Abrir los párpados fue una tarea
más que ardua para Raquel, que de buena gana hubiera seguido dormitando
indefinidamente, no obstante tras un primer vistazo vagamente exploratorio vio
a su alrededor a la suficiente gente como para dase cuenta de que había
sucedido una anormalidad. La segunda señal fue un lacerante dolor de cabeza y
en otras partes del cuerpo. La parte buena era que todo cuanto la rodeaba era
conocido sobradamente; sus padres y su hermano saludaron su despertar con un
alivio todavía demasiado mezclado con incógnitas. El escenario, dadas las
circunstancias, era también propicio; su habitación. Sin duda siempre es una
ventaja despertarse en terreno conocido cuando no recuerdas cómo has llegado
allí. Sobre todo si los que te rodean son indulgentes.
-¿Qué… qué me ha pasado?
-¿Estás bien Raquel? ¿Cómo te
encuentras? –su padre, Enrique, fue el primero en trasformar su curiosidad en
pregunta.
-Me duele la cabeza, y algo el
brazo derecho. ¿Qué ha pasado? ¿Cómo me lo he hecho? –Mientras formulaba la
pregunta se llevaba la mano a la cabeza, lo que le llevó de inmediato al dibujo
de un rictus de dolor en su cara.
-Te resbalaste con un coche de
juguete de tu hermano y te diste un buen golpe contra la pared. Detuviste el
golpe con la cabeza y el brazo. Te hemos puesto un apósito en el chichón que,
como has comprobado, ya tienes en la
cabeza. No te preocupes, el sanedrín familiar le impondrá un severo castigo a
Juan en cuanto delibere, por los cargos de irresponsabilidad con los juguetes –
Enrique sonreía cálidamente-
- Enano capullo, ya puedes
esconderte bien cuando me levante. Mi severo castigo va a ser tirarte por la
ventana.
Jorge, el hermano, bajó la cabeza
en señal de vergüenza y acatamiento de todas penas que pudieran caer sobre él.
Sin embargo al tratar de
incorporarse, un nefasto malestar bloqueó prácticamente su cuerpo, que cayó
casi a plomo sobre el colchón.
-Dios, qué mal estoy. Todo me da
vueltas como un tiovivo. –Instintivamente fue a tocarse con su mano izquierda
algo debería estar en su cuello y que siempre rozaba, casi compulsivamente,
cuando una situación la disgustaba.-
-¿Dónde está el colgante de
Roberto?
La familia se miró
interrogativamente, en silencio.
-¿Se ha roto? Si se ha roto, te
estrangularé con lo que quede de él, enano,
Esta vez habló su madre.
-¿Quién es Roberto?
-Pues Roberto. El único que
conocemos. Mi novio; bueno, mi prometido.
-¿Tu prometido? ¿Te has prometido
con alguien y no nos lo has dicho nada ni a tu padre ni a mí? ¿De dónde has
sacado a ese tipo?
-¿Perdón? Llevo saliendo con él
cinco años, lo conocéis de sobra. Lo habéis visto cientos de veces.
Esta vez el silencio fue espeso,
casi sólido, modelado por la incredulidad estupefacta e incómoda de la
situación. La familia de Raquel no sabía exactamente cuál debía de ser el
siguiente paso, como si esperasen una carcajada por su parte que confirmara que
es una broma lo que estaban oyendo. Enrique finalmente dio el paso optando por
ahondar esa senda, amigablemente, sonriendo.
-Raquel, no conocemos a ningún
novio tuyo llamado Roberto, ni tampoco sabemos nada de ese colgante. ¿Quieres
hacernos creer que el golpe te ha afectado a la sesera y desvarías?
-Hablo muy en serio, es mi
prometido. Hemos hechos proyecto de vida juntos, soy yo quien espera que sea
una broma lo que decís. ¿A qué viene todo esto? No estoy para burlas.
-Yo también hablo en serio y si a
alguien le importa tu proyecto de vida es a nosotros, porque además ahora
nosotros somos tu proyecto. –El semblante y la voz de Enrique se fue
oscureciendo súbitamente, como si un límite hubiera sido excedido y exigiera un
retroceso-
-Pero si le habéis visto hace
tres días, vino a felicitarte por tu cumpleaños papá.
-A ver Raquel, hace tres días no
vino ningún Roberto y si hubiera venido felicitándome le hubiera dicho que se
informara mejor, porque era al día siguiente.
Si todos los que estaban en la
habitación de Raquel hubieran visto caer un meteorito por la ventana la
estupefacción no hubiera sido mayor. La pobre empezaba a perder la paciencia.
-Empezamos por lo básico. ¿Hoy es
18 de Noviembre, verdad? ¿O es que el golpe ha hecho tales estragos que ya confundo
la fecha de tu cumpleaños?
-En efecto, mi cumpleaños es el
15 de Noviembre… Pero hoy es 17 de Noviembre.
-¡Venga ya! ¿Es una chaladura del
friki de Jorge y sus historietas de ciencia ficción? Si le seguís el rollo
ahora cuando estoy así, pues perdón pero no tiene ninguna gracia. ¿Y, por
cierto, qué es eso de que mi plan de vida sois vosotros?
-No sé si es el momento adecuado
para hablarlo, Raquel.
-Claro que no, pero no veo
ninguno mejor en perspectiva. ¿Qué me falta por saber, papá? ¿Tengo una enfermedad
terminal o algo así? –La trágica sorna no fue matizada de ningún modo por
Raquel.-
-Por supuesto que no, deja de
decir tonterías ya. Pero llevas cinco años sin trabajo y… bueno sin pareja
estable. Tú sabrás sobre esto último, nunca hemos interferido en eso, pero no
sabes ni lo que quieres hacer con tu vida. Salvo vivir con nosotros.
En este punto intervino Ángela,
la madre.
-Hija no lo veas como un
reproche, no es el momento; pero lo hablado ya varias veces. Has de acordarte.
-Ah, claro. Como conocí a Roberto
en el trabajo, ese trabajo no puede existir. El bufete no existe. Sobresaliente
en pantomima. Y por lo visto ando de capa caída. Años ya.
Enrique, cuya voluntad había
perdido la batalla contra la exasperación, fracasó en seguir conteniéndose.
-¡Bueno basta ya! Escucha,
duérmete y descansa esa cabeza. Supongo que es perdonable después del
accidente, pero es duro oír todo lo que dices. Son las 17:00, esta noche
hablaremos ¿de acuerdo?
Raquel se resistió a aceptar
aquel armisticio usando sencillamente el sentido común.
-¿No… no sería mejor ir al
hospital? Quizá sea un traumatismo grave, todo esto no es normal.
-¡No! –la exclamación fue
proferida por todos los acompañantes a la vez; exaltados, como si la idea de
Raquel fuese una horrible ocurrencia o representase un fiero peligro.
-Pe..pero. ¿Qué os pasa? Solo
quiero que me echen un vistazo, me siento mal.
Un ademán fulgurante hizo que
Enrique se colocara delante de todos y formulara su objeción.
-Es mejor que descanses créeme, solo
es el golpe. Hay muchos casos de pérdida o alteración de memoria cuando hay
golpes. Lo he visto en la obra. Estos traumatismos no dejan huella, esta noche
estarás ya en posesión de tus facultades.
-Pero…
-Hemos dicho que ya iremos. –Fue
Laura quien así habló, inaugurando un tono despótico, imperativo.
Ante tal reacción Raquel,
sorprendida y medrosa, decidió acatar la orden (inquietante palabra en aquel
contexto) sin muchos miramiento. Todo un torbellino de confusión arrebolaba y
arrasaba sus certezas. También por primera vez se sintió una prisionera.
Intentando dar con una prueba irrefutable de su cordura, anduvo pensando en los
acontecimientos de los últimos días. Estos intentos no sirvieron sino para
quebrar más su ánimo, pues su mente parecía haberse vaciado de manera casi
completa, apenas si recordaba ráfagas sueltas, flashes que herían su mente sin
llegar a nada concluyente. Por instinto, en lugar de permanecer tumbada, se
imbuyó en la tarea de pasear por lo habitación e iniciar un escrutinio de sus objetos
más cercanos; una tarea sencilla y quizá útil para hacer pie, ahora que la
confusión parecía no tener fondo. No llevó mucho tiempo darse cuenta de que de
entre todos sus enseres faltaban los que compartían una misma índole: los
regalados por Roberto o relacionados con él. Fue un funesto descubrimiento que
estuve a pique de que, encorajinada, fuera al salón y furiosamente inquiriera
por qué habían redondeado su absurda charada sustrayendo los regalos que
pudieran recordar a Roberto. No obstante, en un alarde de contención, siguió en
su habitación, incluso dando por bueno el consejo de tratar de dormir para
reparar su mente. Todo esfuerzo fue inútil, un tránsito de horas sin sueño y
sin ninguna reparación psicológica aparente. En torno a las 22:00 alguien
golpeteó sobre su puerta y pidió permiso para entrar; era su madre.
-Raquel, cariño, ¿has descansado
mucho? ¿Mejor ahora?
-No, no he podido dormir nada. No
sé qué me pasa, me sigo encontrando mal.
-Quizá sea mejor que salgas un
momento de la cama y vengas con nosotros al salón, vamos a cenar. Deberías
comer algo o estarás más débil.
Un matiz de duda traspasó la
mirada de Raquel, sin embargo acepto la proposición. Al llegar al salón la
iluminación (en su dormitorio había estado a oscuras) se produjo un fogonazo de
nefastas consecuencias para su dolor de cabeza, obligándola a cerrar los ojos ante
una claridad que se le antojó inicialmente aterradora. La conversación empezó a
fluir.
-¿De modo que no estás mejor,
Raquel?
-Pues no, papá.
- Vaya por Dios. ¿Te has desecho
ya de ese tal Roberto?
-¡Papá!
-Qué pasa. Solo pregunto si has
entrado en razón y has desechado todos esos románticos y falsos recuerdos.
-¡Enrique! No la hables así, por
favor. Es obvio que no se encuentra bien; la atosigas de una forma desagradable.
-No la atosigo, quiero que vuelva
a su ser. Ya sé que no está bien pero hay que guiarla hacia lo correcto, no
hacia no sé qué fantasma.
Los ojos de Raquel se
humedecieron casi completamente escuchando la conversación de sus padres.
Particularmente su padre parecía inusualmente incomprensivo, movido por una
rara aspereza.
-¡Yo también podría preguntar qué
ha pasado con las cosas que me recordaban a Roberto y que estaban en mi
habitación! He echado en falta fotos, pulseras.
-Hija, ¿cómo puedes si quiera
pensar eso? ¿Todavía crees que es cosa nuestra?.
Sin dar tiempo a responder,
Enrique opuso un desafío.
-¿Y también has perdido su
teléfono? Te invito a que le des un telefonazo, estoy seguro de que se alegrará
mucho de oír la voz de su amada. Además, me encantaría hablar con él. Con mi
futuro yerno.
Por instinto Raquel estuvo a
punto de oponerse a tal prueba, como si no necesitase probar nada. Acto seguido
pensó que si estaría bien demostrar algunas cosas y acabar ya con este
laberíntico asunto.
-Subiré a mi habitación a por el
móvil.
-No es necesario, llama desde
aquí, desde el fijo. ¿Te sabrás su número de memoria no?
-Claro que sí.
Temblorosa, temiendo por el
bienestar de su mente y como si se fuera someter a un juicio inapelable y
sumario, se aproximó al teléfono. Fue tecleando (dudó en un par de números por
si se equivocaba) y poco después estaba aguardando una respuesta mientras iban
sonando los tonos. Todos los ojos, que podrían clasificarse la frialdad a la
preocupación, estaban fijos en ella. Nadie parecía contestar, hasta que
finalmente surgió un indiferenciado servicio de contestador que solo identificó
el número.
-No contesta nadie en su casa.
-Vaya, qué decepción. Pero no
pierdas la esperanza. Tiene móvil ¿no? Prueba con él.
-Muy bien, tus deseos son
órdenes. –Una sensación de ira y desafío pugnaban por abrirse paso en el
corazón de Raquel, cada vez más turbio. Se sabía el número de memoria y la
nueva prueba pudo llevarse a cabo de inmediato; con la misma dubitativa
seguridad pulsó de nuevo las teclas hasta que, por lo menos, el teléfono dio
señal. Sin embargo esta vez alguien sí respondió:
-¿Diga?
El efecto fue inmediato y
desolador, no era la voz de Roberto sino la de una mujer cuyo timbre no tenía
nada de familiar para Raquel.
-¿Po… podría ponerse Roberto?
-Creo que se equivoca, no conozco
a ningún Roberto.
La realidad, todo lo que veía,
dejó de ser definitivamente una construcción sólida y sin fisuras para pasar a
a ser un engaño maleable y pertinaz. Comprobó con la desconocida varias veces
el número de teléfono hasta que aceptó que el número que recordaba no
correspondía, ni en ese momento ni nunca, a su prometido. Raquel, trémula e
ida, no tuvo otro remedio que sentarse en el sofá cercano, en lo que parecía
ser una claudicación. Su padre volvió a la carga:
-Nada, ¿verdad? Bueno es posible
que esto te ayude a volver a tus cabales.
-¡Enrique! No hables así, no es
una loca; se ha lesionado y su cabeza está convaleciente.
-Creo que debería sentarse y
cenar, poco a poco sus ideas se irán aclarando. En cuando haga cosas normales.
-Y yo creo que deberíamos ir al
hospital, esto no puede ser normal. En el peor de los casos, si os doy la razón
significaría que me he imaginado un lustro de relación con alguien.
-No, ya te hemos dicho que no.
Esto se te pasará en seguida, ya te he dicho que tienes que cenar algo y no
seguir con esta locura.
Raquel, instintivamente, busco
apoyo en las miradas de madre y de su hermano; aquella irresponsabilidad fría y
cruel necesitaba de una respuesta. Sin embargo, dándose una vez más el peor de
los casos, no encontró ningún tipo de alianza en resto de sus familiares.
-Tu padre tiene razón, no
saquemos las cosas de quicio. Si comes y descansas probablemente te cures. No
es necesario que se entere ningún médico ni nadie extraño.
Aquello contravenía la noción más
básica de comprensión y cariño. Denegar asistir a un médico en ese momento era
un acto que bordeaba la crueldad. Su hermano, silencioso en todo momento,
apenas si podía sostener la mirada de su hermana, en un gesto de neutra
aquiescencia con sus padres.
-¿Qué? ¿Me lo decís en serio? Es
obvio que el golpe me ha producido un gran trastorno o bien que estáis haciendo
de esto una broma macabra. No hace falta que vengáis conmigo, pediré un taxi e
iré sola; ya soy mayorcita desde hace un rato largo.
-He dicho que no irás a ninguna
parte –esta vez en la voz de Enrique se incluía un matiz de amenaza que se
preocupó poco de ocultar; del desafío estaba a punto de pasarse a la coacción-.
En Raquel crecía una desazón cada
vez más intensa y tremebunda, no solo tenía que lidiar con sus propios
fantasmas interiores (nunca mejor dicho) sino con la hostilidad y pasividad de
quienes deberían ser sus aliados. Miraba alrededor como si pudiera existir una
respuesta, una inesperada solución, en su cercanía, esperando aparecer. Todo lo
que había era un tétrico silencio que también parecía conspirar en su contra.
-Creo que me llevaré algo de cena
al dormitorio.
Enrique, como si oficiara de
portavoz del resto, respondió sombrío.
-Como quieras.
La cena en la habitación fue
frugal y amarga, casi inducida por la mecánica de la supervivencia. Pasado un
rato, casi a la media noche, su madre vino a por platos, cubiertos y vasos; y
al menos tuvo ciertas palabras de aliento, si bien nada fuera del guion que
parece que se estaba escribiendo. Frases tópica y consoladoras, pero sin calor
real: “Verás cómo tu padre tiene razón”, “Descansa un poco y te sentirás bien”,
etc. Así con todo Raquel tuvo de nuevo que enfrentarse a la visión de su cuarto
a oscuras, cada vez más parecido a una dimensión extraña e invasora que traía
consigo una realidad malsana o a una prisión decretada por un delirio
arbitrario. Haciendo inventario de recuerdos, al fin y al cabo la cuestión
central de su problema, había un contraste inquietante entre evocaciones perfectamente
formadas y concretas (sabía, o creía saber, todo de su novio: teléfono,
aspecto, cuando le conoció, cómo fue la pedida, etc) y los recuerdos recientes,
del últimos par de días donde no había sino una niebla espesa e indiferente a
su sufrimiento, dispuesta a no disiparse.
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