miércoles, 14 de marzo de 2018

Aniversario de Sangre (II)


(Viene de la parte I)

-Una somatización a niveles inimaginables. Extremos. El temor que causó en ti el navajazo debe de ser el motivo. Siempre ocurre en esa fecha. –Tras una pausa continuó- Señores Méndez, les ruego que vayan a tomarse algo a la cafería o a descansar, llevan mucho tiempo aquí. Yo mismo le contaré algún pormenor hasta que venga el médico.


La terquedad bondadosa de mis padres fue un escollo para convencerlos, pero Miguel acabó convenciéndoles a base de buenas palabras y sensatos razonamientos. El celador y yo nos quedamos solos e intercambiamos miradas. La suya había cambiado.

-Mira Ismael, sí que sucedió además algo gordo. Muy gordo. Lo he grabado y de momento no lo he enseñado a nadie. He pensado que podrías explicármelo tú, aunque si no lo haces tendré que dar cuenta de ello. Aún a riesgo de que me tomen por loco o por un bromista de pésimo gusto.

Dentro de mí combatían el terror de ver algo pavoroso y la ansiedad de ver por fin la causa de aquellos sangrados. Miguel me acercó el móvil y me enseñó la grabación. Era imposible dar crédito a lo que aparecía en la pantalla, tendría que estar soñando, en coma o en un estado muy alterado para creer lo que estaba viendo. Una figura amorfa y evanescente, como un espectro de humo negro, se apareció de la nada y se retorcía en torno a mi cama. Parecía llevar dibujadas unas caras absolutamente grotescas, estiradas en rictus inverosímiles y monstruosos. 

Me tomó unos momentos reconocer plenamente a una de las caras, pero para mi desasosiego, lo hice. Era la cara del hombre que me había asestado el infausto navajazo años atrás. Es curioso, su rostro no se me había vuelto a aparecer en mi mente nunca más desde el día del incidente. Observando a Miguel y con una compostura extrañamente firme, hallé una clarividencia que, al menos a mí, se me hacía evidente.

-Tengo que ir. No sé cuándo podré pero tengo que ir. Mejor que no enseñes ese vídeo de momento.

Miguel parecía estar preocupado. Bastante.

-¿Ir a dónde Ismael?

-A un sitio al que no he vuelto desde hace mucho. El sitio donde empezó todo.

Es curioso cómo una supuesta anomalía psicológica me permitió llevar una vida más normal que la del año anterior.  Mi régimen de internamiento prácticamente desapareció, solo debía a acudir a los servicios de salud mental cada poco tiempo en concepto de observación. Volví a casa. Según se fuera acercando el veintiuno de noviembre probablemente habría de volver a una situación de vigilancia y estudio permanentes. Hasta entonces, si acaso, seguiría una intensa terapia. Sin embargo. Yo no podía esperar más. 

Llegado un nuevo aniversario esta vez sangraría hasta morir. En cuánto me fue posible volví a la zona de sombra, a un territorio lúgubre y generador de malos augurios. No volvía desde la noche del navajazo y según me acercaba al pub todo el barrio circundante parecía sacado de un desvarío oscurantista. Los edificios parecían agigantados mausoleos, piedras enlutadas de hollín y humo; los viandantes sin duda eran ánimas errabundas, habitantes de un hades monótono dentro de su negrura. Y sin embargo era solamente un barrio urbano. Una zona indistinta a otras tantas. Lástima que no haya traducción simultánea entre la razón y los abismos de la mente.

Antes de llegar a mi objetivo hube de pararme varias veces, vacío de fuerzas y resuello. Esa figuración siniestra que veía se adhería a mi ánimo de forma agobiante, como una enfermedad respiratoria. No es un combate de navajeros, Miguel. No lo olvides. Pero ya estoy aquí, mi historia se convierte en presente. Ahora.

Abro la puerta del pub mientras parece que soporto siete veces mi peso y apenas distingo colores. No es muy tarde pero hoy hay poca gente, pero una vez llegados hasta aquí volver atrás no es una opción. No una buena. Llego hasta la barra para pedir una copa. No me apetece, claro, pero la orden es no claudicar aquí. El camarero se adelanta a mi orden.

-Cielos, yo a usted le conozco. Creía que nunca más aparecería por aquí.

Una primera sorpresa que no sé si aligera o aumenta mi carga.

-¿Sa..sabe quién soy?

-Claro, mis cualidades como fisonomista no son lo suficientemente valoradas –la frase la dijo casi sonriéndose- Además un día como ese se no se olvida. Me alegra ver que lucha contra sus miedos. En fin, supongo que después del navajazo vería este lugar como algo… peligroso.


-Es la primera vez que vuelvo. Y me está costando un poco, pero es necesario.

-¿Cómo una terapia?

-Algo así.

-Entonces le pondré una copa para amenizar su enfrentamiento con sus demonios. ¿Qué le sirvo?

Le miré como si se hubiera establecido una comprensión inexplicable e inasible entre nosotros. Una empatía telepática.

-¿Por qué ha usado esa expresión? La de “demonios”.

-Bueno no es más que una forma de hablar, pero a juzgar por lo que llevamos hablado y porque un navajazo no es cosa suave supongo que así será. Llámelo ”x”; miedos pesadillas…

-¿Su intuición también está poco valorada?

-Desde luego.

En este momento el camarero sí que sonreía abiertamente. Yo comenzaba a sentir un atisbo de alivio.

-¿Sabe lo que le ocurrió al tipo que le hirió?

-No tengo ni idea.

-No era habitual, ni de este bar, ni de este país supongo. Era un guiri, un hooligan digiriendo pésimamente no sé cuántos decalitros de alcohol. Putos hinchas. Fue detenido y mandado a su país en un abrir y cerrar de ojos. Pero yo le preguntaría algo a usted.

Mi silencio implícitamente concedía mi aquiescencia a su pregunta.

-¿Cómo es que no sabe este dato? ¿No se preocupó por seguir el caso o lo que se dijo de él? A fin de cuentas estuvo usted implicado.

-Era lo último que quería hacer. Testifiqué y poco más. Quería olvidar, sencillamente.

-Trató de olvidar la causa pero siguió recordando los efectos. Mal asunto; a ciertos recuerdos, para derrotarlos, hay que mirarles fijamente a la cara. Pero si olvidas la causa, el miedo persistirá y acabarás temiendo a todo y cada vez más intensamente.

-Además de fisonomista e intuitivo es usted filósofo. ¿Qué quiere decir?

-Quiero decir que ya estaba usted tardando en volver. Ron con limón. Tiene usted cara de ron con limón. Marchando.

Y allí, obedientemente, me quedé esperando al ron. O a lo que fuera.

Hoy es veintiuno de Noviembre. Desde haces unos días estoy internado en una institución mental y rodeado de un número simpar de especialistas e ilustres doctores. Soy la estrella del rock de los trastornos somáticos. Y quizá les defraude a estos eminentes científicos no ver un pequeño manantial rojizo en mi costado, pero es posible que no pase nada. O quizá sí. Pero creo estar más cerca de la verdad que ellos. En realidad no he sufrido una epifanía o una revelación ultraterrena o algo así y en modo alguno sé lo que va a pasar dentro de un momento. En realidad me duele un poco. Como nos pasa a todos.  Pero este año me siento con un vigor primitivo, como si fuera a acometer el miedo con un arma de hueso y sílex. La memoria; esa guerra de resultado desconocido e incierto. Espero vencer, tenía planeado ir esta noche a mi querido pub a tomar un tonificante ron con limón.









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