-Mary, mamá, acercaos. Lo he
conseguido. Mañana el matrimonio Douglas se irá de viaje.
Las dos mujeres de su vida, su
mujer Mary y su madre Emily, vivían con él en armonía relativamente duradera.
Tal era la servidumbre de unos ingresos parcos y unas necesidades perentorias.
El matrimonio Douglas vivía en la casa familiar donde Gerald había vivido
siempre. Una vivienda propia para ellos dos parecía un proyecto
intolerablemente aplazado.
Mary y Emily se acercaron a
Gerald para confirmar la noticia que ya intuían. La primera de ellas no parecía
compartir la algarabía.
-Tengo los billetes, se supone
que no quedaban pero Alan me los ha conseguido. Alan siempre tiene contactos.
-¿Y también tiene contactos con
el señor Edmond? Sería muy generoso que tu jefe te concediera vacaciones en
estas fechas. Demasiado para él, sin duda.
-Mamá, ya sabes que se lo llevo
pidiendo mucho tiempo. Tanto como llevo queriendo hacer un viaje, liberarme,
llevar a Mary lejos. Ni siquiera tuvimos luna de miel y llevo unos dos años sin
ningún día de descanso. Además trabajo en una sombrerería, creo que las cabezas
de nuestros conciudadanos pueden permitirse una pequeña ausencia mía.
- ¿Y cuánto te han costado esos
billetes?
En realidad las palabras de Emily
Douglas no eran un sermón o una regañina entrometida. Había legítima y
bienintencionada preocupación en su voz. Las estrecheces obligan, a veces, a
enmendar nuestros proyectos más ilusionante.
-Tres libras, los más baratos.
Pero da igual, lo que importa es la ocasión, el momento. Y salir un poco de
casa.
-Te recuerdo que, hablando de
“casa”, no está tan cerca el momento en que podáis tener la vuestra propia. Y
no sé si este gasto…
-Señora Douglas, no sea tan
rigurosa con su hijo. Yo también le alenté esas ideas. Gerald ha trabajado duro
durante mucho tiempo, no será un desliz muy importante para nuestra economía.
La pausa valorativa que aconteció
fue un tiempo equiparable al de los púgiles tras sonar la campana. Arrinconados
cada uno en su vértice, recapitulaban
argumentos apropiados para justificar su dialéctica. Fue Emily Douglas quien se
anticipó a su hijo y a su nuera.
-Se me ocurre otro motivo para
que no emprendáis viaje mañana.
-Si es por quedarte sola, he
hablado con Alan para que venga a visitarte y…
-Creo que corréis peligro de no
volver.
Gerald y Mary se miraron
compartiendo un desconcierto que podría tener decenas de raíces. En una simple
contestación todo resultada absolutamente siniestro.
-Mamá, qué quieres decir-
-Lo llevo presintiendo días, lo
noto en pequeñas señales; tonterías y fabulaciones casi seniles para muchos
quizá. Pero ya he sentido este terror antes y sus mensajes son certeros. Lo
noto en el ambiente Gerald, ese viaje está maldito desde su concepción.
-Mamá, qué señales son ésas.
¿Recurres a excusas estrafalarias para que nos quedemos a tu lado?
Emily Douglas luchó ferozmente
contra sus propias prevenciones para poder explicar sus negros presagios, pero
finalmente tuvo la suficiente determinación para hablar.
-Ya te he dicho que esto lo he
sentido antes. Fue antes del viaje a Sheffield de tu padre.
La escena se petrificó hasta
parecer suspendida en el tiempo, detenida en un momento ominoso. Los corazones,
no obstante, internamente funcionaban con furor. La mención del viaje a
Sheffield del padre de Gerald no fue en modo alguna casual y acaso fue la
pequeña vibración que ocasiona un alud. En la infancia de Gerald, perdió a su
padre en un viaje cuya meta era Sheffield y del cual nunca regreso. El fondo de
un barranco esperaba fatalmente al vehículo del cual había perdido el control.
Era imposible mencionar aquello sin herir o hacer supurar viejas cicatrices.
-¡No tienes derecho a decir eso!
¿Es que con la tristeza pretendes atarme aquí y cobijarme sin remedio hasta que
pueda habitar en otro lado?
La furia, que es frecuentemente
la careta de la tristeza, asomó fulgurantemente al rostro de Gerald, cuya
emotividad estaba desbordada. No indemne de este revés, pero sí más serena,
Mary se introdujo en la conversación.
-Por favor señora Douglas ¿puede
explicarnos a qué se refiere con que está sintiendo el mismo terror de
entonces?
Emily parecía meditar sobre la conveniencia o no de
explicar sus esotéricos motivos, pero la peligrosa animosidad de la situación
fue persuasión suficiente.
-Tuve entonces los mismos
presagios. Para empezar os diré que está noche he tenido el mismo sueño que
hace veinticuatro años, justo antes del viaje del padre de Gerald. En ese sueño
había tres cipreses plantados insólitamente en un prado, sin ningún árbol más
alrededor. Yo me encontraba guarecida por la sombra de los tres, cuando un rayo
tronchó uno de ellos y cayó fulminado. No había ningún atisbo de tormenta, el
rayo surgió aleatoriamente, como una mano ejecutora. A traición y sin presagios.
Cuando Francis, mi marido, se levantó para ir a Sheffield, por viaje de
trabajo, le pedí desesperadamente que se quedara en casa. Había algo siniestro
en su viaje. Aquel sueño me lo había mostrado, o así lo interpreté yo.
La lúgubre historia tuvo el
paradójico efecto de serenar los ánimos o, por mejor decir, de aquietarlos.
Todos parecían reflexionar y estar meditando entre muy serias razones. Gerald,
recomponiéndose, pero lejos de estar calmado, se decidió a hablar.
-Así que es la historia del sueño.
Ya casi no la recordaba. Mamá tienes que olvidarlo. ¿No entiendes que es un
complejo de culpabilidad? Te sientes responsable de que lo ocurrido con papá
porque crees que pudiste evitarlo. Pero no es así, aquel sueño no significó
nada. Absuélvete ya de una vez. No hay ninguna correlación entre aquel viaje y
éste.
-Fue también un mes de Abril,
recuerdo el tiempo, el aire, la atmósfera. Es como si hoy fuera de nuevo ayer.
Mi temor es un estado del alma.
Mary temió ser insolente en
cuanto a lo que iba a decir, pero un gran evento aguardaba al día siguiente, e
interiormente estaba tan entusiasmada como Gerald.
-Señora Douglas, usted es una
mujer devota y piadosa. Estas supersticiones premonitorias refutan todas sus
creencias; toda su fe. ¿Sabe qué le diría el pastor Felton si oyera tales
ocurrencias?
-Cuando se es madre, se acaban
por creer cosas muy extrañas. Os ruego que no partáis si en algo os importa
vuestra vida y mi contento.
No fueron pocas las horas que se
dedicaron a la insólita discusión sobre la pertinencia de un viaje en función
de una especie de premonición. En sus más enconados momentos chocaron la
displicencia del matrimonio, con el llanto de la madre. A la hora de acostarse
Emily Douglas se refugió fulgurantemente en su dormitorio, mohína y abatida. El
matrimonio, con una diligencia incapaz de desembarazarse de una leve pero
infausta consternación, último algunos detalles del equipaje y otros
preparativos.
A la mañana siguiente un desayuno casi silente fue un gris
preámbulo de la emocionante jornada. No obstante Emily Douglas templó el
ambiente, ofreciendo una leve retractación en su profética postura.
-No os molestaré más queridos,
supongo que es verdad que la vejez me está trayendo miedos y augurios nefastos.
Es mirarse en el espejo de la soledad. No estemos enojados antes de que partáis.
Ojalá disfrutéis de un apacible viaje; disculpad mis entrometimientos.
Y así pudo hacerse más llevadera
la partida, todo ella compuesta de abrazos, besos, parabienes y alguna lágrima.
Eufórico, Gerald, promulgó su alegría casi a voz en grito apenas atravesó el
umbral de la puerta de su casa.
-¡Tener malos presagios en un día
así! ¡El día de hoy pasará a la historia de Inglaterra y de Southampton! ¡Y
formaremos parte de ella! ¡Hoy 10 de Abril de 1912 sale un coloso a los mares!
Su nombre es Titanic, y quizá pasemos a la historia.
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