(Viene de la parte I)
-Una somatización a niveles
inimaginables. Extremos. El temor que causó en ti el navajazo debe de ser el
motivo. Siempre ocurre en esa fecha. –Tras una pausa continuó- Señores Méndez,
les ruego que vayan a tomarse algo a la cafería o a descansar, llevan mucho
tiempo aquí. Yo mismo le contaré algún pormenor hasta que venga el médico.
La terquedad bondadosa de mis
padres fue un escollo para convencerlos, pero Miguel acabó convenciéndoles a
base de buenas palabras y sensatos razonamientos. El celador y yo nos quedamos
solos e intercambiamos miradas. La suya había cambiado.
-Mira Ismael, sí que sucedió
además algo gordo. Muy gordo. Lo he grabado y de momento no lo he enseñado a
nadie. He pensado que podrías explicármelo tú, aunque si no lo haces tendré que
dar cuenta de ello. Aún a riesgo de que me tomen por loco o por un bromista de
pésimo gusto.
Dentro de mí combatían el terror
de ver algo pavoroso y la ansiedad de ver por fin la causa de aquellos
sangrados. Miguel me acercó el móvil y me enseñó la grabación. Era imposible
dar crédito a lo que aparecía en la pantalla, tendría que estar soñando, en
coma o en un estado muy alterado para creer lo que estaba viendo. Una figura amorfa
y evanescente, como un espectro de humo negro, se apareció de la nada y se
retorcía en torno a mi cama. Parecía llevar dibujadas unas caras absolutamente
grotescas, estiradas en rictus inverosímiles y monstruosos.
Me tomó unos
momentos reconocer plenamente a una de las caras, pero para mi desasosiego, lo
hice. Era la cara del hombre que me había asestado el infausto navajazo años
atrás. Es curioso, su rostro no se me había vuelto a aparecer en mi mente nunca
más desde el día del incidente. Observando a Miguel y con una compostura
extrañamente firme, hallé una clarividencia que, al menos a mí, se me hacía evidente.
-Tengo que ir. No sé cuándo podré
pero tengo que ir. Mejor que no enseñes ese vídeo de momento.
Miguel parecía estar preocupado.
Bastante.
-¿Ir a dónde Ismael?
-A un sitio al que no he vuelto
desde hace mucho. El sitio donde empezó todo.
Es curioso cómo una supuesta
anomalía psicológica me permitió llevar una vida más normal que la del año
anterior. Mi régimen de internamiento
prácticamente desapareció, solo debía a acudir a los servicios de salud mental
cada poco tiempo en concepto de observación. Volví a casa. Según se fuera
acercando el veintiuno de noviembre probablemente habría de volver a una
situación de vigilancia y estudio permanentes. Hasta entonces, si acaso,
seguiría una intensa terapia. Sin embargo. Yo no podía esperar más.
Llegado un nuevo
aniversario esta vez sangraría hasta morir. En cuánto me fue posible volví a la
zona de sombra, a un territorio lúgubre y generador de malos augurios. No
volvía desde la noche del navajazo y según me acercaba al pub todo el barrio
circundante parecía sacado de un desvarío oscurantista. Los edificios parecían
agigantados mausoleos, piedras enlutadas de hollín y humo; los viandantes sin
duda eran ánimas errabundas, habitantes de un hades monótono dentro de su
negrura. Y sin embargo era solamente un barrio urbano. Una zona indistinta a
otras tantas. Lástima que no haya traducción simultánea entre la razón y los
abismos de la mente.
Antes de llegar a mi objetivo
hube de pararme varias veces, vacío de fuerzas y resuello. Esa figuración
siniestra que veía se adhería a mi ánimo de forma agobiante, como una
enfermedad respiratoria. No es un combate de navajeros, Miguel. No lo olvides.
Pero ya estoy aquí, mi historia se convierte en presente. Ahora.
Abro la puerta del pub mientras
parece que soporto siete veces mi peso y apenas distingo colores. No es muy
tarde pero hoy hay poca gente, pero una vez llegados hasta aquí volver atrás no
es una opción. No una buena. Llego hasta la barra para pedir una copa. No me
apetece, claro, pero la orden es no claudicar aquí. El camarero se adelanta a
mi orden.
-Cielos, yo a usted le conozco.
Creía que nunca más aparecería por aquí.
Una primera sorpresa que no sé si
aligera o aumenta mi carga.
-¿Sa..sabe quién soy?
-Claro, mis cualidades como
fisonomista no son lo suficientemente valoradas –la frase la dijo casi sonriéndose-
Además un día como ese se no se olvida. Me alegra ver que lucha contra sus
miedos. En fin, supongo que después del navajazo vería este lugar como algo…
peligroso.
-Es la primera vez que vuelvo. Y
me está costando un poco, pero es necesario.
-¿Cómo una terapia?
-Algo así.
-Entonces le pondré una copa para
amenizar su enfrentamiento con sus demonios. ¿Qué le sirvo?
Le miré como si se hubiera
establecido una comprensión inexplicable e inasible entre nosotros. Una empatía
telepática.
-¿Por qué ha usado esa expresión?
La de “demonios”.
-Bueno no es más que una forma de
hablar, pero a juzgar por lo que llevamos hablado y porque un navajazo no es
cosa suave supongo que así será. Llámelo ”x”; miedos pesadillas…
-¿Su intuición también está poco
valorada?
-Desde luego.
En este momento el camarero sí
que sonreía abiertamente. Yo comenzaba a sentir un atisbo de alivio.
-¿Sabe lo que le ocurrió al tipo
que le hirió?
-No tengo ni idea.
-No era habitual, ni de este bar,
ni de este país supongo. Era un guiri, un hooligan digiriendo pésimamente no sé
cuántos decalitros de alcohol. Putos hinchas. Fue detenido y mandado a su país
en un abrir y cerrar de ojos. Pero yo le preguntaría algo a usted.
Mi silencio implícitamente
concedía mi aquiescencia a su pregunta.
-¿Cómo es que no sabe este dato?
¿No se preocupó por seguir el caso o lo que se dijo de él? A fin de cuentas
estuvo usted implicado.
-Era lo último que quería hacer.
Testifiqué y poco más. Quería olvidar, sencillamente.
-Trató de olvidar la causa pero
siguió recordando los efectos. Mal asunto; a ciertos recuerdos, para
derrotarlos, hay que mirarles fijamente a la cara. Pero si olvidas la causa, el
miedo persistirá y acabarás temiendo a todo y cada vez más intensamente.
-Además de fisonomista e
intuitivo es usted filósofo. ¿Qué quiere decir?
-Quiero decir que ya estaba usted
tardando en volver. Ron con limón. Tiene usted cara de ron con limón.
Marchando.
Y allí, obedientemente, me quedé
esperando al ron. O a lo que fuera.
Hoy es veintiuno de Noviembre.
Desde haces unos días estoy internado en una institución mental y rodeado de un
número simpar de especialistas e ilustres doctores. Soy la estrella del rock de
los trastornos somáticos. Y quizá les defraude a estos eminentes científicos no
ver un pequeño manantial rojizo en mi costado, pero es posible que no pase
nada. O quizá sí. Pero creo estar más cerca de la verdad que ellos. En realidad
no he sufrido una epifanía o una revelación ultraterrena o algo así y en modo
alguno sé lo que va a pasar dentro de un momento. En realidad me duele un poco.
Como nos pasa a todos. Pero este año me
siento con un vigor primitivo, como si fuera a acometer el miedo con un arma de
hueso y sílex. La memoria; esa guerra de resultado desconocido e incierto.
Espero vencer, tenía planeado ir esta noche a mi querido pub a tomar un
tonificante ron con limón.
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