Volví a Navajos de Soto después
de mucho más tiempo del que pensaba que iba pasar. Nací allí, en el seno de una
de las últimas familias jóvenes que aún quedaban, cosa que no había de durar
mucho pues emigramos a Madrid teniendo yo cinco años. No nos fue mal, mi padre
era muy ducho en toda técnica constructiva o reformadora y a base de muchos
quebrantos y no menos sudores consiguió establecer una pequeña empresa de obras
y reformas en general en la capital. Yo,
siendo de naturaleza completamente inhábil para cualquier trabajo manual, opté
por otros derroteros; de repente quise ser un licenciado más en Administración
de Empresas.
Sin embargo todo esto importa
poco, la historia de mi vida es completamente prosaica; no obstante compenso
esa falta de glamour con una serie de eventos inexplicables. No digo raros,
porque sospecho que en el fondo casi todos tenemos una experiencia insólita,
infrecuente, y quizá perturbadora. No se suelen contar por una mezcla de pudor
y de leve superstición, pero yo una vez lo hice. Y fue en este el lugar donde
ocurrió, en mi pueblo. Y da una vuelta de tuerca más, eso se lo aseguro.
-¿Estás segura de que lo de venir
a mi pueblo, al final, ha sido una buena idea? Truenos, rayos y centellas. ¿Te
apetece ver el pueblo bajo este diluvio o prefieres permanecer aquí a oscuras
viendo las musarañas?
-Jo, Pedro; una de las ventajas
de tener un novio de origen rural es la posibilidad de tener una casa a nuestra
disposición, probablemente vacía. Tenemos dodo esto para nosotros. En plena
naturaleza.
Fui con mi novia, a petición
suya, a Navajos. A pesar de ser más urbanita que un atasco de tráfico, Maite,
sentía cierta gratificación en su bienestar al acercarse al campo, al aire
puro, etc. Y, pecando de inmodestia, también gustaba (supongo) de tener una
profunda intimidad conmigo. E intimidad teníamos en grandes cantidades. Muy
poca gente todavía era vecina de Navajos y nos encontrábamos en un lugar
solitario, agreste y lloviznoso. Para muchos sería romántico; para mí era un
paraje impracticable rezumante de humedad. Y estaba la oscuridad, ajustada a
las paredes de la casa como un traje negro. La tormenta había hecho que se
fuera la luz. Y las malas noticias continuaban, quizá de una manera un tanto
tópica.
-Pues a oscuras nos quedaremos,
he encontrado la linterna rebuscando. Pero sin pilas.
-¿No hay nada más que pueda
servirnos? ¿Una vela o algo así?
-Quizá en la cocina. Iré a ver.
Y allá que fui, iluminándome con
la pantalla del móvil a modo de transitoria linterna. En realidad incluso esta
precaución era relativamente redundante. O así lo veía yo. Conocía la casa de
una forma tan precisa que hubiera podido llegar, a oscuras, sin tropiezos hasta
la cocina. De todos modos me fue útil para buscar y finalmente encontrar la
vela. Algo de suerte al fin.
-Bien Pedro, por fin vamos a
sacar provecho de tu vicio fumador. Venga ese mechero para encender la vela.
-Ya siento que solo venga con una
palmatoria y no con un candelabro. Con lo que te gustan las historias de miedo
hubiera convenido más a tu imaginación.
-Pues me acabas de dar una idea, Pedro querido. ¿Recuerdas la costumbre de contar historias de miedo en las
acampadas? La oportunidad es pintiparada.
-No estamos en ninguna acampada,
por fortuna estamos en una casa y no en una tienda. Además creo que suele haber
una hoguera cuando se cuentan esas historias y llamar hoguera a la vela lo veo un poco exagerado.
-¿Y contarlas en una casa antigua
y más o menos perdida, bajo una tormenta no es un momento igual de idóneo? Ya sé
que no te gustan estas cosas; mi chico tiene miedo.
-Buff, no te rías. Puestos a
contar ese tipo de historias te llevo ventaja. Soy yo quién te asustaría con
una historia.
-Seguro ¿Y cómo, si puede
saberse?
-Por tres razones: porque es
verídica, porque me pasó a mí y porque ocurrió en esta casa.
¿Qué dices? ¿Ha comenzado la
historia ya? Ja. Me parece que quieres darme mi merecido asustándome
impunemente.
-¿No te lo crees? Pues entonces
me estás desafiando a contarla. Y reconozco que quizá incluso sea extrañamente
coherente. ¿En serio quieres que la cuente?
-Uh, uh. Buena introducción. A
ver si resulta que eres una caja de sorpresas y un maestro del terror.
Sonreí sin muchas ganas, no
quería demostrar ningún miedo pero era cierto que había algo de coincidencia en
contarlo en ese momento. Todo lo que había dicho, de hecho, fue cierto. Así que
esas teníamos; Maite divertidamente escéptica y yo perplejo y meditabundo. Pero
el hecho es que allí estábamos, solamente iluminados por una leve luz de vela
mientras la oscuridad estaba instalada a sus anchas por todos lados. Y claro,
comencé el relato.
-Pues allá va. He dicho que era
coherente que la contase porque ocurrió en un momento similar al de ahora. Con
mucha oscuridad y poca luz. ¿Sabes de esas luces pequeñas que se deja a los
niños en el dormitorio cuando tienen miedo a la oscuridad?
-Claro.
-Pues cuando era muy niño yo
tenía miedo a la oscuridad. Mucho. Y para que pudiese dormir mejor mis padres
me compraron una luz de esas. Era muy sencilla, era un chisme con una bombiliita
que se iluminaba al conectarlo a un enchufe.
-¿Tú eras uno de esos? Jaja, mi
hermano tenía una igual. Pobrecillo.
-Qué suerte que mi chica sea tan
valiente. Yo a lo mío. La luz a la que refiero es una pequeña lucecita
anaranjada que colocaron mis padres al lado de la puerta. Yo podía verla
perfectamente desde mi cama, como era lógico. Era una luz amigable, como una
hoguera pequeña e inmóvil que coloreaba vagamente la oscuridad de mi
dormitorio.
-Osea, que te funcionó.
-En un principio sí, pero… Oye,
coloca la palmatoria un poco más cerca, casi no te veo la cara.
-Claro, sigue.
-En efecto, al principio me sentí
más confortable durante la noche y pude conciliar el sueño bien. O eso creo
recordar. Sin embargo, una noche me quedé extrañamente en vela. No había motivo
para ello, no había visto ninguna película de terror, ni había discutido con
nadie y no tenía ninguna contrariedad que me debiera mantener despierto.
En ese punto miré a la vela antes
de proseguir mi relato, como si tuviera de necesidad de buscar inspiración en
su llama. En realidad me estaba trasladando otra vez a mi infancia. Aquella
vela era la versión lumínica y un poco siniestra de la magdalena de Proust.
-Algo, en principio, comenzó a
turbarme. Al principio no era nada concreto, solo algo diluido en la atmósfera.
Como un aire viciado que ocupase la habitación igual que un intruso. Sin
embargo al mirar a la luz anaranjada me encontré con algo más extraño aún. Eran
sombras.
-¿Sombras?
-Sí; inverosímiles. Aunque estaba
la lucecita, no había nada que pudiera proyectarlas. Y eran unas sombras
cambiantes, en forma y tamaño. Llegó un punto en que parecía que se había
formado una silueta; pero una silueta inquieta casi danzarina, que iba
modulándose rápidamente. Como una llama.
-Cualquiera, hasta los adultos,
tienen miedo a veces de la oscuridad y ven cosas raras.
-He dicho que era insólito, no
que tuviese miedo. Al menos en ese momento. Había algo agradable, cálido, en la oscilación de la
sombra. También tenía la vaga impresión de que había algún tipo de movimiento
en la habitación. Sentía una especie de bulto invisible que deambulaba por el
cuarto.
-De momento cumple todos los
requisitos para ser una tópica historia de terror nocturno infantil. ¿Y cómo
acabó la cosa?
-La cosa acabó mal. Pero ante déjame
decirte que llegó un momento en que creía reconocer la silueta. Parecía la de
mi mejor amigo de por entonces, Jorge. Estábamos tremendamente unidos.
-Una asociación de idea supongo.
La imaginación infantil proyecta muchas cosas en objetos o imágenes indeterminadas.
-Pero ahora déjame decirte por
qué todo esto acabo mal. Al poco de amanecer llamaron a nuestra puerta;
prácticamente la aporrearon, como si fuera una urgencia. Y así fue. Unos amigos
nuestros, la familia Viña Pastor habían muerto la madrugada anterior en un
accidente de tráfico. No sé si adivinas quién era el hijo de esta familia.
Se hizo un breve silencio, un
poco cogitabundo y un poco azaroso. Creo que Maite no tardó mucho en adivinar
la respuesta.
-¿Era Jorge? ¿Tú mejor amigo?
- Pues lo adivinaste. Habían
salido de viaje hacia la playa de madrugada, para evitar atascos y calores
excesivos. No me acuerdo con precisión de la hora del accidente, pero más o
menos coincidió con el momento en que yo andaba viendo sombras.
Nueva pausa valorativa, a la luz
de una vela, entre Maite y yo.
-¿Y qué piensas que significó
todo aquello?
-Puede que a posteriori acabase
creando un recuerdo fantasmagórico que me evocase a Jorge y me pareciera un
poco menos muerto.
-No sé si decir que suena más
razonable, pero desde luego yo iría por ahí. El primer choque con la muerte es
fuerte para un niño.
En este punto tragué saliva.
-También tengo una segunda
opción; la menos razonable. Verás yo había visto a Jorge la tarde de antes. Me
enojaba por el hecho de que se fuera a irse y a dejarme solo aquel verano.
Nosotros como mucho iríamos a Madrid, algún día suelto. Ellos tenían algún
familiar pudiente que les invitaba a pasar en su chalé una temporada larga en verano.
-Ajá, ¿y tu teoría es…?
-Que Jorge vino a despedirse de
mí.
-¿Perdón?
-La última vez que nos vimos
conseguí apesadumbrarle. Le confesé que me apenaba mucho que se fuera lejos ese
verano. Yo le vi triste al marcharse, pero me prometió que no tardaríamos mucho
en vernos; que no se me haría tan largo.
-Bueno, siento todo esto pero …
¿Hablas en serio, piensas que tu amigo muerto se presentó en tu habitación?
-Nunca he sabido qué pensar. Ya
te he dicho que fue una presencia agradable. Y en las siguientes noches fue
igual.
Una mirada preocupada anidó en
mirada de Sonia.
-¿Hubo más noches?
-Sí, unas cuantas. Todas más o
menos igual que la primera. La verdad es que no dormía mucho, pero en realidad
no me importaba. Yo estaba destrozado por perder a mi amigo y aquello me
consolaba.
-¿Ves cómo todo va teniendo una
explicación? Fue una proyección de propio dolor.
-Sea como sea no duró mucho. Mis
padres me veían con sueño y no tardaron en preguntarme si tenía pesadillas o
algo. Les conté lo de la luz, y la silueta, y optaron por quitar la lucecita de
mi habitación.
Fueron tiempos oscuros. Literal y metafóricamente. Mi miedo a la
oscuridad se acrecentaba y el duelo por mi amigo era muy fuerte.
-Llevamos saliendo dos años y no
tenía ni la más remota idea de que te pasó esto. No quiero parecer insensible
pero me molesta un poco. Me lo he encontrado ahora, de repente.
-Puedo comprenderte, pero no es
fácil hablar de fantasmas y traumas con nadie.
-¿Qué ocurrió más tarde? Supongo
que lo acabarías superando.
-Poco después decidimos probar
suerte en Madrid. Ya te he dicho que mis padres eran uno de los pocos
matrimonios jóvenes que quedaban. Al principio nos alojamos en caso de mi tío
Andrés, después nos fuimos de alquiler y finalmente a nuestra hipotecada casa
actual. Mi padre se defendió bastante bien.
-Me refería…
-Ya sé a lo que te referías. Fui a
un psicólogo infantil durante algún tiempo. Duelos y fobias se fueron curando.
Lo cual no significa que no siga recordando aquellas noches extrañas. Me
recuerdan que no sé qué creer.
-Lo que debes creer es la
solución más sencilla. Fue duro, pero la visión estaba en tu mente.
-¿En serio es la solución más
sencilla? Te recuerdo que empecer a tener las visiones antes de que supiera que Jorge había muerto.
-Quizá eso te lo parezca a ti
ahora, pero ha pasado mucho tiempo. La mente puede moldear la memoria a su
antojo, no todo son registros literales.
Recuerdo que en este momento de
la conversación comencé a sentir una leve sensación de enfado, una punzada en
mi orgullo cuestionado. Hube de defenderme y, de algún modo, rebatir.
-Qué rápido arrojas luz sobre los
misterios de mi vida. Te propongo algo.
-Vale, la historia ha tocado a su
fin. Te veo venir desde lejos y esto acabará en discusión.
-Escucha mi proposición. Esta
noche es ideal para lo que se me ha ocurrido.
-Dios mío ¿el qué?
-Bueno, tenemos forzosamente
oscuridad y además una luz. Luz de vela pero luz, al fin y al cabo.
Maite creyó intuir la idea y
desde luego, aun antes de hablar, no parecía ser de su agrado. Al instante me
lo confirmó.
-¿Quieres hacer una sesión de
espiritismo con una vela y una improbable silueta danzarina? Pedro, eso no
parece indicar que lo hayas superado mucho.
- No es nada serio, creía que me
tenías por alguien más equilibrado. O a lo mejor es que al final la miedosa
eres tú.
La segunda parte de la frase la
hice con un guiño que no estoy muy seguro que Maite lo viese (la oscuridad era
grande). Toda mi planificada afabilidad no surtió el efecto deseado de
suavizarla; de todos modos contra todo pronóstico Maite aceptó.
-Cállate ya; vamos a hacer la patochada ésta. Lo prefiero a que me
des la matraca toda la bendita noche.
-Entonces subamos a la que era mi
habitación. Ahora es la habitación de invitados. O lo será cuando tengamos uno.
Maite podía aducir que se sumó a
esta extravagancia con desgana y por evitar que le diese contumazmente la
tabarra. Sin embargo ¿cuál era mi motivo? Fue un impulso, un mandato
irresistible. A veces pienso que salió de mí; a veces lo dudo. De este modo
subimos, a través de una estrecha escalera que en aquel momento era un
manifiesto peligro. Cualquier escalón se nos hurtaba a la vista casi
completamente; la palmatoria nos auxiliaba lo justo y necesario.
-Pues ésta es mi habitación. No
resulta muy acogedora de primeras, pero es que hace mucho que nadie la usa.
Era eso y que el entorno era
realmente tétrico. Ninguna luz salvo los relámpagos y la vela; ningún sonido
salvo la lluvia y los truenos. Nuestros rostros amarilleaban al acercarnos a la
vela.
-Bien, voy a dejar la vela aquí.
Al lado de donde está el enchufe donde conectábamos la lucecita. Y ahora a
esperar las sombras, o lo que sea.
-Vaya noche romántica. Me he
lucido con la idea de venir aquí. Por cierto, si aceptamos que tu visión fue
real y que tu amigo fantasma quería
despedirse. ¿Por qué va rondar todavía por aquí? Mira que han pasado años como
para pensar todavía en decir adiós.
-Tómatelo como una de las
historias de miedo que te gustan. Una que vamos escribiendo paso a paso. Ahora
viene la parte divertida, observar la vela.
Aparte de la pequeña luz oscilante de la vela, nada se proyectaba
en las paredes; todo era una monotonía de leve claroscuro. Hasta que casi dando
cabezadas, somnolientamente pude ver una sombre tintineante completamente
inverosímil.
-¡Maite, Maite! ¿Lo estás viendo?
¡Está ocurriendo! ¡Está ocurriendo! No me digas que esa sombra en la pared es
algo normal.
-Me había dormido. ¿Qué …qué, qué
es eso? ¡Pedro, dime que estás haciendo!
-¿Que qué estoy haciendo? ¿Crees
que soy capaz de hacer sombras chinas de ese tamaño y sin mover las manos?
Ante nosotros una sombra con
forma de silueta infantil se contoneaba en extraños movimientos. Los primeros
compases fueron de instintivo miedo, de querer despertar cuanto antes con tal
de no ver algo antinatural; más adelante comenzamos una torpe interacción. La
sombra parecía reaccionar a nuestros movimientos. A veces imitaba nuestros
ademanes, otras veces tocábamos la porción de pared que ocupaba y entonces se
movía nerviosamente, como si hubiésemos hecho cosquillas a una piel y no al
yeso.
-No estoy segura de lo que
tenemos que hacer, Pedro. Pero estoy realmente asustada. Si es un truco para
acojonarme te asegura que lo has conseguido. Por favor, déjalo.
-¿No te he dicho que no hago
nada? ¿Crees que tengo un Cinexin para proyectar esa sombra? ¿No notas nada
nuevo? ¿Cómo si hubiese algo que ocupase espacio?
-Como aire ¿no? Como si fuera un bloque de aire que
se estuviera paseando por la habitación.
-A eso me refiero. Y además ¿no
oyes nada? Yo estoy empezando entender.
-Lo único que oigo son truenos, y
ya me estoy desesperando. ¿Qué es lo que entiendes?
En efecto una tormenta parecía
haberse quedado estáticamente cerca de la casa. A penas si pasaban cinco
segundos entre el relámpago y el trueno.
-Oigo lo que la sombra quiere
decir. Es como una especie de voz… o siseo. Pero creo que lo voy comprendiendo.
Ése fue el punto álgido de la
experiencia y justo ahí empecé a dejar de ser yo. Cogí la vela y la apagué de
un soplido. La tiniebla era total. Lo demás me está algo vedado si trato de
evocarlo, pero creo que puedo hacerlo con cierta exactitud. Una vez que apagué
la vela salí corriendo insólitamente rápido de la habitación y cerré la puerta.
Algo parecía estar obrando en mí
incesante e inconscientemente, como si mi libre albedrío no jugara ya gran
papel. La puerta se había cerrado tras de mí, con un estrépito impropio de la
fuerza de cualquiera. Sin duda lo que más recuerdo de entonces son los gritos
de terror de Maite, tratando de salir de una habitación inusualmente cerrada;
bloqueada por una testaruda e inesperada fuerza sobrehumana. Yo, por mi parte,
inicié una loca carrera por todo el
segundo piso de la casa, sin ver, sin oír y casi sin sentir. En un momento dado
dejó de haber superficie bajo mes pies.
..................................................................................................................................................
El dolor fue solo cosa de un
segundo y lo ignoraré deliberadamente, pero la sensación de ver mi propio
cuerpo desde lo alto es algo que no se puede obviar. Yo, Pedro Matesanz
Estébanez yacía al pie de las escaleras que hace poco había utilizado para subir
a mi habitación. Como a pesar de todo seguía manteniendo la capacidad de
discernimiento, no me fue difícil deducir que mi espíritu se había separado de
mi cuerpo al romperme el cuello bajando por las escaleras. Lo que pude ver a
continuación fue confuso, se sucedieron luces matinales y tinieblas nocturnas,
un limbo de tiempo de cuantía inexacta. Por fin, encontraron mi cuerpo.
Vi muchas escenas de desolación,
por parte de mucha gente. Fue duro; los muertos también pasamos nuestro duelo.
Jorge, mi amigo, está por aquí y me mira con cara de travieso arrepentimiento. Yo
le maldije mucho tiempo. Su llamada fue probablemente más intensa de lo que él
mismo esperaba; en el fondo no creo que quisiera hacerme daño. En vida tampoco
controlaba bien sus emociones ni sabía dejar pendiente una promesa. Quería
verme. Últimamente está esquivo, pero quizá me enseñe a comunicarme a través de
la luz y yo haré mejor control de ello. Creo que tengo mucho tiempo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario