sábado, 16 de diciembre de 2017

La hora de la Verdad (Parte 1)


Abrir los párpados fue una tarea más que ardua para Raquel, que de buena gana hubiera seguido dormitando indefinidamente, no obstante tras un primer vistazo vagamente exploratorio vio a su alrededor a la suficiente gente como para dase cuenta de que había sucedido una anormalidad. La segunda señal fue un lacerante dolor de cabeza y en otras partes del cuerpo. La parte buena era que todo cuanto la rodeaba era conocido sobradamente; sus padres y su hermano saludaron su despertar con un alivio todavía demasiado mezclado con incógnitas. El escenario, dadas las circunstancias, era también propicio; su habitación. Sin duda siempre es una ventaja despertarse en terreno conocido cuando no recuerdas cómo has llegado allí. Sobre todo si los que te rodean son indulgentes.



-¿Qué… qué me ha pasado?

-¿Estás bien Raquel? ¿Cómo te encuentras? –su padre, Enrique, fue el primero en trasformar su curiosidad en pregunta.

-Me duele la cabeza, y algo el brazo derecho. ¿Qué ha pasado? ¿Cómo me lo he hecho? –Mientras formulaba la pregunta se llevaba la mano a la cabeza, lo que le llevó de inmediato al dibujo de un rictus de dolor en su cara.  

-Te resbalaste con un coche de juguete de tu hermano y te diste un buen golpe contra la pared. Detuviste el golpe con la cabeza y el brazo. Te hemos puesto un apósito en el chichón que, como  has comprobado, ya tienes en la cabeza. No te preocupes, el sanedrín familiar le impondrá un severo castigo a Juan en cuanto delibere, por los cargos de irresponsabilidad con los juguetes – Enrique sonreía cálidamente-

- Enano capullo, ya puedes esconderte bien cuando me levante. Mi severo castigo va a ser tirarte por la ventana.

Jorge, el hermano, bajó la cabeza en señal de vergüenza y acatamiento de todas penas que pudieran caer sobre él.

Sin embargo al tratar de incorporarse, un nefasto malestar bloqueó prácticamente su cuerpo, que cayó casi a plomo sobre el colchón.

-Dios, qué mal estoy. Todo me da vueltas como un tiovivo. –Instintivamente fue a tocarse con su mano izquierda algo debería estar en su cuello y que siempre rozaba, casi compulsivamente, cuando una situación la disgustaba.-

-¿Dónde está el colgante de Roberto?

La familia se miró interrogativamente, en silencio.

-¿Se ha roto? Si se ha roto, te estrangularé con lo que quede de él, enano,

Esta vez habló su madre.

-¿Quién es Roberto?

-Pues Roberto. El único que conocemos. Mi novio; bueno, mi prometido.

-¿Tu prometido? ¿Te has prometido con alguien y no nos lo has dicho nada ni a tu padre ni a mí? ¿De dónde has sacado a ese tipo?

-¿Perdón? Llevo saliendo con él cinco años, lo conocéis de sobra. Lo habéis visto cientos de veces.

Esta vez el silencio fue espeso, casi sólido, modelado por la incredulidad estupefacta e incómoda de la situación. La familia de Raquel no sabía exactamente cuál debía de ser el siguiente paso, como si esperasen una carcajada por su parte que confirmara que es una broma lo que estaban oyendo. Enrique finalmente dio el paso optando por ahondar esa senda, amigablemente, sonriendo.

-Raquel, no conocemos a ningún novio tuyo llamado Roberto, ni tampoco sabemos nada de ese colgante. ¿Quieres hacernos creer que el golpe te ha afectado a la sesera y desvarías?

-Hablo muy en serio, es mi prometido. Hemos hechos proyecto de vida juntos, soy yo quien espera que sea una broma lo que decís. ¿A qué viene todo esto? No estoy para burlas.

-Yo también hablo en serio y si a alguien le importa tu proyecto de vida es a nosotros, porque además ahora nosotros somos tu proyecto. –El semblante y la voz de Enrique se fue oscureciendo súbitamente, como si un límite hubiera sido excedido y exigiera un retroceso-

-Pero si le habéis visto hace tres días, vino a felicitarte por tu cumpleaños papá.

-A ver Raquel, hace tres días no vino ningún Roberto y si hubiera venido felicitándome le hubiera dicho que se informara mejor, porque era al día siguiente.

Si todos los que estaban en la habitación de Raquel hubieran visto caer un meteorito por la ventana la estupefacción no hubiera sido mayor. La pobre empezaba a perder la paciencia.

-Empezamos por lo básico. ¿Hoy es 18 de Noviembre, verdad? ¿O es que el golpe ha hecho tales estragos que ya confundo la fecha de tu cumpleaños?

-En efecto, mi cumpleaños es el 15 de Noviembre… Pero hoy es 17 de Noviembre.

-¡Venga ya! ¿Es una chaladura del friki de Jorge y sus historietas de ciencia ficción? Si le seguís el rollo ahora cuando estoy así, pues perdón pero no tiene ninguna gracia. ¿Y, por cierto, qué es eso de que mi plan de vida sois vosotros?

-No sé si es el momento adecuado para hablarlo, Raquel.

-Claro que no, pero no veo ninguno mejor en perspectiva. ¿Qué me falta por saber, papá? ¿Tengo una enfermedad terminal o algo así? –La trágica sorna no fue matizada de ningún modo por Raquel.-

-Por supuesto que no, deja de decir tonterías ya. Pero llevas cinco años sin trabajo y… bueno sin pareja estable. Tú sabrás sobre esto último, nunca hemos interferido en eso, pero no sabes ni lo que quieres hacer con tu vida. Salvo vivir con nosotros.

En este punto intervino Ángela, la madre.

-Hija no lo veas como un reproche, no es el momento; pero lo hablado ya varias veces. Has de acordarte.

-Ah, claro. Como conocí a Roberto en el trabajo, ese trabajo no puede existir. El bufete no existe. Sobresaliente en pantomima. Y por lo visto ando de capa caída. Años ya.

Enrique, cuya voluntad había perdido la batalla contra la exasperación, fracasó en seguir conteniéndose.

-¡Bueno basta ya! Escucha, duérmete y descansa esa cabeza. Supongo que es perdonable después del accidente, pero es duro oír todo lo que dices. Son las 17:00, esta noche hablaremos ¿de acuerdo?

Raquel se resistió a aceptar aquel armisticio usando sencillamente el sentido común.

-¿No… no sería mejor ir al hospital? Quizá sea un traumatismo grave, todo esto no es normal.

-¡No! –la exclamación fue proferida por todos los acompañantes a la vez; exaltados, como si la idea de Raquel fuese una horrible ocurrencia o representase un fiero peligro.

-Pe..pero. ¿Qué os pasa? Solo quiero que me echen un vistazo, me siento mal.

Un ademán fulgurante hizo que Enrique se colocara delante de todos y formulara su objeción.

-Es mejor que descanses créeme, solo es el golpe. Hay muchos casos de pérdida o alteración de memoria cuando hay golpes. Lo he visto en la obra. Estos traumatismos no dejan huella, esta noche estarás ya en posesión de tus facultades.

-Pero…

-Hemos dicho que ya iremos. –Fue Laura quien así habló, inaugurando un tono despótico, imperativo.

Ante tal reacción Raquel, sorprendida y medrosa, decidió acatar la orden (inquietante palabra en aquel contexto) sin muchos miramiento. Todo un torbellino de confusión arrebolaba y arrasaba sus certezas. También por primera vez se sintió una prisionera. Intentando dar con una prueba irrefutable de su cordura, anduvo pensando en los acontecimientos de los últimos días. Estos intentos no sirvieron sino para quebrar más su ánimo, pues su mente parecía haberse vaciado de manera casi completa, apenas si recordaba ráfagas sueltas, flashes que herían su mente sin llegar a nada concluyente. Por instinto, en lugar de permanecer tumbada, se imbuyó en la tarea de pasear por lo habitación e iniciar un escrutinio de sus objetos más cercanos; una tarea sencilla y quizá útil para hacer pie, ahora que la confusión parecía no tener fondo. No llevó mucho tiempo darse cuenta de que de entre todos sus enseres faltaban los que compartían una misma índole: los regalados por Roberto o relacionados con él. Fue un funesto descubrimiento que estuve a pique de que, encorajinada, fuera al salón y furiosamente inquiriera por qué habían redondeado su absurda charada sustrayendo los regalos que pudieran recordar a Roberto. No obstante, en un alarde de contención, siguió en su habitación, incluso dando por bueno el consejo de tratar de dormir para reparar su mente. Todo esfuerzo fue inútil, un tránsito de horas sin sueño y sin ninguna reparación psicológica aparente. En torno a las 22:00 alguien golpeteó sobre su puerta y pidió permiso para entrar; era su madre.

-Raquel, cariño, ¿has descansado mucho? ¿Mejor ahora?

-No, no he podido dormir nada. No sé qué me pasa, me sigo encontrando mal.

-Quizá sea mejor que salgas un momento de la cama y vengas con nosotros al salón, vamos a cenar. Deberías comer algo o estarás más débil.

Un matiz de duda traspasó la mirada de Raquel, sin embargo acepto la proposición. Al llegar al salón la iluminación (en su dormitorio había estado a oscuras) se produjo un fogonazo de nefastas consecuencias para su dolor de cabeza, obligándola a cerrar los ojos ante una claridad que se le antojó inicialmente aterradora. La conversación empezó a fluir.

-¿De modo que no estás mejor, Raquel?

-Pues no, papá.

- Vaya por Dios. ¿Te has desecho ya de ese tal Roberto?

-¡Papá!

-Qué pasa. Solo pregunto si has entrado en razón y has desechado todos esos románticos y falsos recuerdos.

-¡Enrique! No la hables así, por favor. Es obvio que no se encuentra bien; la atosigas de una forma desagradable.

-No la atosigo, quiero que vuelva a su ser. Ya sé que no está bien pero hay que guiarla hacia lo correcto, no hacia no sé qué fantasma.

Los ojos de Raquel se humedecieron casi completamente escuchando la conversación de sus padres. Particularmente su padre parecía inusualmente incomprensivo, movido por una rara aspereza.

-¡Yo también podría preguntar qué ha pasado con las cosas que me recordaban a Roberto y que estaban en mi habitación! He echado en falta fotos, pulseras.

-Hija, ¿cómo puedes si quiera pensar eso? ¿Todavía crees que es cosa nuestra?.

Sin dar tiempo a responder, Enrique opuso un desafío.

-¿Y también has perdido su teléfono? Te invito a que le des un telefonazo, estoy seguro de que se alegrará mucho de oír la voz de su amada. Además, me encantaría hablar con él. Con mi futuro yerno.

Por instinto Raquel estuvo a punto de oponerse a tal prueba, como si no necesitase probar nada. Acto seguido pensó que si estaría bien demostrar algunas cosas y acabar ya con este laberíntico asunto.

-Subiré a mi habitación a por el móvil.

-No es necesario, llama desde aquí, desde el fijo. ¿Te sabrás su número de memoria no?

-Claro que sí.

Temblorosa, temiendo por el bienestar de su mente y como si se fuera someter a un juicio inapelable y sumario, se aproximó al teléfono. Fue tecleando (dudó en un par de números por si se equivocaba) y poco después estaba aguardando una respuesta mientras iban sonando los tonos. Todos los ojos, que podrían clasificarse la frialdad a la preocupación, estaban fijos en ella. Nadie parecía contestar, hasta que finalmente surgió un indiferenciado servicio de contestador que solo identificó el número.

-No contesta nadie en su casa.

-Vaya, qué decepción. Pero no pierdas la esperanza. Tiene móvil ¿no? Prueba con él.

-Muy bien, tus deseos son órdenes. –Una sensación de ira y desafío pugnaban por abrirse paso en el corazón de Raquel, cada vez más turbio. Se sabía el número de memoria y la nueva prueba pudo llevarse a cabo de inmediato; con la misma dubitativa seguridad pulsó de nuevo las teclas hasta que, por lo menos, el teléfono dio señal. Sin embargo esta vez alguien sí respondió:

-¿Diga?

El efecto fue inmediato y desolador, no era la voz de Roberto sino la de una mujer cuyo timbre no tenía nada de familiar para Raquel.

-¿Po… podría ponerse Roberto?

-Creo que se equivoca, no conozco a ningún Roberto.

La realidad, todo lo que veía, dejó de ser definitivamente una construcción sólida y sin fisuras para pasar a a ser un engaño maleable y pertinaz. Comprobó con la desconocida varias veces el número de teléfono hasta que aceptó que el número que recordaba no correspondía, ni en ese momento ni nunca, a su prometido. Raquel, trémula e ida, no tuvo otro remedio que sentarse en el sofá cercano, en lo que parecía ser una claudicación. Su padre volvió a la carga:

-Nada, ¿verdad? Bueno es posible que esto te ayude a volver a tus cabales.

-¡Enrique! No hables así, no es una loca; se ha lesionado y su cabeza está convaleciente.

-Creo que debería sentarse y cenar, poco a poco sus ideas se irán aclarando. En cuando haga cosas normales.

-Y yo creo que deberíamos ir al hospital, esto no puede ser normal. En el peor de los casos, si os doy la razón significaría que me he imaginado un lustro de relación con alguien.

-No, ya te hemos dicho que no. Esto se te pasará en seguida, ya te he dicho que tienes que cenar algo y no seguir con esta locura.

Raquel, instintivamente, busco apoyo en las miradas de madre y de su hermano; aquella irresponsabilidad fría y cruel necesitaba de una respuesta. Sin embargo, dándose una vez más el peor de los casos, no encontró ningún tipo de alianza en resto de sus familiares.

-Tu padre tiene razón, no saquemos las cosas de quicio. Si comes y descansas probablemente te cures. No es necesario que se entere ningún médico ni nadie extraño.

Aquello contravenía la noción más básica de comprensión y cariño. Denegar asistir a un médico en ese momento era un acto que bordeaba la crueldad. Su hermano, silencioso en todo momento, apenas si podía sostener la mirada de su hermana, en un gesto de neutra aquiescencia con sus padres.

-¿Qué? ¿Me lo decís en serio? Es obvio que el golpe me ha producido un gran trastorno o bien que estáis haciendo de esto una broma macabra. No hace falta que vengáis conmigo, pediré un taxi e iré sola; ya soy mayorcita desde hace un rato largo.

-He dicho que no irás a ninguna parte –esta vez en la voz de Enrique se incluía un matiz de amenaza que se preocupó poco de ocultar; del desafío estaba a punto de pasarse a la coacción-.

En Raquel crecía una desazón cada vez más intensa y tremebunda, no solo tenía que lidiar con sus propios fantasmas interiores (nunca mejor dicho) sino con la hostilidad y pasividad de quienes deberían ser sus aliados. Miraba alrededor como si pudiera existir una respuesta, una inesperada solución, en su cercanía, esperando aparecer. Todo lo que había era un tétrico silencio que también parecía conspirar en su contra.

-Creo que me llevaré algo de cena al dormitorio.

Enrique, como si oficiara de portavoz del resto, respondió sombrío.

-Como quieras.

La cena en la habitación fue frugal y amarga, casi inducida por la mecánica de la supervivencia. Pasado un rato, casi a la media noche, su madre vino a por platos, cubiertos y vasos; y al menos tuvo ciertas palabras de aliento, si bien nada fuera del guion que parece que se estaba escribiendo. Frases tópica y consoladoras, pero sin calor real: “Verás cómo tu padre tiene razón”, “Descansa un poco y te sentirás bien”, etc. Así con todo Raquel tuvo de nuevo que enfrentarse a la visión de su cuarto a oscuras, cada vez más parecido a una dimensión extraña e invasora que traía consigo una realidad malsana o a una prisión decretada por un delirio arbitrario. Haciendo inventario de recuerdos, al fin y al cabo la cuestión central de su problema, había un contraste inquietante entre evocaciones perfectamente formadas y concretas (sabía, o creía saber, todo de su novio: teléfono, aspecto, cuando le conoció, cómo fue la pedida, etc) y los recuerdos recientes, del últimos par de días donde no había sino una niebla espesa e indiferente a su sufrimiento, dispuesta a no disiparse.

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