viernes, 23 de febrero de 2018

Hipnos


 Pocas cosas hay más molestas que una noche de insomnio, cuando la calma es un completo quiero y no puedo. Es un rato absolutamente perdido, sin reposo ni utilidad; al borde probablemente de un próximo amanecer de faena y preocupaciones. Así, Santiago Ortuño se consumía de impaciencia a eso de las cuatro y media de la mañana, condenado a maldecir su vigilia durante tres horas más.

No obstante, algo inesperado lo distrajo por un instante de sus frustraciones. Alguien llamó a la puerta de un timbrazo. Todos los habitantes de la casa, Santiago y sus padres, se levantaron y se encontraron en el pasillo sin saber qué hacer. Menudeaban los atracos a casas en aquella zona, pero que un ladrón tuviese la deferencia de llamar a la puerta se antojaba una idea extravagante. Quizá fuese un vecino en demanda de auxilio, o alguno suficientemente bebido como para equivocarse de casa. Ninguna hipótesis parece halagüeña.

-Ya voy yo a abrir.

Rodolfo, el padre de Santiago, fue decidido a despejar la incógnita caminando hacia la puerta. A Santiago se le nubló la vista y comenzó a perder la noción de la realidad, como si todo lo que viera se convirtiese en girones de vapor. Lo último que intuyó fue una sensación de peligro tras la llamada a la puerta. Algo amenazante intentando entrar. Pero no vio nada.

Lo próximo que vio fue, tras abrir los ojos, el techo de su habitación. Todo alrededor estaba en calma; sosegado y adormecido. Sin saber ubicarse se giró hacia el reloj de la mesilla y comprobó que eran las 2:37. Aún tardó unos segundos en entender la explicación más sencilla. La llamada a la puerta y por lo tanto su insomnio (eran las 4:30 cuando ésta ocurrió) habían sido un sueño. Aturdido por la diferencia entre soñar y estar despierto, fue vencido de nuevo por la fatiga. Y se durmió al instante.

El día siguiente fue salvajemente cotidiano, esto es: estresante, frenético y agobiador. En los breves ratos muertos donde su trabajo le ofrecía una oportunidad de reposo mental pensaba que en el sueño de la noche anterior hay dos cosas inquietantes. La primera era la imbatible sensación de realidad  de lo soñado. Realmente había sentido la apatía expectante del insomnio y el temor ante la llamada extemporánea.  La segunda era que no vio la resolución de su ensoñación, se despertó antes de revelarse. Tanto menos se recuerda algo, tanto más inquieta; sobre todo si se trata de un peligro sugerido, de origen difuso y onírico. 

Pero era tan real… Por la mañana nadie mencionó nada en casa y era evidente que todo había sido un sueño. Pero parecía imposible que de alguna manera no hubiera sucedido, que todo estuviese solamente en su cabeza.

Cuando por fin llegó la hora de la cena y estuvo sentado a la mesa junto con sus padres, Santiago estuvo a punto de preguntarles si la noche anterior alguien había llamado a la puerta a eso de las cuatro y algo, pero se sintió ridículo. Parecía pueril en extremo preguntar por algo que necesariamente había sido un sueño. Contarles esta cuita a sus padres hubiera sido o bien motivo de burla o de preocupación. Santiago lo dejó estar y a la hora de dormir, miró con aprensión a su dormitorio.

Irónicamente no tuvo mayores problemas para dormirse y además al despertar, ya de mañana, tenía la cabeza vacía de sueños; nada de imágenes oníricas, solo un largo dormitar con fundido a negro. Hacía muchas mañanas que no se sentía liberado en tan sumo grado.

Los días transcurren relativamente apacibles hasta el fin de semana. Santiago tenía una afición, una especie de mezcla de pasatiempo y terapia al que dedicaba su atención particularmente sábados y domingos. Se trataba de un blog, un pequeño rincón donde eventualmente colgaba algún relato de su invención. Paradójicamente detestaba todo lo que escribía, y todas sus historias las consideraba invariablemente una mezcla de ínfulas para principiantes con argumentos pretendidamente fantásticos pero, en el fondo, ridículos.  La parte terapéutica venía dada por el hecho de evadirse de sí mismo y tener algo que pudiera llamar “suyo”. “Lo que escribo es una gilipollez, pero es mí gilipollez”, pensaba. Eso era el blog. Equilibrio y evasión. Por cierto, el nombre de la bitácora era “Historias Lívidas. Dios mío.

Como tampoco era una persona particularmente creativa llegó un punto en el que todos sus obtusos argumentos iban escaseando. Así que recurrió a la baratura literaria de poner negro sobre blanco un acontecimiento real y completarlo con un poco de efectismo por aquí y por allá. “Lo del sueño y la llamada de madrugada podría servir”, pensó. Era lo normal, en casi todas sus historias aparecía un sueño. Aparecían por doquier; tan reducido era su corpus creativo.

Seguro de que era una buena idea (en realidad la única) comenzó a improvisar una historia donde en lugar de despertar cuando su padre va a abrir la puerta, observa una escena donde su padre, tras mirar por la mirilla, se vuelve hacía él y su madre con un dedo en la boca pidiendo silencio.

“No está mal planteado, no será mi mayor absurdez”. Hemos de ser indulgentes con la ingenuidad de Santiago, aunque era consciente de sus obvias limitaciones, debía hacerse así mismo algún cumplido para no sentir que lo que hacía era pura y llanamente una pérdida de tiempo. De su imaginación salió una historia que pretendía ser inquietante. Tras poco más de una hora supuso que ya se había exprimido suficientemente la cabeza y dio por concluido su revoltijo de ensoñaciones.


“Jamás negaré que la vida imita a lo escrito”. Ése era el pensamiento de Santiago cuando, en la madrugada del domingo al lunes, un fastidioso insomnio lo acometió fieramente. Más de las cuatro, y cada más cerca el amanecer. Sin embargo, recurrentemente, volvió a ocurrir algo que era reminiscencia. Llamaron al timbre. Igual que en su sueño, igual que en su relato. Del mismo modo sus padres y él se encontraron en el pasillo. El padre reaccionó.

-Otra vez la misma historia de la semana pasada. No digáis nada, quizá se vaya pronto.
Santiago se precipitó a preguntar “por lo de la semana pasada”, pero la mano de su padre se aferró fuertemente a su boca. El miedo obligaba a la obediencia y Santiago no opuso mucha resistencia.

-¿Es que ya no recuerdas nada de la semana pasada? ¿Sabes quién está ahí afuera esperando a poder entrar?

Santiago, confuso en extremo, esperaba imperiosamente el beneficio del despertar.

-Sssí, pero fue un sueño, no era de verdad.

El resto de su familia lo observó como se observa a un extraviado, a poco que menos a un lunático.

-¿Un sueño? Si abrimos la puerta peligran nuestras vidas. Es un enemigo mortal. Ya sabes qué hay que hacer ¿no? Igual que hace una semana. Recordad que tenemos que permanecer despiertos y aguantar sus llamadas. Sentiremos una atracción irresistible a franquearle el paso, pero si permanecemos juntos, venceremos a…

-Hipnos.

-¿No decías que no lo recordabas?

-Yo lo creé, es un personaje que creé cuando estaba desp..

-Levanta vagancias, ya son más de las siete y cuarto. Luego vas a la oficina hecho un zombi.

Un nuevo amanecer despuntaba sobre la ventana de Santiago; hermoso y prosaico, uno de tantos y tan bellos. Fue su madre quien lo despertó de una de las sensaciones de miedo más reales que había tenido nunca. Más que despertar parece que había cambiado de canal; no sentía reposo en absoluto. No sabía lo que había ocurrido en esas horas, pero llamarlo sueño sería un error.

Débil y dubitativo se dirigió, tras vestirse, a desayunar con sus padres en la cocina. Todos trabajaban y el desayuno en un ritual permanente y previo a salir cada uno a su quehacer. En un principio Santiago luchó extenuantemente para no decir nada de sus vívidos sueños.  Imposible, claro. Su pregunta, eso sí, fue un tanto abstracta.

-¿Cuándo se fue Hipnos anoche? Llamó bastante tarde.
Sus padres se lanzaron una mirada mutua, nerviosa y cómplice. Era ocioso preguntarse si se trataba de algún encubrimiento, aunque más bien fue un disimulo. Silvia, la madre, contestó.

-¿Hipnos? Vaya, no creo que ese sea tema un para hablar en el desayuno. Además, ya conoces las reglas.

-¿Reglas, qué reglas? - La conciencia de Santiago era una voz lejana, prisionera de la inquietud. ¿Su madre sabía de Hipnos?

-Las que escribiste en tu relato. Tú sabrás. No me entero ni del No Do, vaya idas de olla que tienes. Supongo que te refieres a eso.

-¿Mi relato? ¿Habéis  leído el blog? ¿Cómo es posible? ¿Desde cuándo lo leéis?
Santiago, además de molesto, estaba genuinamente sorprendido. Prefería una explicación antes que una excusa.

-Desde que te dejaste encendido el ordenador el pasado sábado antes de salir, zoquete. Después, al ir a apagarlo, le di un vistazo. Pasas mucho tiempo escribiendo y no nos dices nada. Siento la indiscreción.

-No culpes solo a tu madre, yo también lo leí. Deberías aterrizar en La Tierra, muchacho. Tanta historieta fantástica me preocupa.

-¿En serio? ¿No pudisteis optar por apagarlo sin más? Me habéis pegado un susto de muerte, creía que conocíais a Hipnos.

-Ya, y también conozco a Freddy Krueger, y a Darh Vader. Y tu padre tiene razón, no tienes mucho apego a la realidad.

-Es que esta noche he soñado con él y con nosotros. Como… en el relato. Pero no llegué a acabarlo.

-El relato no, según vimos. ¿Y el sueño tampoco?

-Llegue hasta el punto del relato.

Nada como una conversación kafkiana para empezar un día de trabajo precedido por una noche de sueños raros. Santiago desconfiaba de algo intangible, inefable; como si la constitución de todo lo que le rodeaba fuese de arena frágil y movediza. Como si su vigilia tuviera la misma solidez que su sueño y apenas hubiera frontera entre ambos.

Gran parte de la motivación para empezar a escribir un blog de relatos fue la influencia de un compañero de trabajo llamado Daniel Pedraza; un letraherido y frustrado literato que acabó como administrativo, quizá por la estólida necedad de los editores, quizá por su ningún talento. Daniel descargaba sus frustraciones en un  blog y Santiago era casi su condiscípulo. Esta especie de mentor parecía la persona más idónea para hablar de Hipnos y de los sueños.

-Bueno Santi, parece que te has convertido en el protagonista de uno de tus relatos. Por lo que me dices, literalmente. ¿Ocurrió todo en el sueño tal y como tú lo escribiste?

-Exactamente lo mismo. Es como si yo hubiera diseñado el sueño o el sueño hubiera copiado mis escritos.

Daniel aprovechó para adoptar la pose de profesor erudito oxoniense. Le faltaban unas gafas y una chaqueta con coderas.

-Pues es un argumento que da mucho sí. Distinguir entre realidad y sueño, o entre realidad y ficción es un tema bastante recurrente en la literatura. Está en Poe, por ejemplo.

-¿Te pido una solución y tú me das un argumento?

-Es que a veces no hay ni soluciones, ni respuestas y resulta que la vida es un barullo del que no se sabe cuándo empieza, o ni tan siquiera cuándo transcurre. Acepto la porosidad de lo real y te lo sugiero como argumento.

-Ajá ¿Y cuál es tu idea de argumento?

-Piensa en esto. Puede que los dos “mundos” sean reales, tanto el cotidiano en el que estás ahora, como el de Hipnos. En realidad nunca descansas, cuando duermes estás en uno y cuando despiertas en el otro. Y de algún modo, lo que haces en el mundo cotidiano influye en lo que haces en el otro, incluso puede que tú seas su creador.

-Dani, deberíamos volver al trabajo. Si yo soy raro, tú eres el Nobel de los chiflados. Porque es solo un argumento, ¿no?

-Y una posible explicación… suponiendo que haya algo que explicar. Ah; por cierto, ambos mundos son asíncronos. No suceden a la vez, en el cotidiano te despertaste a las 2:37 y en el mundo de Hipnos te despertaste a las 4:30. Quiere decir que lo que hagas en el mundo cotidiano repercutirá en el otro, por mera cronología.

Aquello desbordaba una mente  ya de por sí colmada de vaguedades. Santiago no puedo reprimir un bufido

-Parece que todo esto haya sido idea tuya, Dani. Como si fueras el guionista de todo esto.

-Jaja no Santi, tal como lo has construido, el poder de Hipnos es perturbar el sueño, que es la otra cara de la realidad; con lo que por extensión domina casi todo lo que haces. Y a Hipnos lo creaste tú.

Matar a Hipnos. Si la realidad se alía y se enroca tercamente con la creación de la mente, no cabe duda que había que acabar con la creación. Un instante delante de la pantalla y sería liberado de una especie de anomalía metafísica. Y ya va siendo hora de que todo sea, o parezca, normal.

Santi abre el documento de Word que contenía lo escrito hasta ahora y se propuso acabar la historia súbitamente, sin lindezas. Reflexionó sobre las cualidades, límites y debilidades de Hipnos y llegó a la fue consciente de la incompletitud de conocimiento que tenía sobre aquella criatura. Lo más parecido al miedo puro es eso que no puedes ver, ni describir y que acecha pacientemente para depredarnos. Eso era Hipnos llamando de madrugada.

Temeroso como si jugara con un poder indecible se lanzó a redactar la desaparición de Hipnos. No bien hubo pulsado la letra “H”, una sensación irresistiblemente narcótica hizo presa en Santiago hasta hacerle dormir artificial y agitadamente.

Una vez abiertos los ojos vio, como tantas otras veces, un techo blanco. Completamente distinto, eso sí, más alto e iluminado. Incorporándose vio que estaba en una habitación de hospital. Y que su acompañante era Daniel.

-¿Santi? ¡Santi! Por Dios que alegría. Nos has dado un grandísimo susto.

-¿Tú? Qué… qué.

-Ah, ya. Bueno, tus padres son los que han estado aquí desde ayer. Les he dado un relevo y están en la cafetería. Yo he venido hace unos minutos y he tenido el privilegio de observar tu despertar.

-Por favor que alguien me explique…

Daniel se llevó el dedo a la boca.

-No digas nada, no hagas esfuerzos. Yo te lo cuento todo. Ayer mientras estabas en tu habitación te dio una especie de…catalepsia. Sí, así lo han definido los médicos. De primeras tus padres se pensaron lo peor, pero cuando llegaron las asistencias a casa certificaron que aún vivías. Como hoy no has venido a trabajar he llamado a tu móvil, y me lo ha cogido tu madre. Acabo de salir del trabajo para ver cómo estabas.

-¿Ca..catalepsia? ¿Cómo, por qué? ¿Qué tengo?

-Misterio total Santi, todas tus constantes son buenas, ninguna prueba ha resultado anormal. Es como si hubieras estado durmiendo de una forma profundísima durante más de 24 horas. Últimamente parece que te suceden cosas muy extrañas, chico. Casi literaras.
Santi, escuchó esto con aprensión.
-¿Qué quieres decir?

-Oh, disculpa. Sabes que soy intrínsecamente de letras. ¿Te he contado que estudie filología inglesa? Todo para acabar de copiador de datos. Por cierto, te tenía algo preparado para hoy. Te lo iba a dar en el trabajo, pero te lo doy ahora.

Daniel rebuscó durante un instante en una bolsa y gris y le acercó el contenido.

-Es de mis años de Facultad. Me lo regaló una novieta de entonces. Incluso tiene una dedicatoria. Algo solemne, eso sí. Así que te lo presto solamente ¿eh? Es un libro muy importante para mí. Sería interesante que lo leyeses.

-¿Poemas de Poe?

-Sí, sobre todo espero que te guste el que se llama “A Dream Within a Dream”, osea  “Un sueño dentro de un sueño”. ¿Ya te mencioné a Poe hablando sobre la distinción de realidad y sueño, no? Lo decía por eso.

-Gracias, pero.. Estoy confuso. No sé ni que me ha pasado y tú me vienes ya con libros. Necesito muchas respuestas.

-Claro, claro. No sé ni en qué pienso. Te lo dejo en la mesilla. Yo voy a avisar a la enfermera de que has despertado. Oh, solo una cosa más, en la dedicatoria viene mi apelativo de entonces. Solo muy pocos lo saben. Ya lo comentaremos.

-Aturdido y confuso, una vez ya solo, su mirada se dirigió al libro. Había algo demasiado raro en todo aquello y una fuerza atávica todavía hace que los hombres busquen la respuesta en los libros cuando esto sucede. Lo cogió para ojearlo. En efecto en la primera hoja estaba la dedicatoria: “A mi amor, a mi alma gemela y maestro. Ofrendo este libro al gran Hipnos”.





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