Antonio, en su calidad de
artista, siempre vio con buenos ojos vivir en lugar apartado, propicio para
crear y centrarse concienzudamente en su trabajo. Finalmente, aunque con el
inconveniente de un cuantioso desembolso y una laboriosa búsqueda, consiguió encontrar
una casa que podía colmar sus deseos profesionales y logísticos. El término
“apartada” era realmente preciso, pues no había edificaciones habitadas en un
buen trecho a la redonda.
La casa estaba situada en la sierra pero parecía que
había sido trasplantada desde Inglaterra, tal era el riguroso aspecto
victoriano que tenía, elegante y ominoso al mismo tiempo. Hecho éste que no
suponía ningún problema habida cuenta de que sus gustos no rehuían lo brumoso o
lo agreste. Su novia, Ana, no tan entusiasta de estos ambientes, encaró con
deportividad y humor la mudanza.
-¿Estás seguro de que aquí no fue
asesinada ninguna familia o se practicaba la brujería?
-De momento lo más terrorífico es
la hipoteca. Pero da algo de tiempo, hasta cuando sea luna llena o algo así.
La ocupación de Antonio consistía
en componer música, ya para anuncios, para cortos o incluso largometrajes de
bajo presupuesto. Bien es cierto que no pasaba estrecheces, pero tampoco
obtenía unos réditos enormes; sin embargo compensaba la ausencia de emolumentos
más sustanciosos con una dedicación romántica e idealista, quizá (es el signo
de los tiempos) algo trasnochada. Sin embargo lo que de verdad sostenía gran
parte de su economía doméstica era el nada despreciable sueldo de Ana, cuya
exitosa carrera en una farmacéutica arrojaba unas jugosas rentas.
No es que
Antonio pensara que Ana era un especie de mecenas, desde que vivían juntos
(tres años ya) siempre había aportado suficientemente dentro de sus
posibilidades, pero en rachas de escaso trabajo la sólida posición de Ana era
una benéfica red que prevenía los saltos realmente mortales.
A los pocos días de su
instalación definitiva y recordando ya la mudanza como un engorro ineludible,
se dedicaron a explorar los recovecos de su recién adquirido hogar, en parte
por un meticuloso afán explorador (era una casa grande; dos pisos y gran
amplitud), en parte para adquirir la inspiración necesaria para una decoración
que maquillara el aspecto de novela gótica que tenía el caserón.
Antonio,
arquetípicamente, en un pasillo entre la cocina y el salón se topó con una
puerta cuyo interior todavía no había sido hollado y que dado el aspecto de
algunas estancias, podía tener algo así como su propia “terra incógnita”. Un
pequeño forcejeo con el pomo permitió vislumbrar algo el interior de lo que
parecía ser un sótano que, como no podía ser de otra forma, parecía mostrarse
lóbrego y amenazador. En fin, al menos había un interruptor y no hizo falta
recurrir a una linterna o –mejor aún- a una palmatoria para poder bajar a echar
vistazo a lo que pudiera haber; las similitudes con las películas de terror
habían acabado pronto.
De hecho estaba bastante bien iluminado, prácticamente
vacío y era muy diáfano. Lo único que podía merecer llamar la atención fue una
estantería repleta de lo que parecían ser varios fascículos o dossiers
encuadernados, en tal cantidad que parecían constreñidos, casi prisioneros del
mueble que los contenía. Parecían ser decenas de volúmenes absolutamente
homogéneos en su aspecto y tamaño, siendo todos de color blanco, y no muy
grandes. Antonio ojeó algunos sueltos y aunque la jerga se le hacía
incomprensible, pudo deducir que el tema predominante en todos los volúmenes
tenía que ver con la psiquiatría; el lenguaje y la temática así parecían
confirmarlo y en la portada de todos los volúmenes había una etiqueta a modo de
identificación muy similar. “Dr. Alejandro Borrás. Dpto. ciencias de la
conducta. Estudio área de control”.
Con
buen tino, Antonio, pensó que debían de pertenecer al anterior inquilino de la
casa, que según referencias de la inmobiliaria había puesto la casa a la venta
precipitadamente y había, como quien dice, desparecido del mapa. Y
efectivamente era psiquiatra.
Como la psiquiatría no se
encuentran ni entre las aficiones, ni entre los temas de interés de Antonio,
finalmente está a punto de optar por dejar cualquier inspección de los
volúmenes; sin embargo de uno de ellos cae inopinadamente un objeto
tremendamente familiar para Antonio: una partitura. En una acción casi
puramente refleja y guiada por su instinto de músico, la recoge y la examina
con fruición. Su cara primero se llena de curiosidad, a posteriori de
perplejidad.
-Es una partitura extrañísima,
contiene música que no tiene ni pies ni cabeza. Son casi todo notas aleatorias.
En sentido estricto creo que no es ni música, es un caos; una pura cacofonía.
-Igual estaba estudiando el
efecto de la música de vanguardia sobre los desdichados oyentes.
-Ya, tú ríete; pero
instintivamente tiene algo de… fascinante. El volumen donde estaba es el más
abstruso de todos; está todo lleno de correcciones a mano, hojas sueltas y
divagaciones extrañísimas. He leído un poco en diagonal pero creo habla de
música y sus efectos desde el punto de vista psiquiátrico. Algo de química
cerebral, subconsciente o no sé qué. Muy árido todo.
-Lo que yo te decía –la risa de
Ana había pasado del ligero sarcasmo a la manifiesta sorna-
-Tengo una idea.
Entre los enseres de la casa
había un detalle que a Antonio se le figuró como una señal para lanzarse a
comprarla. Había un piano, vetusto pero en condiciones aceptables. Para un
músico una casa así era, precio a parte, casi edénica; dispuesta a ser habitada
por el inquilino perfecto, por supuesto, el propio Antonio. La idea de Antonio
fue llevada a cabo de formas casi inmediata, precipitadamente; casi a impulsos.
Puso la partitura frente a él, descubrió el teclado del piano y se aprestó a
tocar la extraña melodía, movido por una curiosidad inusualmente intensa.
Una
curiosidad propia del entusiasmo de quien se dispone a desentrañar un hermético
misterio o a adentrarse en una rareza fascinante. Tras poner las manos en posición comenzó a
interpretar la extravagante pieza, lo que dio paso a usa sensación
particularmente extraña; tenía nervios en las manos. Las manos pasaron a ser lo
único que parecía estar dotado de movimiento, toda vez que todo cuanto lo
rodeaba se había convertido en una imagen fija, una instantánea en la que él
interactuaba haciendo brotar sonidos del piano.
Antonio era ahora una especie
de autómata sin capacidad consciente ni para gobernar ni sus actos, ni sus
pensamientos. Simplemente tocaba música impelido por un imperativo tiránico y
desconocido que no admitía réplica. Los extraños y caóticos acordes acogotaban
y herían la cabeza de Antonio como si se tratara de un taladro; mientras tanto
volvió a ver la imagen fija que le rodeaba suspendida en el tiempo, sobre todo
la figura –en extraño escorzo, de Ana, cuyo rostro era una mueca esculpida
entre el miedo y la reprobación. Tras eso sobrevino una gran oscuridad. Y
después la nada.
El manager de Antonio encontró
los cuerpos embadurnados en sangre al día siguiente, cuando se disponía a
visitar a su representado. Ambos presentaban heridas por arma blanca provocadas
por un cuchillo de cocina que Antonio asía cuando lo encontraron. La
investigación de la policía no arrojó excesiva luz en sus primeras diligencias,
salvo que Antonio había asesinado a Ana y luego se había suicidado él mismo.
Una de las pruebas más herméticas e interesantes era una especie de cuadernillo
blanco que estaba identificado de esta forma: “Dr. Alejandro Borrás. Dpto.
ciencias de la conducta. Estudio área de control. Informe para la operación
Kircher”. Al inspector al cargo le llamo poderosamente la atención un párrafo
perteneciente a lo que parecía ser el registro de conclusiones de un
psiquiatra, paradójicamente, chiflado:
“Mis trabajos con el Dr. Osdark
están adquiriendo un tinte terrorífico y derivando en algo poderosamente
maligno. Cuando comenzamos el estudio de control mental, encomendado por el
Servicio, jamás pensé que se pudiera encontrar un detonante tan bello,
elemental y –en última instancia- fatídico. Osdark parecía estar convencido de
la existencia de un conocimiento esotérico que vinculaba la música de cierto
tipo al control de la mente. Si bien él usó el término “alma”.
Sus bases eran
tan legendarias como evanescentes: las sirenas homéricas, la música de ciertos
ritos vudú, o incluso los sucesos acaecidos en Hamelin (Baja Sajonia) a finales del siglo XIII y
recogidos en forma de leyenda por los hermanos Grimm. Mi colega había recorrido
durante años el mundo consultando antiquísimos tratados de musicología y
visitando a todo tipo músicos excéntricos. Sin embargo lo más extremo fue la
ardorosa búsqueda de infinitas permutaciones de secuencias de acordes hasta
encontrar uno que diese acceso a la mente del ser humano.
Por la naturaleza de
mis investigaciones, el Servicio se puso en contacto conmigo (mi tesis doctoral
tocaba abiertamente el MK Ultra y el efecto de la hipnosis) y al entrar en su
organización pude ver como un sujeto del grupo experimental era sumido en un
estado de sugestión hipnótica, dócil ante cualquier orden, haciéndole escuchar
algo mediante unos cascos. Yo verifiqué su estado y estudié todo tipo de
efectos y consecuencia en la psique del individuo. Salvo una intensa ansiedad
al despertar –mediante otra combinación de acordes- y duradera durante los dos o tres días
siguientes, no había ningún efecto grave. El sujeto no recordaba nada.
Como
todo descubrimiento, es susceptible de ser usado en su vertiente más perversa y
grotesca, dando lugar al horror. Las subsiguientes fases del experimente fueron
asumidas por otros asesores, pero por casualidad pude dar con las anotaciones
que Osdark efectuó. Es terrible imaginar actos de extrema violencia efectuados
por gente, per se, inofensiva, pero convertida en sicario tras escuchar la
fatal sucesión de notas.
Según he podido saber el siguiente paso consiste en
generar automatismos; la logística de la recepción de la música por parte de
los oyentes escogidos es relativamente difícil pero la de transmitir la orden
lo es mucho más. Osdark, fanático de furor incontenible, está empleando toda su
trastornada lucidez en buscar una combinación de notas que incluya sugestión y
una inminente orden.
Cosa que ha conseguido… a medias. En base a las
anotaciones de sus últimas sesiones, ha conseguido una “melodía” que de un
primer aguijonazo predispone hipnóticamente al sujeto y en una inmediata oleada
posterior inocula el imperativamente la orden: “mata tolo lo que esté
alrededor”. Sin embargo, lo más terrorífico, es que esa música demoníaca ha
surtido un excesivo efecto pues también acaba matándose a sí mismo el oyente.
Estoy completamente horrorizado, he secuestrado la partitura y algunos
ejemplares con anotaciones sobre el experimento.
Por Dios, los límites de mis
escrúpulos o de mi ceguera han sido rebasados hace mucho. Tengo que hacer algo,
esta intentona de control mental puede ser usada por el Servicio para asesinar
impunemente y traspasar la culpa a lo que pudiera parecer un lunático, pero es
en realidad una marioneta. Ni siquiera
se altera la morfología cerebral, todo este proceso no deja huella. Temo que me
hayan vigilado, sus ramificaciones y capacidad de vigilancia son muy altas. De
momento me refugiaré en la casa me proporcionó el Servicio…”
-Inspector, parece ser que el
anterior inquilino abandonó la casa de golpe. También que la casa pertenecía
realmente a una especie de empresa o corporación. Estamos indagando más datos.
¿Encontró algo en esos volúmenes?
La piel del inspector se tornó
cerúlea inmediatamente, víctima de un miedo inoculado, expandido por la lectura
de aquellas funestas páginas. En el móvil del agente comenzó a sonar un tono de
llamada en forma de canción.
-Por favor –balbució el
inspector, apague eso inmediatamente.
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