miércoles, 28 de febrero de 2018

El Antitalismán



Rafael y Andrea eran una pareja estándar con tendencia a tener una vida acomodada. Los dos trabajaban, estaban en la treintena y eran dueños de un piso del que podría decirse que es agradable. O más bien eran dueños de una hipoteca que, no podía ser de otra forma, menguaba rápidamente una buena parte de sus ahorros. Ya un poco aburguesados, disfrutaban recibiendo visitas de sus amigos en su propio hogar. Nada, pues, en esta descripción se sale de lo normal.


-Lo que nos pasa no es ni medio normal.

-Ya veo que no estáis en vuestro mejor momento, Rafa.

Quien así respondió era Félix, uno de los dos amigos que estaban cumplimentando una visita a la sufrida pareja. Félix era delgado, de facciones marcadas y mirada y, a veces, carácter nervioso. Siempre daba sensación de prisa y de trajín interno. El otro amigo era, Jesús, su perfecto complementario; grueso, de facciones redondeadas y de un carácter que mezclaba afabilidad y pachorra. 

Rafael y Andrea, era cierto, parecían lastimados en tal medida que se asemejaban más a dos púgiles lamiéndose las heridas que a unos anfitriones de punta en blanco. Rafael fue el primero en hablar de su obstinada mala suerte, mientras degustaban  una meritoria tarta de queso.

-Llevamos una racha de accidentes caseros preocupante. Hace unas semanas me resbalé con una mancha de aceite en la cocina, que a saber de dónde salió. El resultado fue una rotura de escafoides de la mano derecha. Por si fuera poco, hace unos días estaba echando el ojo a la cerradura de la puerta de la calle, que va un poco dura, y en ese momento Andrea abrió la puerta. Osea, que me dejó un ojo a la funerala.

-Vaya, pobrecito mío. Te recuerdo que también hace unas semanas me resbaló con tu pelotita de baloncesto, que campaba por el salón, y me hice un bonito esguince de grados dos. Y que la semana pasada al tratar de desatascar el triturador de basura casi me llevo un dedo por delante. Tampoco está mal, mi querido Michael Jordan.
-¿Y si fuera un antitalismán?
La aportación de Jesús causó bastante confusión, si bien éste tenía una cara de plena satisfacción; quién sabe si por creer haber dicho algo lúcido y atinado o por su extático deleite con la tarta de queso.

-¿Un qué?

-Un antitalismán, Rafa. Lo contrario de un talismán. Es un objeto que en lugar de atraer la buena suerte, obra el efecto contrario y atrae las desgracias y el infortunio.

-¿De dónde has sacado eso?

-Bueno, tengo cierto conocimiento de causa. En el pueblo de mis padres un matrimonio, parientes lejanos, sufrió una serie de calamidades caseras parecidas a las vuestras. Un vecino del pueblo era una especie de santón o curandero, ya sabéis. Y les dijo que en casa había un antitalismán. Yo tampoco había oído hablar de eso.

Andrea, no pudo evitar ser sarcástica.

-Siendo parientes tuyos igual es que eran torpes. Tendrías a quien parecerte.

-Solo contaba una anécdota, Andrea. Creía que venía a colación. Aunque, por supuesto, yo también soy escéptico.

Félix, inquieto y curioso, optó por profundizar en la historia de Jesús.

-¿Y funcionó?

-Pues sí. Resulta que poco antes de que comenzaran sus accidentes habían adquirido una moneda. Una moneda antigua. No tenía gran valor pero gustaban de tener alguna antigüedad. En cuanto el santón se la llevó mis parientes dejaron de sufrir percances. Tan fácil como eso.

Jesús solía contar historias familiares con más regularidad de lo que quisieran sus amigos. Se solían dividir entre las banales y las aburridas. Ésta parecía participar de ambas. Quizá por eso Rafael trató de volver al sarcasmo para cortar de raíz aquella batallita.

-Pues hemos dado en el clavo. Los santones pueblerinos que van a la caza de objetos vintage diabólicos suelen ser muy fiables.

-Bueno, bueno, yo solo lo cuento. Ya os digo que es solo una curiosidad, nada más. El primero en no creerlo soy yo.

Félix, sin embargo persistía en prolongar la conversación sobre el tema.

-¿Y habéis metido vosotros algo nuevo en la casa antes de que empezarais a lastimaros?
En cruce de miradas involuntario, pero perfectamente sincronizado, dio a entender que sí. Rafael comenzó el escrutinio.

-Bueno, yo compré por esas fechas un soldado de plomo. Ya sabéis que hago colección. En concreto es un húsar de las guerras napoleónicas.

Lo dijo un poco bajo, como si hubiera cometido un dispendio superfluo.

-Sí amor, genial. Así podremos recrear por un módico precio la batalla de Friedland. Y además podría ser un antitalismán.

El tono de Andrea no era de reproche o enfado, sin embargo Rafael pareció tomarlo más en serio de la cuenta.

-Pues te recuerdo que tú también tienes a un candidato a antitalismán. ¿No has pensando en tu librito?

-Mi  “librito” es una antología rara de la Generación del  27, que compró mi madre en una librería de viejo. Y que yo sepa el librero no ha sufrido calamidades.

-Ya; ¿y el que me vendió el soldado sí?

Jesús intentó atajar una probable escalada de tensión mientras miraba con melancolía su plato; vacío y ya sin tarta de queso.

-Venga chicos olvidad esta cuestión, solo era historieta tonta. Está claro que ni el soldadito ni, ni el libro son culpables de vuestra mala suerte. Es solo una superstición pueblerina.
A partir de ahí la velada siguió de un modo automático, funcionarial; pero inesperadamente una fragancia de extrañeza se apoderó de todos.

Parece que hubo una tregua en la sucesión de desdichas y accidentes dentro de la casa de Andrea y Rafael. Durante unos días, el comentario del antitalismán era apenas una pequeña brizna de resquemor. Algo, no obstante, vino a perturbar esta pequeña paz. Fue una tarde en la que Rafael llegó a casa con una cara mustia y sombría.

-Me han despedido, Andrea. Me acaban de echar

-¿Perdón?

-Lo que oyes. Por un maldito error, 8 años trabajando allí y me echan por un jodido error. Hace unos días autoricé un pago con un cero de más. 500.000 € en lugar de 50.000. Maldita sea, es un error subsanable, el dinero se puede traer de vuelta. No hay justificación para darme la patada.

-¿Y se lo has dicho así a tus jefes? ¿Te has venido sin más?

-Pues ya que lo preguntas sí; les he dicho que les demandaré por despido improcedente. Pero muchas gracias por no poder esperar para ponerme los puntos sobre las íes.

-Lo siento Rafael, perdona. Ciertamente es un palo.
-No es nada. Pero tendremos que estirar tu sueldo para si quiera cubrir gastos. En fin, voy a la ducha. Necesito despabilarme.

En el camino a la ducha, Rafael lanzó una rencorosa mirada al libro de la Generación del 27. Rencorosa y más larga de normal. A su espalda Andrea lo observó con suspicacia.

Unos días más tarde Andrea y Rafael estaban tranquilamente leyendo en su salón cuando recibieron una llamada telefónica. Fue ella quien se encargó de contestar. Según iba escuchando a su interlocutor, Rafael se dio cuenta de que a su novia se le iba marchitando el rostro.

-¿Cómo ha sido?

Por las respuestas de Andrea, Rafael iba deduciendo que seguramente se trataba de un acontecimiento funesto.

-Mi hermana ha tenido un accidente con la moto y está muy grave. Me han llamado desde el hospital.
-Dios mío. Y si…

-¿Qué?

-Nada, pero pensé que quizá.. En fin, lo del antitalismán. Es mucha mala suerte de nuevo y…
Andrea, que estaba entre lágrimas, no daba crédito a lo que decía Rafael.

-¿Cómo? ¿Esas son tus condolencias? ¿Lo primero que me dices es sobre la mierda esa de superstición?

-Deja que me explique.

-Nada de explicaciones. Me voy al hospital ahora mismo. ¿Vienes tú o qué?

-Claro, me arreglo y salimos.

Perseverar abiertamente en la idea del antitalismán era una pésima idea; Andrea se enojaba enormemente con solo mencionar ese tema. Sin embargo, internamente la preocupación de Rafael era clara y diáfana. Decidió que lo mejor era consultar con las fuentes primarias sobre el asunto, pero sin que su novia se enterase. De tal modo que citó a Jesús en la Cafetería La Plata por si el pudiera aportar algún conocimiento.

-¿En serio me estás preguntando por la superstición esa del santón de mi pueblo? Por favor Rafael, olvídalo. Es una pésima idea atribuir a un objeto todas las desventuras que sufrís.

-Pero es que no es normal, Jesús. Todo nos sale mal. Lo que yo quería preguntarte es si la maldición incluye también desgracias fuera del hogar y si puede afectar a otras personas.

-A ver Rafael, escucha. No voy a alimentar esta paranoia, simplemente deja de pensar en ello. Se supone que somos personas mínimamente racionales.
En este momento Rafael subió el tono.

-¡Jesús, por favor!

-¿Quieres bajar la voz? Te ruego que no creas lo que voy a decirte; yo no lo hago tampoco. Pero según creo recordar el antitalismán puede ocasionar todo tipo de desgracias a los habitantes de la casa en la que esté. No hay límite. Incluso podría, teóricamente, afectar a conocidos, sí. De todos modos, Rafael, mírame.

-¿Qué?

-¿Tú me ves preocupado? Porque según lo que dices, yo podría estar en peligro. Soy una persona cercana a ti. Pues ya ves que no lo estoy. Y tú ni mucho menos deberías. Y ya que estamos ¿Se lo has dicho a Andrea?

-¿Andrea? Creo que  Andrea me odia.

Andrea desde luego no estaba pasando un buen día. Venía triste del hospital y se disponía a entrar en casa. En ninguno de los dos sitios las perspectivas eran halagüeñas. Para templar nervios tenía pensado leer la rara antología de la Generación del 27. Pero al llegar a la estantería del salón de estar, encontró un hueco donde debería estar el libro. La primera reacción fue volverse hacia sí misma y pensar que lo habría extraviado en cualquier lugar de la casa; casi al instante, sin embargo, atinó a una explicación más intranquilizadora.

-Rafael, ¿estás es casa? Creo que te oigo por el dormitorio.

-Sí cariño, por supuesto que estoy aquí. Espera, ya voy.

Sin ningún tipo de apresuramiento se oían los pasos de Rafael en su trayecto hasta el salón. Al llegar, su rictus era hierático como el de una deidad egipcia.

-¿Cómo estás, cariño?

-Nada de “cariño”. ¿Tienes que ver algo tú con que mi libro de la Generación del 27 ya no esté en su sitio? Dime que has olvidado ya la chaladura del antitalismán.

-¿Chaladura? Tú eres la que no quiere ver las cosas como son. Pero, mírate. Das pena, tienes mal aspecto y pareces muy nerviosa. Qué desastre. Te lo contaré lo que he hecho para solventar nuestro problema. He cogido tu libro he ido a un descampado del extrarradio y lo he quemado en un bidón. 
Nuestra maldición ya solo es cenizas.

-¡Nuestra maldición eres tú mismo, cabrón! Era un regalo de mi madre. ¡No tenías derecho a hacer eso, pirado!

En este punto, Rafael repentinamente se encrespó.

-¡Deja de llamarme así!  No soy ningún chalado. He hecho todo lo que había que hacer para protegernos.

Andrea aceptó el desafío implícito en la mirada y el tono de voz de Rafael.

-No, aún quedan cosas por hacer. ¡Aún hay cosas que destruir! Recuerda que tu jodido soldadito también tenía su candidatura a  atraer desgracias.

-No te atrevas a tocar el soldado de plomo. Es ridículo. Si hay algo maldito tiene que ser un libro, no una figurita.

-Pues vamos a asegurarnos, cretino.

-Para, Andrea. Ni un paso más. Te lo advierto.

Pero Andrea estaba lo suficientemente furiosa como para reparar en las amenazas de Rafael. Cuando se dirigía hacia los soldaditos de plomo para devolver la tropelía, Rafael la empujó fuertemente, cayendo ella al suelo y golpeándose con estrépito. Justo después un hilo de sangre caía de la comisura del labio derecho de Andrea, que aterrorizada miraba a Rafael acercándose con una mirada tan desprovista de compasión que infundía ineludiblemente temor. Andrea comenzó a gritar.

Realmente Andrea tuvo la gran fortuna, casi insólita, de que sus vecinos al oír los gritos pudieron avisar con celeridad a la policía. Rafael fue arrestado justo a tiempo, antes de que pudiera infligir daños irreparables a Andrea.



Pasaron unas pocas semanas y Andrea continuó su vida sola, toda vez que la justicia parece que consiguió mantener a raya a Rafael. La casa parecía ahora un refugio solitario y agorero, incapaz de restañar la antigua felicidad. Tenía gente que se preocupaba por ella, entre ellos Jesús y Félix; en su recuerdo y en sus conversaciones Andrea aparecía con frecuencia. Una tarde en las consabidas conversaciones de cafetería, Jesús recordó así el evento.

-Todavía tengo en mente  lo que ocurrió con Rafael y Andrea; me da mucho que pensar.

-Desde luego, quién iba a pensar que Rafael… Siempre había de lo más equilibrado.

-No; pero piensa un poco más. En el conjunto. Hemos visto disolverse una pareja bien consolidada por algo que ni siquiera existe. Bastó que yo  mencionase algo fuera de lo común para que arrasara con ellos… Basta meter un elemento extraño y a veces germina de manera inesperada. Creo que me culpo un poco.

-No deberías, convertir una anécdota en algo monstruoso supone que había un monstruo… que quizá no había mostrado su cara.

-En cualquier caso, me siento responsable. Por eso es por lo que voy ahora a verla. ¿Te vienes?

-Ya sabes que no puedo, he quedado con Lucía. ¿Por qué no lo dejas para otro día y vamos juntos?

-Ya he dicho que iba y me sabe mal desdecirme. En fin, ya es la hora de ejercer de buen samaritano. Y además hoy invito yo.


-Gracias por venir a verme Jesús, se me hacen cuesta arriba todo esto estos días.

-Ni lo menciones, no es ninguna molestia. Además ya sabes que la mención maldita del antitalismán… fue mía.

-No, no te culpes Jesús. Algo extraño le pasó a Rafael, pero fue culpa suya; supongo que no lo conocíamos del todo.

Andrea, con una presencia de ánimo no del todo natural, decidió que podía ser beneficioso algo de distracción.

- En fin, voy a arreglarme y salimos a tomar algo ¿de acuerdo? Las paredes se me caen encima.

-Claro, esperaré en la sala de estar.

Mientras esperaba a Andrea, Jesús se acercó lentamente a un jarrón hasta quedarse justo a su lado. Lo escrutaba con cuidado mientras introducía su mano en él y sacaba una moneda. Una moneda antigua. Jesús sonreía mientras pensaba:

“Y pensar que los antitalismanes sí que existen, y que además se pueden preparar para un propósito concreto… aunque lo de la hermana y su accidente fue un exceso. Rafael era un buen amigo, pero Andrea es demasiado preciosa. Ya hice bien en dejar la moneda en el jarrón para maldecir su unión. He de felicitar a mi amigo el santón. Ahora me toca a mí mover ficha con Andrea. Ya tenía ganas de dejar de dejar de ser el gordito afable…”

-Bueno, ya estoy lista. Vámonos.

-Claro, estás preciosa.







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