martes, 26 de diciembre de 2017

La Hora de la Verdad (parte 3)


-He vivido demasiadas cosas en mi vida como para quedarme con una de pega. Yo no soy de aquí.

- Muy bien. Atente a cruzar el Rubicón. Mejor dicho, este Rubicón. Por cierto, creo que vamos bien. ¿Qué hora tienes?

-¿Perdón?

- La hora. Tu reloj funciona incluso aquí y ahora.

-Las 11:14.


-Perfecto. Te informo de que hemos de acudir a una cita, dada tu elección. Y nos queda algo menos de hora y media. –

-¿Una cita? ¿Con la persona que nos explique todo esto?

-Algo así. Yo mismo te envié la invitación anoche.

-Así que la piedra y la nota fue cosa tuya. Supongo que no había un método más civilizado.

-Observa este barrio y recuerda lo que te pasa; quizá deberías repasar lo que es “civilización”, además no tenía mucho tiempo. Y fue bastante rápido. Como hemos de serlo ahora, supongo que recuerdas lo que ponía la nota.

-Sí las 12:43 de hoy. Recordar, recordar… utilizas mucho esa palabra y no sé muy bien por qué; ha perdido todo su significado.

-Pues vamos a pasar a la práctica. Ven, volvamos al coche. Ahora todo debería estar más tranquilo.

En verdad el retorno al coche no sirvió demasiado para aclarar las ideas de Raquel, que iba con la convicción resignada de quien espera que es imposible que suceda algo peor. De hecho la mirada antipática, cuando no groseramente agresiva, de los viandantes le daba la impresión de ser un cuerpo extraño dentro de un siniestro organismo apunto de emprender una ofensiva inmunológica.
Si bien los sentimientos eran demasiado complejos, vivir en una realidad donde todo enloquece ha de tener un coste. Finalmente llegaron al lugar desde donde se iba a emprender el viaje, sin destino claro, hacia la lucidez.  A saber qué es eso, pensaba Raquel.

-Bien, te voy a dar las siguientes indicaciones. El sitio al que nos dirigimos jamás lo habías visto, pero comprobarás con sorpresa que está cerca de la ciudad. No preguntes qué es, no es fácil definirlo. Una vez lleguemos a cierto punto yo no podré acompañarte, soy tu guía pero el final del camino es exclusivamente para ti. Has de comprender que estás a punto de llegar a un punto de no retorno.

-No sé muy qué contestarte, no comprender nada de lo que pasa me obliga a dar saltos de fe. Te diría que cómo lo ves, pero no eres muy colaborador con las respuestas.

-Lo veo como un hombre de ciencia.

-Oh, ¿es que esto tiene base científica?

-Parte sí, parte no. Nos vamos.

-Lo que más me gusta de ti es lo bien que te explicas. –La ironía, nacía de era cada vez más un intenso fatalismo. Quien nada espera se permite a veces el lujo de verter acidez.

Según el hombre de blanco iba conduciendo se produjo en Raquel un sentimiento fronterizo, ya no era capaz de delimitar qué lugares conocía y cuáles no; como si hubieran insertado nuevos fotogramas en unas imágenes que deberían ser totalmente familiares. Un mediodía luminoso se iba tornado de una forma sutil y fantasmal en una agreste oscuridad, como si en el curso de unos metros hubieran pasado por todos los estados meteorológicos y del alma.
Las afuera de la ciudad eran ya “terra incógnita”, por donde pasaba una especie de pasadizo que llevaba hasta una carretera completamente desértica. Al cabo de unos minutos dejaron la carretera y tomaron un camino de tierra donde finalmente se detuvieron. Contra todo pronóstico el lugar no era del todo extraño para Raquel, le recordaba al eco que devuelve un ruido emitido hace mucho tiempo.

-¿Ves esa colina de ahí? Hacia allá nos dirigiremos a pie.

-¿Qué es ese sitio?

-El comienzo de la verdad.

La colina, absolutamente solitaria, parecía que había sido colocada allí por puro capricho, desentonando (sin un motivo muy claro) con el resto del paisaje. El camino hacia la cima era casi inexistente, desestructurado, difícil de ascender. Según se acercaban a la cima, la negritud que se había solamente vislumbrado hasta entonces, comenzó a envolver el cielo como si la noche cerrada se cerniese completamente alrededor. Una ausencia de luz inconcebible y trágica como una negro presagio.

-¿Cómo es posible que esté oscureciendo así? ¡No es más que mediodía! ¿Qué está pasando?

-Deja de pensar en lo que ves, éste no va a ser tu mayor problema.

Interiormente las entrañas de Raquel suplicaban constantemente la gracia de despertar, el inmenso don de una normalidad perdurable, todo su antiguo fortín de certezas. La cima se iba aproximando, hasta que fue un hecho. Fue el hombre de blanco el primero en hablar.

-Y aquí termina nuestro viaje y nuestra compañía. Ahora escucha mis últimas instrucciones. ¿Qué ves? –El hombre extendió el brazo y alargó el dedo señalando a un insólito lugar al otro lado de la colina, no muy lejos.

-¿Que qué veo? Una jodida locura, como todo desde hace dos días. Esto tiene que ser una alucinación. Una jodida alucinación.

El lugar señalado era una brecha en la tierra de forma semicircular, una especie de hendidura en el terreno resquebrajado, con una extraña cualidad: la luminiscencia. Una luz blanca brotaba de las profundidades (asumiendo que la profundidad era desconocida) refulgente, iluminado una buena porción de terreno.

-Es tu suerte, tu destino por así decirlo, lo que has decidido asumir. Y como tal tendrás que unirte a él. Éste es el camino a  la verdad. Es todo lo contrario a una alucinación. Por suerte o por desgracia.

-Basta de simbología, qué coño tengo que hacer.

-Tienes que bajar e introducirte en la brecha, unirte con la luz. Ya te he dicho que la lucidez tiene un precio. Deberás bajar y hacerlo tú sola, este sitio te pertenece y no puedo seguir avanzando. Una vez hagas esto podrás saber la verdad; de hecho será inevitable conocerla.

-¿Y estas seguro de que es lo que debo hacer, estás seguro de que es lo correcto?

-No. Cuando hay muchas respuestas válidas para una sola pregunta lo mejor es no responder.

-Maldita sea.

Raquel permaneció en silencio unos minutos. Al tratar de pensar en su historia varias caras conocidas se iban fundiendo en una amalgama indiferenciada. Recordar y lucidez, maldeciría esas palabras mientras viviera. Sin protocolo ninguno comenzó el descenso hacia la brecha, cuando llevaba andados unos casos se volvió hacia el hombre de blanco.

-Ni siquiera sé tu nombre, de hecho no me has mirado a los ojos nunca.

-Nos veremos. –El hombre, tras pronuncias estas palabras, se quedó absorto, ausente, como si él hubiera cumplido su parte y su energía y consciencia se desmoronaran.

Raquel, prosiguiendo su camino, iba mirando la tierra inmediatamente circundante; tierra que tenía los únicos adornos de unas piedras retorcidas que formaban pavorosas formas, como almas perdidas recriminando su suerte. Tras el polvo levantado por el aire parecían verse siluetas o difusas formas deambulando. Cada pocos pasos Raquel se volvía para mirar a la cima de colina y confirmaba la presencia de su misterioso acompañante (ya solo intuida) mirando lejos, absorto en quién sabe qué. Según se iba aproximando a la brecha se iba viendo más dominada por la luz que de ella brotaba, hasta iniciar casi una especie de hipnosis que incapacitaba a Raquel para mirar hacia cualquier otro sitio. La brecha era más grande de lo que podía parecer, casi pareciendo una gran sonrisa mellada horadando el desierto.
Al llegar justamente al lado, mecánicamente llevó su mirada hacia el reloj y como en una conjunción más próxima a un sueño que a cualquier atisbo de realidad, observó la hora que era: las 12:43. Ya era casi imposible distinguir nada salvo la claridad de la brecha, deslumbradora e inquietante, pero fría, desprovista de calor. Raquel dio el última paso adelante, hundiéndose en una brecha que parecía un crisol de dimensiones, tiempo, y senderos inmemoriales. Fue muy intenso el dolor mientras notaba que su cuerpo caía hacia alguna parte.


-¿Raquel? ¿Puedes oírnos? Por favor responde.

Raquel igual que dos días antes, debió  realizar un ímprobo esfuerzo, que exigía demasiado de ella, para abrir los ojos. E igual que entonces se encontró con los rostros amigables de sus padres, llenos de comprensión y dulzura. También le fue familiar el dolor en cabeza y brazo que, por algún motivo, durante su odisea había llegado a olvidar. La repetición de circunstancias invitaba a pensar en un reinicio, en una enmienda a la totalidad de todos los lacerantes errores que la vida había inventado en los dos últimos días. Sin embargo, cuando fue abriendo los ojos parsimoniosamente detectó una sustancial diferencia; no estaba en casa, estaba en un hospital. Acompañando a sus padres había una enfermera.

-¿Qué… qué ha pasado? ¿No estamos en casa?

Sus padres se acercaron a la cabecera de la cama, exultantes, aliviados, pero con un deje de tristeza atravesándoles la mirada. La madre habló.

-Claro que no, después de un accidente de circulación hay que venir al hospital.

Una punzada de asombro atravesó a Raquel de lado a lado.

-¡Accidente de circulación!

-¿No te acuerdas de nada?

Justo en ese momento tras la formalidad de golpear dos veces con los nudillos en la puerta, entró en la habitación un médico, uniformado con una bata cuyo color sobresaltó infinitamente a Raquel. Era un hombre de blanco, no por el color de sus ropas o camisas, sino por el color de su bata. Sin embargo el rostro coincidía con el del hombre que había dejado en  la colina hacía… Dios mío ¿hacía cuánto? Raquel comenzó a temblar.

-¿Cómo se encuentra? La enfermera me ha avisado de su despertar. Es un alivio verla de nuevo consciente.

La ola de desconcierto de Raquel apena dejaba un átomo de raciocinio para formular todas las preguntas que se iban acumulando en su mente.

-¿De nuevo? ¿Es ésta la verdad que me prometiste, es esto lo que debía recordar?

-Me temo que no la entiendo. Soy el doctor Gimeno, la atendí cuando ingresó aquí hace unas horas. Se… desmayó cuando… Oiga, ¿qué recuerda exactamente? Nunca le he dicho nada de recordar, o de la verdad.

-La colina… la brecha.

El hombre de blanco (ahora doctor Gimeno) miró con interés a Raquel tratando de elucubrar el delirio que acometía a su paciente. Sentencioso, emitió su opinión; más para sus padres que para Raquel.

-No es de extrañar la desorientación en estos casos, debemos tener en cuenta el traumatismo en la cabeza, el shock de la noticia, etc.

En medio de su aturdimiento Raquel se llevó, con algo de temor, su mano izquierda al cuello para notar la presencia del amuleto de Roberto. Al encontrar sus presencia lo estrujo hasta producirse dolor; señal de una normalidad recobrada. Sin embargo en una parte de su cabeza comenzó a bullir “el shock de la noticia”, no sabiendo bien a qué se refería el doctor.

-Doctor, ¿a qué shock se refiere? Me preguntaba antes lo que yo recordaba, bueno pues eso no lo recuerdo.

La cara del doctor reflejó un estupor intenso y cansado a un tiempo, como si el peso de una temible tarea volviera cernirse sobre él.

-¿No recuerda nada?

El creciente temor era cada vez más un funesto presagio, sensación que por otra parte no cesaba de abandonarla. El quid de la cuestión se mantenía imperturbable.

-Roberto. Por favor cuéntenmelo todo y digan algo de Roberto.

Se produjo un silencio tan escandalosamente denso que parecía que cada persona estaba encajonada en una moldura invisible.

-Muy bien. Verá, ingresó en este hospital después del mediodía tras haber sufrido un accidente de tráfico en las afueras y…

-¿A las 12:43?

-¿Perdón?

-¿El accidente fue a las 12:43?

-Errr. Es posible, usted creo que ingresó a la una y pico. Como le iba diciendo, sufrió un accidente en las afueras. Fueron envestidos lateralmente en un cruce por un taxi que se saltó un semáforo. El accidente fue grave, el conductor del taxi ha sufrido graves heridas en un lado de su cara. –Mientras esto decía el doctor, era incapaz de mirar a los ojos a su paciente. Se iba traspasando la barrera entre la casualidad y la conjunción cosmológica..

-¿Y Roberto?. Diga algo de Roberto, por favor.

Uno, dos, tres segundos, las vacilaciones del doctor, golpeaban a Raquel como una cruel tortura.

-Creo que se refiere a su acompañante, al conductor. Bien, no es fácil decirlo; como le decía ha sido un fuerte accidente. El golpe pillo de lleno a… Roberto, a raíz de los cual se le produjeron graves traumatismos y heridas. Enfermera, ¿quiere poner un tranquilizante a la paciente? Es por su bien, está recibiendo mucha información desconcertante

-¡Qué le pasa a Roberto! – El grito, desesperado y primitivo asoló las mentes y corazones de los allí presentes.

-Por favor, trate de calmarse señorita. Su prometido…No pudo sobreponerse a las heridas y falleció poco después de ingresar. Usted salvo traumatismos de poca importancia en el brazo y la cabeza no tiene heridas de consideración. Todo esto se lo comunicamos hace poco más de una hora y el shock le produjo un desmayo.

Raquel se quedó inerte, portando una inamovible cara de desolación. Fue absolutamente incapaz de articular palabra.

-…Créame que lo siento. Yo… en fin. Estábamos asustados, su desmayo se ha prolongado un buen rato. Ha sido muy curioso, las constantes dentro de lo que cabe estaban bien, pero usted parecía estar sumida en un especie de.. sueño. A veces balbucía algunas palabras.  Lo siento. En fin, siento de verás haber tenido que darle la noticia dos veces. Veo que sufre una amnesia que muy probablemente sea temporal. Creo que será mejor… dejarla descansar.

Una explicación aséptica y abatida, siempre con la mirada esquiva y un poco torpe. Daba igual. Raquel no perdió la consciencia pero sí quedo en un estado cercano a la catatonia; desolada, incrédula, ponderando variable llenas de dolor más allá de la comprensión de casi todos. El tranquilizante anunciado por el médico fue finalmente un potente sedante que indujo a Raquel a un sueño plomizo y sin imágenes, sin confusión y realmente sin nada. Al despertar era de noche y en la habitación solo estaban sus padres. El tiempo se fue gastando en un terreno indefinido, entre tinieblas, sonorizado a veces por voces de consuelo y conatos de conversación. Lo primero que oyó decir de alguien, con un nivel mínimo de consciencia, provenía de su padre.

-Mira Raquel, no sé si es el mejor momento para decirlo, pero no odiaba a Roberto tanto como crees. Sé que a veces fui cruel en mis comentarios, pero era tu prometido y alguien importante para ti. Por lo tanto mi dolor está contigo. Y… siento haber dicho algunas cosas inconvenientes hace tiempo. Ojalá pudiera cambiarlo.

Justo en ese instante el engranaje emotivo de Raquel se conectó y afloraron lágrimas a sus ojos. Poder cambiar algo; qué responsabilidad. Por otro lado estaba el precio de la lucidez, pagado de forma insólita y quizá en demasía. No obstante el recuerdo de una ciudad (de un barrio) depauperada, fantasmal y grotescamente recóndita atemperaron un profundo dolor.

                              




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