-Las pequeñas cruces de hierro,
como ésta que puedes ver, siempre se colocaban en las encrucijadas para evitar
la presencia de malos espíritus; los cruces de caminos siempre han tenido mucha
relación con asuntos ocultos. Aunque las cruces no tienen mucha eficacia.
-¿Y por qué todavía se hace
abuelo?
-A iniciativa del alcalde se
están llevando a cabo algunos proyectos para recordar ciertas costumbres
antiguas. Como para proteger la cultura local. Entre otras, por ejemplo, la de
las cruces.
-¿Y qué espíritus eran esos?¿Cómo
se llamaban?
-No lo sé. Supongo que su esencia
es no tener nombre.
Don Arturo Machín, digno e
ilustre anciano residente en Villar del Soto, contaba a su nieto Tomás la
pequeña sabiduría que anidaba en todos aquellos contornos castellanos. Don Arturo conocía los nombres de todas las
plantas, flores, frutos, árboles, arbustos y musgos que formaban parte del entorno
de Villar. No era cosa baladí para el sabio abuelo contar esto a su nieto; la
tradición oral para él representaba el depósito de conocimiento que acumula y
guarece los secretos antiguos y olvidados de los campos.
-Pero no creo que fueran malos
espíritus, Tomás.
-¿Y qué eran?
-Entes antiguos, la propia alma
de la naturaleza. Porque la naturaleza tiene alma ¿sabes?
-¿Tú crees que existen?
-Más de lo que vemos seguro que
existe, Tomás.
Don Arturo estaba adoptando un
aire de moderno druida, de filósofo del paisaje con aspecto adusto y flemático.
Sabía que su nieto, además de no comprenderle, empezaba a asustarse. Enseguida volvió a ser el
venerable anciano, cariñoso con su nieto.
-No te preocupes Tomás. Si te
haces amigos de los campos verás que son mucho más bellos de lo que crees. Y sí
que pueden ser tus amigos.
-¿Unos campos pueden ser mis
amigos? Eso es como el ecologismo ¿no?
Don Arturo rio con ganas el
comentario de su nieto. Parecía mucho más jovial ahora.
-Mucho más antiguo que el
ecologismo, Tomás; aunque es bueno que alguien defienda a los campos. Es mejor
ser amigo suyo.
-No te entiendo abuelo.
Tras una pequeña pausa, que
parecía hecha para dilucidar una cuestión que ya se le había planteado antes,
Don Arturo tomó una determinación.
-Allá, a lo lejos, hay
precisamente un cruce de caminos. Al final de sendero. ¿Ya habrás estado allí
muchas veces no?
-¿Te refieres al Barranco de la
Cruz?
-Precisamente. Se le llama así
por algo. En la encrucijada que hay cerca del barranco solía haber una cruz, y
hoy vuelve a haberla. Cosas del alcalde. Ven, vamos.
Tomás no las tenía todas consigo
al iniciar aquella enigmática excursión; su abuelo estaba extraño hoy. Parecía
querer convencerle de algo. O iniciarle.
Al lado del cruce caminos había
un barranco cuya pared descendía hasta un mar de campos y sembrados. Era como
un magnífico mirador desde el que contemplar una compleja cuadrícula de todos
los colores que pueda haber al aire libre. Había una belleza pacífica en aquel
damero de sembrados, bañado por arroyos y moteado de arboledas.
Bordeando el cruce de caminos por
el otro lado se extendía una porción de campo en su mayor parte verdeante,
aunque con alguna que otra calva de tierra. Había una buena extensión sin
sembrar, de campo puro, y allí se aposentaron Don Arturo y su nieto sobre un
mantel.
-Escucha Tomás, debes coordinarte
con aquello que pisas. Aquí hay pálpitos de vida que no se han extinguido y que
con cierta habilidad aún pueden percibirse. Pon las palmas abiertas de las
manos sobre la tierra. Sin forzar, como si solamente quisieras imprimir una
huella.
-Abuelo…
-Tú hazlo; confía en el abuelo
Arturo.
Arturo llevaba puesta su cara de
abuelo amigable y bonachón. Ante tanta
melosidad era difícil no obedecer. Tomás se extrañaba ante la extravagancia de
la situación, pero no llegaba a tener miedo. A fin de cuenta tenía catorce años
recién cumplidos y ya no era ningún niño.
-Vale, abuelo. ¿Para qué sirve
esto?
-Es como encontrar el pulso a una
persona. Cierra los ojos y trata de poner toda tu sensibilidad en ambas manos.
Trata de distinguir cualquier sensación, por anómala que parezca.
-Lo que tú digas.
Tomás no tenía demasiada fe en
aquel extraño proceder, más bien quería cumplir con un trámite y pasar
enseguida a otros asuntos menos místicos.
-¿Qué te ocurre Tomás? Has dado
casi un respingo.
-Algo me ha rozado la mano
derecha.
-¿Una mano?
-Sí, como otra mano fría que
hubiera tratado de rozar la mía.
-Estamos rodeados de muchos
estímulos Tomás y se pueden presentar de muchas maneras. Ahora, abre los ojos
por favor.
Lo que Tomás observó a su
alrededor era un paisaje transfigurado. Topográficamente no se habían producido
variaciones, pero nada se veía del todo igual. La hermosura del campo era ahora
mucho mayor; los colores se habían acentuado, una luz dorada flotaba en la
atmósfera como un indefinible adorno, embellecedor y sensitivo. Todo parecía
tan idealizado que daba muy poca sensación de realidad.
-Abuelo, esto es muy raro. La
luz, los colores, el aire…
-Sí; Tomás. Lo sé. Es una belleza
que nos acompaña aquí siempre, pero no es accesible a simple vista. El campo es
reservado, lo han atenazado y lo han constreñido. Pero si conectas con él te
mostrará muchas cosas.
Al acabar de decir esto Don
Arturo comenzó a hacer unos peculiares gestos con las manos, formando con los
dedos raras figuras. Finalmente dibujó con los dedos un cuadrado que rodeó
completamente a Tomás.
-Coge un poco de tierra y restriégatela un poco por
las manos.
-Pero ¿Para qué?
-Considéralo un bautizo, con la
tierra como elemento.
Y así fue. Aún bajo el influjo de
innumerables dudas e influenciado por el pasmo de haber visto una infinita alucinación,
Tomás fue arrastrado por su abuelo hacia el camino. Habían de volver a casa, el
abuelo seguía habitando en Villar del soto pero Tomás y sus padres residían en
Madrid y el viaje de vuelta aguardaba.
-Tomás, ¿cómo vienes con las
manos tan sucias de tierra? ¿Dónde habéis estado?
-Tranquilo Gustavo, no te
sulfures con tu hijo. Hemos estado en el Barranco de la Cruz y el niño ha
jugado un poco con la tierra. El campo no es tan aséptico como la ciudad.
-¿Le has llevado al Barranco de
la Cruz, papá?
Arturo y Gustavo Machín, padre e
hijo, intercambiaron miradas de entendimiento, con el matiz de que la mirada
del segundo parecía un tanto preocupada. Todos se quedaron estáticos, quietos
sin saber muy bien qué decirse. Si bien más o menos cada uno sabía el curso de
los pensamientos del resto. Leticia, madre de Tomás y esposa de Gustavo, los
encontró en semejante posición; como unos muñecos inmiscuidos en unos
pensamientos profundos y trascendentales.
-¿Se puede saber que os pasa?
Estáis en plan pasmarote. Un poco de vidilla, que nos tenemos que ir y el
atascazo en la nacional no nos lo va a quitar nadie.
-No pasa nada, el abuelo ha
llevado a Tomás a jugar al campo. Creo que a una cosa exactamente igual que él
me enseño de niño.
-Bueno, lo que sea. Voy trayendo
el coche, sacad las maletas a la calle,
Gustavo fue el primero en
reaccionar y como impelido por un pensamiento nítido y fugaz cogió a Tomás por
el brazo y se lo llevó ligeramente aparte.
-Ya sé lo que te ha enseñado el
abuelo. Lo que no sé es lo que habrás visto en concreto. Sea lo que sea no
profundices demasiado, no es aconsejable.
-Sí, Tomás lo ha visto. Tú nunca
quisiste meterte demasiado en esto, hijo.
Don Arturo, oído avizor, acabó por entrometerse e iniciar casi un
pequeño conciliábulo.
-Claro que no; creo que es
bastante juicioso tener los pies en la tierra y no andar con ensoñaciones
paganas.
-Eso lo dices tú. Lo de
“paganas”. Yo no pongo nombres. Eso me lo enseñaron a mí los que me mostraron
lo que a simple vista no se ve
-¿Quiénes fueron, abuelo? ¿Tus
padres?
-No, tampoco te pienses que es
una tradición familiar. Sin embargo siempre queda alguien que transmite estos
saberes. Sea familiar o no.
-¿Y a mamá?¿se lo puedo decir a
mamá?
-Se puede decir a cualquiera en,
teoría. Pero no es conveniente que lo sepan muchos. No convendrían multitudes.
Se romperían muchos equilibrios. Y no todos podrían ver.
-Bueno, basta. Papá, te conozco
bastante como para saber que tu tutelaje
no parará aquí. Os pido a cada uno una cosa: a ti Tomás, te aconsejo no
dejarte seducir por la visión de un mundo de ensueño, ni por la sensación de
irrealidad que le acompaña. Y a ti papá te aconsejaría que le explicaras bien,
todas las implicaciones de esos lugares. Absolutamente todas, por favor.
Las palabras de Gustavo no
calaron totalmente en el espíritu de Tomás. ¿Qué niño de catorce años podría
olvidar que las ilusiones propias de un cuento se encarnasen ante sus ojos como
una visión radiante? Una sombra de desafección ante el mundo ordinario se iba
posando sobre Tomás; sus cabeza imaginaba sus propios e insólitos mundos,
plagados de luz dorada, arroyos plateados y pequeñas criaturas sin nombre. Así
con todo, la vida seguía.
El régimen de visitas al pueblo
permaneció, no obstante, más o menos igual. Con una periodicidad de una vez al
mes más o menos. Tomás fue aprendiendo los rudimentos de los territorios de los espíritus de los campos. Se afianzaron los
prodigios que había visto y fue capaz de percibir algunos nuevos. Incluso pudo
ver, o vislumbrar, a los habitantes de aquellas zonas. Seres muy similares a
los que había dado forma en sus ensoñaciones. Su abuelo le enseñó pequeños
gestos, letanías, y ceremoniales adecuados para profundizar su conocimiento e
incluso para servirse del influjo de aquellos prodigios.
-¿Ves ese hueco que parece una
madriguera? No tiene conejos, pero tiene algo muy valioso. Acércate y extiende
el brazo hasta tocar algo. Luego sácalo.
Tiempo atrás hubiera estado
temeroso, pero su acostumbramiento a las insólitas peripecias con su abuelo
consiguió que sintiera incluso un acomodo muy agradable. Al acercarse y
extender su mano dentro del hueco, acabó tocando algo con la punta de los
dedos. Algo duro.
-Abuelo, ya he tocado algo.
Parece una piedra…
-Puede que lo sea; haz un
esfuerzo y sácalo.
-Ya está.
Tomás estaba más o menos en lo
cierto. Extrajo del hueco una roca pequeña y redondeada. Sobre la superficie de
la roca había pequeñas labores, como si hubiera sido trabajado por un cincel.
-¿Qué es abuelo? Esta piedra
parece que tiene forma de..algo. Como una cabeza.
-Quién sabe, igual lo es. Pero
piensa que es antiquísima y siempre ha estado escondida. No se puede saber
mucho sobre su origen, pero sí sobre su utilidad.
-¿Y para qué sirve?
-Es lo que llamaríamos un
amuleto. Pero para cosas concretas. Puedes pedirle que te favorezca en algo.
Antes has de procurarte la amistad de los campos.
-¿En qué me puede favorecer?
-En cosas esenciales, no creas
que te va a conceder dinero a espuertas o algo así.
Tomás fue conminado a usarlo
sensatamente y bajo supervisión. La probatura fue con algo banal y prosaico.
Tomás, que tenía algunas amistades en Villar, sentía cierto afecto amoroso por
una chica llamada Carmen. Por supuesto lo que pidió Tomás era una ligazón
parecida a un noviazgo.
-Supongo que es una petición
común en lo que se inician. Te la daré envuelta en un paño para que te la metas
en cualquier bolsillo. Cuando veas a Carmen roza disimuladamente la roca y
concéntrate en tu deseo.
El resultado fue satisfactorio,
dando lugar a un cándido y algo cursi romance apenas pubescente.
Con el tiempo Tomás hubo de
situarse entre dos extremos opuestos: la franqueza esotérica de su abuelo y la
prudencia terrena de su padre. Fue una influencia compartida y sorprendentemente
equilibrada; Tomás conoció prácticamente todos los secretos de los campos de
Villar, si bien su abuelo dejo algunos en el tintero. Detrás de todo este
paganismo idílico también hay fuerzas salvajes. Todo esto ocurrió a finales de
los años noventa.
En 2018 la esencia de Villar del
soto se había ido diluyendo como un puñado de arena vertido en un cubo de agua.
Las ciudades quizá nunca envejezcan, los pueblos lo hacen a toda velocidad.
Muchas gentes ya no estaban por la consunción de su vida y otros por la
condescendiente desidia a acercarse a tierras demasiado rústicas. Los
habitantes eran menos y los murmullos y el movimiento también. Tomás iba con
cierta regularidad acompañado a sus padres, aunque su abuelo ya no siguiera con
vida.
Además debía dividirse entre el tiempo familiar y un tiempo privado
dedicado a los campos en lo que pasó gran parte de su adolescencia mientras
proseguía su particular adiestramiento con su abuelo. De todos modos con el
transcurrir del tiempo esta faceta la fue dejando atrás, convirtiéndola en una
ensoñación o un aprendizaje de una época concreta de su vida.
En Noviembre de 2018 Tomás y sus
padres fueron a Villar en una de sus visitas. Considerando que todos los campos
estaban nevados, la plasticidad de la estampa era superlativa pero la
peligrosidad de las carreteras y el frío eran bastante a tener en cuenta.
Finalmente llegaron con bien.
Imbuido del aburrimiento, y de
cierta melancolía, Tomás se fue a la taberna del pueblo, siquiera para
distraerse un poco. Sorprendentemente vio a alguien al que no veía desde hacía
mucho tiempo: a Carmen. Finalmente el cándido noviazgo de hace veinte años
había quedado en apenas un verano de inocentes flirteos. Pero a Tomás le supo
realmente a rayos que Carmen años después se casara con Fernando, lo que a
efectos prácticos equivalía a casarse con su gran enemigo. En efecto, dentro de
la pandilla hubo siempre un antagonismo entre ambos, ya fuera por liderar el
grupo, ya fuera por atraerse a Carmen.
Se habían calmado los fulgores
adolescentes, pero un íntimo disgusto pervivía en el interior de Tomás. Carmen
y Fernando fueron a saludarlo, lo que dio pie a un breve intercambio de frases
educadas no exentas de incomodidad. Los ojos de los tres cumplían rigurosamente
el proverbio según el cual, los ojos son el espejo del alma. En los de Tomás
había resquemor, en los de Fernando arrogancia y en los de Carmen
azoramiento. No fue más que un instante,
casi acto seguido se despidieron, pero en Tomás se despertó una pulsión no
sentida desde mucho tiempo y una determinación ya casi olvidada. Pagó su
consumición y salió de la taberna.
El viejo campo, el del Barranco
de la Cruz, tenía un aspecto poco frecuente pero totalmente adecuado. Y Tomás
pensó en una las lecciones inacabadas de su abuelo.
-No todo son paisajes luminosos y
amuletos. Hay pequeños rituales que encierran una vertiente oscura y también
peligrosa, incluso para los más sabios. De estas cosas te enseñaré algo, pero
te aconsejo que solo las recuerdes como advertencia; no como recurso.
En la taberna, Tomás, recordó una
de esas advertencias, pero el pretendido desaire de Carmen las convirtió en
recurso. “Es importante que haya nieve, los meteoros siempre influyen en estos
rituales.
No hay luz ni calor en este tipo de peticiones a los campos”. Y ahora
en el campo, pretendía dar uso a este siniestro saber.
Tomás se hizo con una rama de
olivo y con ella escribió en la nieve el nombre de Fernando, su rival, e hizo
un especie de rúbrica a base de signos esotéricos. Al terminar, redobló su
concentración para figurarse todo lo nítidamente posible la cara de Fernando.
Una vez lo hubo hecho cogió algunos copos con la mano y se los llevó a la boca.
Nuevamente pensó en lo que su abuelo dijo:
-“Si tienes un adversario,
alguien pueda perjudicarte y ser una amenaza, puedes invocar a los campos. Por
mucho que se pretenda amedrentarlos con cruces aún tienen poder para obrar
donde se les requiera. Pero te lo advierto, actuarán en función de tu ira; del
miedo y del odio que sientas. Si es tan negro tu corazón, ese problema has de
resolverlo tú”
-¡Campos! Lo poco que os pedí
hace años fue concedido de forma inconstante. Al poco tiempo el amor que en el
que debíais influir se alejó de mí y fue a parar a donde menos quería. ¡Os pido
que me compenséis! ¡Romped ese amor infausto! ¡Alejad a mi enemigo de aquella
que todavía amo!
Y tras gritar desaforadamente ese
ruego, se tranquilizó y se sentó en la nieve.
Y eso pareció ser un buen
sedante. Regresó a casa lentamente, meditando sobre su enajenación y pensando
ya en ella como en un arrebato, una rabieta ida un poco de madre. Malo es no
pasar página de los amores adolescentes.
Cuando llegó al pueblo había
cierto revuelo, un pequeño enjambre de personas fluía desordenadamente hacia
una casa cerca de la plaza. Un pésimo presagio se adueñó de los pensamientos de
Tomás. Apretando a correr hacia la aglomeración de gente, preguntó a uno de los
vecinos qué ocurría.
-¡Algo terrible! Fernando Tazones
se ha matado mientras trabajaba en la fachada de su casa. Es inexplicable,
dicen dos que estaban cerca que hace un rato un vendaval salido de la nada ha
desmontado el andamio en el que estaba y ha caído de cabeza.
Tomás se consterno
automáticamente.
-¿Un viento salido de la nada?
-¡Eso dicen! Es como una ráfaga
de viento fortísimo se hubiera conjurado justo al lado del andamio.
Lo derribó
y poco después desapareció.
Tomás pensó, desolado, en la
entereza de los hombres sabios como su abuelo para controlar un poder
impredecible y en la mezquina estupidez de los que colaboran en el mal ajeno.
Como él.
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