No había ni rastro de sueño en
Raquel, que optó por levantarse y vagabundear por su cuarto, como muestra de
tedio y preocupación. Al llegar a la ventana pudo ver, realmente sin mirar, la
calle vacía de personas. Hasta que en la calle vio algo que despertó
mínimamente su interés: en la acera contraria había un hombre mirando
fijamente, no a ella sino más arriba; al piso superior. Era un hombre extraño,
completamente vestido de blanco, con las manos en los bolsillos, absorto en una
continua observación que no parecía tener mucho objeto, alto y delgado. Raquel
estuvo dos minutos mirándole y en esos dos minutos el hombre apenas se movió un
ápice. Cansada, abrió la ventana (era verano) y se dirigió hacia su cama en
demanda de poder conciliar el sueño.
Apenas si se hubo posado en la cama, un objeto
penetró por la ventana y cayó en medio de su habitación, causando nuevamente el
terror en Raquel, cuyo ánimo conturbado no necesitaba mucho para eso. Fue parsimoniosamente
hasta la ventana, pero fue para comprobar que no había absolutamente nadie en
la calle; ni si quiera el hombre vestido de blanco. En las ventanas cercanas
todo era oscuridad.
Asustada por la posibilidad de que fuera presa de nuevo de
una funesta sorpresa, se fue acercando al objeto intruso como si fuera un
objeto maléfico. Tras cogerlo y escrutarlo, se trataba de una piedra que había
sido envuelta en un papel escrito. Cualquiera diría que era una primitiva forma
de enviar un mensaje. El papel en cuestión solo tenía escrito lo siguiente:
18/11 12:43. Casi neutralizada en su capacidad de raciocinio, solo atisbó a
pensar que se trataba de una fecha y una
hora. Por cierto, la fecha del día en que ella creía que estaba.
Sobrepasada
por extrañezas y enigmas cayó sobre la cama llorando abiertamente, discurriendo
que si pensaba fuertemente que aquello era una pesadilla acabaría por
despertar, tal como pasa en muchos sueños. Su exigencia no tuvo ningún efecto,
todo seguía allí intacto; aquel mundo desviado y turbador. Si acaso un rato
después, fue capaz de discurrir que lo extraño de la limpieza de la trayectoria
de la piedra; no había rozado la ventana, ni ningún objeto de su habitación.
En ese estado de vela angustiosa,
aparentemente interminable, vio llegar la luz del alba sin haber podido
conciliar el sueño. Conociendo los hábitos de su casa, o eso esperaba ella, aún
tardarían media hora el resto de la familia en ponerse en marcha, tiempo
suficiente para llevar a cabo la idea fija que la acompañaba desde hace horas.
Acercarse a las urgencias del hospital más próximo. Ese atisbo de irreductible
raciocinio que aún poseía Raquel la hizo componer un plan tan sencillo como
factible. Vestirse, salir silenciosamente a hurtadillas y dirigirse a toda
velocidad al hospital.
Según sus cálculos si se afanaba podría coger un autobús
que en media hora podría llevarla hasta allí. Dicho y hecho; diligentemente se
preparó y con extremado cuidado consiguió salir de su caso en el plazo
razonable que ella se había marcado. En el momento en que abandonaba su
habitación miró con preocupación a la piedra y a la nota de la noche anterior,
decidiendo finalmente llevárselas consigo. La sensación de alivio al abandonar
su casa fue notable, pero fue sustituida por una más inquietante e indefinida.
Raquel miraba a través de la
ventana del autobús con una sensación de aprensión, como si una señal o una
rareza indefinible pudieran aparecer en cualquier instante para rebatir su
cordura. El autobús estaba repleto de gente somnolienta camino del trabajo,
pero cuando Raquel echó un vistazo al interior, una de la figuras le produjo un
respingo agudo y repentino, confirmación de que la señal que estaba buscando se
encontraba muy cerca de ella. Sus ojos atónitos vieron como varios asientos más
allá, al fondo, se encontraba el hombre vestido de blanco que vio frente a su
casa hace apenas horas (y sospechoso de lanzar piedras con notas). La pose del
personaje era la misma, no exactamente mirándola a ella, sino un poco más
arriba; como si esquivara sus ojos.
El hombre permanecía absolutamente
impertérrito, pareciendo casi más un mimo que una persona, sin embargo esa
especie de mirada oblicua le producía un profundo malestar a Raquel. En un
arranque de audacia se bajó del autobús en una parada inminente , con la idea
de coger un taxi. Para su calma el hombre de blanco no hizo ademán de seguirla
y en buena lógica (palabra vana en esos momentos) ya debería de haberlo
despistado.
En cualquier caso no esperó demasiado a recuperar el resuello y paró
el primer taxi que pasó junto a ella. Tras montarse y dar las oportunas
indicaciones sobre su destino, el taxista permanecía silente, sin despegar los
labios, atento a una conducción que pasaba por ser cada vez más rápida y
temeraria. Raquel, cuyos nervios vivían una angustiosa montaña rusa, no
permaneció indiferente. Se agacho hacia el asiento del taxista para
amonestarle, toda vez que la velocidad ya pasaba de 100 km/h en ciudad y varios
de los adelantamientos habían sido de gran riesgo.
-¿Pero qué hace? Va como loco. Y
esta no es la ruta.
-Al hospital sí. –El rostro del
taxista al volverse era desagradable y amenazador; tenía media cara chamuscada
y una mirada indefinible, que Raquel solo había visto en malos de cómic y en
películas de terror.
Antes de que la demente carrera
se convirtiera en algo irreparable Raquel trató de idear un plan salir de allí
o de convencer al taxista.
-¡Por qué hace esto! ¡No le
conozco de nada!
-Ya lo creo que me conoces. –Una
sonrisa maliciosa, como una advertencia o un íntimo regodeo afloraron a su
rostro-.
-¡Déjeme bajar, vamos a tener un
accidente!
-Jeje, ¡esa era mi idea!
Estaban llegando al extrarradio,
sorteando vehículos con una precisión cada menor y más cercana al peligro,
cuando a la vista, pero cada vez más cera, pudo ver en medio de la carretera al
hombre de blanco que, por tercera vez, aparecía en la vida de Teresa. Como si
este tenaz perseguidor (había de serlo) tuviera algún tipo de autoridad o
ascendente sobre el tarado conductor, éste se detuvo ante aquél dando un
colosal frenazo.
El hombre de blanco había adelantado un brazo con la palma
extendida, como si estuviese ordenando parar.
Afortunadamente no había ningún coche cerca con lo que se evitó
cualquier posibilidad de colisión.
Milagrosamente Raquel había salido más o
menos ilesa del embrollo, pero el conductor de la media cara chamuscada parecía
muy gravemente herido; tenía la cabeza apoyada en el volante mientras sangraba
profusamente por una brecha. Raquel estaba completamente desorientada, víctima
de un mareo y de una apatía asustada que anulaba cualquier capacidad de
reacción. De lo único que pudo darse cuenta es que el hombre de blanco estaba
junto a su ventana y se disponía a abrir la puerta; la reacción de Raquel fue
demasiado tardía.
-Ven conmigo, se empiezan a oír
sirenas de policía. Debemos marchar- Así habló el hombre de blanco, mientras la
agarraba del brazo; imperativamente, con voz maciza e inapelable-.
-¡Suéltame! ¿Quién eres? ¡Por qué
me persigues!
-Me temo que ahora no es tiempo
de explicaciones. Aparte de investigar el accidente, te devolverán a casa. Y tú
no quieres eso.
-¡Suéltame! ¿Y qué es lo que
quiero si se puede saber? –Raquel luchaba y forcejeaba-
-Respuestas. Explicar todo lo que
te viene ocurriendo desde ayer. Empezaré por darte una: no necesitas ir al hospital, más allá de la contusión no
tienes nada Raquel.
Raquel, habiendo oído su nombre y
reconociendo su situación en la lacónica frase del hombre de Blanco dejó de
forcejear. Más como asombro que como aquiescencia o complicidad.
-¿Quién eres? ¿Cómo sabes todo
eso? ¡Eso no es posible, no te conozco de nada! ¡Nunca he hablado contigo!
-Sí me conoces, igual que
conocías al taxista. Por eso estoy aquí, para que recuerdes. Deja de resistirte
tengo un coche aquí mismo.
En efecto, ambos llegaron a un
coche negro, alargado aparcado en una calle poco transitada. Apenas había algún
coche además de éste. Raquel, completamente petrificada se montó en el coche
dirigida como una marioneta, vulnerable y asustada.
-Abróchate, yo también voy a correr
un poco.
-¿Y todos los que nos han visto?
¡Hay gente acercándose, nos van a reconocer!
-Ahora muchos son enemigos por
aquí. A falta de una palabra mejor. Arrancamos.
A una velocidad rápida, sin
llegar a los niveles suicidas del conductor, se alejaron rápidamente de la
escena del accidente. Raquel no sabía si por el mareo o por una inusitada
pericia al volante de su acompañante veía pasar las calles de una manera
alocada, como si se sucedieran en diapositivas. Llegaron a un punto en que
había un descampado solitario, pero válido para aparcar. El hombre de blanco
detuvo allí el coche.
-Supongo que tendrás muchas
preguntas. Podemos para un poco. Dime.
-¿Supones? Desde ayer por la
tarde mi vida se ha convertido en una absoluta locura descontrolada, y ahí entras
tú también.
-Es una duda aceptable. Escucha
atentamente, es simple pero difícil de entender. Tienes razón en que tu vida ha
cambiado; mi misión no es explicarte en qué. Mi misión es que elijas entenderlo
y lo hagas por ti misma. Más allá de esto no podré responder a muchas
preguntas.
-Oh, perfecto. Todo está más que
aclarado. Pues para empezar tengo una; mejor dicho dos. ¿Todo esto es real?¿Me
estoy volviendo loca?
-La segunda pregunta es más fácil
de responder; no, no estás loca. En cuanto a la primera, depende lo que
consideres real, deberías preocuparte de eso más tarde.
Había algo crispante en el hombre
de blanco que no contribuía en nada a calmar a Raquel; jamás miraba fijamente a
los ojos (siempre excesivamente hacia arriba o hacia abajo, un gesto que ya se
veía enfrente de su casa y en el autobús) y hablaba con un laconismo maquinal,
tan parco que creaba enigmas más que resolver dudas.
-Bien, bien, ya está todo más
claro, no te jode. ¿Y se puedes saber quién eres y quién te envía? ¿Cómo
conoces tan bien mis circunstancias y dónde voy a aparecer?
-Soy la persona que entiende lo
que pasa y en qué punto estás. Tú ahora no puede entenderlo. Tenemos que hacer
un recorrido para que seas tú quien
llegues a una conclusión. Si intentara explicar lo que pasa ahora, solamente
conseguiría aterrorizarte.
- Dime una razón por la que no
deba marcharme
-Porque aquí vas a empezar a
tener muchas gente buscándote. Policía, por ejemplo. Por el accidente con el
taxista y por la huida de casa de tus padres. Ellos no quieren que sepas.
Debemos irnos ya.
-Claro, hay que seguir un camino
– un suave sarcasmo neutralizaba el miedo ya extendido por toda su alma-
-Correcto. Ahora deja de hacerte
preguntas y mira a tu alrededor. ¿Te suena de algo este lugar?
Para su asombro, no era capaz de
dar una respuesta firme al respecto, sin duda el lugar le era familiar pero era
imposible determina por qué. No era una identificación fotográfica; lo que
podía ver era como una amalgama de sitios conocidos o el rastro de un antiguo
sueño.
-No… no sé muy bien que decirte.
Es como volver a un sitio en el que habías olvidado haber estado.
-Bien, bajemos del coche y vamos
andando. Nos iremos internando en el barrio, según vayamos andando creo que te
encontrarás con algo significativo.
El hombre de blanco emprendió la
marcha a buen ritmo y Raquel, cada vez más vulnerable y desorientada, hubo de
seguirlo ante un miedo indefinible a quedarse sola en lo que parecía ser un
territorio comanche. Fueron adentrándose en un barrio de callejuelas estrechas,
tortuosas y cada vez menos luminosas, como si el sol se quedara atrancado en
una atmósfera densa y ominosa. Tras uno diez minutos andando el hombre de
blanco se paró y le dijo: ¿Y ahora, qué te parece esto? Antes de responder,
Raquel pudo fijarse mejor en el rostro de su acompañante. Cara angulosa, nariz
aguileña y unos ojos negros fríos y enigmáticos que nunca miraban fijamente a
los suyos. Un breve momento después Raquel tuvo una inspiración.
-¡No puede ser! ¡Claro que ahora
lo conozco! Es… es el barrio de Roberto. Pero está todo depauperado, muy
desmejorado. Las calles eran más anchas y luminosas, era un buen barrio, Es
como mirar el rostro de una persona enferma, cuando siempre la has conocido
sana.
-Interesante definición. En
efecto, estás en el barrio de Roberto. He aquí la fuente de tu dilema, y es
mejor que lo compruebas de primera mano. Con tus propios ojos. Vamos a su casa.
Anda tú delante ahora.
Raquel, aun sintiendo que se
estaba metiendo en un lugar entre lo maldito y lo desconcertante, fue
guiándolos y apenas dudó, hasta que llegaron enfrente de la casa de Roberto.
-Ya estamos aquí, no me puedo
creer que sea el mismo sitio. Era una zona nueva, y ahora parece el casco
antiguo de una ciudad bombardeada.
-Llama al portero, a su piso.
-¿Contestará él? Todo el mundo parece
denegar su existencia.
-Eso es lo que has venido a
averiguar.
Esa respuesta en singular, como
si se desvinculara de todo aquel enigma crispó nuevamente a Raquel, que tuvo
que contener sus ganas de contestar agriamente. Las ganas de llegar a la verdad
fueron mayores y acabó apretando el botón del portero automático. La espera
duró unos segundos y finalmente contestó una voz carrasposa, aviejada. Raquel
fue incapaz de reconocer esa voz. Siguió a todo esto un silencio que hizo que
la voz proveniente del telefonillo insistiera. Raquel temerosa y pletórica de
miedo finalmente contestó.
-¿Está Roberto, por favor?
-Se equivoca de piso, no vive
aquí ningún Roberto. Lo siento.
-No puede ser, tiene que vivir
aquí. –Raquel se derrumbó casi en el sentido literal de la palabra, sus
rodillas se inclinaron ligeramente y comenzó a gimotear. Antes de que la
persona al telefonillo se retirara, el hombre de blanco entró en acción.
-Señora, en realidad preguntamos
por la familia de Miguel. Por Pablo de Miguel y su esposa. ¿Podría ayudarnos?
Dos hechos asombrosos volvieron a
asombrar por enésima vez por a Raquel; conocía el nombre y el apellido del
padre de Roberto, y por otro lado la mujer accedió ipso facto a hablar con
ellos, como si la voz de su acompañante fueran del todo imperativa; como si no
hubiera opción a proceder de otra forma. El piso era el primero, el hombre ,decidido,
y Raquel bamboleante, se adentraron en el inmueble. Antes de entrar Raquel
recibió instrucciones de parte del hombre.
-Mejor será que hable yo. Tú
limítate a no impresionarte demasiado y a mantener la compostura en lo que sea
posible. Vas a oír cosas extrañas. Cosa que ya no debería sorprenderte. Mucha
calma.
-¿Qué desean saber sobre los de
Miguel? – Abrió la puerta una anciana
que confirmó los indicios de vejez; por otra parte no desentonaba en absoluto
ni con la casa, ni con el barrio. Había algo de decrepitud pululando por todos
los sitios.
-Somos parientes lejanos y
queríamos reencontrarnos con ellos. Las últimas señas que tenemos son de aquí y
si al menos no les encontramos quisiéramos saber dónde encontrarles. Mi hija ha
dicho Roberto porque es el nombre del hijo de Pablo. Una confusión.
La anciana nos observaba con
atención para evaluar tanto nuestro aspecto como la verosimilitud de nuestras
palabras. No parecía acabar de estar satisfecha.
-¿Parientes lejanos? Lejanos en
el tiempo y en el espacio según parece. Aunque me fie poco de ustedes, no es
mucho lo que puedo decirles. Solamente sé que les compré la casa hace casi
veinte años. Apenas les conocía. En cuanto a Roberto siento decirles que murió
con siete años, atropellado enfrente de esta casa. Los de Miguel se marcharon,
según se decía, para olvidar el dolor de la pérdida. Y hasta aquí puedo leer.
-¿Dónde fueron?
-Lejos, al extranjero. Ni
siquiera me acuerdo dónde. Ya les he dicho todo lo que se de sus, ejem
familiares. ¿Qué le pasa a su hija?
Raquel se había desplomado en el
descansillo (ni siquiera entraron al piso) y estuvo a punto de caer por las
escaleras. Un completo estado de shock casi la había fulminado; exánimes cuerpo
y mente.
-No es nada, supongo que es
producto de la impresión por las noticias que nos da. No son muy alentadoras.
-Oigan no sé si son alentadoras o
no, pero hasta aquí llega mi colaboración. No sé qué es todo esto pero no me
metan en sus asuntos. Que vengan veinte años después a preguntar por ellos unos
“familiares” no cuela. No me metan en sus líos. Si quieren les doy un vaso de
agua para la joven, pero hasta ahí.
La anciana encendió unos ojos
iracundos, abiertamente hostiles; como, de hecho, había algo de hostil en
derredor, o así lo parecía. El instinto primario de cualquier persona cuerda
indicaba huir de allí cuanto antes. El hombre blanco levantó una mano para
parar, o para reconvenir, a la anciana, se despidió de ella y con toda la
destreza de la que fue capaz llevó hasta el exterior a Raquel, estólidamente
derrotada. Poco después pareció recuperar la capacidad de hablar, sentada ya en
la acera.
-¡Éste no es mi mundo, toda la
realidad se ha vuelto loca! ¿Cómo es posible que haya muerto Roberto a los
siete años? ¡Yo recuerdo haberlo visto antes de ayer!
-¿Y qué hicisteis antes de ayer?
Raquel no tuvo más remedio que
adoptar la expresión un poco boba de quienes están seguros de la respuesta
obvia a una pregunta pero la han extraviado en algún lugar inaccesible de su
memoria.
-No… no me acuerdo ahora.
Mientras tanto el hombre de
blanco parecía reflexionar sobre ello.
-Quiero que mires una cosa, en la
medida de lo posible trata de refrenarte; no nos conviene llamar la atención
aquí.
En ese momento se metió la mano
en el bolsillo de la chaqueta blanca y extrajo lo que resultó ser una
fotografía. Acto seguido se la mostró a Raquel:
-Dime, ¿la reconoces?
La fotografía pudo producir
muchos efectos en Raquel; regocijantes, o aterradores. Las variables
emocionales, ya terriblemente vapuleadas, no eran fáciles de prever cuando no
hay nada sólido a lo que asirse. En la foto se podía ver al objeto de tanta desazón,
la causa efectiva de la pesadilla, la razón de todos los misterios. Era una
foto de Roberto, en apariencia reciente, y tomada en frente de su casa; donde estaban
ellos ahora. Una incongruencia añadía confusión, irradiaba aún más
incertidumbre. La casa morfológicamente era exactamente igual, pero tenía una
apariencia mucho más lustrosa y elegante; una casa realmente sofisticada.
Raquel hizo atisbo de gritar, pero la mano de su acompañante se lo impidió. Por
primera vez había algo de amenaza en los ojos del hombre de blanco. Raquel,
sacando fuerzas ni se sabe de dónde, se calmó.
-Entonces no está muerto. Por
favor, ¿dónde estamos? Solo quiero que todo sea normal. Todo el mundo se ha
trastocado desde ayer y no sé por qué. Me siento una víctima entre millones,
como si solo yo fuera la engañada.
-Escúchame muy atentamente Te
diré para qué estoy aquí. Trato de guiarte para hacerte ver que tienes dos
opciones ahora mismo y ninguna pasa por recuperar la vida que tenías. Mi
misión es ayudarte a llevar a cabo lo que
hayas decidido en cada uno de los casos. Esta foto te muestra que no estás
donde estabas antes de ayer, un acontecimiento crucial ha pasado. Por un lado
puedes quedarte aquí sin más, dejarte llevar y adormecerte en el olvido. Ya
estás empezando a olvidar cómo era tu vida, empezando con lo que hiciste antes
de ayer… Y esto irá a más, dentro de nada estarás tan adaptada a este lugar,
que ya no sufrirás, lo habrás asumido todo. Ni sabrás quién era Roberto. Pero
si decides saber la verdad yo puedo ayudarte, puedo llevarte al lugar donde lo
entenderás, pero no puedo decirte ahora mismo cuál es esa verdad. Ni asegurarte
si te gustará o no. Es el precio de la lucidez. ¿Realmente quieres saber lo que
pasa? Así que elige entre adocenarte y olvidar, o asumir el porqué de esto.
Abandonando su acostumbrado
laconismo, la perorata del hombre de blanco fue surtiendo un efecto progresivo
pero todavía algo ineficaz.
-Yo solo quiero estar bien.
-Es un concepto un tanto amplio;
no estarás bien siempre, incluso aunque elijas olvidar. Ningún olvido se puede
acallar eternamente. Y aunque así fuera ¿es preferible olvidar a tu prometido o
recordarlo con dolor?
-¿Estás aquí para que elija saber
la verdad?
-Estoy aquí para que elijas, sea
lo que sea. Y cuando decidas, necesitarás un ejecutor.
A Raquel se le antojó un poco
siniestra la palara “ejecutor” tal y como la dijo el hombre.
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