viernes, 5 de enero de 2018

Un Mal Sueño

Gerald Douglas nunca fue demasiado competente disimulando sus emociones, apenas sentía alegría, melancolía, enojo o turbación, cuando una equivalencia gestual troquelaba meticulosamente todo su rostro. Tal condición lo inhabilitaba para cualquier tentativa de embuste, trampa o trapacería; más como incapacidad ingénita, quizá, que como imperativo moral. En aquel día de Abril a Gerald le era imposible disimular su entusiasmo, un rostro cantarín y risueño era el prefacio de una feliz noticia. La entrada en su casa fue triunfal.


-Mary, mamá, acercaos. Lo he conseguido. Mañana el matrimonio Douglas se irá de viaje.

Las dos mujeres de su vida, su mujer Mary y su madre Emily, vivían con él en armonía relativamente duradera. Tal era la servidumbre de unos ingresos parcos y unas necesidades perentorias. El matrimonio Douglas vivía en la casa familiar donde Gerald había vivido siempre. Una vivienda propia para ellos dos parecía un proyecto intolerablemente aplazado.

Mary y Emily se acercaron a Gerald para confirmar la noticia que ya intuían. La primera de ellas no parecía compartir la algarabía.

-Tengo los billetes, se supone que no quedaban pero Alan me los ha conseguido. Alan siempre tiene contactos.

-¿Y también tiene contactos con el señor Edmond? Sería muy generoso que tu jefe te concediera vacaciones en estas fechas. Demasiado para él, sin duda.

-Mamá, ya sabes que se lo llevo pidiendo mucho tiempo. Tanto como llevo queriendo hacer un viaje, liberarme, llevar a Mary lejos. Ni siquiera tuvimos luna de miel y llevo unos dos años sin ningún día de descanso. Además trabajo en una sombrerería, creo que las cabezas de nuestros conciudadanos pueden permitirse una pequeña ausencia mía.

- ¿Y cuánto te han costado esos billetes?

En realidad las palabras de Emily Douglas no eran un sermón o una regañina entrometida. Había legítima y bienintencionada preocupación en su voz. Las estrecheces obligan, a veces, a enmendar nuestros proyectos más ilusionante.

-Tres libras, los más baratos. Pero da igual, lo que importa es la ocasión, el momento. Y salir un poco de casa.

-Te recuerdo que, hablando de “casa”, no está tan cerca el momento en que podáis tener la vuestra propia. Y no sé si este gasto…

-Señora Douglas, no sea tan rigurosa con su hijo. Yo también le alenté esas ideas. Gerald ha trabajado duro durante mucho tiempo, no será un desliz muy importante para nuestra economía.

La pausa valorativa que aconteció fue un tiempo equiparable al de los púgiles tras sonar la campana. Arrinconados cada uno en su vértice,  recapitulaban argumentos apropiados para justificar su dialéctica. Fue Emily Douglas quien se anticipó a su hijo y a su nuera.

-Se me ocurre otro motivo para que no emprendáis viaje mañana.

-Si es por quedarte sola, he hablado con Alan para que venga a visitarte y…

-Creo que corréis peligro de no volver.

Gerald y Mary se miraron compartiendo un desconcierto que podría tener decenas de raíces. En una simple contestación todo resultada absolutamente siniestro.

-Mamá, qué quieres decir-

-Lo llevo presintiendo días, lo noto en pequeñas señales; tonterías y fabulaciones casi seniles para muchos quizá. Pero ya he sentido este terror antes y sus mensajes son certeros. Lo noto en el ambiente Gerald, ese viaje está maldito desde su concepción.

-Mamá, qué señales son ésas. ¿Recurres a excusas estrafalarias para que nos quedemos a tu lado?

Emily Douglas luchó ferozmente contra sus propias prevenciones para poder explicar sus negros presagios, pero finalmente tuvo la suficiente determinación para hablar.

-Ya te he dicho que esto lo he sentido antes. Fue antes del viaje a Sheffield de tu padre.

La escena se petrificó hasta parecer suspendida en el tiempo, detenida en un momento ominoso. Los corazones, no obstante, internamente funcionaban con furor. La mención del viaje a Sheffield del padre de Gerald no fue en modo alguna casual y acaso fue la pequeña vibración que ocasiona un alud. En la infancia de Gerald, perdió a su padre en un viaje cuya meta era Sheffield y del cual nunca regreso. El fondo de un barranco esperaba fatalmente al vehículo del cual había perdido el control. Era imposible mencionar aquello sin herir o hacer supurar viejas cicatrices.

-¡No tienes derecho a decir eso! ¿Es que con la tristeza pretendes atarme aquí y cobijarme sin remedio hasta que pueda habitar en otro lado?

La furia, que es frecuentemente la careta de la tristeza, asomó fulgurantemente al rostro de Gerald, cuya emotividad estaba desbordada. No indemne de este revés, pero sí más serena, Mary se introdujo en la conversación.

-Por favor señora Douglas ¿puede explicarnos a qué se refiere con que está sintiendo el mismo terror de entonces?

Emily  parecía meditar sobre la conveniencia o no de explicar sus esotéricos motivos, pero la peligrosa animosidad de la situación fue persuasión suficiente.

-Tuve entonces los mismos presagios. Para empezar os diré que está noche he tenido el mismo sueño que hace veinticuatro años, justo antes del viaje del padre de Gerald. En ese sueño había tres cipreses plantados insólitamente en un prado, sin ningún árbol más alrededor. Yo me encontraba guarecida por la sombra de los tres, cuando un rayo tronchó uno de ellos y cayó fulminado. No había ningún atisbo de tormenta, el rayo surgió aleatoriamente, como una mano ejecutora. A traición y sin presagios. Cuando Francis, mi marido, se levantó para ir a Sheffield, por viaje de trabajo, le pedí desesperadamente que se quedara en casa. Había algo siniestro en su viaje. Aquel sueño me lo había mostrado, o así lo interpreté yo.

La lúgubre historia tuvo el paradójico efecto de serenar los ánimos o, por mejor decir, de aquietarlos. Todos parecían reflexionar y estar meditando entre muy serias razones. Gerald, recomponiéndose, pero lejos de estar calmado, se decidió a hablar.

-Así que es la historia del sueño. Ya casi no la recordaba. Mamá tienes que olvidarlo. ¿No entiendes que es un complejo de culpabilidad? Te sientes responsable de que lo ocurrido con papá porque crees que pudiste evitarlo. Pero no es así, aquel sueño no significó nada. Absuélvete ya de una vez. No hay ninguna correlación entre aquel viaje y éste.

-Fue también un mes de Abril, recuerdo el tiempo, el aire, la atmósfera. Es como si hoy fuera de nuevo ayer. Mi temor es un estado del alma.

Mary temió ser insolente en cuanto a lo que iba a decir, pero un gran evento aguardaba al día siguiente, e interiormente estaba tan entusiasmada como Gerald.

-Señora Douglas, usted es una mujer devota y piadosa. Estas supersticiones premonitorias refutan todas sus creencias; toda su fe. ¿Sabe qué le diría el pastor Felton si oyera tales ocurrencias?

-Cuando se es madre, se acaban por creer cosas muy extrañas. Os ruego que no partáis si en algo os importa vuestra vida y mi contento.

No fueron pocas las horas que se dedicaron a la insólita discusión sobre la pertinencia de un viaje en función de una especie de premonición. En sus más enconados momentos chocaron la displicencia del matrimonio, con el llanto de la madre. A la hora de acostarse Emily Douglas se refugió fulgurantemente en su dormitorio, mohína y abatida. El matrimonio, con una diligencia incapaz de desembarazarse de una leve pero infausta consternación, último algunos detalles del equipaje y otros preparativos.
A la mañana siguiente un desayuno casi silente fue un gris preámbulo de la emocionante jornada. No obstante Emily Douglas templó el ambiente, ofreciendo una leve retractación en su profética postura.

-No os molestaré más queridos, supongo que es verdad que la vejez me está trayendo miedos y augurios nefastos. Es mirarse en el espejo de la soledad. No estemos enojados antes de que partáis. Ojalá disfrutéis de un apacible viaje; disculpad mis entrometimientos.

Y así pudo hacerse más llevadera la partida, todo ella compuesta de abrazos, besos, parabienes y alguna lágrima. Eufórico, Gerald, promulgó su alegría casi a voz en grito apenas atravesó el umbral de la puerta de su casa.

-¡Tener malos presagios en un día así! ¡El día de hoy pasará a la historia de Inglaterra y de Southampton! ¡Y formaremos parte de ella! ¡Hoy 10 de Abril de 1912 sale un coloso a los mares! Su nombre es Titanic, y quizá pasemos a la historia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario