miércoles, 28 de marzo de 2018

Iluminación



Volví a Navajos de Soto después de mucho más tiempo del que pensaba que iba pasar. Nací allí, en el seno de una de las últimas familias jóvenes que aún quedaban, cosa que no había de durar mucho pues emigramos a Madrid teniendo yo cinco años. No nos fue mal, mi padre era muy ducho en toda técnica constructiva o reformadora y a base de muchos quebrantos y no menos sudores consiguió establecer una pequeña empresa de obras y reformas en general  en la capital. Yo, siendo de naturaleza completamente inhábil para cualquier trabajo manual, opté por otros derroteros; de repente quise ser un licenciado más en Administración de Empresas.


Sin embargo todo esto importa poco, la historia de mi vida es completamente prosaica; no obstante compenso esa falta de glamour con una serie de eventos inexplicables. No digo raros, porque sospecho que en el fondo casi todos tenemos una experiencia insólita, infrecuente, y quizá perturbadora. No se suelen contar por una mezcla de pudor y de leve superstición, pero yo una vez lo hice. Y fue en este el lugar donde ocurrió, en mi pueblo. Y da una vuelta de tuerca más, eso se lo aseguro.

-¿Estás segura de que lo de venir a mi pueblo, al final, ha sido una buena idea? Truenos, rayos y centellas. ¿Te apetece ver el pueblo bajo este diluvio o prefieres permanecer aquí a oscuras viendo las musarañas?

-Jo, Pedro; una de las ventajas de tener un novio de origen rural es la posibilidad de tener una casa a nuestra disposición, probablemente vacía. Tenemos dodo esto para nosotros. En plena naturaleza.
Fui con mi novia, a petición suya, a Navajos. A pesar de ser más urbanita que un atasco de tráfico, Maite, sentía cierta gratificación en su bienestar al acercarse al campo, al aire puro, etc. Y, pecando de inmodestia, también gustaba (supongo) de tener una profunda intimidad conmigo. E intimidad teníamos en grandes cantidades. Muy poca gente todavía era vecina de Navajos y nos encontrábamos en un lugar solitario, agreste y lloviznoso. Para muchos sería romántico; para mí era un paraje impracticable rezumante de humedad. Y estaba la oscuridad, ajustada a las paredes de la casa como un traje negro. La tormenta había hecho que se fuera la luz. Y las malas noticias continuaban, quizá de una manera un tanto tópica.

-Pues a oscuras nos quedaremos, he encontrado la linterna rebuscando. Pero sin pilas.

-¿No hay nada más que pueda servirnos? ¿Una vela o algo así?

-Quizá en la cocina. Iré a ver.

Y allá que fui, iluminándome con la pantalla del móvil a modo de transitoria linterna. En realidad incluso esta precaución era relativamente redundante. O así lo veía yo. Conocía la casa de una forma tan precisa que hubiera podido llegar, a oscuras, sin tropiezos hasta la cocina. De todos modos me fue útil para buscar y finalmente encontrar la vela. Algo de suerte al fin.

-Bien Pedro, por fin vamos a sacar provecho de tu vicio fumador. Venga ese mechero para encender la vela.

-Ya siento que solo venga con una palmatoria y no con un candelabro. Con lo que te gustan las historias de miedo hubiera convenido más a tu imaginación.

-Pues me acabas de dar una idea, Pedro querido. ¿Recuerdas la costumbre de contar historias de miedo en las acampadas? La oportunidad es pintiparada.

-No estamos en ninguna acampada, por fortuna estamos en una casa y no en una tienda. Además creo que suele haber una hoguera cuando se cuentan esas historias y llamar hoguera  a la vela lo veo un poco exagerado.

-¿Y contarlas en una casa antigua y más o menos perdida, bajo una tormenta no es un momento igual de idóneo? Ya sé que no te gustan estas cosas; mi chico tiene miedo.

-Buff, no te rías. Puestos a contar ese tipo de historias te llevo ventaja. Soy yo quién te asustaría con una historia.

-Seguro ¿Y cómo, si puede saberse?

-Por tres razones: porque es verídica, porque me pasó a mí y porque ocurrió en esta casa.
¿Qué dices? ¿Ha comenzado la historia ya? Ja. Me parece que quieres darme mi merecido asustándome impunemente.

-¿No te lo crees? Pues entonces me estás desafiando a contarla. Y reconozco que quizá incluso sea extrañamente coherente. ¿En serio quieres que la cuente?

-Uh, uh. Buena introducción. A ver si resulta que eres una caja de sorpresas y un maestro del terror.
Sonreí sin muchas ganas, no quería demostrar ningún miedo pero era cierto que había algo de coincidencia en contarlo en ese momento. Todo lo que había dicho, de hecho, fue cierto. Así que esas teníamos; Maite divertidamente escéptica y yo perplejo y meditabundo. Pero el hecho es que allí estábamos, solamente iluminados por una leve luz de vela mientras la oscuridad estaba instalada a sus anchas por todos lados. Y claro, comencé el relato.

-Pues allá va. He dicho que era coherente que la contase porque ocurrió en un momento similar al de ahora. Con mucha oscuridad y poca luz. ¿Sabes de esas luces pequeñas que se deja a los niños en el dormitorio cuando tienen miedo a la oscuridad?

-Claro.

-Pues cuando era muy niño yo tenía miedo a la oscuridad. Mucho. Y para que pudiese dormir mejor mis padres me compraron una luz de esas. Era muy sencilla, era un chisme con una bombiliita que se iluminaba al conectarlo a un enchufe.

-¿Tú eras uno de esos? Jaja, mi hermano tenía una igual. Pobrecillo.

-Qué suerte que mi chica sea tan valiente. Yo a lo mío. La luz a la que refiero es una pequeña lucecita anaranjada que colocaron mis padres al lado de la puerta. Yo podía verla perfectamente desde mi cama, como era lógico. Era una luz amigable, como una hoguera pequeña e inmóvil que coloreaba vagamente la oscuridad de mi dormitorio.

-Osea, que te funcionó.

-En un principio sí, pero… Oye, coloca la palmatoria un poco más cerca, casi no te veo la cara.
-Claro, sigue.

-En efecto, al principio me sentí más confortable durante la noche y pude conciliar el sueño bien. O eso creo recordar. Sin embargo, una noche me quedé extrañamente en vela. No había motivo para ello, no había visto ninguna película de terror, ni había discutido con nadie y no tenía ninguna contrariedad que me debiera mantener despierto.

En ese punto miré a la vela antes de proseguir mi relato, como si tuviera de necesidad de buscar inspiración en su llama. En realidad me estaba trasladando otra vez a mi infancia. Aquella vela era la versión lumínica y un poco siniestra de la magdalena de Proust.

-Algo, en principio, comenzó a turbarme. Al principio no era nada concreto, solo algo diluido en la atmósfera. Como un aire viciado que ocupase la habitación igual que un intruso. Sin embargo al mirar a la luz anaranjada me encontré con algo más extraño aún. Eran sombras.

-¿Sombras?

-Sí; inverosímiles. Aunque estaba la lucecita, no había nada que pudiera proyectarlas. Y eran unas sombras cambiantes, en forma y tamaño. Llegó un punto en que parecía que se había formado una silueta; pero una silueta inquieta casi danzarina, que iba modulándose rápidamente. Como una llama.

-Cualquiera, hasta los adultos, tienen miedo a veces de la oscuridad y ven cosas raras.

-He dicho que era insólito, no que tuviese miedo. Al menos en ese momento. Había algo  agradable, cálido, en la oscilación de la sombra. También tenía la vaga impresión de que había algún tipo de movimiento en la habitación. Sentía una especie de bulto invisible que deambulaba por el cuarto.

-De momento cumple todos los requisitos para ser una tópica historia de terror nocturno infantil. ¿Y cómo acabó la cosa?

-La cosa acabó mal. Pero ante déjame decirte que llegó un momento en que creía reconocer la silueta. Parecía la de mi mejor amigo de por entonces, Jorge. Estábamos tremendamente unidos.

-Una asociación de idea supongo. La imaginación infantil proyecta muchas cosas en objetos o imágenes indeterminadas.

-Pero ahora déjame decirte por qué todo esto acabo mal. Al poco de amanecer llamaron a nuestra puerta; prácticamente la aporrearon, como si fuera una urgencia. Y así fue. Unos amigos nuestros, la familia Viña Pastor habían muerto la madrugada anterior en un accidente de tráfico. No sé si adivinas quién era el hijo de esta familia.

Se hizo un breve silencio, un poco cogitabundo y un poco azaroso. Creo que Maite no tardó mucho en adivinar la respuesta.

-¿Era Jorge? ¿Tú mejor amigo?

- Pues lo adivinaste. Habían salido de viaje hacia la playa de madrugada, para evitar atascos y calores excesivos. No me acuerdo con precisión de la hora del accidente, pero más o menos coincidió con el momento en que yo andaba viendo sombras.

Nueva pausa valorativa, a la luz de una vela, entre Maite y yo.

-¿Y qué piensas que significó todo aquello?

-Puede que a posteriori acabase creando un recuerdo fantasmagórico que me evocase a Jorge y me pareciera un poco menos muerto.

-No sé si decir que suena más razonable, pero desde luego yo iría por ahí. El primer choque con la muerte es fuerte para un niño.

En este punto tragué saliva.

-También tengo una segunda opción; la menos razonable. Verás yo había visto a Jorge la tarde de antes. Me enojaba por el hecho de que se fuera a irse y a dejarme solo aquel verano. Nosotros como mucho iríamos a Madrid, algún día suelto. Ellos tenían algún familiar pudiente que les invitaba a pasar en su chalé  una temporada larga en verano.

-Ajá, ¿y tu teoría es…?

-Que Jorge vino a despedirse de mí.

-¿Perdón?

-La última vez que nos vimos conseguí apesadumbrarle. Le confesé que me apenaba mucho que se fuera lejos ese verano. Yo le vi triste al marcharse, pero me prometió que no tardaríamos mucho en vernos; que no se me haría tan largo.

-Bueno, siento todo esto pero … ¿Hablas en serio, piensas que tu amigo muerto se presentó en tu habitación?

-Nunca he sabido qué pensar. Ya te he dicho que fue una presencia agradable. Y en las siguientes noches fue igual.

Una mirada preocupada anidó en mirada de Sonia.

-¿Hubo más noches?

-Sí, unas cuantas. Todas más o menos igual que la primera. La verdad es que no dormía mucho, pero en realidad no me importaba. Yo estaba destrozado por perder a mi amigo y aquello me consolaba.

-¿Ves cómo todo va teniendo una explicación? Fue una proyección de propio dolor.
-Sea como sea no duró mucho. Mis padres me veían con sueño y no tardaron en preguntarme si tenía pesadillas o algo. Les conté lo de la luz, y la silueta, y optaron por quitar la lucecita de mi habitación. 

Fueron tiempos oscuros. Literal y metafóricamente. Mi miedo a la oscuridad se acrecentaba y el duelo por mi amigo era muy fuerte.

-Llevamos saliendo dos años y no tenía ni la más remota idea de que te pasó esto. No quiero parecer insensible pero me molesta un poco. Me lo he encontrado ahora, de repente.

-Puedo comprenderte, pero no es fácil hablar de fantasmas y traumas con nadie.

-¿Qué ocurrió más tarde? Supongo que lo acabarías superando.

-Poco después decidimos probar suerte en Madrid. Ya te he dicho que mis padres eran uno de los pocos matrimonios jóvenes que quedaban. Al principio nos alojamos en caso de mi tío Andrés, después nos fuimos de alquiler y finalmente a nuestra hipotecada casa actual. Mi padre se defendió bastante bien.

-Me refería…

-Ya sé a lo que te referías. Fui a un psicólogo infantil durante algún tiempo. Duelos y fobias se fueron curando. Lo cual no significa que no siga recordando aquellas noches extrañas. Me recuerdan que no sé qué creer.

-Lo que debes creer es la solución más sencilla. Fue duro, pero la visión estaba en tu mente.

-¿En serio es la solución más sencilla? Te recuerdo que empecer a tener las visiones antes de que supiera que Jorge había muerto.

-Quizá eso te lo parezca a ti ahora, pero ha pasado mucho tiempo. La mente puede moldear la memoria a su antojo, no todo son registros literales.
Recuerdo que en este momento de la conversación comencé a sentir una leve sensación de enfado, una punzada en mi orgullo cuestionado. Hube de defenderme y, de algún modo, rebatir.

-Qué rápido arrojas luz sobre los misterios de mi vida. Te propongo algo.

-Vale, la historia ha tocado a su fin. Te veo venir desde lejos y esto acabará en discusión.

-Escucha mi proposición. Esta noche es ideal para lo que se me ha ocurrido.

-Dios mío ¿el qué?

-Bueno, tenemos forzosamente oscuridad y además una luz. Luz de vela pero luz, al fin y al cabo.
Maite creyó intuir la idea y desde luego, aun antes de hablar, no parecía ser de su agrado. Al instante me lo confirmó.

-¿Quieres hacer una sesión de espiritismo con una vela y una improbable silueta danzarina? Pedro, eso no parece indicar que lo hayas superado mucho.

- No es nada serio, creía que me tenías por alguien más equilibrado. O a lo mejor es que al final la miedosa eres tú.

La segunda parte de la frase la hice con un guiño que no estoy muy seguro que Maite lo viese (la oscuridad era grande). Toda mi planificada afabilidad no surtió el efecto deseado de suavizarla; de todos modos contra todo pronóstico Maite aceptó.

-Cállate ya; vamos a  hacer la patochada ésta. Lo prefiero a que me des la matraca toda la bendita noche.

-Entonces subamos a la que era mi habitación. Ahora es la habitación de invitados. O lo será cuando tengamos uno.

Maite podía aducir que se sumó a esta extravagancia con desgana y por evitar que le diese contumazmente la tabarra. Sin embargo ¿cuál era mi motivo? Fue un impulso, un mandato irresistible. A veces pienso que salió de mí; a veces lo dudo. De este modo subimos, a través de una estrecha escalera que en aquel momento era un manifiesto peligro. Cualquier escalón se nos hurtaba a la vista casi completamente; la palmatoria nos auxiliaba lo justo y necesario.

-Pues ésta es mi habitación. No resulta muy acogedora de primeras, pero es que hace mucho que nadie la usa.

Era eso y que el entorno era realmente tétrico. Ninguna luz salvo los relámpagos y la vela; ningún sonido salvo la lluvia y los truenos. Nuestros rostros amarilleaban al acercarnos a la vela.

-Bien, voy a dejar la vela aquí. Al lado de donde está el enchufe donde conectábamos la lucecita. Y ahora a esperar las sombras, o lo que sea.

-Vaya noche romántica. Me he lucido con la idea de venir aquí. Por cierto, si aceptamos que tu visión fue real  y que tu amigo fantasma quería despedirse. ¿Por qué va rondar todavía por aquí? Mira que han pasado años como para pensar todavía en decir adiós.

-Tómatelo como una de las historias de miedo que te gustan. Una que vamos escribiendo paso a paso. Ahora viene la parte divertida, observar la vela.

Aparte de la pequeña  luz oscilante de la vela, nada se proyectaba en las paredes; todo era una monotonía de leve claroscuro. Hasta que casi dando cabezadas, somnolientamente pude ver una sombre tintineante completamente inverosímil.

-¡Maite, Maite! ¿Lo estás viendo? ¡Está ocurriendo! ¡Está ocurriendo! No me digas que esa sombra en la pared es algo normal.

-Me había dormido. ¿Qué …qué, qué es eso?  ¡Pedro, dime que estás haciendo!

-¿Que qué estoy haciendo? ¿Crees que soy capaz de hacer sombras chinas de ese tamaño y sin mover las manos?

Ante nosotros una sombra con forma de silueta infantil se contoneaba en extraños movimientos. Los primeros compases fueron de instintivo miedo, de querer despertar cuanto antes con tal de no ver algo antinatural; más adelante comenzamos una torpe interacción. La sombra parecía reaccionar a nuestros movimientos. A veces imitaba nuestros ademanes, otras veces tocábamos la porción de pared que ocupaba y entonces se movía nerviosamente, como si hubiésemos hecho cosquillas a una piel y no al yeso.

-No estoy segura de lo que tenemos que hacer, Pedro. Pero estoy realmente asustada. Si es un truco para acojonarme te asegura que lo has conseguido. Por favor, déjalo.

-¿No te he dicho que no hago nada? ¿Crees que tengo un Cinexin para proyectar esa sombra? ¿No notas nada nuevo? ¿Cómo si hubiese algo que ocupase espacio?

-Como  aire ¿no? Como si fuera un bloque de aire que se estuviera paseando por la habitación.

-A eso me refiero. Y además ¿no oyes nada? Yo estoy empezando  entender.

-Lo único que oigo son truenos, y ya me estoy desesperando. ¿Qué es lo que entiendes?

En efecto una tormenta parecía haberse quedado estáticamente cerca de la casa. A penas si pasaban cinco segundos entre el relámpago y el trueno.

-Oigo lo que la sombra quiere decir. Es como una especie de voz… o siseo. Pero creo que lo voy comprendiendo.

Ése fue el punto álgido de la experiencia y justo ahí empecé a dejar de ser yo. Cogí la vela y la apagué de un soplido. La tiniebla era total. Lo demás me está algo vedado si trato de evocarlo, pero creo que puedo hacerlo con cierta exactitud. Una vez que apagué la vela salí corriendo insólitamente rápido de la habitación y cerré la puerta. Algo parecía estar obrando  en mí incesante e inconscientemente, como si mi libre albedrío no jugara ya gran papel. La puerta se había cerrado tras de mí, con un estrépito impropio de la fuerza de cualquiera. Sin duda lo que más recuerdo de entonces son los gritos de terror de Maite, tratando de salir de una habitación inusualmente cerrada; bloqueada por una testaruda e inesperada fuerza sobrehumana. Yo, por mi parte, inicié una loca carrera  por todo el segundo piso de la casa, sin ver, sin oír y casi sin sentir. En un momento dado dejó de haber superficie bajo mes pies.
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El dolor fue solo cosa de un segundo y lo ignoraré deliberadamente, pero la sensación de ver mi propio cuerpo desde lo alto es algo que no se puede obviar. Yo, Pedro Matesanz Estébanez yacía al pie de las escaleras que hace poco había utilizado para subir a mi habitación. Como a pesar de todo seguía manteniendo la capacidad de discernimiento, no me fue difícil deducir que mi espíritu se había separado de mi cuerpo al romperme el cuello bajando por las escaleras. Lo que pude ver a continuación fue confuso, se sucedieron luces matinales y tinieblas nocturnas, un limbo de tiempo de cuantía inexacta. Por fin, encontraron mi cuerpo.

Vi muchas escenas de desolación, por parte de mucha gente. Fue duro; los muertos también pasamos nuestro duelo. Jorge, mi amigo, está por aquí y me mira con cara de travieso arrepentimiento. Yo le maldije mucho tiempo. Su llamada fue probablemente más intensa de lo que él mismo esperaba; en el fondo no creo que quisiera hacerme daño. En vida tampoco controlaba bien sus emociones ni sabía dejar pendiente una promesa. Quería verme. Últimamente está esquivo, pero quizá me enseñe a comunicarme a través de la luz y yo haré mejor control de ello. Creo que tengo mucho tiempo.






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