Escúchalo atentamente, canción
7, minuto 2:41. La pondré desde el inicio para que no te pille de nuevas.
Lo que puse a mi amigo era una
canción en mp3 de un grupo español casi absolutamente ignoto llamado “The Pale
Sharks”, que habían existido entre 1983 y 1985. Grabaron de manera rudimentaria
un disco llamado “Material World”; como bien puede notarse, en inglés. Dato
raro, para la época, pero no insólito. Su música consistía en un rutinario post
punk de oscuras atmósferas, dentro de lo que por aquel entonces se llamaba (muy
carpetovetónicamente) escena siniestra.
Para comprender cómo hemos
llegado hasta aquí, antes hay que preguntarse por “el quién”. ¿Quién soy yo? Me
llamo Rubén Somontes y soy, lo que podríamos decir, un cazador de discos. Uno
siempre empieza por lo clásico, lo que se considera unánimemente como
“imprescindible”, pero con el tiempo empieza a desarrollar gustos un tanto
divergentes, casi alienígenas. ¿Conoces algún grupo de folk bielorruso?
Pásamelo. ¿Tienes un recopilatorio de rock psicodélico tailandés de los años
sesenta? Te lo compro.
No hace falta pasarse de exótico;
las rarezas españolas también son muy apetecibles. Una vez conocidos los popes,
rastreo con pasión arqueológica todo lo que tenga que ver con los anónimos, los
perdedores, los malditos y con las pequeñas piedras preciosas cuya distribución
fue tan famélica como extraña.
“The Pale Sharks” cae dentro de
esta descripción, de hecho jamás había oído hablar de ellos hasta que no vi un
disco suyo en una feria de discos usados. Cosa que me resultó extraña pues,
siento la inmodestia, creía conocer todo rastro de música española (en
particular de ese género) en los primeros años ochenta. Tras una negociación de
nivel fenicio obtuve un vinilo suyo, previo desembolso de mi presupuesto para
varias ferias. Poco hay que hacer ante la compulsión casi maniática de un
cazador de discos ante una relumbrante presa. El hombre que me lo vendió se
quedó un tanto taciturno, como si la ausencia de posesión del disco de “The
Pale Sharks” le resultase demasiado extraña. “Puedes estar seguro de que éste
es el único ejemplar que anda circulando por ahí”. También me dijo que el grupo
se separó prácticamente al día siguiente del lanzamiento.
Mi primera preocupación fue constatar el estado
material del vinilo, si había sido maltratado por el paso del tiempo o acaso
por un dueño negligente. Sorprendentemente el disco parece que había sido
manufacturado el día anterior; no había el más mínimo desperfecto o afectación.
Con un cuidado de artesano me dispuse a reproducir mi flamante adquisición en
el tocadiscos. La ceremonia ha de ser lenta, vigilante; no concibo mayor
tormento que un disco rayado.
No exagero si digo que la
sensación que siente uno cuando los acordes fluyen es algo fronterizo con el
orgasmo. Mientras penetraba en los secretos de ese grupo ignoto, capté pronto
la onda en que se movían. Sección rítmica marcada, voz grave y apesadumbrada,
guitarras con efectos de eco un tanto fantasmales. A veces el acelerador se
accionaba hasta acercarse levemente al punk. La producción era enormemente
precaria y menesterosa. Y entonces fue noté algo raro en la canción siete.
Un grito. Un aterrado grito de
mujer, casi un último estertor, se oía al fondo medio sepultado por el barroso
sonido del disco. Un efecto de sonido, un adorno, tarea de post producción por
así decirlo. Todo eso fue lo primero que me rondó la cabeza de un inicio, pero
había una incongruencia en todo aquello, una luz roja que no cesaba de tililar.
Inquieto decidí volver a escuchar
la canción, y maniobrando con precisión cirujana coloqué la aguja en el sitio
adecuado. Un grito, no hay duda y en apenas uno segundos pude advertir la
agonía, las últimas angustias de una víctima. Un pensamiento directo y
relampagueante cruzó por mi imaginación. Mientras se grababa la canción alguien
había muerto, y los gritos no eran de muerte natural.
Y aquí volvemos al punto en el
que estábamos, cuando me empeñé en mostrar a un amigo lo que, en mi cabeza, era
un macabro descubrimiento. Tengo un vinilo con USB que fácilmente puede
transformar su música en mp3. Luego procesé el mp3 con un programa de edición
de sonido y, tras haberlo escuchado de forma normal, decidí aislar el espantoso
grito para mostrar con más fuerza mi teoría. El amigo en cuestión es Joaquín Moraga, otro
friki musical que casi empataba con mi nivel de cazador fanático.
-Bueno, el grito da un poco de
grima. Lo que me extraña es que te haya sobrecogido, Rubén, ya sabes que desde
hace mucho se usan efectos de sonido en
infinitud de canciones. ¿Recuerdas a “The Subway Song” de The Cure”? Al final
había grito escalofriante y que yo sepa no murió nadie. Estas cosas se suelen
usar para realzar la canción; es trabajo de estudio.
-¿Pero esa naturalidad? No tiene
pinta de estar pregrabado, ni procesado; parece que es del todo natural.
-¿Sí, y en qué lo notas?
-Demasiado espontáneo, no sé.
Además, ahora lo oímos claramente porque he conseguido aislarlo. Sin embargo,
en la canción apenas se oye. Lo capté casi por accidente. ¿Quién iba a usar un
efecto de sonido tan poco audible? ¿Qué se realza con eso?
-Yo diría que ni siquiera ésa la
mayor pega de la producción. Ésta es de las cosas más amateur que he oído en mi
vida. En la vida había oído hablar de “The Pale Sharks”.
-Ni yo, he rastreado en internet
en todo tipo de foros, portales o programa “p2p”. No hay ni rastro de ellos, es
como si hubieran surgido de la nada. Ni siquiera he encontrado referencia de
ningún concierto. Es muy extraño.
-Solo por aclarar un poco la
cosa. ¿Cuándo dices extraño, lo que te ronda por la cabeza es un crimen? ¿Se
cometió un asesinato mientras se grababa esto?
-Pues… te mentiría si te dijera
que no lo he pensado.
-Dios mío Rubén, una cosa es que
fueran amateurs y otra cosa es que fueran gilipollas. En el improbable caso de
que se cargaran a alguien en el propio estudio, no creo que lo hubiesen
distribuido tan ricamente.
-¿Pero qué distribución? El tío
que me lo vendió, me dijo que podía estar seguro de que no había otro ejemplar
en circulación. Hay algo demasiado raro en esto.
-¿Y qué vas a hacer al respecto?
-Investigar. Pueril, pero casi
inevitable para nosotros. Ya sabes que cuando queremos conocer algún dato,
anécdota o circunstancia relacionada con la música, la gente como tú y yo somos
imparables.
-Ya, pero esta anécdota se
refiere a un potencial homicidio. ¿Es sentido de la justica, morbo,
curiosidad…? ¿Qué te mueve?
-Es un misterio, Joaquín. Y
nosotros nos hemos pasado la vida siguiendo pistas. Puedes considerarte, igual
que yo, un husmeador, un rastreador. Un detective.
Las pesquisas modernas, en
especial las amateur, tienen dentro de sí la pesarosa rutina de buscar en
internet, poco menos que esperando encontrar el esclarecimiento total servido
en bandeja en un buscador. Yo no pude evadirme de tan perezosa costumbre y
empecé por tratar de encontrar reseñas de asesinatos en 1984, fecha de
grabación del álbum, en todas las redes. Hemerotecas digitales, blogs, reportajes…
Y en efecto encontré algunos, pero ninguno se correlacionaba con un estudio de
música.
Entonces una pequeña iluminación
me hizo pensar en un detalle extrañamente inadvertido. Tan abstraído estaba que
no reparé en que tenía una fuente de información casi primaria a mi
disposición. El hombre que me vendió el disco me había dado su dirección
apuntada en una tarjeta.
El vendedor se llamaba Héctor
Córdoba y residía en una apartada calle del extrarradio. Como cualquier hijo de
vecina, tenía que hacer auténticos equilibrios para sustentar su eventualmente
maltrecha economía. Uno de esos equilibrios consistía en desprenderse de bienes
preciados y hacer caja con ellos. Y en ello también había discurrir y
dilucidación, puestos a entregar objetos valiosos mejor entregar aquellos que
nos son menos afectos. Tal hacía el señor Córdoba cuando se encontraba en
apuros.
Como primera providencia, lo que
hice fue llamar al número que constaba en la tarjeta. El propio Héctor Córdoba
fue quien descolgó el aparato. Su saludo fue pesaroso pero extrañamente
resignado, como si estuviese seguro de que yo iba a llamar.
-¿Sobre Pale Sharks? ¿Realmente
es una duda muy imperiosa?
-Lo más probable es que sea una
tontería, pero siento mucha curiosidad sobre un detalle de la grabación. ¿Usted
conoce algo sobre la historia del grupo?
-Probablemente más que ningún
otro salvo los propios miembros.
-Pues entonces estoy de suerte.
Verá es…
-Sobre la canción siete. ¿No es
cierto?
La ráfaga de asombro debió
dejarme en silencio más de lo que yo creía percibir; de pronto me encontré con
Héctor Córdoba repitiendo intensamente al otro la del teléfono:
-¿Oiga? ¿Sigue usted hay?
Responda, por favor.
-Sí… sí, señor Córdoba. Pero
reconozco que me ha dado un buen susto.
No creía que adivinara el
motivo de mi llamada, sinceramente.
-Lo entiendo. Oiga, si es usted
como yo creo quizá quiere reuniré conmigo. En mi casa. Yo lo podré explicar lo
que sé y en todo caso tendremos una buena tertulia musical. ¿Qué le parece?
Reconoceré que tuve un momento de
vacilación. Quizá alguno más.
-Como desee. Si me indica sus
señas, creo que podríamos quedar una tarde. A partir de las 19 h.
-Claro, yo estaré aquí. No se
preocupe.
CONTINUARÁ
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