-He vivido demasiadas cosas en mi
vida como para quedarme con una de pega. Yo no soy de aquí.
- Muy bien. Atente a cruzar el
Rubicón. Mejor dicho, este Rubicón. Por cierto, creo que vamos bien. ¿Qué hora
tienes?
-¿Perdón?
- La hora. Tu reloj funciona
incluso aquí y ahora.
-Las 11:14.
-Perfecto. Te informo de que
hemos de acudir a una cita, dada tu elección. Y nos queda algo menos de hora y
media. –
-¿Una cita? ¿Con la persona que
nos explique todo esto?
-Algo así. Yo mismo te envié la
invitación anoche.
-Así que la piedra y la nota fue
cosa tuya. Supongo que no había un método más civilizado.
-Observa este barrio y recuerda
lo que te pasa; quizá deberías repasar lo que es “civilización”, además no
tenía mucho tiempo. Y fue bastante rápido. Como hemos de serlo ahora, supongo
que recuerdas lo que ponía la nota.
-Sí las 12:43 de hoy. Recordar,
recordar… utilizas mucho esa palabra y no sé muy bien por qué; ha perdido todo
su significado.
-Pues vamos a pasar a la
práctica. Ven, volvamos al coche. Ahora todo debería estar más tranquilo.
En verdad el retorno al coche no
sirvió demasiado para aclarar las ideas de Raquel, que iba con la convicción
resignada de quien espera que es imposible que suceda algo peor. De hecho la
mirada antipática, cuando no groseramente agresiva, de los viandantes le daba
la impresión de ser un cuerpo extraño dentro de un siniestro organismo apunto
de emprender una ofensiva inmunológica.
Si bien los sentimientos eran demasiado
complejos, vivir en una realidad donde todo enloquece ha de tener un coste.
Finalmente llegaron al lugar desde donde se iba a emprender el viaje, sin
destino claro, hacia la lucidez. A saber
qué es eso, pensaba Raquel.
-Bien, te voy a dar las
siguientes indicaciones. El sitio al que nos dirigimos jamás lo habías visto,
pero comprobarás con sorpresa que está cerca de la ciudad. No preguntes qué es,
no es fácil definirlo. Una vez lleguemos a cierto punto yo no podré
acompañarte, soy tu guía pero el final del camino es exclusivamente para ti.
Has de comprender que estás a punto de llegar a un punto de no retorno.
-No sé muy qué contestarte, no
comprender nada de lo que pasa me obliga a dar saltos de fe. Te diría que cómo
lo ves, pero no eres muy colaborador con las respuestas.
-Lo veo como un hombre de
ciencia.
-Oh, ¿es que esto tiene base
científica?
-Parte sí, parte no. Nos vamos.
-Lo que más me gusta de ti es lo
bien que te explicas. –La ironía, nacía de era cada vez más un intenso
fatalismo. Quien nada espera se permite a veces el lujo de verter acidez.
Según el hombre de blanco iba
conduciendo se produjo en Raquel un sentimiento fronterizo, ya no era capaz de
delimitar qué lugares conocía y cuáles no; como si hubieran insertado nuevos
fotogramas en unas imágenes que deberían ser totalmente familiares. Un mediodía
luminoso se iba tornado de una forma sutil y fantasmal en una agreste
oscuridad, como si en el curso de unos metros hubieran pasado por todos los
estados meteorológicos y del alma.
Las afuera de la ciudad eran ya “terra
incógnita”, por donde pasaba una especie de pasadizo que llevaba hasta una
carretera completamente desértica. Al cabo de unos minutos dejaron la carretera
y tomaron un camino de tierra donde finalmente se detuvieron. Contra todo
pronóstico el lugar no era del todo extraño para Raquel, le recordaba al eco
que devuelve un ruido emitido hace mucho tiempo.
-¿Ves esa colina de ahí? Hacia
allá nos dirigiremos a pie.
-¿Qué es ese sitio?
-El comienzo de la verdad.
La colina, absolutamente
solitaria, parecía que había sido colocada allí por puro capricho, desentonando
(sin un motivo muy claro) con el resto del paisaje. El camino hacia la cima era
casi inexistente, desestructurado, difícil de ascender. Según se acercaban a la
cima, la negritud que se había solamente vislumbrado hasta entonces, comenzó a
envolver el cielo como si la noche cerrada se cerniese completamente alrededor.
Una ausencia de luz inconcebible y trágica como una negro presagio.
-¿Cómo es posible que esté
oscureciendo así? ¡No es más que mediodía! ¿Qué está pasando?
-Deja de pensar en lo que ves,
éste no va a ser tu mayor problema.
Interiormente las entrañas de
Raquel suplicaban constantemente la gracia de despertar, el inmenso don de una
normalidad perdurable, todo su antiguo fortín de certezas. La cima se iba
aproximando, hasta que fue un hecho. Fue el hombre de blanco el primero en
hablar.
-Y aquí termina nuestro viaje y
nuestra compañía. Ahora escucha mis últimas instrucciones. ¿Qué ves? –El hombre
extendió el brazo y alargó el dedo señalando a un insólito lugar al otro lado
de la colina, no muy lejos.
-¿Que qué veo? Una jodida locura,
como todo desde hace dos días. Esto tiene que ser una alucinación. Una jodida
alucinación.
El lugar señalado era una brecha
en la tierra de forma semicircular, una especie de hendidura en el terreno
resquebrajado, con una extraña cualidad: la luminiscencia. Una luz blanca
brotaba de las profundidades (asumiendo que la profundidad era desconocida)
refulgente, iluminado una buena porción de terreno.
-Es tu suerte, tu destino por así
decirlo, lo que has decidido asumir. Y como tal tendrás que unirte a él. Éste
es el camino a la verdad. Es todo lo contrario
a una alucinación. Por suerte o por desgracia.
-Basta de simbología, qué coño
tengo que hacer.
-Tienes que bajar e introducirte
en la brecha, unirte con la luz. Ya te he dicho que la lucidez tiene un precio.
Deberás bajar y hacerlo tú sola, este sitio te pertenece y no puedo seguir
avanzando. Una vez hagas esto podrás saber la verdad; de hecho será inevitable
conocerla.
-¿Y estas seguro de que es lo que
debo hacer, estás seguro de que es lo correcto?
-No. Cuando hay muchas respuestas
válidas para una sola pregunta lo mejor es no responder.
-Maldita sea.
Raquel permaneció en silencio
unos minutos. Al tratar de pensar en su historia varias caras conocidas se iban
fundiendo en una amalgama indiferenciada. Recordar y lucidez, maldeciría esas
palabras mientras viviera. Sin protocolo ninguno comenzó el descenso hacia la
brecha, cuando llevaba andados unos casos se volvió hacia el hombre de blanco.
-Ni siquiera sé tu nombre, de
hecho no me has mirado a los ojos nunca.
-Nos veremos. –El hombre, tras
pronuncias estas palabras, se quedó absorto, ausente, como si él hubiera
cumplido su parte y su energía y consciencia se desmoronaran.
Raquel, prosiguiendo su camino,
iba mirando la tierra inmediatamente circundante; tierra que tenía los únicos
adornos de unas piedras retorcidas que formaban pavorosas formas, como almas
perdidas recriminando su suerte. Tras el polvo levantado por el aire parecían
verse siluetas o difusas formas deambulando. Cada pocos pasos Raquel se volvía
para mirar a la cima de colina y confirmaba la presencia de su misterioso
acompañante (ya solo intuida) mirando lejos, absorto en quién sabe qué. Según
se iba aproximando a la brecha se iba viendo más dominada por la luz que de
ella brotaba, hasta iniciar casi una especie de hipnosis que incapacitaba a
Raquel para mirar hacia cualquier otro sitio. La brecha era más grande de lo
que podía parecer, casi pareciendo una gran sonrisa mellada horadando el
desierto.
Al llegar justamente al lado, mecánicamente llevó su mirada hacia el
reloj y como en una conjunción más próxima a un sueño que a cualquier atisbo de
realidad, observó la hora que era: las 12:43. Ya era casi imposible distinguir
nada salvo la claridad de la brecha, deslumbradora e inquietante, pero fría,
desprovista de calor. Raquel dio el última paso adelante, hundiéndose en una
brecha que parecía un crisol de dimensiones, tiempo, y senderos inmemoriales.
Fue muy intenso el dolor mientras notaba que su cuerpo caía hacia alguna parte.
-¿Raquel? ¿Puedes oírnos? Por
favor responde.
Raquel igual que dos días antes,
debió realizar un ímprobo esfuerzo, que
exigía demasiado de ella, para abrir los ojos. E igual que entonces se encontró
con los rostros amigables de sus padres, llenos de comprensión y dulzura.
También le fue familiar el dolor en cabeza y brazo que, por algún motivo,
durante su odisea había llegado a olvidar. La repetición de circunstancias
invitaba a pensar en un reinicio, en una enmienda a la totalidad de todos los
lacerantes errores que la vida había inventado en los dos últimos días. Sin embargo,
cuando fue abriendo los ojos parsimoniosamente detectó una sustancial
diferencia; no estaba en casa, estaba en un hospital. Acompañando a sus padres
había una enfermera.
-¿Qué… qué ha pasado? ¿No estamos
en casa?
Sus padres se acercaron a la
cabecera de la cama, exultantes, aliviados, pero con un deje de tristeza
atravesándoles la mirada. La madre habló.
-Claro que no, después de un
accidente de circulación hay que venir al hospital.
Una punzada de asombro atravesó a
Raquel de lado a lado.
-¡Accidente de circulación!
-¿No te acuerdas de nada?
Justo en ese momento tras la
formalidad de golpear dos veces con los nudillos en la puerta, entró en la
habitación un médico, uniformado con una bata cuyo color sobresaltó
infinitamente a Raquel. Era un hombre de blanco, no por el color de sus ropas o
camisas, sino por el color de su bata. Sin embargo el rostro coincidía con el
del hombre que había dejado en la colina
hacía… Dios mío ¿hacía cuánto? Raquel comenzó a temblar.
-¿Cómo se encuentra? La enfermera
me ha avisado de su despertar. Es un alivio verla de nuevo consciente.
La ola de desconcierto de Raquel
apena dejaba un átomo de raciocinio para formular todas las preguntas que se
iban acumulando en su mente.
-¿De nuevo? ¿Es ésta la verdad
que me prometiste, es esto lo que debía recordar?
-Me temo que no la entiendo. Soy
el doctor Gimeno, la atendí cuando ingresó aquí hace unas horas. Se… desmayó
cuando… Oiga, ¿qué recuerda exactamente? Nunca le he dicho nada de recordar, o
de la verdad.
-La colina… la brecha.
El hombre de blanco (ahora doctor
Gimeno) miró con interés a Raquel tratando de elucubrar el delirio que acometía
a su paciente. Sentencioso, emitió su opinión; más para sus padres que para
Raquel.
-No es de extrañar la
desorientación en estos casos, debemos tener en cuenta el traumatismo en la
cabeza, el shock de la noticia, etc.
En medio de su aturdimiento
Raquel se llevó, con algo de temor, su mano izquierda al cuello para notar la
presencia del amuleto de Roberto. Al encontrar sus presencia lo estrujo hasta
producirse dolor; señal de una normalidad recobrada. Sin embargo en una parte
de su cabeza comenzó a bullir “el shock de la noticia”, no sabiendo bien a qué
se refería el doctor.
-Doctor, ¿a qué shock se refiere?
Me preguntaba antes lo que yo recordaba, bueno pues eso no lo recuerdo.
La cara del doctor reflejó un
estupor intenso y cansado a un tiempo, como si el peso de una temible tarea
volviera cernirse sobre él.
-¿No recuerda nada?
El creciente temor era cada vez
más un funesto presagio, sensación que por otra parte no cesaba de abandonarla.
El quid de la cuestión se mantenía imperturbable.
-Roberto. Por favor cuéntenmelo
todo y digan algo de Roberto.
Se produjo un silencio tan
escandalosamente denso que parecía que cada persona estaba encajonada en una
moldura invisible.
-Muy bien. Verá, ingresó en este
hospital después del mediodía tras haber sufrido un accidente de tráfico en las
afueras y…
-¿A las 12:43?
-¿Perdón?
-¿El accidente fue a las 12:43?
-Errr. Es posible, usted creo que
ingresó a la una y pico. Como le iba diciendo, sufrió un accidente en las
afueras. Fueron envestidos lateralmente en un cruce por un taxi que se saltó un
semáforo. El accidente fue grave, el conductor del taxi ha sufrido graves
heridas en un lado de su cara. –Mientras esto decía el doctor, era incapaz de
mirar a los ojos a su paciente. Se iba traspasando la barrera entre la
casualidad y la conjunción cosmológica..
-¿Y Roberto?. Diga algo de
Roberto, por favor.
Uno, dos, tres segundos, las
vacilaciones del doctor, golpeaban a Raquel como una cruel tortura.
-Creo que se refiere a su
acompañante, al conductor. Bien, no es fácil decirlo; como le decía ha sido un
fuerte accidente. El golpe pillo de lleno a… Roberto, a raíz de los cual se le
produjeron graves traumatismos y heridas. Enfermera, ¿quiere poner un
tranquilizante a la paciente? Es por su bien, está recibiendo mucha información
desconcertante
-¡Qué le pasa a Roberto! – El
grito, desesperado y primitivo asoló las mentes y corazones de los allí
presentes.
-Por favor, trate de calmarse
señorita. Su prometido…No pudo sobreponerse a las heridas y falleció poco
después de ingresar. Usted salvo traumatismos de poca importancia en el brazo y
la cabeza no tiene heridas de consideración. Todo esto se lo comunicamos hace
poco más de una hora y el shock le produjo un desmayo.
Raquel se quedó inerte, portando
una inamovible cara de desolación. Fue absolutamente incapaz de articular
palabra.
-…Créame que lo siento. Yo… en
fin. Estábamos asustados, su desmayo se ha prolongado un buen rato. Ha sido muy
curioso, las constantes dentro de lo que cabe estaban bien, pero usted parecía
estar sumida en un especie de.. sueño. A veces balbucía algunas palabras. Lo siento. En fin, siento de verás haber
tenido que darle la noticia dos veces. Veo que sufre una amnesia que muy
probablemente sea temporal. Creo que será mejor… dejarla descansar.
Una explicación aséptica y
abatida, siempre con la mirada esquiva y un poco torpe. Daba igual. Raquel no
perdió la consciencia pero sí quedo en un estado cercano a la catatonia;
desolada, incrédula, ponderando variable llenas de dolor más allá de la
comprensión de casi todos. El tranquilizante anunciado por el médico fue
finalmente un potente sedante que indujo a Raquel a un sueño plomizo y sin imágenes,
sin confusión y realmente sin nada. Al despertar era de noche y en la
habitación solo estaban sus padres. El tiempo se fue gastando en un terreno
indefinido, entre tinieblas, sonorizado a veces por voces de consuelo y conatos
de conversación. Lo primero que oyó decir de alguien, con un nivel mínimo de
consciencia, provenía de su padre.
-Mira Raquel, no sé si es el
mejor momento para decirlo, pero no odiaba a Roberto tanto como crees. Sé que a
veces fui cruel en mis comentarios, pero era tu prometido y alguien importante
para ti. Por lo tanto mi dolor está contigo. Y… siento haber dicho algunas
cosas inconvenientes hace tiempo. Ojalá pudiera cambiarlo.
Justo en ese instante el
engranaje emotivo de Raquel se conectó y afloraron lágrimas a sus ojos. Poder cambiar
algo; qué responsabilidad. Por otro lado estaba el precio de la lucidez, pagado
de forma insólita y quizá en demasía. No obstante el recuerdo de una ciudad (de
un barrio) depauperada, fantasmal y grotescamente recóndita atemperaron un
profundo dolor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario