueno y qué hacemos?
Lorenzo y Felipe me observaban
con una perezosa cara que daba a entender que la iniciativa debía ser mía. De
todos modos Felipe parecía decidido a hablar.
-Bueno, podemos probar a llamar a
la puerta y decir lo que queremos. Lo del futuro.
-¿Así de fácil? Bueno, supongo
que la gente que viene a eso lo hace así.
Acabando de decir esto me acerqué
a la puerta metálica y tímidamente la golpeé con mis nudillos.
Tras ello,
silencio. Ningún signo de agitación o movimiento dentro de la casa. Nos
llamamos a consulta mutuamente mirándonos desorientados a los ojos.
-Bueno, ya he golpeado una vez.
Parece que no hay nadie. ¿Qué hacemos?
-Ya que la idea ha sido tuya dale
otra vez. No hay que tener miedo ¿verdad?
Lorenzo parecía deseoso de
devolverme los comentarios insidiosos sobre miedos y valentía.
-Cállate ya. Ya le doy otra vez.
Me atreví a llamar un poco más
fuerte con los nudillos y de una forma intangible supe que esta vez sí que
habíamos sido oídos; si bien en principio nada sucedió. Lorenzo y Felipe ya
estaban dando media vuelta, cuando les detuve.
-Esperad, creo que oigo alguien a
acercarse.
Al punto, se oyó un cerrojo
descorrerse y la puerta se fue abriendo lentamente, como si por pura edad el
metal estuviera ya convaleciente. Cuando se hubo abierto en su totalidad, nos
encontramos de frente con Marina “Ojo Negro”. Sé que a las mujeres que en los
pueblos se dedican a prácticas de ocultismo, o al menos a las que eso
atribuyen, las suelen pintar viejas y afeadas; sus rostros deben inducir al
terror o a la desconfianza. Sin embargo este no era el caso. Para empezar no
era anciana, si bien tampoco era joven. Creo que recuerdo que debía tener una
cuarentena corta, rostro no del todo desagradable y una expresión, como mucho,
neutra. En realidad tenía un aspecto bastante usual.
-¿Puedo ayudaros, niños?
No había motivo para el mutismo
ni para la congoja, no obstante ninguno de nosotros tres dijo nada. No había
ningún motivo, digo, porque la voz era fina, tirando a dulce; no parecía haber
nada maléfico en ella.
-¿Y bien?
Como oficiosamente yo lideraba la
expedición y además era el que había ejecutado la llamada, reuní el arrojo
suficiente para si quiera enunciar lo que queríamos.
-Pues… verá. Nos han dicho que..
-¿Qué os han dicho? ¿Que maldigo?
¿Que malogro las cosechas? No necesito más tonterías, largo.
-El futuro, queremos ver el
futuro. Nos han dicho que usted puede leerlo.
Nos quedamos de piedra Felipe y
yo, el apoquinado y timorato Lorenzo, fue quien expreso más claramente el
motivo de nuestra visita.
-¿El futuro? No sabéis lo que
decís, criaturas. Creéis que es un juego y yo no estoy para esas cosas; volveos.
-Tenemos dinero, ya sabemos que
no es un juego. Y yo no creo las cosas malas que dicen de usted.
Mediante el alago y el peculio
parece que conseguí horadar su resistencia. Nos miró con una luz levemente
distinta.
-Pues hacéis muy mal, los
desconfiados suelen ser más juiciosos. De todos modos entrad, e iré viendo qué
es lo que pretendéis.
Y así nos introdujimos en el
interior de su casa.
Si ya de desde fuera me daba la
impresión de que la morada debía de ser oscura, la primera imagen que tuve de
ella desde el interior fue incluso mayor. Aparte de razones arquitectónicas
(tamaño de las ventanas) Marina parecía empeñarse en querer velar la luz aún
más mediante sus propios medios.
Unas cortinas negras y unas ventanas a medio
cerrar aumentaban la penumbra en derredor. Cuando nuestras pupilas pudieron
enfocar correctamente la estancia donde estábamos, nuestro ánimo se ensombreció
casi mimetizándose con el aspecto de aquella casa. Yo, que pretendía ser el
cabecilla de la incursión tome la palabra. Nobleza obliga.
-Como le hemos dicho fuera
queremos que vea nuestro futuro. La gente dice que puede hacerlo.
-¿Qué gente? ¿Conocéis de alguien
que haya comprobado una profecía exitosa por mi parte?
-Son rumores, la gente habla;
pero como le decía afuera, tenemos dinero.
- Eso está muy bien, pero creo
que es preciso que os explique que lo de “ver el futuro” no es lo que creéis.
Yo seguía llevando el peso de la
conversación.
-¿Entonces no puede ver lo que va
a pasar?
-Sí que puedo, pero el futuro el
un concepto demasiado amplio y poderoso. Es como una fuerza viva que muere en
el presente. Y continuamente está muriendo. Yo solo puedo ver fechas decisivas,
un punto concreto que será destacado en vuestra vida. Para lo bueno o para lo
malo.
Felipe, que había ido aumentando
su curiosidad, elevó su propia pregunta.
-¿Y qué momento es ese?
-Depende de cada cual. A veces a
priori incluso no parece importante hasta que llega y se interpreta
correctamente. ¿Aún queréis gastar
vuestro dinero?
Yo miré a mis dos amigos, pero
levantaron los hombros y no recibí respuesta alguna. Marina daba sensación de
neutralidad, no se asemejaba a ninguna bruja o hechicera que se comiese a
niños, pero tampoco había nada de angelical en ella. “Haced lo que queráis, no
me responsabilizo”, es lo que parecían expresar sus ojos. Ya que estábamos
allí, al menos que fuese para algo.
-Por mi parte sí.
Me volví a mirar a mis dos
compinches y ambos asintieron despaciosamente.
-Muy bien, os cuento cómo lo
haremos.
-¿No nos pregunta cuánto
llevamos?
-Lo que llevéis me vale.
Acto seguido comenzó su
explicación.
-Es muy fácil, solamente tenéis
que colocaros con la espalda pegada a aquella pared del fondo y poner los
brazos en cruz. Permaneceréis así quietos hasta que tenga una visión. Será una
visión breve: como os he dicho, un momento de vuestra vida futura. Lo que vea
lo iré escribiendo y os lo daré. Yo, probablemente, cuanto acabe de escribir
recordaré muy poco sobre ello. No me digáis nada, ni leáis lo que haya escrito
hasta que esteis fuera de aquí.
-¿Si no se acuerdo de lo que ha
escrito, cómo sabe que es importante?
Mi pregunta sonó casi arrogante,
sin embargo Marina permaneció inmutable.
-El futuro no se comporta
banalmente, si se presenta será para mostrarnos hechos trascendentes.
¿Empezamos?
Ni que decir tiene que yo fui el
primero en someterse al adivinamiento. La pared en la que tuve que apoyar mi
espalda estaba al fondo del todo, en el extremo opuesto al de la entrada. Al
poner los brazos en cruz sentí una especie de indefensión, como si estuviera a
merced de unos ojos escrutadores y ominosos. Marina se alcanzó una botella de vino y un
vaso, y los puso junto así en la mesa. Enseguida vertió algo de licor y se lo
bebió de forma relampagueante. Sus ojos ahora eran espídicos.
-Quédate en esa posición hasta
que yo te diga. Parece que me quedo medio traspuesta mientras te observo pero
en realidad estaré profundamente concentrada. Esto empieza ya.
La “Ojo Negro” no movió ni un
ápice el rictus de su cara, presentando un aspecto estatuario levemente
inquietante. Todo ello apenas duró unos tres o cuatro minutos.
-Ya está.
Con esta lacónica fórmula dio por
terminada mi adivinación. Acto seguido se aprestó a escribir en un papel apenas
unos cuantos renglones, más bien garabateados y confusos. Finalmente dobló la
cuartilla y la puso a su lado.
-Luego te daré el papel con mi
visión escrita. ¿Quién será el siguiente?
Felipe era segundo en cuanto a
decisión y arrojo, así que apenas hubo discusión por ver quién vendría detrás
de mí. Tanto su adivinación, como la de Lorenzo, fueron exactamente igual que
la mía; el vino, los brazos en cruz, la cuartilla escrita. Me aproximé
inopinadamente a la mesa de la vidente y olor que desprendía el vino era
peculiar; era un vino que debía tener algún extraño aditivo. Cuando hubo
acabado la ceremonia Marina se dirigió a nosotros tres.
-Ahora llevaos todos vuestra
cuartilla con la predicción. Encontraréis una fecha exacta con un momento
trascendental de muestra vida y un pequeño texto que he escrito, que es una
explicación. Sin embargo no pone literalmente lo que va a pasar, son palabras simbológicas.
El principio fundamental que me revela vuestro porvenir se expresa así, quizá
razonadamente; cuanto más se sepa a ciencia cierta sobre el futuro más
inestable es.
Aquí ya no pude refrenarme.
-¿Y qué pasa si no lo entendemos?
-Pues tendréis que hacerlo, yo a
empiezo a olvidar lo escrito. Y aunque no fuera así, tampoco os lo diría. Sin
embargo tenéis una fecha. En cuanto se acerque no creo que sea difícil intuir a
qué se refiere.
Marina y nosotros tres nos
quedamos mirándonos fijamente, como si ya no tuviéramos nada que decirnos y
estuviéramos esperando una situación que nos permitiese irnos.
-Podéis pagarme.
-Cla… claro.
Saqué de mi bolsillo unas
doscientas pesetas y se las di a Marina “Ojo Negro”. Se sonrió levemente,
empecé a intuir entonces (y con más claridad después) que nuestro pago no
satisfacía una tarifa muy rumbosa. Sin embargo aquella mujer no nos dijo nada.
-Podéis iros. Creo que es mejor
que no contéis a nadie que habéis estado aquí, no tengo una reputación muy
fortalecida en este lugar. Que los hijos de tres familias hayan venido a
visitarme ocasionaría, seguramente, problemas.
Salimos con cierta premura,
deseando notar la atmósfera del exterior. Una tenue despedida por mi parte fue
toda nuestra expresión de adiós. Todo esto ocurrió en 1988, y efectivamente
ninguno comprendimos bien nuestras predicciones. El momento llegaría con los
años.
-Continuará...
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