Llegar a este punto no fue fácil
para Alejandro, y aun así había ciertos vasallajes que incluso ahora le costaba
mucho aceptar. Un ejemplo de ellos, lo acababa de sortear hace un momento
liquidando el trámite de una entrevista radiofónica donde su entusiasmo se
había mezclado con el azoramiento de la timidez, congénita e irreductible.
“Bastante he hecho con no comerme el micrófono” pensó Alejandro, que advertía la paradoja de la
situación; un músico, un cantante, tratando de no balbucir ante los micros.
Ahora, superada la congoja, iba repasando la serie de preguntas y respuestas
que se habían sucedido y llegó a la conclusión de que había salido más o menos
airoso. Fue una entrevista amable, con preguntas evidentes pero oportunas:
influencias, proyectos, proceso de grabación… Sin embargo, una pregunta en
concreto había requerido de él un acopio extraordinario de sosiego y
autocontrol. ¿Cómo no iban a preguntarle por “Biografía de un Adiós”? ¿Acaso no
era el tema que le estaba aupando, el que sonaba en cada vez más radios?
No era
un éxito apabullante pero era el primer
paso para poner el pie en la puerta y poder prosperar. “¿Cuál es la inspiración
para esta canción, Alejandro”? Y Alejandro
enlazó una serie de razonamientos inteligibles y coherentes que podían
pasar por una más que aceptable respuesta, aunque en su fuero interno calló más
de lo que dijo; si bien lo que dijo tenía un parentesco con la verdad.
La casa de Alejandro, sita en el
centro de Madrid, era un compendio de clichés de artista con ciertos posibles y
de bohemia de manual, a cuyo aspecto solo le faltaba un pintor decimonónico
agonizante de tuberculosis. Un refugio, en cualquier caso, que estaba destinado
a mitigar ciertas desazones. Tras la entrevista un imperativo deseo de
relajarse se apoderó de él y le dio cumplimiento preparándose un gin tonic,
sentándose en un sillón y poniendo en el equipo de música “Pet Sounds” de los
Beach Boys. Furtivamente una llamada telefónica vino a quebrar la incipiente
paz que se había ido acumulando en la estancia. Con un ligero hartazgo comprobó
que se trataba de su productor, Emilio.
-Tienes que venir a los estudios,
hay algo que tienes que ver; o mejor, que tienes que oír.
-Emilio, dime qué pasa y yo
valoraré si merece la pena. Acordamos que hoy no habría ni promociones ni nada
relacionado con el disco. Salvo la entrevista. Somos gente de palabra,
recuerda.
-Déjate de vagancias sarcásticas,
esto es importante.
-Pero de qué se trata.
-Mejor no decírtelo por teléfono,
pero es algo que puede ser perjudicial.
-¿No me preguntas si esta línea
es seguro o algo así? Vaya rollo enigmático que te traes.
-Nos puede caer una buena.
Resoplando, Alejandro hizo
perezosamente frente a su desidia y se dispuso a salir hacia los estudios, que
hasta hace muy pocas fechas eran algo así como su segundo hogar, y aspirantes a
convertirse en el primero. En el taxi de camino encontró un ínterin adecuado
para pensar no tanto en el misterioso acontecimiento anunciado por teléfono
como en su estado actual. Era una sensación como de satisfacción cansada, de
euforia agobiada por unos acontecimientos numerosos y agotadores, al menos para
él. Toda la parafernalia de la promoción. “Quizá después de todo, es cierto que
quizá no tenga muchas habilidades sociales”, sopesó.
Una vez enfrente de los
estudios parsimoniosamente subió a encontrarse con Emilio. Para su sorpresa
también estaba su representante y su abogado; lujo éste último de reciente
adquisición y al parecer de gran utilidad según se va ascendiendo en negocios
que van siendo cada vez más lucrativos. Con gesto amable pero indisimuladamente
grave invitó a Alejandro a pasar a una sala de reuniones aneja. Una vez
sentados el productor esgrimió hacia Alejandro un objeto con la mano.
-Este cassette es el motivo por
el que te hemos hecho salir de casa. Y quiero que lo escuches detenidamente.
Afortunadamente en este estudio tenemos mucha memorabilia y la podemos reproducir.
En ese radio-cassette que puedes ver encima de la mesa.
-¿Un cassette? Déjame que
adivine. Algún músico al que no conocen ni en su casa, como yo hace poco, grabó
algo parecido a una canción mía hace treinta años. Y pedirá pasta claro, a
cuenta de un parecido de una corchea. Demanda por plagio ¿me equivoco?
-Voy a ir diciéndote poco a poco
en lo que vas acertando y en lo que no. En efecto, es de un músico altamente
desconocido, que grabó algo en los ochenta y ha visto una relación con una
canción tuya. Sin embargo, lo creas o no, no pide pasta y yo diría que la
relación que tiene con tu canción no es exactamente catalogable de “parecido”.
-¿Qué quieres decir?
-Creo que será mejor que escuches
tú mismo y juzgues.
Con unos gestos casi
apesadumbrados Alejandro introdujo el cassette en el vetusto reproductor y un
sonido acartonado y derruido comenzó a sonar. La cara de estupor se adueñó
velozmente del rostro de Alejandro, se apoyó sobre la mesa y aguzando el oído
escuchaba a aquella canción como quien oye un mensaje de otro mundo;
desconcertado, apunto del miedo.
-¿Me estáis gastando una broma?
-Me temo que no ¿te suena de algo
lo que has oído?
-¿Qué si me suena? Es mi jodida
canción, exactamente la misma letra y la misma melodía.
-Pues eso parece, solo varían los
arreglos; los tuyos tiran hacia un medio tiempo y un poco de americana y el
cassette es poco menos que una maqueta casera que casi parece más una
psicofonía que otra cosa. Sin embargo ya lo ves, es “Biografía de un Adiós” nota por nota. Una coincidencia
extraña ¿no?
-Por tu tono deduzco que quieres
decirme algo, aparte de que tienes en un tus manos una copia fantasma de mi
canción.
En ese momento el abogado
encontró el momento oportuno para entrar en la conversación y encarrilar
reciamente la charla, sumida en aspavientos y gestos de sorpresa.
-Mi tarea es preguntar,
Alejandro, ya que Emilio no lo hace directamente. ¿Conocías tú de esta cinta
antes de escucharla hace un momento? ¿La habías escuchado antes?
-¿Me estás diciendo que si he
plagiado de pe a pa “Biografía de un Adios” aprovechándome de una canción de un
autor al que no conoce nadie? ¿Qué la cogí de un don nadie y la he hecho pasar
por mía?
-Pues yo diría que es eso mismo
lo que estoy preguntando, pero si tienes una explicación mejor, estoy dispuesto
a escuchar. Soy todo oídos.
-Pues por de pronto podría haber
grabado esa cinta ayer mismo y ser él quien se aprovecha. ¿No se puede
comprobar cuál es la antigüedad de lo que está grabado? Ah por cierto, ya que
lo preguntas la respuesta es no. Nunca había oído antes ese cassette.
Emilio, diligentemente, atajó la
conversación, cada vez más incómodamente tensa.
-Ese rollo de CSI musical de
momento no será necesario, de hecho Juan Caros –el abogado- solo está aquí por
si acaso, para que se vaya enterando del asunto por si hay que actuar.
-¿Cómo?
-Verás, la cinta llegó a los
estudios en una carta remitida por un tal Alberto Rivas. En la carta solo nos
cuenta que quiere hablar contigo, no hay ninguna mención a demandas ni se
nombra la palabra plagio explícitamente. Vamos, que no hay materia legal de momento.
Sin embargo afirma haber compuesto la canción hace treinta años. Te ha
emplazado a que le visites en su casa y espera que aceptes.
-¿Creéis que tengo que ir? –el
rostro de Alejandro estaba hierático, tal era el pasmo que acarreaba entonces.
-Sería aconsejable en algunos
aspectos; una negativa podría hacerle ejercer acciones más agresivas,
judiciales claro está. Imagínate que llegamos a un acuerdo razonable sin llegar
a poner un pie en los tribunales y sin aparecer en la prensa.
-De lo cual deduzco que creéis
que soy culpable, que he plagiado. La visita sería para salvar los muebles ¿no?
Mario –así se llamaba el representante-, tú sabes la historia de la canción,
sabes cómo surgió.
Un silencio, más esclarecedor que
dubitativo, siguió a la afirmación de Alejandro. Finalmente, quizá siguiendo
algún designio moral o por pudor al verse interpelado, el representante se vio
obligado a hablar.
-Mira Alejandro, sé lo que pasaste para escribirlo y todo lo
que te sucedió, pero las opciones son simples. O mientes él o mientes tú.
Personalmente creo que miente él, pero queremos solucionar esto de manera
discreta. Ahora que estás en vena no sería bueno que esto se airease, aunque tú
tengas razón.
Teniendo la sensación de estar
atribulado por una secuencia de sucesos surrealistas, Alejandro no sabía bien a
qué atenerse. Ir a hablar con ese fulano. Para qué.
-¿Y sabemos algo de ese Alberto
Rivas? ¿Tiene alguna trayectoria? A mí ni me suena, claro.
Volvió a retomar la palabra el
productor.
Nada que sepamos, no hay rastro
de él en internet, que es como decir que no lo hay en ningún sitio.
Lo que sí
sabemos es dónde vive, venía en la carta, y allí nos ha emplazado para hablar
con él.
-¿Nos?
-No me parece prudente que vayas
solo, irá contigo Mario. De hecho como representante tuyo no veo a otra persona
que le ataña tanto esto como a él, excepto a ti mismo claro.
Un gesto de asentimiento,
inclinando la cabeza apenas unos pocos grados, venía a ser el equivalente no
verbal de la claudicación. No sabía si ver
una conspiración urdida para atajar su incipiente éxito, un fenomenal
embuste o una delirante coincidencia de proporciones antológicas.
-Supongo que ya que habéis
analizando esto tan profundamente ya habréis pensado cuando iremos ¿no?
Juan Carlos, el abogado,
sintiendo que llegaba su turno, tomó la palabra.
-He llamado al tal Rivas y ha dicho que cualquier día de la
semana sobre mediodía, así que tú dirás. Por cierto, antes de que saques el
tema, sí le he preguntado por el asunto de la canción y no he podido sacarle
nada; ni lo que quiere ni lo que pide. Salvo que quiere hablar contigo.
-Genial, muchas gracias equipo.
Bonito vuestro detalle el de dejar para el final la idea de informarme. Si eso
ya voy haciendo lo que dispongáis
-Menos ironía Álex- -volvió Mario
a la carga-, como tú mismo dices en la canción de marras, a veces pareces un
niño abandonado. Tú no habrías hecho nada, suerte que por lo menos se te da
bien la música.
Alberto Rivas vivía en un pueblo
a unos cuarenta kilómetros de Madrid; era una población pequeña, una agrupación
de casas abigarrada y humeante de chimeneas inmersa en la sierra; el frío
transfería al lugar un matiz recio, berroqueño. Justo como Alejandro se
imaginaba a Alberto Rivas. Éste tenía su casa a las afueras, estando incluso un
poco apartada, como queriendo estar exenta de la compañía de vecinos. No era
una casa modesta en cuanto a tamaño, si acaso podía achacársele cierto descuido
en algunos aspectos: por lo demás su blancura resultaba un tanto inquietante.
Ante la puerta de la verja se encontraban Alejandro y Mario tratando de
dilucidar (sobre todo el primero), si aquella extraña visita sería provechosa o
incluso conveniente. No tardo mucho el señor Rivas en abrir, tras el pertinente
toque en el telefonillo, y cuando se aproximaron a la entrada principal ya
estaba en el umbral de la puerta. Debía tener unos sesenta años y una
apariencia de respetabilísimo hombre maduro cada vez más cerca de la senectud;
a ello contribuía un cabello blanco, venerable y plateado, que incluía un
pequeño bigote.
-Me alegra que hayan venido,
espero que no hayan tenido problemas en llegar al pueblo y encontrar mi casa.
-Nada mejor que un navegador y un
par de preguntas a los vecinos para llegar a sitios como éste.
El que, así, primero respondió
fue Mario; entretanto, Alejandro analizó la cara de su anfitrión tratando de
inquirir lo que después habría de ocurrir. No obstante tuvo que inmiscuirse en
la protocolaria ceremonia de salutación.
-Y a usted señor Alejandro
Márquez tenía muchas ganas de verle, por favor tengan la bondad de entrar;
deben haber pasado bastante frío.
Las pupilas de Mario y Alejandro
hubieron de acostumbrarse a la oscuridad; todas las estancias estaban a oscuras
y tardaron unos momentos en poder distinguir algunas siluetas. Era, sin duda,
uno de esos caserones que imponen respeto e influyen en el ánimo de los
visitantes.
-Disculpen la oscuridad, casi
siempre prefiero la penumbra a la claridad. Supongo que es una manía que se ha
ido intensificando con el tiempo. Por cierto, quizá prefieran antes de entrar
en materia tomar algo caliente; tengo de casi todas las infusiones.
-Venimos ya desayunados, creo que
sería preferible empezar a hablar de la canción. Alejandro y yo estamos todavía
sorprendidos.
-¿En serio? Supongo que es
normal. De todos modos hablaré solamente con el autor, no quiero ser descortés
pero le ruego que nos espere en el salón de estar. Creo que podrá aguardarnos
confortablemente.
-No, oiga; este asunto es más
serio de lo que parece y atañe a muchas cosas que son de mi incumbencia. Solo
ayudo a mi protegido.
-Déjeme tranquilizarle al
respecto. No voy a demandar, no voy reclamar nada. De mi canción no sabrá nadie
nada salvo mis íntimos de aquella época. Además, no ha habido plagio.
-Lo cual supone admitir que su
cinta es una treta. Salvo que quiere reconocer la existencia de una
coincidencia de proporciones casi sobrenaturales.
-Yo no admito ni reconozco nada.
En cuanto a la “coincidencia de proporciones sobrenaturales”, creo que no
usaría ese término. Me parece una vulgaridad sensacionalista.
El creciente enojo, casi furor,
de Mario barruntaban una escalada dialéctica preocupantemente bronca. Por eso y
por un impulso legítimamente individual Alejandro intervino.
-Déjanos Mario, no me importa
hablar con él a solas. Creo que no será una conversación sobre derechos o
intereses económicos.
-Vaya, al menos he sido útil
trayendo el coche. Pues nada, ya me contarás luego. ¿Es éste el confortable
salón? –Alejandro, señalaba una habitación grande y oscura, de decoración
rústica pero bien cuidada. Un sitio de lo más coqueto para pasar un frío día
invernal.
-En efecto. El sillón es muy
cómodo, y si lo desea puede ojear mi biblioteca. Creo que se encontrará a sus
anchas.
Automáticamente se giró y con un
simple gesto de brazo izquierdo invitó a Alejandro a subir al piso superior. El
fastidioso palmo de narices de Mario no
pasó de una silenciosa indignación que siguió a un acatamiento resignado de la
espera en el salón. El señor Rivas y yo nos dirigimos hacia las habitaciones
superiores. Una vez allí me indicó una puerta.
-Pasemos aquí. Podríamos decir
que este es… mi despacho. O al menos el lugar donde suelo estar más horas al
día.
La habitación era relativamente
amplia pero de sencillo mobiliario; apenas si una mesa llena de papeles y dos
sillas. Apoyadas en la pared había dos fundas, que era de suponer que
contuvieran sendas guitarras. Pasaron y como si lo tuvieran ya todo planeado se
sentaron instantáneamente en las sillas.
-Aunque, pensándolo bien
–continuó Rivas- quizá el término más exacto sería taller. Aquí vengo
produciendo desde hace mucho tiempo mi artesanía, por decirlo de algún modo.
Aquí compuse “Biografía de un Adiós”. Hace unos treinta años.
Tras un leve silencio Alejandro
se vio impelido a contestar.
-No consigo explicarme cómo puedo
haber escrito esa misma canción tres décadas después. Usted mismo dijo que no fue
un plagio, cosa que es cierta.
Una frase marcó un giro
importante en la conversación.
-¿Le dolió a usted mucho?
-Si se refiere a “Biografía de un
Adiós”, le diré que tengo cierto orgullo de autor y por lo tanto que usted
afirme haberla compuesto no me gusta, la verdad sea dicha.
-No; me refiero a su hermano.
Un asombro indefinido se asomó a
la cara de Alejandro; un asombro que podría derivar hacia la
consternación o
hacia la furia.
-¿Qué pasa con mi hermano? ¿Me puede decir qué significa esto? Empieza a
enojarme tanto misterio, no sé cómo se ha enterado de lo de mi hermano pero le
ruego que lo deje.
-No se enoje y escúcheme, por
favor. Yo de usted no sabía nada hasta que le escuché por la radio y vi que
sonaba “nuestra” canción. También he oído varias entrevistas. A partir de ahí
deduzco lo siguiente, y por favor dígame si me equivoco mucho.
Usted perdió a
un hermano mayor debido a un cáncer que acarreó una convalecencia larga y
dolorosa. Ése periodo fue la inspiración para “Biografía de un Adiós",
pero cuando le preguntan en las entrevistas usted sencillamente dice
genéricamente que habla sobre la muerte, o más bien sobre la enfermedad, pero nunca dice
que se refiere a su traumático evento. Como por un pudor sentimental ¿Voy bien?
Alejandro sintió un imperativo
impulso de salir, de gritar y de demandar explicaciones a Mario, a cualquiera
que se le pusiese por delante, al mundo. Reprimir él llanto fue inútil pero lo
que si fue capaz de reprimir fue su impulso primitivo y formular una pregunta,
una intensa súplica.
-¿Cómo…? ¿Cómo puede saber eso?
Muy pocos lo saben mi productor, mi representante.. ¿Se lo han dicho todo
ellos?
-No, Alejandro. A mí me pasó lo
mismo también. Perdí un hermano de igual forma y también hice la canción
inspirándome en eso. Era imposible que usted conociera mi canción, nunca se
publicó. Yo hace tres décadas tenía veleidades musicales y grabé de forma
rudimentaria algunas canciones. Llamarlas maquetas es excesivo, como habrá
podido comprobar. Pero nuestra historia paralela difiere en un aspecto clave.
Alejandro era preso de una
especie de catatonia; realizar cualquier movimiento o tomar cualquier
determinación era un esfuerzo sobrehumano. Aun así articuló una pregunta.
-¿Cuál?
-Usted a pesar de su pudor ha
publicado la canción e incluso está siendo casi un éxito. A mí me ofrecieron
grabarla, pero en el último instante me negué. Quería que mi canción fuese
solamente materia íntima, un secreto entre mi hermano y yo; desafiando a la
muerte. No quería que mi historia la oyera todo el mundo.
El tono de esto último fue dicho
de un modo cada vez menos tajante, se podían notar dobleces en el habla de
Alberto Rivas. Esta vulnerabilidad hizo recuperar un poco la compostura a
Alejandro, que aun así seguía siendo presa de un enorme asombro.
-¿He de entender que me está
censurando por haber publicado la canción con la historia de mis hermano?
-Quizá hasta hace poco lo hubiera
hecho, del mismo modo que no me hubiera arrepentido de lo que hice en su
momento. Pero esta coincidencia significa algo, tiene que significar algo. Y he
meditado sobre ello.
-¿Y bien?
-Reflexionando en los últimos
tiempos he pensado que a veces no es que los creadores busquen una obra, sino
que una obra es la que busca a los creadores. El mensaje que yo quería
transmitir con la canción era un mensaje digno; de agradecimiento, de pena. Y
yo lo silencié, por motivos nobles, pero lo silencié. Y esa canción de algún
modo persistió, se abrió camino y llegó hasta usted.
Esto último lo dejó en el aire,
señalando de una forma firme y directa, como si concitara todas sus energías
para apuntar hacia Alejandro.
-Pero… ¿Por qué?
-Sencillamente porque hay
canciones libros, pinturas o creaciones de cualquier tipo que buscan anidar en
alguien. Las más bellas, las que merecen la pena. Esta canción no fructificó en
mí, no la edité. Sin embargo encontró a alguien que había pasado por lo mismo y
se pegó a usted. Y en usted sí fructificó.
-¿De veras cree eso? ¿En algo tan
metafísico?
-¿Y usted que sugiere? ¿Prefiere
creer que yo me lo he sacado de la manga? ¿Qué en realidad he enviado una cinta
grabada hace unos días y yo soy un plagiador?
-Señor Rivas, todavía no sé qué
quiere. No sé para qué nos hemos reunido aquí.
-Y es posible que incluso dude de
mi cordura. Lo crea o no todo esto es cierto. Y he querido verle porque quería
mostrarle mi agradecimiento. Ha hecho que la canción, que creo que no traté
adecuadamente, sea escuchada.
Pasó todavía un rato de conversación
sobre temas de índole fantástica, difusa y al final todo se reducía a una
cuestión de fe, de credulidad o incredulidad. A partir de cierto punto todo
avance pareció inútil. Ambos se levantaron y se dirigieron hablando hacia el
piso de abajo.
-Señor Rivas, me inclino a
creerle pero no estoy seguro de que todo esto sea una mentira y de que nos vaya
a demandar.
-Ya me gustaría a mí saber lo que
pensaría el resto de la gente. Pero no voy a hacer nada contra usted.
Lo
importante es la canción.
Y de nuevo miró Alejandro a aquel
tipo, que podía ser honesto, un chiflado eremita “new age” o un farsante. No
dejó de pensar de qué pasta estaría hecho realmente aquel hombre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario