sábado, 26 de mayo de 2018

El Cazador de Sonidos (parte 1)


Escúchalo atentamente, canción 7, minuto 2:41. La pondré desde el inicio para que no te pille de nuevas.

Lo que puse a mi amigo era una canción en mp3 de un grupo español casi absolutamente ignoto llamado “The Pale Sharks”, que habían existido entre 1983 y 1985. Grabaron de manera rudimentaria un disco llamado “Material World”; como bien puede notarse, en inglés. Dato raro, para la época, pero no insólito. Su música consistía en un rutinario post punk de oscuras atmósferas, dentro de lo que por aquel entonces se llamaba (muy carpetovetónicamente) escena siniestra.


Para comprender cómo hemos llegado hasta aquí, antes hay que preguntarse por “el quién”. ¿Quién soy yo? Me llamo Rubén Somontes y soy, lo que podríamos decir, un cazador de discos. Uno siempre empieza por lo clásico, lo que se considera unánimemente como “imprescindible”, pero con el tiempo empieza a desarrollar gustos un tanto divergentes, casi alienígenas. ¿Conoces algún grupo de folk bielorruso? Pásamelo. ¿Tienes un recopilatorio de rock psicodélico tailandés de los años sesenta? Te lo compro.

No hace falta pasarse de exótico; las rarezas españolas también son muy apetecibles. Una vez conocidos los popes, rastreo con pasión arqueológica todo lo que tenga que ver con los anónimos, los perdedores, los malditos y con las pequeñas piedras preciosas cuya distribución fue tan famélica como extraña.

“The Pale Sharks” cae dentro de esta descripción, de hecho jamás había oído hablar de ellos hasta que no vi un disco suyo en una feria de discos usados. Cosa que me resultó extraña pues, siento la inmodestia, creía conocer todo rastro de música española (en particular de ese género) en los primeros años ochenta. Tras una negociación de nivel fenicio obtuve un vinilo suyo, previo desembolso de mi presupuesto para varias ferias. Poco hay que hacer ante la compulsión casi maniática de un cazador de discos ante una relumbrante presa. El hombre que me lo vendió se quedó un tanto taciturno, como si la ausencia de posesión del disco de “The Pale Sharks” le resultase demasiado extraña. “Puedes estar seguro de que éste es el único ejemplar que anda circulando por ahí”. También me dijo que el grupo se separó prácticamente al día siguiente del lanzamiento.

Mi primera preocupación fue constatar el estado material del vinilo, si había sido maltratado por el paso del tiempo o acaso por un dueño negligente. Sorprendentemente el disco parece que había sido manufacturado el día anterior; no había el más mínimo desperfecto o afectación. Con un cuidado de artesano me dispuse a reproducir mi flamante adquisición en el tocadiscos. La ceremonia ha de ser lenta, vigilante; no concibo mayor tormento que un disco rayado.

No exagero si digo que la sensación que siente uno cuando los acordes fluyen es algo fronterizo con el orgasmo. Mientras penetraba en los secretos de ese grupo ignoto, capté pronto la onda en que se movían. Sección rítmica marcada, voz grave y apesadumbrada, guitarras con efectos de eco un tanto fantasmales. A veces el acelerador se accionaba hasta acercarse levemente al punk. La producción era enormemente precaria y menesterosa. Y entonces fue noté algo raro en la canción siete.

Un grito. Un aterrado grito de mujer, casi un último estertor, se oía al fondo medio sepultado por el barroso sonido del disco. Un efecto de sonido, un adorno, tarea de post producción por así decirlo. Todo eso fue lo primero que me rondó la cabeza de un inicio, pero había una incongruencia en todo aquello, una luz roja que no cesaba de tililar.

Inquieto decidí volver a escuchar la canción, y maniobrando con precisión cirujana coloqué la aguja en el sitio adecuado. Un grito, no hay duda y en apenas uno segundos pude advertir la agonía, las últimas angustias de una víctima. Un pensamiento directo y relampagueante cruzó por mi imaginación. Mientras se grababa la canción alguien había muerto, y los gritos no eran de muerte natural.

Y aquí volvemos al punto en el que estábamos, cuando me empeñé en mostrar a un amigo lo que, en mi cabeza, era un macabro descubrimiento. Tengo un vinilo con USB que fácilmente puede transformar su música en mp3. Luego procesé el mp3 con un programa de edición de sonido y, tras haberlo escuchado de forma normal, decidí aislar el espantoso grito para mostrar con más fuerza mi teoría.  El amigo en cuestión es Joaquín Moraga, otro friki musical que casi empataba con mi nivel de cazador fanático.

-Bueno, el grito da un poco de grima. Lo que me extraña es que te haya sobrecogido, Rubén, ya sabes que desde hace mucho  se usan efectos de sonido en infinitud de canciones. ¿Recuerdas a “The Subway Song” de The Cure”? Al final había grito escalofriante y que yo sepa no murió nadie. Estas cosas se suelen usar para realzar la canción; es trabajo de estudio.

-¿Pero esa naturalidad? No tiene pinta de estar pregrabado, ni procesado; parece que es del todo natural.

-¿Sí, y en qué lo notas?

-Demasiado espontáneo, no sé. Además, ahora lo oímos claramente porque he conseguido aislarlo. Sin embargo, en la canción apenas se oye. Lo capté casi por accidente. ¿Quién iba a usar un efecto de sonido tan poco audible? ¿Qué se realza con eso?

-Yo diría que ni siquiera ésa la mayor pega de la producción. Ésta es de las cosas más amateur que he oído en mi vida. En la vida había oído hablar de “The Pale Sharks”.

-Ni yo, he rastreado en internet en todo tipo de foros, portales o programa “p2p”. No hay ni rastro de ellos, es como si hubieran surgido de la nada. Ni siquiera he encontrado referencia de ningún concierto. Es muy extraño.

-Solo por aclarar un poco la cosa. ¿Cuándo dices extraño, lo que te ronda por la cabeza es un crimen? ¿Se cometió un asesinato mientras se grababa esto?

-Pues… te mentiría si te dijera que no lo he pensado.

-Dios mío Rubén, una cosa es que fueran amateurs y otra cosa es que fueran gilipollas. En el improbable caso de que se cargaran a alguien en el propio estudio, no creo que lo hubiesen distribuido tan ricamente.

-¿Pero qué distribución? El tío que me lo vendió, me dijo que podía estar seguro de que no había otro ejemplar en circulación. Hay algo demasiado raro en esto.

-¿Y qué vas a hacer al respecto?

-Investigar. Pueril, pero casi inevitable para nosotros. Ya sabes que cuando queremos conocer algún dato, anécdota o circunstancia relacionada con la música, la gente como tú y yo somos imparables.

-Ya, pero esta anécdota se refiere a un potencial homicidio. ¿Es sentido de la justica, morbo, curiosidad…? ¿Qué te mueve?

-Es un misterio, Joaquín. Y nosotros nos hemos pasado la vida siguiendo pistas. Puedes considerarte, igual que yo, un husmeador, un rastreador. Un detective.
Las pesquisas modernas, en especial las amateur, tienen dentro de sí la pesarosa rutina de buscar en internet, poco menos que esperando encontrar el esclarecimiento total servido en bandeja en un buscador. Yo no pude evadirme de tan perezosa costumbre y empecé por tratar de encontrar reseñas de asesinatos en 1984, fecha de grabación del álbum, en todas las redes. Hemerotecas digitales, blogs, reportajes… Y en efecto encontré algunos, pero ninguno se correlacionaba con un estudio de música.

Entonces una pequeña iluminación me hizo pensar en un detalle extrañamente inadvertido. Tan abstraído estaba que no reparé en que tenía una fuente de información casi primaria a mi disposición. El hombre que me vendió el disco me había dado su dirección apuntada en una tarjeta.
El vendedor se llamaba Héctor Córdoba y residía en una apartada calle del extrarradio. Como cualquier hijo de vecina, tenía que hacer auténticos equilibrios para sustentar su eventualmente maltrecha economía. Uno de esos equilibrios consistía en desprenderse de bienes preciados y hacer caja con ellos. Y en ello también había discurrir y dilucidación, puestos a entregar objetos valiosos mejor entregar aquellos que nos son menos afectos. Tal hacía el señor Córdoba cuando se encontraba en apuros.

Como primera providencia, lo que hice fue llamar al número que constaba en la tarjeta. El propio Héctor Córdoba fue quien descolgó el aparato. Su saludo fue pesaroso pero extrañamente resignado, como si estuviese seguro de que yo iba a llamar.

-¿Sobre Pale Sharks? ¿Realmente es una duda muy imperiosa?

-Lo más probable es que sea una tontería, pero siento mucha curiosidad sobre un detalle de la grabación. ¿Usted conoce algo sobre la historia del grupo?

-Probablemente más que ningún otro salvo los propios miembros.

-Pues entonces estoy de suerte. Verá es…

-Sobre la canción siete. ¿No es cierto?

La ráfaga de asombro debió dejarme en silencio más de lo que yo creía percibir; de pronto me encontré con Héctor Córdoba repitiendo intensamente al otro la del teléfono:

-¿Oiga? ¿Sigue usted hay? Responda, por favor.

-Sí… sí, señor Córdoba. Pero reconozco que me ha dado un  buen susto. No creía que adivinara el 
motivo de mi llamada, sinceramente.

-Lo entiendo. Oiga, si es usted como yo creo quizá quiere reuniré conmigo. En mi casa. Yo lo podré explicar lo que sé y en todo caso tendremos una buena tertulia musical. ¿Qué le parece?

Reconoceré que tuve un momento de vacilación. Quizá alguno más.
-Como desee. Si me indica sus señas, creo que podríamos quedar una tarde. A partir de las 19 h.

-Claro, yo estaré aquí. No se preocupe.

CONTINUARÁ

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